Un día como otro cualquiera para un par de jóvenes pescadores filipinos. Ambos salieron en su pequeño barco de pesca del puerto de Barobo, en Surigao del Sur, cuando aparecían por el horizonte las primeras luces de la mañana y unas horas más tarde estaban faenando en su caladero habitual, a unas 40 millas de la costa.A cierta distancia, flotando inmóvil sobre las aguas, un bulto de formas inciertas iba a la deriva, llevado por las corrientes y el viento.
Christopher y su primo terminaron de izar las redes y solo entonces, con parsimonia, se acercaron a aquel extraño objeto a la deriva.
Un maltrecho velero Sun Magic de 40 pies flotaba semi sumergido a apenas unos metros de su barco. El mástil había desaparecido, la quilla estaba inclinada casi 30 grados y media cubierta, repleta de una maraña de cabos y restos destrozados de velas, parecía estar arrasada por las olas. Parte del casco estaba cubierta por algas y moluscos, y una gruesa raya oscura marcaba la línea de flotación, dejando bien claro que hacía mucho tiempo que estaba en el agua, pero aun así se distinguía perfectamente el nombre de la embarcación, Sayo, escrita en grandes letras negras sobre la resquebrajada pintura blanca.
Entonces vieron que al fondo, en el lado de estribor de la nave, un hombre sentado en la mesa de navegación parecía dormitar sobre su brazo derecho, con la radio a pocos centímetros de sus dedos.
Lo primero que observaron fue que todos los objetos de valor seguían a bordo, lo cual descartaba que aquello fuese obra de un asalto pirata, algo que no hubiese sido nada extraño en unas aguas infestadas de depredadores. Había una cartera llena de dólares y euros, grandes reservas de comida enlatada y un costoso equipo de telecomunicaciones, a pocos centímetros del cadáver. Flotando en el agua estancada de dentro de la cabina, docenas de fotos arrancadas de un álbum.
Una cartera plastificada con documentos permitió darle una identidad al tripulante misterioso cuyo cadáver momificado observaba aquel trajín: su nombre era Manfred Fritz Bajorat, un alemán de 59 años que no había sido visto por nadie desde que en el año 2009 recaló en el puerto de Mallorca.
Pronto se empezaron a atar cabos. Un forense examinaba el cuerpo del marino. Su primera conclusión es que un infarto fulminante había acabado con él y que llevaba muerto más de un año, probablemente dos.
Una extraña y curiosa combinación de altas temperaturas junto con un fuerte viento marino cargado de sal, había ido desecando el cadáver de Manfred Bajorat hasta dejar una momia en perfecto estado.
Durante casi dos años, como una moderna versión del El holandés errante, el Sayo y su capitán fantasma recorrieron juntos el Pacífico, atravesando tormentas, zonas de calma y largas noches de verano y de crudo invierno.
Durante todo ese tiempo, tan solo las estrellas y alguna ballena solitaria fueron testigos de cómo el velero iba, poco a poco, cayendo víctima de los elementos, mientras su capitán permanecía incorrupto haciendo una llamada eterna de auxilio. Seguramente, antes de perder su mástil en una tormenta, el Sayo se cruzó con muchos pesqueros y mercantes que lo vieron pasar ajenos a que ninguna mano humana manejaba ya su timón.
(Loureiro)
¡Caray, vaya historia! casi tan impresionante como sus primas.
ResponderEliminarAbrazo gordo.
DON TANN.
EliminarEs una historia preciosa, a mi entender. Lo curioso es que en esos mares ninguna embarcación se molesta en averiguar el qué hace un velero con el velamen desarbolado y a la deriva. Eso sí que es el "Ahí te las arregles".
Procuro que las primas luzcan y cuando no lo consigo me cabrea mucho porque por mucho feminismo que se propague en las calles, las féminas siguen prefiriendo en su intimidad que se las valore por sus atributos. Sólo las feas reivindican lo del derecho a a ser jefas de la Sección de Matemáticas quánticas.
Un fuerte abrazo
El mar no perdona, pero un ataque fulminante al corazon, aun menos. ¿Se lo vería venir?¿intentaría pedir ayuda?. No sabemos como era el tipo, pero desde luego hay que tener un caracter especial para navegar tu sólo en un barco por alta mar
ResponderEliminarEn todo caso, me da sus familiares, si los hubiere, ya habían aceptado el peor desenlace. Esto si acaso, es una forma de cerrar esa herida abierta. Una forma realmente curiosa, desde luego.
SEÑOR OGRO.
EliminarEsta alemán, al parecer, vivía con su mujer en Mallorca y se quedó viudo. Entonces en su desesperación emocional se metió en el velero y se lanzó a recorrer mares sin ningún objetivo de llegar a parte alguna. Y sufrió el infarto.
Tú no te compres ningún velero en Vitoria no te vaya a dar la tentación de irte al pantano de Santa Engracia (creo que se llama así) a vivir sobre el agua, so pena de sufrir un infarto y quedar a la deriva.