30 junio 2010

Mendigos, Malvividores y Jubilatas

En las Ordenanzas Reales de Carlos III, datadas en 1768, se limitaba el acceso a los ejércitos a “gitanos, murcianos y gente de mal vivir…".
Vaya vuesa merced a saber el porqué Carlos III metía a los murcianos en medio de esa frase. Imagino que los de Murcia nunca se lo habrán perdonado a los Borbones.

A propósito de ello, inserto un episodio de jubilatas escrito por el amigo y bloguero-escritor Don José Luís de Valero.

"Ahora en la calle de Atocha no hay banqueros extranjeros de empolvada peluca que favorezcan o provean de fondos las arcas del rey, si exceptuamos alguna sucursal bancaria en la que cabe la posibilidad de pillar por sorpresa a su director trapicheando con dineros que no le pertenecen.

Tampoco por Atocha circulan hoy en día piojosos viandantes a pesar que buscones y pelanduscas siempre los hubo, habido y habrá, aunque sí es cierto que pululan mendigos tanto nacionales como extranjeros exhibiendo cartones rotulados donde le indican a uno el grado de abandono y miseria en el que están inmersos.

-Eso con Franco no pasaba – afirma categórico el señor Braulio, comerciante del barrio que no se perdía ni una manifestación en la Plaza de Oriente.

Es cierto. Con Franco los pobres, o sea casi todos los españoles, se refugiaban en su casa para oír el parte de las diez de la noche frente a un plato de sopa y media docena de garbanzos por barba. Mientras tanto, los mendigos con residencia fija en la calle estaban dos días por semana a régimen de lentejas adobadas con piedras en los comedores de Auxilio Social.

Con Franco un mendigo no se desmadraba y además se andaba con ojo en sus modales y en la forma de proceder ante el personal, no fuera caso que la Policía Armada le inflase a hostias sobre el terreno, durmiera gratis por una temporada bajo techo en los calabozos de la Puerta del Sol y encima le colocaran un marrón aplicándole la Ley de Vagos y Maleantes facturando al susodicho a Carabanchel por tiempo indefinido.

Los mendigos de antes acostumbraban a ser muy educados e incluso muy píos. El que se ponía a pedir limosna a la puerta de una iglesia, cuando salía o entraba el cura portando el Santísimo con el monaguillo dándole a la campanilla, entonces el paria se arrodillaba santiguándose con unción y poniendo cara de circunstancias. Su fervorosa actuación le valía muchos enteros ante los fieles, que acostumbraban a premiarle con unas monedas. Y sobre todo, su fingido fervor le valía un huevo si se hallaba cerca un guardia municipal, que en estos casos acostumbraba a hacer la vista gorda mirando hacia otro lado.

Por la calle de Atocha tampoco circulan espadachines a sueldo.

Hoy en día sería impensable portar una espada al cinto, pero lo cierto es que las armas cortas han sustituido a las largas y más de un sicario circula llevando en el bolsillo una automática fabricada en Albacete o en Eibar, según la clase de arma que sea aunque todas ellas escupen muerte.

-Eso con Franco tampoco pasaba, coño – insiste el Braulio, sacando brillo a una espada toledana.
En eso tengo que darle la razón al Braulio.

Con Franco eso no pasaba. Pasó después, el 24 de Enero de 1977 cuando alguno de sus acólitos añorando sin duda viejos tiempos, ametrallaron un despacho de abogados laboralistas situado en el nº 55 de Atocha, dejando cinco cadáveres esparcidos por el suelo como muñecos rotos. muñecos rotos.

Siempre existirán Braulios nostálgicos de la vieja guardia, aunque cada vez quedan menos de esos que llevan bigotillo hitleriano y el escudo con el cangrejo de la Falange cabalgando en la solapa; aunque de un tiempo a esta parte parece que de nuevo resurge una soterrada fuerza con tintes extremistas y ultramontanos. Quizá sea una forma de pensamiento o consciente-subconscienteinconsciente colectivo o como demonios quiera llamársele, pero lo cierto es que la gente está cabreada y en según qué reuniones las discusiones suben de tono y se apuntan drásticas medidas.

En mi deambular por Madrid me he acercado a visitar a un viejo amigo y aprovechando la ocasión, he asistido a una de esas reuniones que se celebran entre los jubilados, teniendo como marco una Residencia de día para La Tercera Edad.

-Hay más de dos millones de moros en España, puñeta – contabiliza el Matías, que había sido maestro nacional y para eso de los números es una lumbrera.

-Menos moros, Matías.

-Está bien, millón y medio pero de ahí no me bajo – rebaja automáticamente con un mohín de disgusto.

-Algo así. Por ahí van los tiros.

-¿Y te parecen pocos? ¡Es una quinta columna acantonada dentro del suelo patrio, hostias! ¡Si se sublevan estamos perdidos!

El Matías se exalta. Su abuelo la palmó en Filipinas y su padre en Alhucemas. Cuando estalló la guerra civil a él le pilló en Burgos y sirvió en Intendencia sin oír más tiros que los que se disparaban en la barraca de feria que instalaban en su pueblo para las fiestas de Santa Bárbara.
Hasta ahí estaba el Matías liado con la pólvora.

-Si de mí dependiera, te aseguro que echaba a todos los moros de España a hostia limpia y se los devolvía al tontolaba del Mohamed, joder; que Madrid parece la sucursal de Rabat y los españoles los recepcionistas de toda la mierda que sobra en Marruecos.

A Matías parece que le va a dar algo. Aporrea la mesa y pide a gritos una copa de coñac mientras yo le pido que se calme y no monte un cirio. El resto de personal que se reúne en el local se aproxima a la mesa del otrora maestro nacional, tomando posiciones.
Cuando él habla, habla España y sanseacabó.

El Matías toma aire y se lanza dedo en ristre, apuntando hacia las alturas como poniendo a Dios por testigo.

-Ya lo dijeron los Reyes Católicos: que en su reino no querían ni moros, ni judíos, ni gitanos, ni murcianos ni gentes de mal vivir.

-Oye Matías, que yo soy de Cieza. A ver si te arreo una hostia que te avío, mamón.

El murciano se ha levantado de su asiento hecho un basilisco, dispuesto a deshacer entuertos y dejar a salvo la reputación de la Comunidad Autónoma de Murcia.

-Pues lo que he dicho está escrito, es historia y dicho queda – replica el Matías sacando pecho.

Y no me retracto! – apuntilla.

Al de Cieza le sale babilla por la comisura de la boca.

Retira lo de los murcianos, rediós, o me cago en toda la dinastía de los Reyes Católicos!

-¿Dónde está mi coñac? – inquiere el Matías, que necesita darse ánimos para aguantar la que se le viene encima con el de Cieza.

Una mujer con bata blanca acude presurosa a la mesa de un Matías sin resuello debido a un ataque de tos.
-Ni coñac ni leches, Matías. Tómese esta tila y márchese a casa o llamo inmediatamente a su mujer para que venga a recogerle.

Mientras al murciano lo están sujetando entre cuatro, el Matías aprovecha la ocasión y escurre el bulto haciendo mutis por el foro. Su disertación prometía, mas visto el peligroso cariz que tomaban los acontecimientos lo más aconsejable es ahuecar el ala y posponer el mitin para mejor ocasión.

En la residencia para jubilados del barrio de Lavapiés, el asunto de los moros y demás inmigrantes se vive muy intensamente y no hay día que no se organice un debate-trifulca al respecto.

Aunque lo que es inamovible son las cifras de delincuencia atribuibles a las gentes de mal vivir.
Y de eso los madrileños saben un rato."

Tellagorri


29 junio 2010

De cuando llegó la "victoria"

El "paisaje" o ambiente de la postguerra civil en España ha sido descrito magistralmente por varios escritores. Era una época de escaseces de todo, de miedos profundos a todo, de calles y gentes silenciosas, de hambres disimuladas malamente y de vestimentas muy usadas y vueltas del revés para ocultar las cicatrices textiles.
Estaba todo prohibido, desde prensa libre a libros de autores no fascistas, en donde entraban toda la generación del 98, anteriores y posteriores(Baroja, Unamuno, Ortega y Gasset, Kant, Albert Camus, etc. etc.).
Y, curiosamente, se podía leer a escritores rusos como Lev Tolstói, Fiódor Dostoyevski, Nikolái Leskov, Iván Turgénev, Mijaíl Saltykov-Shchedrín, Iván Goncharov, Dmitri Mamin-Sibiriak, Vladímir Korolenko, Antón Chéjov, Máximo Gorki, Mijaíl Shólojov.

También fue un periodo de grandes golferíos a cargo de tipejos con fino bigotito recortado y gafas permanentes de sol, los cuales traficaban y se enriquecian con los cupos de racionamiento que el Régimen concedía a organizaciones supuestamente caritativas pero en manos de los señoritos del bigotito fino y recortado.
Algunos de ellos incluso tenían despachos dedicados a tramitar el indulto de los presos encarcelados por haber caído en zona republicana durante la guerra, a cambio de una fabulosa cuantía a pagar por la familia.

Hoy voy a insertar uno cualquiera de aquellos "paisajes" en el que un escritor de valía recuerda un pedacito de su niñez. Se trata de José Luis de Valero.

Que vuesas mercedes lo disfruten y, por encima de todo, recuerden que todavía vivimos una generación que sufrimos todo aquello, en cualquier parte de aquella España, y a la que no es fácil endilgarle teoriscismos políticos sobre luceros y amaneceres falangistas ni sobre "luchas antifranquistas" fantasiosas por quienes discursean sin saber de qué hablan.

"Desde el comedor se aprecia el fragor del tráfico rodado que penetra en nuestra casa colándose de rondón en nuestras vidas y a veces obligándonos a levantar la voz para ser oídos. Eso es parte del peaje que debemos pagar los que vivimos en una zona más o menos céntrica de Madrid.

Cuando yo era niño no necesitaba alzar la voz para hablar con mi padre. En aquellos años de posguerra apenas si pasaban por la calle una docena de asmáticos coches impulsados por gasógeno. Mientras tanto la cercana estación de Atocha casi siempre ruidosa, se hallaba envuelta y camuflada entre las volutas de humo que desprendían las locomotoras que entraban o salían de la ciudad con destino a puntos para mí, mágicos y remotos.

