11 junio 2013

Más ancestros

Estábamos con Roma. En que Escipión, vencedor de Cartago, una vez hecha la faena, dice a sus colegas generales "Ahí os dejo el pastel", y se vuelve a la madre patria. Y mientras, Hispania, que aún no puede considerarse España pero promete, se convierte, en palabras de no recuerdo qué historiador, en sepulcro de romanos: doscientos años para pacificar el paisaje, porque pueblos tipo Astérix tuvimos a punta de pala.

El sistema romano era picar carne de forma sistemática: legiones, matanza, crucifixión, esclavos. Lo típico. Lo gestionaban unos tíos llamados pretores, Galba y otros, que eran cínicos y crueles al estilo de los malos de las películas, en plan sheriff de Nottingham, especialistas en engañar a las tribus con pactos que luego no cumplían ni de lejos. El método funcionó lento pero seguro, con altibajos llamados Indíbil, Mandonio y tal.

El más altibajo de todos fue Viriato, que dio una caña horrorosa hasta que Roma sobornó a sus capitanes y éstos le dieron matarile. Su tropa, mosqueada, resistió numantina en una ciudad llamada Numancia, que aguantó diez años hasta que el nieto de Escipión acabó tomándola, con gran matanza, suicidio general (eso dicen Floro y Orosio, aunque suena a pegote) y demás.

Otro que se puso en plan Viriato fue un romano guapo y listo llamado Sertorio, quien tuvo malos rollos en su tierra, vino aquí, se hizo caudillo en el buen sentido de la palabra, y estuvo dando por saco a sus antiguos compatriotas hasta que éstos, recurriendo al método habitual consiguieron que un antiguo lugarteniente le diera las del pulpo.

Y así, entre sublevaciones, matanzas y nuevas sublevaciones, se fue romanizando el asunto. De vez en cuando surgían otras numancias, que eran pasadas por la piedra de amolar sublevatas. Una de las últimas fue Calahorra, que ofreció heroica resistencia popular.
La parte buena de todo esto fue que acabó, a la larga, con las pequeñas guerras civiles celtíberas; porque los romanos tenían el buen hábito de engañar, crucificar y esclavizar imparcialmente a unos y a otros, sin casarse ni con su padre. Aun así, cuando se presentaba ocasión, como en la guerra civil que trajeron Julio César y los partidarios de Pompeyo, los hispanos tomaban partido por uno u otro, porque todo pretexto valía para quemar la cosecha o violar a la legítima del vecino, envidiado por tener una cuadriga con mejores caballos, abono en el anfiteatro de Mérida u otros privilegios.

El caso es que paz, lo que se dice paz, no la hubo hasta que Octavio Augusto, el primer emperador, vino en persona y le partió el espinazo a los últimos irreductibles cántabros, vascones y astures que resistían en plan hecho diferencial, enrocados en la pelliza de pieles y el queso de cabra –a Octavio iban a irle con reivindicaciones autonómicas, mis primos–. El caso es que a partir de entonces, los romanos llamaron Hispania a Hispania, dividiéndola en cinco provincias.

Explotaban el oro, la plata y la famosa triada mediterránea: trigo, vino y aceite. Hubo obras públicas, prosperidad, y empresas comunes que llenaron el vacío que la palabra patria había tenido hasta entonces. A la gente empezó a ponerla eso de ser romano: las palabras hispanus sum, soy hispano, cobraron sentido dentro del cives romanus sum general.

TRAJANO
Las ciudades se convirtieron en focos económicos y culturales, unidos por carreteras tan bien hechas que algunas se conservan hoy. Jóvenes con ganas de ver mundo empezaron a alistarse como soldados de Roma, y legionarios veteranos obtuvieron tierras y se casaron con hispanas que parían hispanorro manitos con otra mentalidad: gente que sabía declinar rosa-rosae y estudiaba para arquitecto de acueductos y cosas así.

Prueba de que esto pintaba bien era la peña que nació aquí por esa época: Trajano, Adriano, Teodosio, Séneca, Quintiliano, Columela, Lucano, Marcial… Tres emperadores, un filósofo, un retórico, un experto en agricultura internacional, un poeta épico y un poeta satírico. Entre otros.

En cuanto a la lengua, pues oigan. Que veintitantos siglos después el latín sea una lengua muerta, es inexacto. Quienes hablamos en castellano, gallego o catalán, aunque no nos demos cuenta, seguimos hablando latín.

ARTURO PEREZ REVERTE

14 comentarios:

  1. Bueno, bueno, pero ahora tenemos a los Urkullus, Oyarzabales, Marianos, Alfredos...y a Juancar de Bourbon y Beafeather.
    No nos podemos quejar.

