26 noviembre 2007

HACE MIL AÑOS y HOY


En el año 998, el temible Almanzor emprende una razia en Pamplona que deja aterrorizados a sus habitantes.
Seis años después, el signo de la guerra se invierte. Un nuevo monarca accede al trono.

Sancho III el Mayor, aprovechando la crisis en la que entra el califato, extiende su hegemonía al resto de los espacios cristianos peninsulares. Al reino de Pamplona y el condado de Aragón suma los condados de Castilla, Sobrarbe y Ribagorza, y ejerce protectorado sobre el reino de León.

Se titula Rex Hispaniarum. Al morir, en el año 1035, reparte el territorio entre sus hijos y la cristiandad ibérica vuelve a ser un mosaico mal avenido. Pero, por primera vez, Navarra, Álava, Vizcaya y Guipúzcoa se habían encontrado obedeciendo al mismo poder político.

Siglo XXI d.C.
Ayuntamiento de Hondarribia, Guipúzcoa. El pleno aprueba erigir una estatua a Sancho III el Mayor como fundador del primer "Estado vasco". Lo que para unos es una referencia de su identidad histórica, para otros es una versión interesada del pasado.

La historia de Vasconia se debate de forma burda entre una ciudadanía que carece de elementos de juicio y formación adecuados para interpretarla.

Vasconia.

Territorio integrado por la Comunidad Autónoma del País Vasco, la Comunidad Foral de Navarra y el País Vasco continental, en Francia, compuesto por las provincias de Labourd, Baja Navarra y el País de Soule.

Nunca ha mantenido unidad política o institucional, pero siempre ha tenido un aglutinador social decisivo: la lengua, una de las 72 que dio Dios a los hombres para confundirlos y desbaratar la construcción de la torre de Babel.

Según Garibay, a Túbal, hijo de Jafet y nieto de Noé, le correspondió hablar en euskara y, acompañado por los iberos, se trasladó de su Caldea natal a Hispania. El euskara fue el primer idioma que se escuchó en Iberia, aunque cedió terreno ante celtas y romanos.

Con el idioma, el nieto de Noé trajo los demás elementos de la identidad vasca: la creencia en un solo Dios (cristianismo antes de Cristo); la ley (el derecho foral); y la sangre incontaminada de los primeros pobladores (el equivalente del actual RH negativo), de ahí la hidalguía universal que alcanzaron los vascos en la Edad Moderna.


Esta historia-ficción, elaborada por el cronista de Felipe II, Esteban de Garibay, en el siglo XVI, conciliaba la particularidad vasca con la generalidad peninsular. Permitía ir de la mano de la monarquía hispánica como producto de un pacto que salvaguardaba la especificidad vasca: fueros y nobleza universal, más religiosidad a ultranza.

Fuero.

Pacto entre la monarquía y los territorios vascos y navarro. Desde su nacimiento, fue decisivo en la definición de un entorno político específico del País Vasco. Tuvo su máximo desarrollo en los siglos XV y XVI.
Los fueros implicaban soberanía compartida, limitación del poder real, exención fiscal y de prestaciones militares, hidalguía universal y administración local por instituciones propias. La fórmula sobrevivió hasta el siglo XIX porque era un buen amortiguador de las tensiones.
Sangre.
La baja nobleza vasca no dejó de crecer. Carlos III de Navarra concedió la hidalguía a los habitantes del valle de Roncal en 1412. El valle de Baztán la alcanzó en 1440. Los casos más llamativos fueron los de las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya, donde abarcó a toda la población.
Esto proporcionó la conciencia de una superioridad social colectiva que exhibía con orgullo la pureza de sangre.

Vizcaínos y guipuzcoanos se afanaron en discriminar a judíos, moros, conversos y, en general, a los no hidalgos. El hidalgo tenía ventajas, como no ser sometido a tortura judicial, y luchaba, no menos que el castellano viejo, para mantener limpia su sangre.

