28 noviembre 2007

LA GUERRA QUE VIENE




Los atentados de Madrid y Londres, y algunos más abortados a tiempo, el asesinato de Theo Van Gogh, el creciente desafío iraní a Occidente, las continuas amenazas de Al-Qaeda a todos los infieles y renegados habidos y por haber, etc...) exponen claramente la verdadera naturaleza del problema que tiene Occidente con el Islam instalado en su propia casa, comportándose como en tierra conquistada y haciendo sus necesidades en nuestro patio.



El conflicto latente que existe entre dos mundos irreconciliables, entre dos universos antagónicos, el divorcio de dos mentalidades incompatibles, se manifiesta a diario cada vez con mayor acritud y agresividad, en un crescendo imparable que nos ha de llevar algún día no muy lejano a un clímax de violencia desatada, a un conflicto abierto, a una guerra inevitable.



Estamos asistiendo a las primeras escaramuzas de la gran deflagración por venir entre Occidente y el Islam.

No se trata ya de especular sobre la posibilidad de un enfrentamiento que está en marcha, que ya tiene lugar, sino de saber cuanto tiempo falta para el desenlace de ese choque definitivo.El cielo amenaza agua: lloverá. Ignoramos cuando exactamente, la duración del aguacero y el resultado del temporal, pero sabemos que lloverá. A cántaros.



Tenemos en Europa unos veinte millones de musulmanes (sin contar Rusia ni los Balcanes): esta es la verdadera dimensión de la tormenta que se avecina. Y no es razonable esperar que las negras nubes que se ciernen sobre nuestras cabezas se vayan a desvanecer por un curioso e inédito capricho de la naturaleza o por un inmerecido regalo de la Providencia.



Este ejército de fanáticos, a la espera de una orden, pondrá en jaque a Occidente, incendiará Europa, la destrozará, la saqueará.

Europa sólo se salvará si está dispuesta a ejercer, en el desempeño de su legítima defensa y de su inalienable derecho a la existencia, no ya la misma violencia que se va a desatar contra ella, sino una violencia superior, devastadora, inmisericorde, que erradique el cáncer islámico del continente europeo. Eso o desaparecer.



En Europa se empieza a registrar (sin duda lentamente todavía) un movimiento largamente esperado cuya gestación pronto dará los esperados frutos: la oposición activa al Islam, el rechazo organizado de esa monstruosa tiranía que quieren implantar en nuestro solar europeo esa legión de enardecidos sectarios de Mahoma dirigidos por imanes cortadores de cabezas y todo tipo de organizaciones integristas que actúan sin mayores obstáculos entre nosotros, arropados por una variopinta e infame colección de "compañeros de viaje" socialistas, comunistas, izquierdistas de distinto pelaje, demócratas de "toda la vida", liberales bien peinados, e incluso ... ¡feministas!, y el resto del elenco progre y bienpensante, artistas, medios de prensa, ONGs de toda laya e "intelectuales" a sueldo del régimen: la espuma de una sociedad que corre a su perdición.

Sólo España parece quedar, de momento, al margen de ese saludable movimiento, y declara muy ufana que prefiere convivir con la bestia que le corroe las entrañas a tener que hacer el esfuerzo de combatirla. Cuando la hiena nos salte al cuello, le ofreceremos una zanahoria.

Aquí tenemos un Gobierno abanderado de la "Alianza de Civilizaciones" que ha hecho de España el nido favorito del integrismo islámico, regodeándose en el entreguismo más abyecto a los designios del Islam empeñado en la reedición de Al-Ándalus.

Mucho me temo que cuando la tensión degenere en enfrentamiento abierto y generalizado y el viento de la Historia se ponga a soplar en contra de la morisma, entonces recibiremos en España unos cuantos millones de refugiados musulmanes provenientes de una Europa justiciera que acometerá antes que nosotros la ineludible empresa de limpiar el continente de sus invasores, los cuales vendrán a acogerse en ese momento adverso a la hospitalidad de esta generosa tierra tan benéfica para el rebaño de Mahoma.