Los domingos por la mañana mi padre me llevaba de paseo al Retiro, compraba el periódico para él, una bolsa de cacahuetes para mí y después de visitar la jaula de los monos que se zampaban la mitad del contenido de la bolsa, bajábamos hacia Atocha para efectuar una parada técnica en la barra de la cantina situada en los andenes de la estación.
-Ponme un vermú con aceitunas y para el chico una gaseosa.

Higinio era el cantinero mayor de la Terminal de Atocha y también era un guarro. El mandil que lucía no había conocido el jabón Lagarto en la vida ni creo que con el tiempo llegara a conocerlo jamás; pero el Higinio era un buen hombre y además de amigo de mi padre, era un estraperlista que traficaba con toda clase de productos
que arribaban por vía férrea tanto a la estación de Atocha como a la de Príncipe Pío.

El cantinero se inclinaba sobre la barra del bar acercándose cuanto podía a la oreja de mi padre susurrando consignas en plan confidencial e intentando no levantar sospechas entre los miembros de la Policía Armada de guardia en la estación y sobre todo, entre los inspectores de Abastos que pululaban como buitres al final de los andenes a la caza de los que venían del pueblo cargados con los víveres que abastecían bajo mano a la población de Madrid, sujeta en aquellos tiempos de hambre a las cartillas de racionamiento.

-Oye Pepe, que mañana me llegan unas cuantas cajas de farias de La Coruña y medias de nylon de Barcelona. También algo de embutido y tabaco rubio americano; te lo digo por si acaso.

-Vale Higinio, mañana te daré un toque. Pon otro vermú.

Mi padre nunca pagaba la consumición de los domingos ya que el Higinio además de guarro era su socio y compinche en el estraperleo que ambos se llevaban entre manos ante las mismas narices de los de Abastos, pájaros carroñeros dispuestos a la requisa de alimentos que en su mayor parte aprovisionaban las mesas de los más poderosos y adictos al Régimen.

-¿Qué vas a ser de mayor, José Luís?

-Maquinista de tren – respondía sin dudar.

-Cojonudo. Cuando seas mayor haremos negocios. – se reía el Higinio, guiñándome un ojo.
-Cuando éste sea mayor, espero que la situación haya cambiado y no tenga que jugarse el pellejo por unas cajas de farias o por un saco de lentejas – presumía mi
padre – Además, el chico va a entrar a estudiar en los Escolapios.

-¡Coño! ¿En un colegio de curas?

-Mismamente, como lo oyes. Cuando sea mayor quiero que vaya a la Universidad y estudie Periodismo.

La planificación de mi futuro destino laboral me traía por la calle de la amargura. Yo siempre soñaba que algún día empuñaría los mandos de una de aquellas humeantes locomotoras estacionadas en Atocha rumbo a desconocidos parajes, pero mi padre tenía una fijación casi enfermiza por la lectura devorando en su escaso tiempo libre cuantas publicaciones caían en sus manos y esperando con los años, ver su apellido impreso a pie de página.


Lo cierto era que mucho tiempo para leer no tenía.Todos los días se levantaba a las seis de la mañana, se preparaba un bocadillo de mortadela y salía zumbando hacia las cocheras de la compañía de tranvías donde trabajaba como cobrador hasta las cinco de la tarde.
A las cinco y media, merced a un enchufe proporcionado por un jerifalte de Falange ya estaba en Cibeles echando unas horas en Correos clasificando correspondencia en la sección de cartería hasta las diez de la noche, que era cuando enfilaba a toda pastilla el Paseo del Prado hasta llegar a casa echando los bofes.

Cuando mi padre entraba por la puerta procuraba no hacer ruido para no despertarme, pero yo casi siempre le esperaba levantado para compartir con él la cena que ya estaba fría y que nos había preparado la señora Remedios, nuestra vecina del Primero A.

-A este chico le hace falta una madre, Pepe. ¡Ay Señor, Señor, qué pena de vida! ...
-Mi hijo sabe cuidarse solo, Reme. Lo lleva en la sangre.

La señora Remedios hacía honor a su nombre. Era como nuestra ama de llaves o hada madrina y siempre estaba pendiente de mi padre y de mí, remediando en lo posible las carencias que se producen en una familia cuando falta uno de sus miembros.

-Algún día yo faltaré y entonces no sé lo que será de ti, cariño mío – sollozaba la tía Reme, que así la llamé siempre ya que por algo me había acunado desde mi
primer mes de vida
-¡Ay Señor, Señor, qué penita de niño!

La comida del mediodía la hacía en casa de la Reme y mientras ella me servía la sopa del cocido, los garbanzos y el repollo, desde la ventana del comedor podía observar el ir y venir de las gentes cargadas con bultos y maletas de madera, entrando o saliendo apresuradamente de la estación de Atocha en busca de Dios sabe qué solución o destino.

A la menor ocasión me escapaba a sentarme en los bancos de la estación para ver llegar los trenes y escudriñar las ennegrecidas caras de los maquinistas y fogoneros cubiertos de hollín, que llegaban desde lejanas tierras cargados con víveres destinados al estraperlo y rodeados por las fumarolas que despedían las ululantes locomotoras de RENFE.

También me complacía escrutar los rostros de los viajeros que descendían de los vagones de madera que iban en cabeza del convoy, o sea los de tercera clase que eran los que tragaban más humo y donde más hacinada se encontraba la gente que una vez en el andén, parecía haber surgido desde el fondo de una mina de carbón.

Los viajeros descendían del tren entre sorprendidos y asustados, ajustándose la boina con una mano y con la otra atenazando firmemente la maleta de cartón donde guardaban sus escasas pertenencias y algo de pan duro para matar el hambre.

Entonces yo no lo sabía, pero se trataba de las primeras avanzadillas de un ejército compuesto en su mayor parte de ex labriegos, de oprimidos, de gentes sin tierra y también de un contingente de hombres, mujeres y niños recién derrotados por una guerra fraticida que había convertido España en un inmenso campo de concentración. Y para algunos de los viajeros que llegaban a Madrid, Atocha era la estación término, el punto final o de inicio, según se mire.

De Madrid al cielo, reza la frase, pero Madrid era entonces el gran rompeolas de las Españas y de los españoles qué, o se estrellaban contra su suelo o se elevaban hacia las estrellas. Sin embargo la mayoría de los viajeros que descendían de los vagones de tercera clase ignoraban que Madrid es un ser vivo que palpita  bajo los adoquines y las vías muertas de los tranvías, hoy cubiertas por el asfalto.

Y un ser vivo cobra peaje, precisa nutrirse aunque sea de despojos de guerra y despojos humanos eran los que descendían de los trenes que arribaban a la estación de Atocha en busca de un paliativo que pudiera conducirles hacia una vida más digna.

Alguno de ellos, los menos, iniciarían con los años un ascenso que les llevaría a conseguir un empleo de funcionario y un piso de alquiler en cualquier calle del Madrid viejo. Los más, peregrinarían de pensión en pensión o habitación con derecho a cocina y en busca de una obra para ofrecerse como peones de albañil.
Quizá con el paso del tiempo los unos y los otros podrían comer caliente cada día, llevar a sus hijos a un colegio del Estado y con más tiempo y una pizca de suerte dar la entrada para un piso, pero en el ínterin Madrid les había pasado factura.
Los más viejos murieron lejos de la tierra que les vio nacer sin haber tenido tiempo de volver a percibir la fragancia de la mies recién segada, ni podar la parra que dejaron abandonada a su suerte allá en La Mancha.

A muchos de los recién llegados que hacían caso omiso a las ordenanzas de la Inspección de Abastos, se les veía llegar cargados con cestas de mimbre repletas de los más variados frutos del corral y de la huerta. Huevos, patatas y las últimas frutas y verduras recién arrancadas en revoltijo con escandalosos pollos y gallinas que daban el cante avisando a los inspectores de Abastos que había llegado la última hornada de gañanes desertores del arado.

-¡Alto ahí! ¿Dónde vas con esos pollos?
-Son para mi familia que vive aquí, en Madrid – musitaba el aludido, boina en mano y con los ojos clavados en el pavimento sin atreverse a levantar la vista. -¿Y los huevos? ¿Y los chorizos? ¿Y el jamón? ....
-También, señor guardia.

-¡Menos hostias palurdo, que yo no soy guardia!
¡Soy inspector de Abastos! ¿Te enteras, gañán? Por ese saco lleno de pan blanco que llevas al hombro, veo que mucho debe de comer tu gente.

-Sí, señor inspector. Somos muchos a la mesa.

-Pues ya estás soltando la mercancía y date el piro antes que me arrepienta – resoplaba el de Abastos con aire paternalista – Y da gracias que no te enchirone por estraperlista. Largo de aquí, capullo.

Al inspector de Abastos de guardia en el andén le faltaba tiempo para poner a buen recaudo la requisa efectuada al pueblerino, mientras calculaba mentalmente cuántos duros podría sacarse por el lote en el Rastro o en el mercado de Legazpi.
Párrafo aparte merecían los pasajeros y vagones de cola destinados a los viajeros de segunda y primera clase. Vagones metálicos, coches-cama y vagón-restaurante de compartimentos acolchados donde el viaje era una delicia y no como el que sufrían los de tercera, apretujados en asientos de madera, comiendo con la fiambrera sobre las rodillas y pringándose de aceite cuando abrían una lata de sardinas.

Los viajeros que descendían de los vagones de primera clase o incluso algunos que viajaban en segunda, cuando desfilaban hacia la salida miraban con suficiencia por encima del hombro a los inspectores de Abastos, que ni se atrevían a darles el alto e inspeccionar el contenido de aquellas lujosas maletas de piel que cargaban los mozos de estación hasta la parada de taxis, previo pago de una peseta por bulto.

Los de primera clase eran intocables. En invierno las mujeres se cubrían con abrigos de piel y ellos con traje de calle cruzado y sombrero a juego, llevando casi siempre un cigarro habano en la boca y oliendo a Varón Dandy. Y además a todos ellos se les suponía altos cargos políticos o adictos al Movimiento.

Se les veía lustrosos y bien cebados, nada que ver con la marea humana que intentaba por todos los medios escabullirse hacía la salida sin pasar por la criba de los de Abastos, que alargaban el cuello como las jirafas para distinguir en la distancia cuál de aquellos gañanes con traje de pana iba a ser su próxima víctima.
-Pues el otro día a uno de esos cabrones de Abastos lo jodieron bien jodido – se cachondeó el Higinio mientras le servía a mi padre un vermú de propina y a mí una ración de patatas fritas
– A estas horas estará sacándose los piojos en Carabanchel. Que se joda, el muy cabrón.
-¿Y eso?
-¿A quién se le ocurre parar a un pasajero de primera clase y hacerle abrir la maleta en el andén delante de toda la gente? El muy imbécil se fue a topar con un gachó que pertenecía a la Guardia de Franco y le metió un puro, que no veas.
-¿Y el facha no se identificó previamente?

