06 noviembre 2012

Moda de féminas

Las primeras mujeres se vistieron con lo que la sabia naturaleza les concedió graciosamente: su propia piel, unos cachitos de cosas duras en las partes superiores de las puntas de los pies y sus propios pelos.

Con ello iban tan frescas de un lado para otro, sin tener que perder el tiempo en casa de Lolita la costurera ni en las tiendas, pero por la falta de ejercicio la raza degeneró, paralizándose los órganos orales y deambulatorios.

Las bárbaras invasoras del Imperio romano se pusieron los vestidos que les regalaron las decadentes romanas, pero con menos gracia.

De las hunas y de las wikingas casi nada dice la Historia, y sus trapos eran pieles como las que fueron moda de París muchos siglos antes, cuando aún no se le llamaba moda de París, sino de Chelles y Saint Acheul, y, más avanzada la época, de finas telas de saco y de trozos de animales muertos en lugar sobrero.
En realidad los bárbaros eran ellos. Las mujeres fueron, normalmente, débiles, por lo que el vestido degeneró hasta el punto de quedar convertido o en un pedazo grande de trapo, de tela de saco por lo general, arrollado a la cintura y dejado caer hacia abajo. Para no ir tan descubiertas, cosa que a las bárbaras viejas ya les parecía mal, se ponían una cinta de vivos colores alrededor de la cabeza.



En la Edad Media los trajes eran verdaderos monumentos. Los plumeros, las gorgueras, la chatarra y la pasamanería estaban a la orden del día.

Hombres y mujeres rivalizaban en boato y espectacularidad y se entabló una lucha por la supremacía en el perifollo, que perdieron las mujeres al no poderse dejar - por lo general -, bigote y barba.
Esto era vestir a la española.





Después está muy de moda el traje tipo mesa camilla, que perdurará durante todo el siglo siguiente, y, algunas veces, la sencillez intenta aparecer, aunque no están los tiempo maduros para ella.



Cuando el siglo XVIII está ya muy avanzado, camino ya del siguiente, la moda sufre otra evolución. Las señoritas conservan aun la palidez de sus rostros, conseguida a fuerza de beber vinagre, apretarse el corsé y estarse largas horas oliendo... y no a eso que dijo Sancho, con lo que resultaban muy elegantes, comían poco... en público y se desmayaban con frecuencia.
"El peinado, que según la costumbre de poner nombre a todo se llamaba Mariposa Estimulante, consistía en una torre de metro y medio en la que podía admirarse una fragata con el celamen desplegado, una jaula con dos loros de Jamaica, el busto en escayola policromada de un abuelo de su madre, siete miniaturas en esmalte con marcos de caoba, veinticinco colgantes de plata y doscientos lazos; todo ello sostenido por una armazón de alambres y cañas disimulado con encajes, que cubría los cabellos de la dama, a los que no les había dado el aire ni el agua ni el peine desde el día de la boda, cinco años atrás"

Además de los peinados también los vestidos tenían su complicación. Seguía preponderante la moda del vestido mesa camilla, complicado con faldas superpuestas en forma de cortinajes, adornos de lazos y flores, guirnaldas de verdes hojas y plumas y cintajos.




Después de largos siglos de faldas hasta los pies los hombres habían llegado hasta dudar de que las mujeres tuvieran piernas y mucha gente, ignorante, no podía ni imaginarse el medio de locomoción usado por el sexo débil.
Decididas a terminar con este estado de cosas, algunas mujeres, atrevidas y progresistas, empezaron a enseñar los tobillos, poco a poco, con intermitencia y aun recubiertos por botas con botones hasta la rodilla y por gruesas medias, para que los hombres se fueran acostumbrando y no cayeran muertos por las calles víctimas de colapsos fulminantes.
Al enseñar el tobillo habían de llevar las señoras zapatos y medias que fueran mostrables y no como antes que todo estaba bien. Así se inventaron unas elegantes botas y unas bellas medias a rayas horizontales de colores vivos, dando vida a industrias florecientes que aumentaron la economía del país.






Durante los años de la primera guerra se inventa un traje, especial para espías, señoritas larguiruchas y lánguida, que enseñaban por debajo de su piel parte de su esqueleto y que llevaban, normalmente, otra piel por encima de los hombros.








Otro hecho de trascendencia en la Historia del vestido de los años veinte es la incorporación de la mujer al deporte. Gracias a él, se ponían morenas, conservaban la línea y batían récords.

Hoy no nos explicamos el entusiasmo de aquellas jóvenes por conservar una línea que, a fin de cuentas, resultaba bastante aburrida y más bien parecía línea de percha con un vestido colgado que otra cosa.








Tras la Segunda Guerra Mundial la mujer encuentra, definitivamente, el sitio de su cintura y la forma de su cuerpo. La mujer parece que ha conseguido, por fin, parecerse a sí misma.

Pero no hay que hacerse muchas ilusiones. Los modistos han inventado varias líneas femeninas nuevas: la A, la H, la O de tan arcaica ragaimbre, la I, etc.

A pesar de ello, las mujeres conscientes no hacen caso y siguen utilizando la línea natural, que no es, precisamente, la distancias más corta entre dos puntos.




Por MINGOTE


4 comentarios:

  1. Estoy seguro de que a Liu Chi le olerán mucho mejor los sobacos que lo que les apestaban a las señoronas tan bien descritas en el artículo. Por cierto, para reirse un rato.

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    1. DON BWANA
      Sin ninguna duda, porque las otras, las que describe Mingote, se bañaban cada cinco años y eso si hubiera necesidad, que no siempre les parecía que la había.

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  2. Qué dibujos, son pequeñas joyas...

    No se atrevió con el look de tus paisanas abetzales, pero aun así le ponemos un 10 ;)

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    1. DOÑA CANDELA
      Sí, son una joyas de dibujos y de comentarios suyos a los mismos. No sé si no se atrevió con las "bellas" batasunas pero hubiera tenido que abrir una subsección dedicada a horrores de "pintas".

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