En las Ordenanzas Reales de Carlos III, datadas en 1768, se limitaba el acceso a los ejércitos a “gitanos, murcianos y gente de mal vivir…".
Vaya vuesa merced a saber el porqué Carlos III metía a los murcianos en medio de esa frase. Imagino que los de Murcia nunca se lo habrán perdonado a los Borbones.
Vaya vuesa merced a saber el porqué Carlos III metía a los murcianos en medio de esa frase. Imagino que los de Murcia nunca se lo habrán perdonado a los Borbones.
"Ahora en la calle de Atocha no hay banqueros extranjeros de empolvada peluca que favorezcan o provean de fondos las arcas del rey, si exceptuamos alguna sucursal bancaria en la que cabe la posibilidad de pillar por sorpresa a su director trapicheando con dineros que no le pertenecen.
Tampoco por Atocha circulan hoy en día piojosos viandantes a pesar que buscones y pelanduscas siempre los hubo, habido y habrá, aunque sí es cierto que pululan mendigos tanto nacionales como extranjeros exhibiendo cartones rotulados donde le indican a uno el grado de abandono y miseria en el que están inmersos.
-Eso con Franco no pasaba – afirma categórico el señor Braulio, comerciante del barrio que no se perdía ni una manifestación en la Plaza de Oriente.
Es cierto. Con Franco los pobres, o sea casi todos los españoles, se refugiaban en su casa para oír el parte de las diez de la noche frente a un plato de sopa y media docena de garbanzos por barba. Mientras tanto, los mendigos con residencia fija en la calle estaban dos días por semana a régimen de lentejas adobadas con piedras en los comedores de Auxilio Social.
Con Franco un mendigo no se desmadraba y además se andaba con ojo en sus modales y en la forma de proceder ante el personal, no fuera caso que la Policía Armada le inflase a hostias sobre el terreno, durmiera gratis por una temporada bajo techo en los calabozos de la Puerta del Sol y encima le colocaran un marrón aplicándole la Ley de Vagos y Maleantes facturando al susodicho a Carabanchel por tiempo indefinido.
Los mendigos de antes acostumbraban a ser muy educados e incluso muy píos. El que se ponía a pedir limosna a la puerta de una iglesia, cuando salía o entraba el cura portando el Santísimo con el monaguillo dándole a la campanilla, entonces el paria se arrodillaba santiguándose con unción y poniendo cara de circunstancias. Su fervorosa actuación le valía muchos enteros ante los fieles, que acostumbraban a premiarle con unas monedas. Y sobre todo, su fingido fervor le valía un huevo si se hallaba cerca un guardia municipal, que en estos casos acostumbraba a hacer la vista gorda mirando hacia otro lado.
Por la calle de Atocha tampoco circulan espadachines a sueldo.
Hoy en día sería impensable portar una espada al cinto, pero lo cierto es que las armas cortas han sustituido a las largas y más de un sicario circula llevando en el bolsillo una automática fabricada en Albacete o en Eibar, según la clase de arma que sea aunque todas ellas escupen muerte.
-Eso con Franco tampoco pasaba, coño – insiste el Braulio, sacando brillo a una espada toledana.
En eso tengo que darle la razón al Braulio.
Con Franco eso no pasaba. Pasó después, el 24 de Enero de 1977 cuando alguno de sus acólitos añorando sin duda viejos tiempos, ametrallaron un despacho de abogados laboralistas situado en el nº 55 de Atocha, dejando cinco cadáveres esparcidos por el suelo como muñecos rotos. muñecos rotos.
Siempre existirán Braulios nostálgicos de la vieja guardia, aunque cada vez quedan menos de esos que llevan bigotillo hitleriano y el escudo con el cangrejo de la Falange cabalgando en la solapa; aunque de un tiempo a esta parte parece que de nuevo resurge una soterrada fuerza con tintes extremistas y ultramontanos. Quizá sea una forma de pensamiento o consciente-subconscienteinconsciente colectivo o como demonios quiera llamársele, pero lo cierto es que la gente está cabreada y en según qué reuniones las discusiones suben de tono y se apuntan drásticas medidas.