-¡Quia! El tío estaba sonriendo, más tieso que un palo.

-Coño, eso si que es raro. Esa gente tira rápidamente de documentación para acojonarle a uno.

-Pues ese no lo hizo. Se esperó cruzado de brazos a que el gilipollas de Abastos le revolviera la maleta y sacara todo su contenido.

-Ahí viene lo bueno. Cajetillas de tabaco, whisky americano, cajas de condones, pelucas de mujer y montones de ropa interior y ligueros de esos que usan las gachís en las casas de putas de altos vuelos.
El tío, según me dijo el asistente del coche-cama, venía de Tánger y durante el trayecto desde Alicante había pillado una cogorza de esas de no te menees y tenía a todos los pasajeros del vagón que no les cabía una paja por el culo.
El menda se disfrazó de mujer y le dio por entrar en todos los departamentos con una pistola en la liga, enseñando cacha y cantando coplas de la Piquer a voz en grito. Cuando llegó a la estación todavía le duraba la moña, por eso se reía como un cretino. Pinta de marica sí tenía; ya sabes, de esos a quien les gusta exhibirse en público.

Cuando Higinio y mi padre hablaban de putas y maricones yo optaba por mirar hacia el exterior de la estación, despistando, como si hubiera oído algo misterioso para mis sentidos a pesar que las busconas de medio pelo sentaban sus reales muy cerca de casa y entonces ya intuía el significado de sus labores.

Prefería salir de la cantina y alimentar a las palomas y a los gorriones que se lanzaban en picado sobre las migas de pan. En aquellos tiempos hasta los pájaros se daban de hostias para llenarse el buche.

Han pasado los años y hoy observo desde mi ventana las nuevas generaciones de gorriones, gordos, saltarines y de brillante plumaje en animados coloquios de gorgojeo revoloteando entre las plantas, sacudiéndose las plumas y afilándose repetidamente el pico en los alambres de la verja."

Tellagorri


De puta a legisladora pasando por emperatriz

Manteniendo la ligazón con la época y la personalidad de la Papisa Juana VI, es fascinante asomarse a la vida de otra mujer singular : Teodora de Acacio. Existen numerosos libros al respecto y esta vez voy a exponerlo con la ayuda e información del Blog "Retratos de la Historia".

No existe "culebrón", por muy exagerado que sea, que pueda competir con el alucinante destino de esta señora.
Ya es mucho que empezara siendo prostituta y terminase emperatriz, pero es que, además, fue la mejor como prostituta y una de las grandes gobernantes de toda la Historia como emperatriz.

En alguna parte de la costa asiática de Turquía o de las islas cercanas nació, en el siglo VI d.C., Teodora, hija de Acacio. Como miles de hombres y mujeres en permanente lucha contra la miseria y el hambre, ella, sus padres y sus dos hermanas, dejaron la aldea natal y marcharon hacia la capital del Imperio Bizantino, Constantinopla.
El centro vital de la capital era el Hipódromo, donde combatían gladiadores, competían cuádrigas y se exhibían animales exóticos, y a él acudió en busca de trabajo el humilde Acacio. Lo consiguió como ayudante del cuidador de osos de los Verdes, una de las dos facciones (la otra eran los Azules), en las que se dividían los aficionados al circo.
El padre de Teodora era un excelente trabajador, que realizaba su tarea a total satisfacción de sus jefes y de los osos, por lo que pronto fue ascendido a cuidador titular, gracias a lo cual la familia empezó a salir de su miserable situación.
Desgraciadamente, las alegrías de los pobres suelen durar poco. Acacio murió y su viuda, nuevamente casada, no consiguió que se otorgara a su segundo marido el puesto del primero, a pesar de que así lo exigía la costumbre y la tradición.

Ante la certeza de volver a caer en su antigua y penosa situación, la madre reunió a sus tres hijas, adornó sus cabezas con guirnaldas y flores en las manos para que se las identificara como "suplicantes", irrumpió con ellas en la pista central del Hipódromo, entre dos carreras, y contó sus desgracias, pidiendo a gritos ayuda a los jefes de los Verdes, facción para la que trabajó su difunto y primer marido Acacio.
Curiosamente, no la obtuvo de aquellos pero sí de los Azules (que la ayudaron para poner en ridículo a sus rivales), convirtiéndose el padrastro de Teodora en cuidador de osos de la facción que representaba los intereses del emperador, de la nobleza y el clero.
Junto con sus hermanas, la niña Teodora deambulaba por los siniestros subterráneos del Hipódromo, conociendo y sufriendo desde su primera infancia las más bajas pasiones humanas.
Para que las niñas muy pobres pudieran mejorar su situación, no había más caminos que el teatro o la prostitución; actividades que, sea dicho de paso, en la Constantinopla de aquella época, estaban íntimamente ligadas.

Cuando la mayor de las tres, Comito, llegó a la pubertad, su madre la introdujo en el teatro. Junto a ella, el público se acostumbró a ver a una niña de unos diez años que arrastraba el taburete en el que se sentaba la artista durante sus representaciones. Era Teodora, que de tan humilde manera empezaba a acostumbrarse a pisar los escenarios.
Pronto, ella misma empezó a actuar, sin haber alcanzado aún la pubertad. No tocaba la flauta ni el arpa, tenía una figura esmirriada y decía mal sus textos, pero... enseguida gustó.
¿Por qué? sencillamente porque Teodora tenía el don de excitar a los hombres.

Contaba chistes obscenos, se contorsionaba lúbricamente y, lo más importante, se presentaba en el escenario cubierta tan solo con un taparrabos.

Inteligente y ambiciosa, llegaba siempre un poco más lejos en sus representaciones para gustar más excitando mejor.
Un buen día, montó un número que la propulsó hacia las puertas de la fama.
Apareció en el escenario con su habitual escasez de ropa y, sin saludo ni palabra alguna, se dejó caer sobre el piso de piedra, con las piernas entreabiertas y la mirada perdida en el cielo que servía de techo al improvisado teatro en el que actuaba. Los espectadores contenían la respiración en espera de lo que iba a suceder..., y lo que sucedió estuvo lejos de defraudarlos.
Entraron varios esclavos portando pequeños sacos llenos de granos de cebada y esparcieron su contenido sobre el cuerpo yacente; especialmente sobre senos, muslos y sexo. Y ante la sorpresa del público enmudecido, empujados por los esclavos, irrumpieron seis a siete gansos que, como se puede imaginar, se lanzaron con furioso entusiasmo a devorar los granos.
Con gestos y contracciones, Teodora supo transmitir muy bien las supuestas sensaciones que el picoteo le producía y, pronto salido de su mudez, el auditorio estalló en rugidos.
A partir de ese día, Teodora fue invitada de honor en las fiestas llamadas "comunitarias", que organizaban los jóvenes nobles y los ricos.

Realizando tales proezas artísticas y gimnásticas, no puede extrañar que, con apenas 16 años, Teodora fuera la prostituta mejor pagada y celebrada de Constantinopla.
De sus ingresos tenía que entregar una generosa cantidad al maestro de danzas de los Azules ( una especie de impuesto de protección, pero muy legal). Cuando alcanzó el éxito y, con él, le llegó el dinero, la muchacha buscó independizarse. Convenció a su íntima amiga Antonina y, en compañía de otras dos chicas, abrió su propia "casa" que pronto fue una de las más acreditadas de la capital. El mejor burdel del Imperio, hablando claro.

Sin embargo, y sin que se entienda el motivo, cuando estaba ganando mucho dinero y afianzando su nombre, se dejó convencer por el recién nombrado gobernador de la africana provincia de Pentápolis y se fue con él a tan remoto lugar en calidad de "amante oficial".
La experiencia se tradujo en un rotundo fracaso y, fruto de ésta, trajo al mundo una niña que acabaría por dejar en Pentápolis, y un larguísimo camino de vuelta a Constantinopla. A pesar de ello, fue en ese camino donde se produjo la inflexión de su vida.
Dando tumbos de lecho en lecho, llegó a Alejandría y allí conoció al hombre que, junto a Justiniano, más influiría en ella.
No era, como cabría suponer, un rico libidinoso, sino un hombre de iglesia llamado Severo, ex-patriarca de Antioquía, que Roma separó de su alto cargo por defender la herejía monofisita (que sostenía la existencia de una sola naturaleza, la divina, en Cristo).
Recuérdese que durante los más de 1.000 años que duró el Imperio Bizantino, la principal preocupación de sus habitantes no fue el peligro turco o los placeres del lecho ni el Hipódromo, sino las discusiones teológicas en general y las referidas a las naturalezas de Cristo en particular.
Severo era hombre de gran sabiduría, primera autoridad en la Patrística y experto en las Sagradas Escrituras. De hecho, sus escritos aún perduran.

Hasta ese santo y eminente personaje llegó Teodora con toda su carga biográfica, y fue escuchada por él no una, sino muchas veces. Por primera vez la "ramera" podía hablar con un hombre que no deseaba su cuerpo, y aprovechó la oportunidad. En él volcó todos sus pecados y humillaciones y sufrimientos, pero también sus ideales, sus ambiciones y sus sueños.

Cuando Teodora dejó Alejandría para continuar su viaje a Constantinopla, se llevaba con ella la semilla del monofisismo, que arraigaría para siempre en su espíritu.

Su amiga y socia Antonina había logrado enamorar al joven y victorioso general Belisario, íntimo amigo del sobrino del nuevo emperador, Justino.
Este sobrino, a quien el emperador había rebautizado Justiniano, era hombre de cultura y ambición suficientes para desear ocupar el trono cuando su tío, ya sexagenario, muriera.
Desde su regreso, Teodora convivía con sus antiguas amigas en el burdel que también había sido de ella, pero no participaba en fiestas ni aceptaba la compañía de hombres. Para sorpresa de toda la ciudad, pasaba los días hilando en una rueca.
Aceptó, sin embargo, la invitación de Antonina para conocer a Justiniano (heredero del Emperador), llevado al burdel por su amigo Belisario. Y ocurrió lo imprevisible.

