Martin Durkin: con él llegó el escándalo.
De la noche a la mañana, Martin Durkin se ha convertido en uno de los personajes más controvertidos del Reino Unido.
Su documental The Great Global Warming Swindle, que traducido libremente al español podría titularse El gran camelo del calentamiento global ( puede verse abajo) fue líder de audiencia en su país y, a tenor del gran éxito obtenido en la última feria de televisión de Cannes, promete calentar el debate político en muchas otras partes del mundo.
Allí, en la célebre ciudad de la Costa Azul, tuve ocasión de hablar largo y tendido con él, y de recoger sus invectivas contra el establishment progre, los falsos centristas y los nuevos fascistas.
Pasen y lean: creo sinceramente que la entrevista tiene mucha miga.
-¿Cómo se le ocurrió rodar El gran camelo del calentamiento global?
– La idea fue de la televisión británica Channel Four. Como la BBC había decidido apoyar la teoría del calentamiento, Channel Four quiso dar voz los críticos y se puso en contacto conmigo, ya que previamente había hecho una serie muy crítica con el movimiento ecologista.
-¿Cómo reaccionó la audiencia tras su emisión?
-¿Cómo reaccionó la audiencia tras su emisión?
-Fue el programa más visto de la semana. Además, alguien lo colgó enseguida en internet, donde consiguió millones de visitas. Channel Four recibió la mayor cantidad de llamadas de su historia; cinco de cada seis de felicitación.
-¿Por qué es tan crítico con las teorías que acusan al hombre de destruir la Tierra?
– Muchos de los que defienden esas posturas no son científicos, sino activistas políticos. Hace treinta años la izquierda andaba anunciando una nueva glaciación. Entre los años 40 y 70 del siglo XX se produjo un enfriamiento del planeta a pesar de las guerras y el desarrollo industrial registrados en aquellas fechas. A partir de entonces comenzó un periodo de calentamiento, así que tuvieron que inventarse otra teoría para atacar el capitalismo.
– ¿Cómo comenzó el "camelo"?
– Aunque resulte irónico, con Margaret Thatcher. Ella llegó al poder luego de que el Reino Unido sufriera una tremenda crisis. Las huelgas de los mineros habían sido muy perjudiciales para la economía y habían tumbado al Gobierno conservador de Edward Heath. Thatcher no quería que le sucediera lo mismo, así que, para promocionar la energía nuclear, contrató a un ecologista, Crispen Tickell, y con él y el apoyo de Nigel Lawson, el entonces ministro de Finanzas, dedicó mucho dinero a la investigación sobre el cambio climático, en la que tuvo una gran influencia el Hadley Centre. El objetivo era presentar la energía nuclear como una alternativa limpia frente al carbón, que se consideraba un agente del cambio climático. De aquellos polvos, estos lodos. Son los efectos perversos de la política.
– ¿Ha aprendido el Partido Conservador de sus errores?
– Desgraciadamente, no. Los coqueteos de David Cameron, el actual líder del partido, con el movimiento ecologista me parecen esquizofrénicos. Cameron representa a la facción más ultraderechista del Partido Conservador, profundamente anticapitalista y nostálgica. Precisamente es la gente que vive del campo, que mayoritariamente vota a los tories, la que más tiene que perder si la agenda de los ecologistas se convierte en política de Estado. Los campesinos matan animales y conducen grandes coches; sin embargo, respetan el medio ambiente, porque viven de él.
– ¿Quiénes son los ecologistas?
– El ecologismo es un fenómeno esencialmente urbano y de clase media. Es un movimiento romántico y antirracional que sustituye la política por la estética, la razón por el sentimentalismo. Yo me considero un hombre racional, un liberal heredero de la Ilustración, un progresista que defiende el derecho de los países pobres a industrializarse y vender sus productos en Europa.
Los ecologistas y la mayoría de los que trabajan en los medios de comunicación pertenecen a una tradición que yo denomino "izquierda blanda" y que en el fondo es profundamente elitista, racista y reaccionaria.
Beben del pensamiento de Rousseau, Heidegger y otros por el estilo, que exaltaron el barbarismo sobre la civilización. Cuando acusan a los liberales de fascismo, yo siempre pienso: "Vosotros sois los fascistas".
– ¿Qué le parece que algunas empresas petrolíferas apoyen a los científicos que niegan la teoría del calentamiento global?
– Para empezar, déjeme decir que considero que la teoría del calentamiento global antropogénico es una gran gilipollez.
En mi película se demuestra que no hay relación entre el CO2 y la temperatura, y que ha habido épocas mucho más cálidas que las actuales. Las radiaciones solares sí que son una variable independiente, y hay poco que podamos hacer para controlarlas. También lo de la capa de ozono y el miedo a los alimentos transgénicos tienen mucho de camelo.
Algunos científicos han recibido dinero de las empresas petrolíferas, pero mucho menos (y muchos menos) que lo que perciben los que reciben dinero del Estado. Como los políticos tienen que vender que hacen algo, casi todo el dinero que gastan en investigación tiene que ver con la defensa de la teoría del calentamiento global. Si no te adhieres, te quedas sin fondos; o, como muestro en el documental, puedes ser objeto de unas presiones fortísimas.
Por otra parte, las empresas también financian estudios que defienden la teoría del calentamiento. Es un círculo vicioso que comenzó con un grupo de periodistas progres y de científicos con ganas de conseguir dinero extra, y por desgracia se ha convertido en discurso hegemónico.
– ¿Considera que el actual movimiento ecologista es una amenaza para la democracia?