La guerra tendrá lugar, todo apunta en esa dirección, generará desplazamientos masivos de musulmanes que buscarán refugio, mientras arrecia la tormenta, la mayoría de ellos no en sus países de origen, sino en regiones de Europa menos hostiles para ellos, principalmente España.


Es de prever para nuestro país una marea de moros provenientes de Francia, Bélgica, Holanda, los países escandinavos. Alemania, etc... para los próximos lustros, al ritmo creciente del movimiento antiislámico en la Europa transpirenaica.

De ocurrir así, de aquí a pocos años, entre la corriente del sur y el esperado aluvión del norte, más el prolífico producto de los vientres que ya están aquí en perpetua gestación, la población musulmana en España aumentará de forma vertiginosa y pronto hablaremos de millones de moros en nuestro país. Y habremos asistido, en menos de una generación, a la metamorfosis de España de "reserva espiritual de Occidente" a "corral mahometano" de Europa.

La historia no está aún escrita, pero este es un escenario muy posible.

Todavía vamos a hablar mucho de todo esto; falta muy poco para que no se hable de otra cosa. Pero asimismo está cada vez más cerca el momento en que las palabras no alcancen para la solución de esta cuestión, y los análisis, los discursos y las proclamas dejen la delantera del escenario a los hechos "físicos" puros y duros, al desencadenamiento de una violencia necesaria y salutífera.
La hora se acerca en que nuestra libertad amenazada, nuestra cultura asediada, nuestras vidas en peligro nos exijan perentoriamente "facta, non verba" (hechos, no palabras).

Llegados al punto actual, en que el futuro no ofrece ya dudas, en que todos los velos de la incertidumbre se van cayendo uno a uno y se nos presenta la realidad en su total desnudez, libre de artificios y engaños, no debemos indignarnos ya más de la cuenta por el insolente desafío lanzado contra nuestra existencia y el brutal asalto a nuestra libertad por los salvajes y vociferantes enemigos de la civilización. Por el contrario, cuanto más nos rujan su odio, cuanto más nos presionen, cuanto más nos agredan, cuanto más nos ataquen, igualmente más cerca estará el momento de la reacción inevitable.

Debemos considerar, pues, con serenidad, la imparable subida de la tensión entre Occidente y el Islam, entre los europeos de antigua raza y esta bárbara legión de intrusos que empercuden nuestra casa.

No nos queda más que desear que el desafío llegue pronto a un punto inasumible para nosotros, que la marabunta islámica traspase el umbral del no retorno y de las decisiones ineludibles. Cuanto antes reviente el abceso y fluya liberado el pus acumulado, más cerca estará la curación. Eso o morir de la pudrición.

Debemos saber que el problema que tenemos no podrá ser resuelto por medios pacíficos, y que nuestra equivocada mansedumbre no tendrá otro premio que un abominable yugo consentido de no reaccionar a tiempo y tener éxito en la empresa.No cabe hacerse más ilusiones sobre una salida incruenta de este conflicto o hacer cálculos egoístas e irresponsables como suponer que el estallido está aún lejos en las décadas por venir.

No, es cuestión de 5 o 10 años, tal vez 15, pero no muchos más.

La cuestión islámica tendrá que ser resuelta, aun con un baño de sangre que más que necesario se perfila como irremediable, sino Europa habrá llegado a su fin. Ha empezado la cuenta atrás.

Esta guerra sólo puede tener dos salidas: la erradicación definitiva del Islam del suelo europeo o el fin de la civilización occidental en nuestro continente, un nuevo amanecer después de la pesadilla actual o las tinieblas de la interminable noche islámica.


Pronto llegará la hora decisiva en que nuestra desidia, nuestra cobardía, nuestra estupidez nos ponga ante la grave perspectiva de tener que optar por ser, como en los versos de Goethe, "yunque o martillo".
Estamos al borde del abismo. Ellos o nosotros.

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