Con esa política, la corona de Castilla logró la fidelidad de la población. La entente no se rompió hasta finales del siglo XVIII, cuando en Francia la Convención guillotinó a Luis XVI.La defensa de los privilegios vascos no garantizaba la inviolabilidad de la frontera franco-española y Carlos IV suprimió algunos derechos, pero Fernando VII los restauró más tarde.

La ruptura definitiva vino con las dos guerras civiles que supuso el carlismo: entre los años 1833 y 1839 y 1872 y 1876. En la primera, Carlos María Isidro movilizó a 50.000 hombres, de los que sólo 20.000 eran vascos, menos del 4% de la población.

Muchos otros vascos se enrolaron en las milicias liberales. El convenio de Vergara, de 1839, supuso un respiro temporal, pero la falta de solución a los problemas de la primera guerra, la defensa del Antiguo Régimen por el clero montaraz, la revolución del año 1868 y la legislación laica promovida por Amadeo I precipitaron la segunda contienda.

En abril de 1872 las partidas carlistas se echaron otra vez al monte, en nombre de Carlos VII. Fueron derrotadas en 1876. La crispada opinión pública peninsular y la prensa de Madrid vincularon fuero con carlismo y exigieron la supresión del primero. El pacto se había roto definitivamente.

Un vasco francés, Joseph Augustin Chaho, que entendía el carlismo como un movimiento que luchaba por la independencia de las provincias vascas españolas, sustituyó al legendario Túbal, por un nuevo fundador, Aitor. Con la publicación, en 1843, de su obra Aitor, legende cantabre, nació el prenacionalismo vasco del XIX.

AITOR.

Mítico patriarca vasco en la Edad de Oro perdida, un nombre imaginario que ha tenido una extraordinaria acogida en las últimas décadas en el País Vasco. El personaje hizo fortuna a este lado de los Pirineos en una novela de Navarro Villosalada, Amaya o los vascos en el siglo VIII y otras publicaciones.

El escritor Pío Baroja parodió esta literatura y sus implicaciones, frente a las que propuso con ironía su alternativa: la creación de una República del Bidasoa, "un país limpio, agradable, sin moscas, sin frailes y sin carabineros", junto a su casa de Vera de Bidasoa, en la frontera entre Francia y España.

EL PESO DEL EUSKARA

En este trayecto histórico, los vascos habían mantenido la misma herramienta de cohesión que les transmitió Túbal: el idioma.El euskara había sufrido la presión de las lenguas románicas, pero sobrevivió en el mundo rural. La urbanización convirtió al castellano en el idioma exigido para asistir a las Juntas Generales de Álava o Guipúzcoa y, cada vez más, la gente llana tenía que recurrir a intérpretes para hacerse entender por el poder. El euskara fue el idioma de los humildes frente a los poderosos.

El proceso de centralización de los Borbones a ambos lados de los Pirineos, durante el siglo XVIII, agravó la erosión del vascuence.

En 1876, en Vizcaya y Guipúzcoa aún lo hablaba el 80% y 90% de la población, respectivamente, pero en Álava, sólo el 10% y en Navarra, el 25%. El retroceso se acentuó en la Restauración.

En 1930, lo hablaban el 60% de los guipuzcoanos, apenas la mitad de los vizcaínos, y menos del 20% de los navarros y del 10% de los alaveses. Unos años antes, a finales del siglo XIX, Sabino Arana, fundador del moderno nacionalismo político vasco, había augurado su defunción: "Esto se acaba".

Sabino Arana.

Padre de un nacionalismo que brotó como reacción a la pérdida de las guerras carlistas y a la industrialización del País Vasco. Sus valores iniciales eran el radicalismo antiespañol, el integrismo, su oposición al socialismo y la industrialización, y la aspiración a un Estado vasco independiente, basado en la raza y la religión católica.

Con esa meta se fundó, en 1895, el PNV en Bilbao. Pero Arana terminó por renunciar al ideal de la independencia, cambiándolo por el de una autonomía lo más amplia posible.




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