Justiniano, hombre de mil amantes, religioso hasta el fanatismo y amigo de todos los placeres, compendio fiel del bizantino de su época, se enamoró de la prostituta a la que decenas y decenas de hombres habían poseído.

Justiniano pronto hizo su amante a Teodora y, tras unas semanas de breves encuentros, la instaló en su lujosa residencia. Para regocijo de todos los que tan íntimamente la habían "conocido", no pasó mucho tiempo, sin que la antigua prostituta fuera elevada a la alta dignidad de patricia. Eso suponía, claro está, que Teodora podía por fín ocupar el palco reservado a las mujeres nobles en el Hipódromo. Atrás quedaban los tiempos de los subterráneos fétidos, los manoseos de su cuerpo y la humillación del día en que fue "suplicante".
Pero quería ser la esposa de Justiniano, cosa imposible puesto que la ley, en este punto, era tajante: prostitutas y artistas del teatro no podían casarse con nobles, y además Justiniano estaba casado con Eufemia.

No hubo boda, pero por poco tiempo: Eufemia falleció al poco y por causas naturales, dejando el camino libre y sin obstáculos.
Tres años más tarde, el emperador decide compartir la pesada carga del gobierno con Justiniano, asociándole al trono y coronándole emperador. Teodora ya está al pie del trono.
Cuatro meses más tarde, fallece Justino y Justiniano asume todas las atribuciones de "Basileus" a sus 45 años; Teodora, convertida por fin en emperatriz consorte, tiene entonces 27 primaveras.
Pero la historia no acaba ahí, aunque parezca que con su ascenso en el exclusivista olimpo de las testas coronadas, se cumpla su increíble destino.
Teodora quería llegar al trono, pero no para usufructuarlo, sino para "gobernar".

Cierto que se excedió en sus venganzas y, junto a su marido, expolió al pueblo con impuestos para financiar las faraónicas obras que los dos concibieron y realizaron; entre ellas, el templo de Santa Sofía, el más bello de la cristiandad. Pero cierto también que las leyes que propició son motivo de admiración aún hoy.

En el "Corpus Juris Civilis", magna compilación legal de Justiniano, está la mano, el cerebro y el corazón de Teodora; en especial en el apartado de "la familia y la propiedad privada".
Por su directa intervención, los juristas que conformaron el "Corpus" derogaron la inicua ley que impedía la unión entre artistas y prostitutas con los hombres, fuesen o no nobles, que libremente desearan desposarlas.
Logró también que se incluyera la persecución del proxenetismo (antes protegido por la ley) y la declaración de que la prostitución es "un agravio a la dignidad de las mujeres".
En contra de lo que todas las legislaciones establecían, Teodora logra dar fuerza legal al principio de que los hijos tienen los mismos derechos, incluso ante la herencia, hayan nacido legítimos o ilegítimos.

Hay que tener en cuenta que esta igualdad se ha logrado en la mayoría de los países durante el siglo XX, y que Teodora la postuló y llevó a cabo hace nada menos que 1.500 años!
Más allá de las leyes, realizó una persistente y eficaz campaña para erradicar la prostitución.
En cuanto a las que elegían casarse, la emperatriz se encargaba personalmente de concederles una generosa dote.
Por aquellos tiempos, los hombres apaleaban, engañaban, repudiaban a sus mujeres: hacían cuanto se les antojaba con ellas. Con Teodora, éstas pudieron tomarse un desquite.
Fémina que llegara hasta palacio para presentar una queja contra marido, padre o hermano podía tener la seguridad de que sería escuchada y de que el agravio del cual era víctima, no quedaría impune.
Evidentemente, las mujeres bizantinas, fuertes de esa protección imperial, se vengaron y engañaron a sus maridos descaradamente, a sabiendas de que si éstos se propasasen con ellas, darían con sus huesos en la cárcel.

Y, ya ven vuesas mercedes, aquí comienza el terrible azote actual del dominio de las feminazis.

Pero los impuestos y los excesos cometidos por más de un alto funcionario imperial, llevaron al pueblo a la insurrección. En el año 532, y al grito de "Nika!" (Victoria), las turbas se hicieron con el control de Constantinopla, matando y quemando a discreción. Todo parecía perdido para el emperador; tenía un puñado de soldados fieles pero sus enemigos eran decenas de miles.
Con el palacio imperial quemado en parte por la chusma, se celebró una tensa reunión entre Justiniano, los jefes militares fieles y los ministros. La mayoría opinaba que el monarca debía abandonar la capital y refugiarse en la costa asiática y, desde allí, intentar la resistencia. A punto de ceder, intervino inopinadamente Teodora, irrumpiendo en la sala y yendo contra la costumbre de que la emperatriz interrumpiera una sesión del consejo y, mucho más, que hablase. Pero Teodora no se paró en formalismos. Con voz clara y firme, mirando cara a cara a Justiniano, dijo:

-"Sobre si está bien visto o no que una mujer se presente ante hombres o se atreva a mostrarse cuando otros vacilan, no creo que sea éste el momento más apropiado, ante la presente crisis, para discutir un punto de vista u otro. Pero cuando una causa corre el máximo peligro hay un solo y verdadero camino a seguir: aprovechar lo máximo posible la situación actual. Creo que en estos momentos la huída es inapropiada, incluso si lleva consigo la salvación. Una vez que un hombre ha nacido a la luz es inevitable que tendrá que enfrentarse con la muerte, pero un emperador no puede soportar el verse convertido en fugitivo. Emperador, si quieres huir en busca de la salvación, te resultará fácil; tenemos dinero en abundancia, a la vista está el mar, aquí están los barcos. Sin embargo, en lo que a mi respecta, aún creo en el viejo proverbio de que la realeza es una excelente mortaja."

Humillados por una mujer, los ministros derrotistas enmudecieron y habló el valiente general Belisario, obteniendo la inmediata aprobación del atónito Justiniano para su plan represivo.
Según algunos historiadores, más de 20.000 murieron en esa jornada, pero la sublevación fue totalmente vencida y salvado el trono bizantino. Y todo gracias, no al insigne Justiniano, sino a Teodora, la antigua "ramera", que vivió, reinó y gobernó, junto con su marido, durante 16 años más.

Finalmente, en el año 548, un cáncer de mama acabó con su vida, no sin antes haber casado a su sobrina predilecta, Sofía, con el sobrino favorito de Justiniano, Justino. A la muerte del "Basileus", la pareja heredaría el trono.

Cuando fue prostituta, fue la mejor; cuando emperatriz, superó al gran Justiniano.
¿Hay quien la iguale?

Tellagorri


28 junio 2010

Johannes Anglicus : Duos non habet

"Duos habet et bene pendentes (Tiene dos y cuelgan bien)", proclama el diácono, tras examinar concienzudamente los testículos del recién elegido Papa.

-¡Deo gratias!, responden todos los presentes a coro.

Sólo entonces, el Papa podía levantarse de la sella stercoraria, una silla de mármol rojo con el asiento agujereado, a través del cual el diácono hacía la comprobación ritual de su virilidad. Sólo entonces, el Papa electo podía ser proclamado sucesor de Pedro.
La ceremonia perduró hasta los tiempos del Papa León X (1513-21). El Vaticano no quería volver a exponerse a la vergüenza de una Papisa. Con una, con la Papisa Juana, había sido suficiente.

Una mujer capaz de engañar al mayor aparato de poder de la época y usurpar el papado católico escondiendo su identidad sexual, cuya historia resume así el dominico Jean de Mailly en su Chronica Universalis Mettensis: "Se trata de cierto Papa o, mejor dicho, Papisa, que no figura en la lista de los Papas u obispos de Roma, porque era una mujer que se disfrazó como un hombre y se convirtió, por su carácter y sus talentos, en secretario de la Curia, después en cardenal y, finalmente en Papa. Un día, mientras montaba a caballo, dio a luz un niño. Inmediatamente, por la justicia de Roma, fue encadenada por el pie a la cola de un caballo, arrastrada y lapidada por el pueblo durante media legua".

Había nacido en el año 822 en Ingelheim am Rhein, cerca de Maguncia. Su padre, Gebert, era monje itinerante y crió a su hija en un ambiente de estudio y fervor religioso. A los 15 años se enamora de un monje y, para poder seguirlo, decide disfrazarse de chico.
Descubrió que la única manera de continuar unos estudios sólidos era la carrera eclesiástica, por aquel entonces vetada a las mujeres.
Ella maldecía su suerte de ser mujer mientras se retorcía el cerebro pensando en la manera de continuar con su aprendizaje. Así, Juana decidió convertirse en Johannes Anglicus.
Entró, bajo su nuevo nombre, como copista en la iglesia. Con su nueva personalidad, Juana viajó de monasterio en monasterio, donde pudo relacionarse con grandes personajes de la época.

Viaja a Constantinopla, donde conoce a la emperatriz Teodora, Atenas y Tierra Santa.

Abandonada por su amante y despechada, Juana pone rumbo a Roma. Con una idea diabólica en su mente: alcanzar el trono pontificio. Llega en el 848 y no tarda en introducirse en los círculos pontificios. Un día la presentan al Papa León IV, que queda prendado de su cultura, erudición y aparente virtud.

Juan/Juana fue escalando los peldaños de la Curia vaticana hasta conseguir la púrpura cardenalicia y convertirse en un referente de la corte papal. De hecho, en julio del 855, a la muerte del Papa León IV, Juana fue elegida para sucederle, bajo el nombre de Joannes Septimus.

La usurpación se había consumado. La Papisa echaba por tierra la teoría teológica de la sucesión apostólica, encarnada desde Pedro siempre por varones.

Pero, como reza una lápida que se conservaba en el lugar en que murió, Petre, Pater Patrum, Papisse Prodito Partum (Pedro, padre de padres, propició el parto de la papisa). El parto la delata, es lapidada y borrada de la Historia. Lo dice también el domínico medieval Jean de Mailly.
A su sucesor, Benedicto III se le puso como fecha de elección el año 855 y, así, se borra de un plumazo la existencia de Juana en el papado. Pero su historia perduró viva durante siglos y fue dada por cierta por la propia Iglesia hasta el siglo XVI. Los luteranos veían en ella a la prostituta de Babilonia, descrita en el Apocalipsis.
Hasta se sabe que su amante era el embajador Lamberto de Sajonia. En uno de esos encuentros pasionales, Juana quedaría embarazada.