– Algo de eso hay. Los Gobiernos gastan cada vez más en investigaciones guiadas por la ideología, no por el método científico, y sus resultados sirven para justificar las subidas de impuestos, las intervenciones en la economía, el proteccionismo, la Política Agraria Común... Cuando los campesinos se quejan del el poco margen que les queda comparado con el de algunas grandes superficies, yo pienso que el problema no es el intermediario, sino la PAC, que además es un gran obstáculo para el desarrollo del Tercer Mundo. Muchos países siguen sumidos en la pobreza, la ignorancia y la tiranía porque algunos izquierdistas nostálgicos no les permiten desarrollarse.
– Por cierto, ¿qué le parece que el líder antiglobalización José Bové se haya presentado a las elecciones presidenciales francesas?
– No lo sabía. Me parece muy mal. Por desgracia, hoy en día muchos campesinos sólo quieren dinero del Estado. Lo que Francia necesita es una Thatcher. Francia es un gran país en el que casi nadie se da cuenta de que el problema es el Estado, que lo empeora todo.
– Después de todo lo que viene diciendo, supongo que no le molestará que le consideren un creador "comprometido"...
– En absoluto. Tengo un compromiso moral con los más pobres, los de aquí y los de otras partes del mundo, que sufren debido a la intervención del Estado y al izquierdismo blando, que, como he dicho, es una invención de una parte de la clase media urbana, intoxicada de socialismo por el sistema educativo y los medios de comunicación.
– ¿De dónde provienen sus ideas políticas?
De pensadores liberales como Hayek. Actualmente estoy escribiendo un libro donde hablo no sólo del ecologismo, sino de otros asuntos políticos que me preocupan. Le puedo recomendar una obra que me influyó mucho: The Welfare State We’re In, de James Bartholomew.
– ¿Cuál será su próxima película? Se me ocurren dos grupos sobre los que alguien debería decir algo: las feministas radicales y la izquierda gay.
– Ahora mismo no tengo ningún proyecto cinematográfico. Sobre las feministas y los activistas gays izquierdistas se podrían decir algunas cosas, pero como mi hermana, una gran mujer, es lesbiana, prefiero dejar esos asuntos en manos de otros y seguir con la ciencia, porque tal vez no sería objetivo.
– Terminemos esta entrevista con un poco de humor. ¿Qué es lo más gracioso que le han dicho los progres?
– La verdad es que me han dicho pocas cosas graciosas. Recuerdo un fax que recibí en casa una vez. Decía: "Que te jodan. Ojalá te violen en una alcantarilla y te mueras de cáncer de colon". Como dije antes, los fascistas son ellos.
Por Antonio Golmar
NOTA : El calentamiento de la Tierra, evidentemente, ha terminado por convertirse en catalizador de una idea más ambiciosa, en motor de cambio social a gran escala. Algo que ha sido entendido a la perfección por los grupos políticos de la izquierda. Es la nueva revolución silenciosa.
Una letanía que todos conocemos: "Estamos acabando con el agua potable, con los combustibles fósiles, con los bosques, con la comida, con la pesca. Miles de especies desaparecen cada año. El agua y el aire están cada vez más contaminados. La tierra se calienta. El desastre es inminente, etc. "
Es imprescindible que se sepa que en los propios informes del IPCC (el texto único en el que se basan el Protocolo de Kyoto y todo el movimiento pancontinental en torno al clima) es imposible encontrar datos que demuestren que el calentamiento global va a producir descensos en la producción de alimentos, aumentos en la frecuencia de las tormentas o huracanes, mayores prevalencias de enfermedades tropicales como la malaria, desplazamientos humanos consistentemente más graves de los que hoy provocan las hambrunas, las sequías y las guerras.
Nada de esto está en los informes del IPCC, y sin embargo aparece reseñado en los medios de comunicación y en las agendas de los políticos como un mantra grabado a fuego: el calentamiento global es hoy ya culpable de todo, desde la explosión de enfermedades hasta la caída de puentes.
Convertido en la nueva bandera de acción global, el cambio climático pasa por ser el tema más "cool" de la política del siglo XXI.
Situarse en las filas del ecologismo hoy no sólo nos confiere cierta pátina contestataria (contra las multinacionales, la globalización y los Estados Unidos), sino que parece profundamente solidario.
Y nadie duda de las buenas intenciones de muchas organizaciones que promueven la causa ecologista bajo alguna de estas premisas. Pero el "encantamiento" generalizado ante el asunto parece impedir una visión más profunda.
Lo verdaderamente alternativo es tratar de mantener la cabeza fría y escéptica ante la ola pro cambio climático. Las verdades más incómodas son las que no coinciden con la visión ortodoxa del IPCC.
Lo que ciertamente es global y multinacional, lo que está más de moda y es más políticamente correcto, es defender la teoría antropogénica del calentamiento de la Tierra. Sin embargo, lo menos progresista es defender el Protocolo de Kyoto.
Nada hay más alejado de la plausible intención de solidarizarse con los países más pobres que el indolente ejercicio de mirarse el ombligo que supone el activismo ecologista. Alguien dijo que el ecologismo es un juguete con el que sólo pueden jugar los niños ricos. Quizás sea injusta la frase, pero en buena parte responde a una realidad que puede constatarse viajando: mientras Leonardo DiCaprio, Al Gore o George Clooney se suman a la causa verde, en los países más pobres del planeta Greenpeace no puede hacer nada: allí necesitan más a Médicos sin Fronteras.
Paradójicamente, invertir las ingentes cantidades de dinero que el cumplimiento del Protocolo de Kyoto exige sólo servirá para mejorar un poco las cosas en los países más ricos.
Al Gore se ha montado, como todos los demás, en un gran negocio : cobra 300.000 euros por conferencia que cada en cada ciudad del Mundo.
Por Tellagorri
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