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    1. HOLA CAPI
      También es verdad. No sé si el Bourbon y Beafeather estará a la altura de Trajano pero seguro que es tan alto como aquel hispano-romano.

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  2. Estos romanos, que poco talante tenían.
    No como ahora, donde 17 jefecillos de taifas se disputan las cada vez más exiguas ruinas que nos dejan merced a su malgasto.

    En algunos momentos uno agradecería la venida de los romanos para que se llevaran por delante a esta patulea. No diré que venga un Escipion, que alguna mente torcida podria equiparar con un Paco la Culona versión 2.0.

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    1. SEÑOR OGRO
      Lo que demuestra todo esto es que hemos avanzado tanto los hispanos que nos hemos situado en igual época histórica que la que se vivía antes de la pacificación romana.Unicamente nos falta que los políticos decidan que volvamos a los nombres clásicos de aquellas tribus : Segetanos, arévacos, pelendones, lusones, titos, belos.

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  3. Si los Cargineses no los eliminaron de la tierra fue por pena y lastima de verlos tan poquita cosa, pero no fue un error, entendian que era inutil luchar contra el orgullo de semejante pueblo cobarde, porque no hay que olvidar que todas las carreteras romanas son producto de terrible miedo que tenian al mar, solo ver una serpiente bastaba para movilizar una legión y aplastarla jajajajaja ni hablar si era un elefante, por eso mataban a todo lo que se movia de puro miedo y cobardia,se sentian como ratas acorraladas no entendian como siendo muchos más, y casi una plaga siempre perdian, y los otros nunca se rendian jajajajaja
    En las guerras punicas se les vio de que pasta estaban hechos y quedo claro que tan brutos hominidos debian ser educados, por eso se les enseño las tacticas militares, primero venciendoles en todos los terrenos y una vez derrotados intentar enseñarles valores civilitatorios y fue un completo exito a largo plazo,pero el coste a corto plazo fue la romanización (que fue de siglos por cierto) en realidad quien se romanizaban eran los latinos, jajajaja, (lo mismo pasa con los españoles cuando descubren el mediterraneo, todavia estan trabajando en ello jajajaja) parecida a la mundialización acual de los brutos neoliberales jajajaja, surgio asi el derecho romano al adaptar todas las lecciones de tan valientes pueblos y con sus experiencias milenarias en litigios por cualquier cosa, no hay que olvidar que el Latín que se hablaba en todas partes y los esclavos en particular era su manera de ordenar sus filas de combate y sus campamentos militares ese es el origen de la sintaxis. Mientras tanto los aristocratas pensaban en Griego, los socios de los negocios Cartegineses, la religión y la cultura la arquitectura, arte, literatura etc... no eran Etruscas jajajajaja
    Algo parecido sigue pasando a dia de hoy en el Hezpañistan actual donde se confunde los logros de las autonomias con ese orgullo de barbaro godo que se cree romano cuando lo unico que tiene es una espada y nada más jajajaja VAE VICTIS!!! jajajajaja

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    1. Menuda empanada histórica tienes y además con uso y abuso de una autoritas intelectual de las que acostumbran a tener los orates.

      Con esa misma mentalidad los Prat de la Riva y Polikarpo Arana se inventaron naciones, banderas y batallas jamás existentes.

      Más te vale, si al menos no tienes intención de leer libros de Historia serios, no meterte en dibujos pues desvarias en exceso.

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    1. Si quieres explicarme algo hazlo de forma escrita, no me pongas enlaces a videos porque no tengo el menor interés en verlos.

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    1. La Cruz de San Andrés en la que los troncos que forman la cruz aparecen con sus nudos en los lugares donde se cortaron las ramas.
      Este emblema ha sido incluido en los escudos de armas y en las banderas de España, tanto de tierra como de mar, desde 1506, época de su introducción con la Guardia Borgoñona de Felipe el Hermoso, hasta nuestros días, donde todavía es un elemento importante en el Escudo de Armas del Rey de España, y en su estandarte,1 así como en los estandartes, banderas, banderines, guiones, pendones y confalones de las Fuerzas Armadas de España.

      También es el origen del símbolo distintivo que marca las colas de los aviones del Ejército del Aire de España. Varios historiadores aeronáuticos indican que la primera vez que se pintó la Cruz de Borgoña sobre un aeroplano fue a principios de la Guerra Civil Española por orden del general Franco sobre un fondo blanco, al tiempo que hizo desaparecer la bandera tricolor de la II República, el 8 de agosto de 1936.