Para la iglesia católica se trata simplemente de una leyenda medieval, creada por la iglesia de Oriente para desacreditar a Roma. En 1601, el Papa Clemente VIII tuvo que declarar falsa la leyenda. La mayoría de los historiadores le dan crédito y la consideran uno de los secretos mejor guardados de la Historia.

Tellagorri

POST SCRIPTUM
Será, según los vaticanistas, una leyenda, pero al bloguero no convence de que lo sea porque no tiene sentido que den por válido el hecho del "tocamiento de bolas" a todo nuevo Pontifice ni de la existencia de la "sella stercoraria" hasta 1513. Silla muy bien descrita hasta en sus materiales y en su denominación. Si los "historiadores" del Vaticano dan por bueno lo segundo es porque se habia producido el primer fundamento : que se les coló una fémina, del que dicen que es una leyenda. Además existe, en museos, abundante iconografía de la época al respecto.
Creo que algunos blogueros, como Charneguet y Dams, podrían tener sus interpretaciones y aportaciones.

27 junio 2010

Tontos también los hay en la Guardia Civil

Cuenta Juan Bosco Martín, en La Gaceta, que :El secretario general de la Asociación Unificada de Guardias Civiles de Málaga, Antonio Gaspar, ha pedido a la Junta de Andalucía retirar el lema "Todo por la Patria", que preside la entrada de los cuarteles de la benemérita, argumentando que recuerda al franquismo.

Suponemos que, de admitir la Junta de Andalucía dicha solicitud, el siguiente paso será ordenar la detención del rey Juan Carlos, por ser, mal que le pese al señor Gaspar y a la plana mayor del partido socialista, el sucesor directo de Franco.

¿Exigirá también que se dinamiten los pantanos construidos durante el anterior régimen?
¿Procederá a la liquidación de la seguridad social, la prohibición de la ONCE, al corte de emisiones de Televisión Española, fundada en 1959?

El absurdo ha llegado a tales extremos en nuestra dedocracia que una expresión de fidelidad a la Patria se identifica con un régimen político y no con la Nación.

¿Acaso fueron fascistas los patriotas de 1808 que, animados por ese mismo grito "todo por la Patria", lucharon contra los franceses?

Hágaselo mirar, señor Antonio Gaspar y... por dignidad, deje de representar a la Guardia Civil. Qué epidemia de tontunada irreversible ha llegado a España desde que los progres inventaran la rueda de la bicicleta.

NOTA: Observen la imagen de abajo y comprobarán que el uniforme es tipicamente un diseño de Carmen Polo de Franco, de cuando se dedicaba a la costura.
Tellagorri


26 junio 2010

Los empleados públicos, de coartada

Los empleados públicos no son una casta exclusiva y chic de nuestra sociedad. Ni una corte de glamurosos que paladean las mieles del privilegio. Más bien, en su inmensa mayoría son trabajadores que desarrollan funciones básicas en la articulación de nuestra sociedad, además de soportar la inquina de quienes los denigran y de ser una frontera entre quienes se relamen viajando en jets privados a costa de todos nosotros y los ciudadanos que precisan de una atención del Estado acorde con parámetros de igualdad, justicia y eficacia.

Así que su contribución para frenar las consecuencias provocadas por los que corroen nuestras estructuras económicas resulta decisiva para que no se paralice la sociedad. La derecha se rasga las vestiduras con la congelación de las pensiones pero no dice nada de los funcionarios. En fin, para que más.

Sin sindicatos, con partidos políticos fuertes, con estructura del Estado fuerte, el espíritu liberal se impondría en todos sus aspectos, como en Francia y en Usa, pero aquí no se da nada de eso.

Si a eso añadimos el curioso proceso de deconstrucción de nuestro sistema judicial en virtud de los intereses que maneja con soltura de galgo el Carabobo Nacional, tendremos un mapa de la crisis más que preciso.

Hablamos de sector público y hablamos de servicios sociales, agentes de las fuerzas de seguridad, funcionarios de prisiones, celadores y enfermería, profesionales de la educación, auxiliares administrativos, en fin, colectivos profesionales sobre los que recae la responsabilidad del sostenimiento y la aplicación de la formación, la higiene y limpieza, la salud y la seguridad de la gente.

Pero la demagogia es imparable e impagable y por eso es sencillo definir al empleado público como una lacra de la burocracia administrativa: detrás de estas soflamas se ocultan los viejos intereses de engañar al gentío echando la culpa de todos sus incompetencias a otros. Lo habitual es que las desastrosas decisiones de los políticos las paguen o se las atribuyan a los funcionarios.

En casi todos los países de Europa, incluída España, si no hubiera Gobierno durante una larga temporada por causa de una crisis política, el país seguiría funcionando de forma normal gracias a la actuación rutinaria de los funcionarios.

Ningún liberal que se precie debería disimular la repugnancia que el franquismo como tiranía nacionalsindicalista le debe producir, y el socialismo como más de lo mismo. Ambos son idénticos.
Si se es liberal, claro. Porque lo que sobra en ambos partidos, peperos y sociatas, es mentalidad franquista disimulada.

Tellagorri


25 junio 2010

Stanley McChrystal y otros cuatro estrellas

Han destituído a un jefazo milico Usa llamado Stanley McChrystal por criticar al President. Como debe de ser ( ser destituído). Lástima que en la Hispania Peninsular Austro-Húngara y de las Jons no se rebelen unos cuantos teniendo como tienen más razones que el peso de todos los carros de combate "castellanos" ( ya se sabe que los catalufos y los "baskos" no participan en esa institución represiva).

Siempre han existido soldados de todo rango que han discutido, cuestionado o desobedecido órdenes. Aunque lo normal es acatarlas en función de un sentido de la disciplina.Franquito se cargó a varios que le discutían, incluído el Teniente General Bautista que apareció con un tiro en la cabeza en un hotel de Barcelona.

En el caso de Estados Unidos, las declaraciones del general Stanley McChrystal se inscriben en una larga serie de comportamientos de militares de la máxima graduación reacios a obedecer las órdenes del mando. Del militar o del civil. La desobediencia admite muchos matices. En sus extremos, va desde la simple protesta hasta la franca insubordinación.

Entre la historia y la leyenda, recordemos a Georges Armstrong Custer, paradigma del militar excéntrico, pagado de sí mismo, indisciplinado y temerario.

Los pecados de George Patton eran de impaciencia, imprudencia y exceso de seguridad en sí mismo. No siempre cumplió estrictamente las órdenes. Y, cuando, tras la conquista de Pilsen y gran parte de Bohemia, celebraba el éxito con los oficiales rusos, sus aliados, se descolgó con un incendiario, y prematuro discurso anticomunista que lo envió a otro destino más discreto.

Patton era una especie de cowboy acorazado e impulsivo, armado con sus colts de cachas de nácar, que inauguró en cierto modo, anticipándola, la Guerra Fría. Murió al estrellarse el avión que lo llevaba a casa, lo que hizo suponer que se lo cargaron.

Ningún general tan representativo de ella, tan beligerante y descontento con el timorato poder político como Curtis LeMay. Apodado Culo de Hierro, héroe y cerebro de los bombardeos contra Alemania y, más tarde, contra Japón, prototipo del halcón, fue, desde su jefatura del Mando Aéreo Estratégico, un permanente dolor de cabeza para el Estado Mayor Conjunto y las presidencias de Eisenhower y Kennedy. Para Le May el primero era un irresoluto por sus concesiones a la URSS, el segundo, un cobarde por su negativa a arrasar Cuba. No se atrevieron a destituirlo.

Douglas MacArthur, general de cinco estrellas, fue el genio desafiante y ególatra que no reconocía autoridad militar, moral o intelectual superior a la suya. Ya durante las campañas del Pacífico, los desplantes al presidente Truman, a quien detestaba, su desdén hacia la Junta de Jefes del Estado Mayor y, en definitiva, su desprecio hacia los planes y las decisiones ajenos, habían desembocado en numerosos conflictos.
Su inmensa popularidad y el apoyo de los medios de comunicación, para los que, como McChrystal, reservaba sus mensajes a la Presidencia, le procuraban un blindaje indestructible al tiempo que hacían crecer su osadía y su sentido de la impunidad. Su forma de conducir la guerra de Corea no hizo más que acrecentar tales desencuentros y colisiones, resueltos a menudo en impotentes cóleras presidenciales.
Cuando sus quejas y pretensiones desembocaron en su propósito de arrojar la bomba atómica sobre China, a Truman no le quedó más remedio, en abril de 1951, que destituirlo con todas sus consecuencias.

El general de cuatro estrellas Wesley Clark, desde su puesto de comandante en jefe de la OTAN, criticó la política de Bill Clinton. Como ha sido tradicional en las relaciones entre los militares y los burócratas de Washington, se encontró con la resistencia presidencial a endurecer el conflicto de Kosovo y proveer de más medios a las tropas. Sus tensas relaciones con el general Michael Jackson, jefe de las fuerzas británicas en la zona, y su pretensión de frenar entre ambos las exigencias soviéticas respecto a la ocupación del aeropuerto, hicieron exclamar a éste: "No empezaré por usted la Tercera Guerra Mundial". Resuelto el conflicto de Kosovo, Clark fue destituido.

Stanley McChrystal si pasa a la historia por alguna cosa en Afganistán será por su esfuerzo por intentar reducir el número de víctimas civiles en la guerra. Al menos las causadas por las tropas internacionales. Se puso esa prioridad desde que pisó suelo afgano en junio del año pasado, y lo ha conseguido. Así lo avala el último informe sobre Afganistán del secretario general de la ONU, e incluso lo ha reconocido públicamente el propio presidente afgano, Hamid Karzai.

Pero.....,Para reducir el número de víctimas civiles, ordenó que se limitara el apoyo aéreo en las operaciones de las tropas internacionales. A cambio, eso aumentó las víctimas militares. Si los soldados no podían bombardear, tenían que batallar sobre el terreno. Es el general que más ataúdes de militares estadounidenses ha facturado a casa.

Bueno, son unos poquitos y siempre jugando el partido lejos de su país. Porque en los siglos XIX y XX en esta Hispania cada lustro se rebelaba un espadón y daba su golpe de Estado. Siempre en casa y contra los propios. No olvidarse de los generalazos O´Donell, Prim, Riego, Martinez Campos, Pavia, Espartero, Cabrera, Domingo Dulce, Serrano, J. Topete, Narvaez, Primo de Rivera, Sanjurjo, Mola, Franquito, Queipo de Llano, Armada, Milans del Bosch, etc. etc.