En mi deambular por Madrid me he acercado a visitar a un viejo amigo y aprovechando la ocasión, he asistido a una de esas reuniones que se celebran entre los jubilados, teniendo como marco una Residencia de día para La Tercera Edad.
-Hay más de dos millones de moros en España, puñeta – contabiliza el Matías, que había sido maestro nacional y para eso de los números es una lumbrera.
-Menos moros, Matías.
-Está bien, millón y medio pero de ahí no me bajo – rebaja automáticamente con un mohín de disgusto.
-Algo así. Por ahí van los tiros.
-¿Y te parecen pocos? ¡Es una quinta columna acantonada dentro del suelo patrio, hostias! ¡Si se sublevan estamos perdidos!
El Matías se exalta. Su abuelo la palmó en Filipinas y su padre en Alhucemas. Cuando estalló la guerra civil a él le pilló en Burgos y sirvió en Intendencia sin oír más tiros que los que se disparaban en la barraca de feria que instalaban en su pueblo para las fiestas de Santa Bárbara.
Hasta ahí estaba el Matías liado con la pólvora.
-Si de mí dependiera, te aseguro que echaba a todos los moros de España a hostia limpia y se los devolvía al tontolaba del Mohamed, joder; que Madrid parece la sucursal de Rabat y los españoles los recepcionistas de toda la mierda que sobra en Marruecos.
A Matías parece que le va a dar algo. Aporrea la mesa y pide a gritos una copa de coñac mientras yo le pido que se calme y no monte un cirio. El resto de personal que se reúne en el local se aproxima a la mesa del otrora maestro nacional, tomando posiciones.
Cuando él habla, habla España y sanseacabó.
El Matías toma aire y se lanza dedo en ristre, apuntando hacia las alturas como poniendo a Dios por testigo.
-Ya lo dijeron los Reyes Católicos: que en su reino no querían ni moros, ni judíos, ni gitanos, ni murcianos ni gentes de mal vivir.
-Oye Matías, que yo soy de Cieza. A ver si te arreo una hostia que te avío, mamón.
El murciano se ha levantado de su asiento hecho un basilisco, dispuesto a deshacer entuertos y dejar a salvo la reputación de la Comunidad Autónoma de Murcia.
-Pues lo que he dicho está escrito, es historia y dicho queda – replica el Matías sacando pecho.
-¡Y no me retracto! – apuntilla.
Al de Cieza le sale babilla por la comisura de la boca.
-¡Retira lo de los murcianos, rediós, o me cago en toda la dinastía de los Reyes Católicos!
-¿Dónde está mi coñac? – inquiere el Matías, que necesita darse ánimos para aguantar la que se le viene encima con el de Cieza.
Una mujer con bata blanca acude presurosa a la mesa de un Matías sin resuello debido a un ataque de tos.
-Ni coñac ni leches, Matías. Tómese esta tila y márchese a casa o llamo inmediatamente a su mujer para que venga a recogerle.
Mientras al murciano lo están sujetando entre cuatro, el Matías aprovecha la ocasión y escurre el bulto haciendo mutis por el foro. Su disertación prometía, mas visto el peligroso cariz que tomaban los acontecimientos lo más aconsejable es ahuecar el ala y posponer el mitin para mejor ocasión.
En la residencia para jubilados del barrio de Lavapiés, el asunto de los moros y demás inmigrantes se vive muy intensamente y no hay día que no se organice un debate-trifulca al respecto.
Aunque lo que es inamovible son las cifras de delincuencia atribuibles a las gentes de mal vivir.
Y de eso los madrileños saben un rato."
Tellagorri
mendigos malvividores y jubila