      Posteriormente a 1785, la versión de aspa roja sobre fondo blanco sería también la bandera adoptada por el movimiento carlista tras constituirse en el siglo XIX. En la guerra carlista de 1833-1840, la borgoñona aún seguía siendo la bandera del Ejército, o sea, de las fuerzas regulares liberales (el Ejército no adoptó la rojigualda hasta 1843), no siendo empleada por las tropas del bando carlista.

      Después de la citada unificación de banderas en 1843, surgió un estandarte militar híbrido con una pequeña aspa borgoñona en la franja amarilla central de la rojigualda, normalmente debajo de un escudo redondo con los cuarteles de Castilla y León.

      Hacia 1923 dichas aspas borgoñonas de las rojigualdas del Ejército empezaron a ganar en tamaño, superponiéndose a las franjas rojas superior e inferior (lo cual obligó a recurrir a diferentes matices de rojo).

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  6. De un trágico percance entre la Armada española y la inglesa surge el origen de los colores de la actual bandera de España que la Constitución de 1978 consagra finalmente como «tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas». Y es que en 1785 se convocó un «concurso» en España para decidir cuál iba a ser el pabellón que se izaría en los buques de guerra españoles, una «lluvia de ideas» que consistía en 12 propuestas de banderas presentadas por el marino Antonio Valdés y Fernández Bazán (4º capitán general de la Real Armada) al Rey Carlos III. También se eligieron propuestas para los pabellones de los buques mercantes.
    El origen de ese «concurso» lo encontramos en el trágico percance en la Mar por el cual un buque inglés confundió a un español por otro de nacionalidad diferente (verdadero objetivo militar éste último de la acción inglesa). Y es que en aquellos tiempos todos los países bajo gobierno de la Dinastía de los Borbones -España, Francia, Nápoles, Toscana, Parma o Sicilia- lucían parecido pabellón izado en sus buques de guerra: las armas reales sobre paño blanco, propio de la Casa de Borbón. Solo se distinguía en el escudo de armas y a escasa distancia. Y sin viento era imposible la distinción.
    Carlos III decidió poner fin a esa confusión en 1785. Y eligió el primero de los diseños que se le presentaron, «con alguna variación sobre el ancho de las franjas para que pudiera caber el escudo de armas», nos explica Pilar del Campo, responsable del Archivo del Museo Naval, en cuya sala V se exhibe el original del expediente de creación de la Bandera.

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  7. Bandera final elegida
    «Carlos III insistió en que la faja central fuese el doble que las rojas, ocupando con ello la mitad de la bandera y que sus Armas Reales se redujeran a un castillo y un león, sustituyendo a los mismos acuartelados, que figuraban en el proyecto inicial presentado» (ver foto superior).
    Esta bandera, ya muy parecida a la actual de España que consagra la Constitución de 1978, solo se aplicaría a los buques de la Armada. En 1793 se ordenó que este pabellón ondeara también en los puertos y fuertes de la Marina. En 1843, por Real Decreto de 13 de octubre, sancionado por la Reina Isabel II se ordenó que todas las unidades militares españolas utilizaran la misma bandera. Su usó se generalizó en 1908, cuando un Real Decreto estableció la obligatoriedad de que ondeara en todos los edificios públicos en los días de fiesta nacional. De ahí el origen de la bandera española, un origen enraizado en la Historia Militar, más concretamente de la Armada.

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  8. Decreto del Rey Carlos III sobre el nuevo pabellón español en buques de guerra (1785)
    «Para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la bandera nacional de que usa Mi Armada Naval y demás Embarcaciones Españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con la de otras Naciones, he resuelto que en adelante usen mis Buques de guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de enmedio, amarilla, colocándose en ésta el Escudo de mis Reales Armas, reducido a los dos quarteles de Castilla y León, con la Corona Real encima; y el Gallardete en las mismas tres listas y el Escudo a lo largo, sobre Quadrado amarillo en la parte superior. Y que las demás Embarcaciones usen, sin Escudo, los mismo colores, debiendo ser la lista de enmedio amarilla y del ancho de la tercera parte de la bandera, y cada una de las partes dividida en dos partes iguales encarnada y amarilla alternativamente, todo con arreglo al adjunto diseño. No podrá usarse de otros Pavellones en los Mares del Norte por lo respectivo a Europa hasta el paralelo de Tenerife en el Oceáno, y en el Mediterráneo desde el primero de año de mil setecientos ochenta y seis; en la América Septentrional desde principio de julio siguiente; y en los demás Mares desde primero del año mil setecientos ochenta y siete. Tendréislo entendido para su cumplimiento.
    Señalado de mano de S.M. en Aranjuez, a veinte y ocho de Mayo de mil setecientos ochenta y cinco.
    A. D. Antonio Valdés. Es copia del Decreto original.
    Valdés.»

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