Los gringos citados, al menos, aspiraban a ser émulos de Cayo Julio Cesar o de Escipión Emiliano, pero los locales sólo querían ser como los alcaldes de sus pueblos respectivos.

Tellagorri


24 junio 2010

La pasta y Peter el del principio

Algunos diputados y banqueros han alertado a los poderes públicos de que se están evaporando millones de euros. Los pobres chinos se abren con el dinero que lograron con los todo a cien y cuando los pillan en la aduana llevan ya preparado el dinero para la multa.
Los gobernadores de los bancos que tienen pensiones de vértigo insisten en que es urgente la reforma del sistema de pensiones.
¿Para qué quieren evadir sus euros si resulta que si aquí no valen tampoco valdrán en parte alguna, y en qué les afecta a los banqueros el sistema público de Pensiones?

Un arzobispo de París quiso introducir una banca espiritual intentando que fuese negada la extrema unción a quien no entregara un billete de confesión firmado por un sacerdote. Rehusaron al viático nueve de cada 10 moribundos.

Cuando la estupidez de una persona se combina con la ajena, el impacto crece de forma geométrica. Hay en las Administraciones un efecto multiplicador de la estupidez sumamente peligroso.

Por eso Peter dice : "En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”. De esta manera los ascensos se producen de un nivel de competencia a un nivel de incompetencia.

Y luego confiesa cómo descubrió su "principio" :
"Durante mi primer año de enseñanza, me sorprendió descubrir que numerosos maestros, directores de escuelas, inspectores e interventores parecían ser indiferentes a sus responsabilidades profesionales e incompetentes para el cumplimiento de sus obligaciones.
Por ejemplo, la preocupación principal de mi director era que todas las persianas se hallaran al mismo nivel, que hubiera silencio en las aulas y que nadie pisara ni se acercara a los rosales. La educación de los niños parecía estar muy alejada de la mente del administrador.

Al principio pensé que esto se debía a un defecto especial del sistema escolar en que yo daba clases, por lo que solicité ser destinado a otro distrito. Cumplimenté los impresos especiales, adjunté los documentos exigidos y me sometí a todos los trámites burocráticos. ¡Pocas semanas después, me fue devuelta mi solicitud con todos los documentos!
No, no había nada malo en mis credenciales; los impresos estaban correctamente cumplimentados; un sello oficial mostraba que habían sido recibidos en perfecto estado. Pero la carta que les acompañaba decía: "Los nuevos reglamentos establecen que estos impresos no pueden ser aceptados por el Departamento de Educación a menos que hayan sido certificados en el servicio de Correos para garantizar su entrega. Le ruego que vuelva a cursar la documentación al Departamento, cuidando esta vez de hacerlo por correo certificado."
Empecé a sospechar que el sistema escolar local no poseía el monopolio de la incompetencia".


Tellagorri


23 junio 2010

Las "iguales" : chulas e ineptas

La pléyade de políticas,juezas o magistradas, propulsoras de la nefasta Ley de Igualdad, que han encontrado el chollo de su vida asaltando, con pocos méritos y menos ingenio, los puestos de su grandes rivales, los hombres, sin que, hasta ahora, al menos por lo que hace referencia a las féminas del PSOE, podamos decir que hayan aportado beneficio, fruto, novedad, sensatez, inteligencia, moderación o sentido común, que las haya distinguido favorablemente por encima del comportamiento de los hombres que las precedieron en sus respectivos cargos.

Este grupo de señoras que, además de políticas o roponas, llevan la impronta (bien arraigada en sus egos, de su desprecio por el sexo opuesto y su inveterada costumbre de intentar, siempre que tienen ocasión de hacerlo, demostrar que están por encima de aquellos sobre quienes gobiernan), actúan sin que les importe que, aquello que se les ocurra imponer, pueda favorecer o perjudicar al país y, en particular, a los que caen bajo su férula judicial.

Ya tuvimos ocasión de presenciar como la señora Vicegallina, la de la Vogue, utilizaba frases despectivas autoritarias y burlescas para contestar a la oposición, cuando no tenía otros argumentos para hacerlo.

Otra vez el “no vamos a tolerar” de las féminas gobernantes se repite con regular insistencia como si, el Congreso de los Diputados, fuera la residencia de un tirano al estilo de Calígula, y no la cámara de la representación del pueblo. Pero, en estos momentos, como es ley de vida, la señora vicegallina, la irascible, no pasa por sus mejores momentos y, cada vez, se va callando más y torciendo más el morrete, que ya es torcedura grave la que tiene.

Y, hete aquí que se nos aparece, envuelta en aromas ministrables, la Leire Pajín, la criatura capaz de lanzar rayos y centellas; la del puño cerrado y lengua viperina; la del mal gusto en el vestir y, no obstante, una de las que se gasta más dinero en ello. Es obvio que al ZP le ponen esta clase de fanáticas.

La dicha Pajín ha saltado como avispa en celo, y ha vuelto a las andadas al decir: “No toleraré que se cuestione la lucha histórica contra ETA del PSOE”.

Vayamos despacio, gordita, porque, si bien es cierto que muchos socialistas han sido asesinados en el País Vasco, no siempre (como usted quiere dar a entender) la lucha contra ETA ha estado tan apoyada como cuando estaban dirigiendo ambos partidos Mayor Oreja y Redondo Terreros en Tierras de Sioux.

Cuando entró ZP, las cosas sufrieron un vuelco, se dejaron de respetar, por los socialistas, la Ley de Partidos y los pactos contra ETA y, para más INRI, se iniciaron contactos con ETA sin conocimiento del PP, cuando este partido gobernaba y continuaron, con más intensidad si cabe, cuando ZP ocupó la presidencia del Gobierno.

Doña Pajín puede "no tolerar", pero mientras España sea una democracia se tendrá que tragar que los ciudadanos, en uso de nuestra libertad de expresión y con el derecho que nos confiere la Constitución, critiquemos todos aquellos actos del partido en el gobierno que sean criticables y, mientras no se demuestre lo contrario, por ahora, la que miente es ella ya que, históricamente, el PSOE fue el que rompió las reglas del juego y continúa haciéndolo.

¿Qué lucha había cuando lo de De Juana Chaos y Otegui o, en tiempos del famoso “chivatazo”? Y ¿qué lucha anti-eta hay ahora que el presidente del Psoe de Vasconia pretende legalizar a los chicos de Eta?

Que no, que las damas de la bisectriz aún no han dado ninguna talla en sus nuevos puestos de gobernantas o roponas. Por muy fucsias que se pongan. Con la de señoras capacitadas que nadie conoce y son auténticas joyas humanas en sus labores no políticas ni de roponas.

Tellagorri


22 junio 2010

Catedrales y guillotinas

Acabo de enterarme de que entre siete y ocho de cada diez alumnos de los colegios españoles cursan la asignatura optativa de Religión: en Primaria por decisión de sus padres, y en Secundaria por iniciativa propia. Y no saben ustedes cómo me alegro. Pero ojo.

Mi gozo no estriba en el aspecto espiritual del asunto. Cualquiera que se haya asomado a esta página pecadora en los últimos diecisiete años, sabe que no es con un cardenal o un obispo con quien yo me iría de copas. Y que, los días que se me va la pinza y me levanto jacobino y cabreado, lamento que una cuchilla afilada y oportuna no aligerase un poco el paisaje de sotanas a finales del siglo XVIII, cuando el ingenioso invento del doctor Guillotín no tenía la mala prensa que tiene ahora.

Sé de qué hablo. Tengo uso de razón, he viajado y leído libros. Soy, además, natural de una tierra históricamente enferma, con un alto porcentaje de hijos de puta por metro cuadrado.

Sé que aquí, en los últimos diecisiete o dieciocho siglos, siempre hubo un confesor diciéndole a una señora lo que podía hacer con su marido, y a un rey lo que debía hacer con sus súbditos. Señalando a quién premiar y a quién dar garrote. Eso no descarta, naturalmente, a infinidad de hombres y mujeres justos: sacerdotes y monjas empeñados en dignísimas obras sociales, misioneros que se dejan la piel.

Pero la existencia de esa fiel infantería, tan alejada de palacios arzobispales y despachos vaticanos, no borra el estrago secular, la manipulación de conciencias, la resistencia a la modernidad alentada desde los púlpitos, el sabotaje –sangriento, en ocasiones– de cuantos intentos hubo por airear la oscura sacristía en la que, durante tanto tiempo, estuvimos recluidos.

Sigo creyendo que en el concilio de Trento España se equivocó de camino: mientras la Europa moderna apostaba por un Dios práctico, emprendedor, aquí fuimos rehenes de otro Dios reaccionario y siniestro, que nos hizo caminar en dirección opuesta al futuro mientras sus ministros proponían quemar, fusilar, prohibir, desterrar costumbres, libros, ideas y hombres. Mientras saboteaban constituciones, bendecían a generales carlistas o levantaban el brazo junto a caudillos paseados bajo palio. Y ahí siguen. Mezclando a Dios con las cosas de comer.
Disputando arrogantes y pertinaces, a estas alturas de España, cualquier conquista del sentido común, la libertad y la vida.

Para bien y para mal, la Europa que aún responde a ese nombre no puede explicarse sin la historia del Cristianismo y la Iglesia Católica. Para comprendernos, para concluir que somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos, es preciso conocer la historia de tanto daño causado; pero también la historia de lo grande y lo luminoso, la base intelectual de una civilización largamente construida sobre Grecia y Roma, la Biblia y los Evangelios, el Islam mediterráneo, San Isidoro, la latinidad medieval, los monjes copistas y los monasterios, las bibliotecas, el Renacimiento, el apasionante camino recorrido y el papel fundamental, sólo discutible por los sectarios y los imbéciles, que la Iglesia tuvo en todo ello.

Independientes de las creencias de quien camine bajo sus bóvedas, las catedrales europeas son museos vivos, libros de piedra con la memoria genética de lo que –algunos, todavía– llamamos Occidente. Sobre todo, en esta España que se cuajó a sí misma, imperfecta y violenta, precisamente en una guerra civil de ocho centurias contra el Islam, con una cruz como bandera, y que se arruinó en los siglos XVI y XVII a causa, entre otras muchas, de esa misma cruz.

