Resulta envidiable el modo en el que el Gobierno de Euskadi ha tratado a los familiares de los ciudadanos vascos víctimas de un atentado terrorista en Yemen.
Cuando apenas habían transcurrido 24 horas desde el brutal ataque, el Ejecutivo autónomo ya había enviado a su delegado en Madrid al país árabe, al mismo tiempo que destacados representantes de la Administración de Vitoria se encontraban con los familiares de las personas heridas y fallecidas para transmitirles su pésame, sus condolencias y su apoyo.
Todo ello en menos de un día, hecho que, aunque es realmente admirable, contrasta sobremanera con el tiempo casi infinito que el nacionalismo vasco en el poder ha tardado en prestar un mínimo de atención, no hablamos ya de calor, de ni cercanía, de ni de atención, a los familiares de los cientos de víctimas que la banda terrorista
ETA ha causado a lo largo de las últimas décadas.
De hecho hay cientos de mujeres, de hijos, de padres y de madres, familiares de víctimas del terrorismo todos ellos, que aún esperan una palabra de solidaridad de quienes no tienen ningún complejo en calificar como terroristas a los asesinos suicidas de Al Qaeda pero que, por el contrario, siempre tienen matices, puntualizaciones, aclaraciones y salvedades que hacer a la hora de definir a los criminales etarras como simples terroristas.
Lógicamente, quienes consideran que hay un terrorismo en cierto modo comprensible y otro terrorismo radicalmente malo (de los “pobres chicos” con que Joseba Egibar -PNV- calificó a los etarras hemos pasado al calificativo de “asesinos” que las instituciones vascas han puesto sin paliativos a los fanáticos islamistas) también aplican las mismas diferencias a las víctimas producidas por los criminales, dependiendo de qué organización haya provocado la matanza.
En este sentido, el perverso e ignominioso análisis realizado por el nacionalismo vasco es el siguiente: si los muertos son reventados en una carretera por una organización integrista musulmana, es urgentemente necesario atender a las víctimas, reclamar seguridad, apostar por la persecución de los criminales y solicitar a las instituciones internacionales que se haga justicia. Ahora bien, si la víctima es un guardia civil, un militar español, un político constitucionalista o un periodista al que los etarras han descerrajado un tiro en la nuca, lo que es perentorio es “exigir la paz”, hacer llamadas al diálogo, no crispar el ambiente (tal y como según el Lehendakari hace el Foro de Ermua), trabajar para el final de la violencia y, sobre todo, “hablar hasta el amanecer” (como también dice el máximo representante de los vascos).
Cuando Al Qaeda mata a ciudadanos vascos todo el país ha de estar dolido y enlutado; cuando ETA asesina a ciudadanos vascos o españoles, el dolor es el mismo, pero en este caso “hay que analizar con detenimiento cuáles son las causas de esta situación”.
De verdad, me satisface contemplar la efectividad, la cercanía y el cariño que las instituciones nacionalistas vascas prestan a las víctimas, y a los familiares de éstas, del atentado de Yemen.
Pero, sinceramente, cuando escucho a un cargo nacionalista hablar de apoyar a las víctimas no puedo dejar de recordar a tantas mujeres y tantas familias como se han encontrado absoluta y literalmente solas en tantos y tantos funerales como en el País Vasco se han celebrado a lo largo de las últimas décadas.
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