Por eso el símbolo que corona nuestras iglesias y tumbas nos explica y justifica. Sobre todo en tiempos revueltos, confusos como éstos, de estupidez política y orfandad cultural. Conocerlo todo, familiarizarse desde niños con la memoria de esa vieja y rezurcida Europa a la que, pese a la globalización, la barbarie y el olvido, seguimos perteneciendo, y a la que nuevas generaciones llegan en busca de una nueva y mejor vida, es bueno para todos. Permite que un chico se eduque sabiendo quién es, de dónde viene y a dónde llega. Amuebla y explica el mundo a su alrededor.

Así que llámenla como quieran: Religión, Historia de la Religión, Historia religiosa de España, o de Europa. No sólo me alegro de que la estudien en los colegios, sino que, en mi opinión, debería ser obligatoria en todo plan escolar.

Pero no como asignatura relacionada con la moral católica, ni la espiritualidad. El pecado, la salvación del alma y otros territorios adyacentes son cosa de cada familia, o del chico mismo, si tiene edad para elegir. Del interesado en el asunto. Allá cada cual con sus dioses y sus cíclopes. Yo hablo de equipaje lúcido. De cultura.

Arturo Pérez-Reverte

NOTA : El Bloguero suscribe íntegra esta declaración de principios del académico ilustre y repito una frase básica para los extremistas de todo color :"aquí fuimos rehenes de otro Dios reaccionario y siniestro, que nos hizo caminar en dirección opuesta al futuro mientras sus ministros proponían quemar, fusilar, prohibir, desterrar costumbres, libros, ideas y hombres. Mientras saboteaban constituciones, bendecían a generales carlistas o levantaban el brazo junto a caudillos paseados bajo palio. Y ahí siguen. Mezclando a Dios con las cosas de comer".

Tellagorri

21 junio 2010

Foxconn, la ciudad-fábrica

Shenzhen, una ciudad que se encuentra a 40 kilómetros de Hong Kong, conocida como la Silicon Valley china. Aldea de pescadores hace poco más 20 años, hoy es una enorme ciudad fábrica donde viven y trabajan 14 millones de habitantes.

Hai se despertó puntual el pasado 25 de mayo para iniciar una nueva jornada de trabajo en la cadena de montaje de teléfonos móviles. Nunca llegó a ocupar su puesto. En su lugar, subió a la azotea de esta fábrica situada en la sureña ciudad de Shenzhen y se arrojó al vacío. Tenía 19 años y en su dormitorio había dejado una nota de despedida dirigida a su padre: "Lo siento. No puedo mantener a la familia. Es lo que merezco".

Li y los otros 10 empleados de Foxconn que han seguido su ejemplo este año no se quitaron la vida en una fábrica cualquiera, sino en la mayor, más vigilada y secreta del mundo. Aquí, tras muros de cemento y sometidos a un control orwelliano, 420.0000 trabajadores manufacturan los juguetes tecnológicos más vendidos, incluidos los populares iPhone, iPod e iPad de Apple.

Las máquinas jamás se detienen en la conocida como la Segunda Ciudad Prohibida de China, un complejo amurallado de tres kilómetros cuadrados en el que se trabaja las 24 horas del día, siete días a la semana, 365 días al año.

Los empleados amanecen al son del himno que pide que "un millón de corazones [trabajen] con una sola mente" antes de desfilar en formación militar hacia sus puestos. La fábrica es una ciudad en sí misma: cuenta con su propia cadena de televisión (Foxconn TV), policía, parque de bomberos, hospitales, transporte público, supermercados y normas. ¿La primera de ellas? Los empleados deben firmar un documento en el que se comprometen a "no quitarse la vida".

El joven Li rompió su promesa después de 42 días de trabajo agotador por el que cobraba algo menos de 100 euros al mes a cambio de ensamblar un teléfono que nunca se habría podido costear. No pudo soportar un sistema en el que los empleados son reducidos al papel de meros robots. Tienen prohibido hablar, cientos de supervisores anotan cualquier error (y aplican severas sanciones) y no se marchan a casa al finalizar su jornada. Los empleados de Fabricolandia, donde hasta las tapas del alcantarillado llevan el sello de Foxconn, duermen en barracones de las zonas residenciales.

La empresa, que fabrica sólo para terceros, había operado durante años en el secretismo más absoluto hasta que las noticias de los suicidios empezaron a ocupar titulares el año pasado. Foxconn ha tenido que defenderse de la acusación de estar sometiendo a decenas de miles de chinos a un totalitarismo laboral.

La presión les ha obligado a tomar medidas que incluyen aumentos de sueldo del 50%, el envío a las fábricas de cientos de monjes budistas para dar apoyo a los trabajadores y la contratación de 2.000 psicólogos para averiguar qué lleva a un número creciente de operarios a desear terminar con todo.

"La soledad", resume An Ning. La joven de 23 años llegó hace tres meses de la provincia de Sichuan, al oeste del país, y dice que pasa 13 horas repitiendo un trabajo monótono y mal pagado que obliga a coger horas extra a los que desean enviar dinero a casa. "Vivimos aislados del mundo. Trabajas, comes y duermes. Nada más", dice An, cuyo departamento fabrica unos 20.000 iPhones al día. "También yo he pensado alguna vez si merece la pena vivir así".

Ni siquiera las noticias de suicidios detienen la actividad en la megafábrica de Terry Gou, el misterioso y autoritario dueño de Foxconn. El magnate taiwanés, de 59 años, empezó fabricando recambios para televisores en blanco y negro en un taller de 10 personas. Más de tres décadas después, convertido en una de las 200 personas más ricas del mundo, se aferra al ideario de que una empresa debe ser gestionada como una colonia de hormigas. "El beneficio de la empresa es más importante que el beneficio del trabajador", aseguró en una de las pocas entrevistas que ha concedido.

La estrategia de Gou quedó resumida durante la crisis financiera, cuando no le tembló el pulso a la hora de echar a la calle a 100.000 empleados. El dueño sigue un manual de principios escrito por él mismo y de obligada lectura para sus directivos. Uno de los artículos dice que "un líder debe tener el coraje decisivo para ser un dictador por el bien común", otro recuerda que "el tiempo es dinero" y en varios se reafirma en su convicción de que todo debe ser sacrificado por "la eficiencia".

Gou comenzó su andadura en 1974 después de que sus padres, chinos emigrados a Taiwán, le prestaran 5.000 euros de sus ahorros. El negocio comenzó a despuntar en los 80 cuando el empresario se centró en la fabricación de ordenadores justo cuando el país levantaba los cimientos que lo convertirían en la mayor fábrica del mundo.

Las multinacionales de la electrónica -Sony, HP, Dell, Nokia…- no tardaron en delegar la fabricación de sus productos en un hombre que prometía hacérselos mejor, más rápido y, sobre todo, más barato.

Shenzhen y Foxconn crecieron gracias a la mano de obra barata. La primera pasó de aldea de pescadores a megaurbe en dos décadas y la segunda de taller familiar al mayor productor de tecnología de consumo del mundo. El resultado es, para unos, el futuro en productividad empresarial y para otros, un intolerable Gran Hermano de la manufactura.
La Ciudad Prohibida II emplea a una plantilla superior a la población de Córdoba o Palma de Mallorca, un tamaño que, según sus críticos, hace inviable un ambiente mínimamente humano. Los enfermos, débiles o ineficientes son reemplazados por nuevos campesinos que esperan su oportunidad.

Qing Tong, una empleada que trabajó varios años en Foxconn y que ha relatado su experiencia en un libro, asegura que la empresa busca anular cualquier atisbo de individualismo para que los trabajadores se entreguen al único objetivo de producir, producir y producir: "Hay supervisores observándote todo el tiempo, no se permite ningún error, vives completamente alejada de la sociedad. Llega un momento en que incluso se te olvida cómo hablar. Te convierten en una máquina".

Los suicidios han provocado las primeras grietas en el imperio Gou. La compañía basa parte de su éxito en su capacidad para pasar desapercibida, ocultando los nombres de las multinacionales que la contratan. Ningún ejecutivo quiere salir en público para aclarar que sus productos no se fabrican en condiciones de esclavitud.

Trabajadores entrevistados aseguran sentirse oprimidos por un sistema en el que todos sus movimientos son vigilados para evitar que puedan desvelar detalles sobre productos que las multinacionales quieren mantener ocultos hasta su lanzamiento.

Sun Danyong, cuya muerte en 2009 fue la primera que recogieron los medios, se suicidó después de haber sido agredido por los guardias de la empresa. El joven empleado sufrió días de interrogatorios después de que los servicios de seguridad internos sospecharan que había robado un prototipo del iPhone 4G, lanzado esta semana. "En una comisaría nunca se debe utilizar la violencia, pero menos aún en una empresa. Sólo soy un sospechoso, ¿por qué me encierran y usan violencia contra mí?", escribió Sun en un SMS antes de suicidarse, según revelaciones en la prensa china.
Meses después, la propia empresa apuntaba a la posibilidad de que el teléfono no hubiera sido robado, sino extraviado durante su traslado a otro departamento.

Para entonces ya era tarde: Sun había saltado desde un piso 14.

Los trabajadores de Foxconn son en su mayoría jóvenes procedentes de provincias pobres. Los menores tienen 16 años y llegan con la idea de ayudar a sus familias. Muy pronto descubren que el salario inicial, por debajo de los 100 euros y algo más tras el aumento recién anunciado, apenas les llega para mantenerse a sí mismos.

Todo indica, sin embargo, que los trabajadores chinos están cada vez menos dispuestos a sostener el made in China que ha llenado los centros comerciales del mundo de productos a precios competitivos. Pese a que los sindicatos independientes están prohibidos, trabajadores de multinacionales como Honda o Toyota han salido a la calle a protestar.

La dirección de Foxconn asegura estar replanteándose el modelo de ciudad-fábrica que les ha obligado a instalar redes en sus fachadas para evitar más suicidios. Además, la empresa ha suspendido la indemnización equivalente al sueldo de 10 años para las familias de los fallecidos (se teme que incentive los suicidios) y ha creado habitaciones antiestrés donde los empleados pueden golpear con bates de béisbol a maniquíes que imitan a sus jefes.

Pero ni las huelgas ni las mejoras que Foxconn ha tenido que introducir constituyen, por ahora, una rebelión capaz de poner fin al modelo de mano de obra barata.
Un día después de que Li Hai se quitara la vida, al comprobar que sus aspiraciones de ofrecer una vida mejor a su familia no se cumplirían aunque pasara 16 horas diarias en la cadena de montaje, otros 8.000 jóvenes hacían cola en la oficina de reclutamiento de Foxconn, dispuestos a cruzar los muros de Fabricolandia.

Hay que enviar allí, con urgencia, a la Vicegallina acompañada de Cándido Méndez y Fernández Toxo. Para que organicen liberados sindicales.

Tellagorri


20 junio 2010

En aquel entonces....................

Dice el escritor Felipe Benitez Reyes que se acabó la fiesta. Y que todas las fiestas se acaban, claro está, lo que no impide que todo final de fiesta provoque resacas.
En España, la fiesta de la prosperidad duró lo suficiente como para que nos acostumbrásemos a la vida fácil, de igual modo que ahora tendremos que ir acostumbrándonos a la vida difícil, porque se ve que esto va de péndulo.

Se acabó la fiesta y vienen las nostalgias.
Nostalgias, por ejemplo, de aquellos tiempos irrepetibles en que los bancos te enviaban cheques que podías hacer efectivos al instante, sin necesidad de avales ni de avalistas, e incluso te proporcionaban sugerencias para gastar el importe: la primera comunión de tu hijo, el crucero que siempre quisiste hacer, la reforma de la cocina.
Porque en aquel entonces los bancos parecían no sólo entidades filantrópicas, sino incluso paternales: te ofrecían dinero sin tú pedírselo, y llegabas a pensar que en los consejos de administración de los bancos se habían infiltrado los de Cáritas, los de Intermon y los sobrinos nietos de la madre Teresa de Calcuta, porque aquello era un conceder descompasado, y parecía que los bancos tenían tantísimo dinero, que no les cabía en la caja fuerte, de modo que no les quedaba más remedio que echar fuera el excedente cuanto antes, y a espuertas: allá va.

Nostalgias de aquellos tiempos, cómo no, en que los aristócratas y los terratenientes recibían subvenciones para cultivar sus latifundios o para dejarlos en barbecho, porque había subvenciones para ambas modalidades.

Nostalgias de aquellos tiempos en que cualquier pelanas de ujier o conserje de Ministerio tenía un coche oficial a la puerta de su casa para llevarlo a cumplir sus misiones peligrosas.

Nostalgias de aquella época en que un 'lehendakari' podía alquilar un avión privado con cargo al presupuesto para dar una conferencia en Irlanda, porque se ve que allí no pueden vivir sin eso.

Nostalgias de aquella edad de oro de ley en que, después de cualquier tontada institucional ( aunque fuera en el Ayuntamiento de Pichafrías de Rascayú), llegaban las gambas y la caña de lomo, el jamón y el tinto de reserva, porque habíamos llegado a tal extremo de prosperidad que cualquier cosa parecía una boda.

Nostalgias de aquellas bodas imperiales que se financiaban con los préstamos personales que regalaban los bancos. Nostalgias de aquellas primeras comuniones que parecían bodas imperiales.
De ser nuevos ricos, hemos pasado a convertirnos en nuevos pobres. Y cada cosa tiene sus ventajas y sus inconvenientes: ser un nuevo rico es una catetada, pero ser un nuevo pobre es una putada, sobre todo si ya ha pasado uno por la experiencia inenarrable de ser un nuevo rico.

Se acabó la fiesta, en fin, y hemos vuelto a la realidad. Y ante la realidad, cuando viene cruda, no se fantasea: se sobrevive. Y en eso estamos : "en aquel entonces..."

Tellagorri


19 junio 2010

En memoria del General Escobar, guardia civil

El coronel Escobar, jefe del tercio urbano de la Guardia Civil destacada en Barcelona, era un hombre de una sola pieza, paradigma de guardia civil a la antigua usanza, de una honradez sin fisuras y de una disciplina sin reservas, tan exigente con los demás como consigo mismo. Y todavía algo más, no sólo se declaraba católico como tantos otros militares sino que era hombre de misa y comunión diaria.

Y era en nombre de su sentido de la disciplina y del juramento de fidelidad al Gobierno constituido que, igual como su superior el general Aranguren, jefe de la Guardia Civil en Cataluña, el coronel se había mantenido a las órdenes del Gobierno legítimo, representado en su caso por la Generalitat. De manera que aquella mañana sus hombres siguieron avanzando por la Via Layetana hasta llegar a la plaza Cataluña, donde los militares sublevados en vista de la resistencia que encontraban se habían hecho fuertes en el hotel Colón.

Había ordenado a su batallón de guardias civiles vestirse con el uniforme de gala del Cuerpo, a sabiendas de que dicha vestimenta resultaba la más elegante y respetada indumentaria militar existente.

El coronel ordenó a sus hombres entrar en el hotel pero, fiel a su estilo, fue el primero en entrar y así gestionó la entrega de los que allí estaban. Y una vez resuelta la situación siguió subiendo por el paseo de Gràcia hasta la iglesia de los Carmelitas, en la Diagonal, donde también se habían encerrado los escuadrones de Caballería salidos del cuartel de Lepanto, militares afines al sublevado Franco.

Pero allí la cosa era más complicada. Los encerrados continuaban disparando y alrededor de la iglesia se congregaban cada vez más civiles, anarquistas que estrenaban las armas que acababan de conseguir con el asalto al cuartel de Atarazanas y dispuestos a llevar adelante la revolución. La resistencia duró un par de días y también en este caso fue el coronel Escobar quien gestionó la rendición.

Pero aquí los que iban saliendo, oficiales sublevados y religiosos residentes en el convento, a pesar de las promesas de Escobar, fueron literalmente machacados.

Es fácil imaginar su decepción y su amargura y no digamos cuando en los días siguientes ardieron todas las iglesias de Barcelona y empezó la caza de los supuestos desafectos empezando por los religiosos. Pero a sus ojos el Gobierno continuaba siendo el Gobierno legítimo y su obligación era mantenerse a sus órdenes luchando contra los sublevados para intentar después restablecer el orden frente a los irresponsables.

De modo que, haciendo de tripas corazón, meses después estaba con fuerzas de la Guardia Civil en el frente de Aragón, al lado de las columnas anarquistas, y allí fue herido en un brazo y estaba convencido de perderlo cuando después de operarle el doctor Trueta se recuperó plenamente.
Y entonces ocurrió algo increíble. Pidió a sus superiores permiso para ir a Lourdes a dar gracias a la Virgen. Era difícil negar algo a quien había tenido una intervención tan decisiva a favor de la República, pero el propio Azaña, que fue quien en último término autorizó su viaje, dudaba que regresase. Pero el hecho es que regresó y que inmediatamente el Gobierno le encargó una misión harto delicada.

En Barcelona habían estallado los llamados hechos de mayo, que enfrentaron a la Generalitat y los anarquistas, y el Gobierno español había decidido recuperar el orden público. Él debía trasladarse inmediatamente a Barcelona para tratar de imponer el orden.
Efectivamente, se trasladó a Barcelona y en cuanto llegó empezó a actuar y pocas horas después unos disparos de ametralladora le dejaron gravemente herido. Lógicamente debía haber quedado parapléjico, porque los proyectiles afectaron varias vértebras, pero acabó recuperándose aunque le quedaron fuertes dolores que ya nunca le abandonaron.
Pero antes había logrado salvar las vidas de todas las monjas de conventos de Barcelona que iban a ser quemados y arrasados por la horda anarquista.Nadie, ni Companys, se habían atrevido a parar a los anarquistas y Escobar lo hizo.

Y unos meses después, convaleciente y cercano a los sesenta años, se reincorporó al servicio activo y, promovido a general, asumió el mando del Ejército de Extremadura. Y en este puesto dirigió la última ofensiva que llevó a cabo el Ejército de la República.

Al acabar la guerra, los dirigentes militares y políticos que se encontraban en Catalunya pudieron trasladarse a Francia, pero la zona central era una ratonera de la que sólo se podía salir por aire y, efectivamente, así salieron los principales dirigentes políticos y militares con excepción del general Escobar, que no era hombre para abandonar su puesto, de manera que cuando cesó la contienda él hizo formar sus unidades y se entregó al vencedor al frente de ellas.

E igual como había renunciado a huir declinó la oferta que le hizo el general Yagüe de facilitarle el paso a Portugal y con soldados que habían estado a sus órdenes fue llevado en un vagón de ganado a Madrid y luego a Barcelona, al castillo de Montjuïc, para ser juzgado por un consejo de guerra.

Por supuesto, en el lado nacional abundaban los que no podían perdonar a Escobar que se hubiese puesto enfrente de los sublevados. Creían, probablemente con razón, que si la Guardia Civil de Barcelona se hubiese puesto al lado de los sublevados éstos habrían triunfado en Barcelona con lo que tomar Madrid habría sido un juego de pocas cartas, de modo que no habría habido Guerra Civil.

Aunque había también quien, como el cardenal Segura, hicieron todo lo posible por salvar su vida. Unas gestiones que Escobar rechazaba, porque lo que él quería es que se le juzgase, convencido como estaba de que su razonamiento era impecable: se había mantenido fiel al Gobierno legítimo y no podía admitir que se le acusase de desleal y de traidor. Pero Franco era inflexible

La mañana de su ejecución pidió que la misa se adelantase lo más posible para que él tuviese tiempo para dar gracias después de la comunión. La ejecución de Escobar tuvo lugar en los fosos del castillo, donde se había fusilado al general Goded y donde un tiempo después se fusiló al presidente Companys, y se encargó de la ejecución un piquete de la Guardia Civil.

El general Escobar (genio y figura hasta la sepultura) al ocupar su puesto frente al piquete dijo al oficial que lo mandaba: “Usted dará las órdenes preventivas y dispararán cuando yo bese el crucifijo que llevo en la mano”, lo que puede parecer una ñoñería piadosa, pero que para él tenía un significado muy preciso.

Un militar puede morir fusilado de formas muy diversas. No es lo mismo que el enemigo, reconociendo su valor, le permita morir de uniforme y siendo él mismo quien dé la orden de disparar o que sea su propio ejército quien lo condene por traidor y antes de fusilarle le degrade rompiéndole la espada y arrancándole los galones. Él iba a morir vestido de paisano pero había logrado variar el significado del acto, el oficial iba a dar órdenes al piquete hasta llegar al “apunten”, pero la decisiva, el “disparen”, la daría él besando el crucifijo.
Así moriría como deseaba morir, como un jefe mandando a sus hombres.

Tellagorri

El mejor libro sobre la biografía extraordinaria de este ejemplar Guardia Civil lo escribió José Luis Olaizola en 1984 y titulado "La guerra del General Escobar".