Vi a uno con una pistola que venía directo hacia mí, tuve la suerte de esquivar el tiro, pude vaciar el cargador, me refugié detrás del coche, cogí la metralleta y disparé.
Así recuerda
Lorenzo Bárez ese día de 1978, cuando dos etarras morían abatidos a tiros por la Guardia Civil en Guernika, en la calle Señorío de Vizcaya. Un equipo de guardias llevaba horas vigilándoles apostados cerca de un coche que había sido robado horas antes y se sospechaba que en algún momento del día lo iban a utilizar. Cuando aparecieron los dos militantes, les dieron el alto, y éstos sacaron sus pistolas. Los guardias dispararon.
Los dos militantes, de 19 y 21 años, morían en el acto y aquel día siempre quedará en la memoria de Bárez, porque él fue el joven guardia, de sólo 23 años, que aquel día disparó. Se convertía así, automáticamente, en uno de los principales objetivos de ETA.
Pasó el tiempo y, lo no sabido, Bárez llegó a infiltrarse en ETA. Entró en 1989 y salió en 1992. Bárez es hoy comandante jefe de Tráfico en Cantabria y lleva una vida tranquila. Completamente diferente a la que tenía cuando sus compañeros de Intxaurrondo le apodaron
Bertín por su parecido con el cantante, por su ensortijado cabello rubio y ese carácter divertido que tanto éxito le daba entre las chicas.
La vida de Bárez sigue la estela de otro infiltrado, éste célebre, como fue Mikel Lejarza, El Lobo. Pero la de Bertín es una historia nunca contada hasta ahora. Para situarla hay que viajar al cuartel de Intxaurrondo en los años de plomo. Allí llegaban jovencísimos guardias, chicos de entre 20 y 25 años, que tuvieron que acostumbrarse rápido a vivir en una tensión brutal y muertes constantes, atentados, tiroteos y funerales de compañeros.
Uno de aquellos chicos fue Lorenzo. La infiltración de Lorenzo Bertín Bárez comenzó cuando se produjo una operación policial en Francia en la que se detuvo a un etarra en la época en la que los franceses toleraban que los policías españoles actuasen sobre su terreno, mientras ambos gobiernos no se ponían de acuerdo sobre qué hacer con los etarras que vivían en su refugio del sur de Francia. La Gendarmerie detuvo a un individuo, Bertín Bárez estaba allí y notó que aquel hombre tenía una agenda, así que antes de que la vieran los franceses, se la escondió en el bolsillo.
En ella aparecía permanentemente el nombre de un tal
Chus. Incluso había una carta del propio Chus escrita de su puño y letra con relevante información sobre ETA. Era relevante averiguar quién era, dado que parecía alguien importante dentro de la organización, así que Bárez entregó la agenda al general Rodríguez Galindo.
Para dar con el misterioso etarra, la Guardia Civil realizó multitud de seguimientos, se pincharon teléfonos y al final parecía que le habían localizado. Sólo quedaba saber si era realmente Chus y qué papel tenía dentro de la banda. Para confirmar que se trataba del hombre de la carta, los guardias que le seguían simularon un control policial. Le pararon cuando iba en su coche y comenzaron a hacerle preguntas aparentemente insignificantes: que si tenía la documentación, que si llevaba gafas, en fin, se dedicaron a incordiarle. Al final le hicieron anotar en una hoja todo lo que él no llevaba encima y, de este modo, obtuvieron su escritura.
Esa misma mañana, Bárez se desplazó a Madrid con aquella hoja, guardada como un tesoro, hasta el laboratorio de criminalística para su análisis grafológico. Cotejada con la carta manuscrita, supieron que era él. Ya le tenían. "¡Es él!", gritaron, y precisamente así decidieron bautizar el caso:
Operación Esel. Y él era Jesús Unsión Pabolleta, de 39 años.
Mientras sucedía esto, la Guardia Civil tuvo noticia de algo insólito:
un grupo de abertzales planeaba un viaje conjunto para ir en autobús a la Feria de Abril de Sevilla. Los guardias sabían que aquello significaba perderles la pista durante un tiempo, pero los abertzales decían que se iban a la Feria de Abril y allí se fueron unos días de vacaciones.
Entre ellos, se apuntó Chus. Y detrás de él se apuntó también Bertín junto a otro guardia civil infiltrado, quien tuvo la suerte de poder sentarse junto a Chus durante el viaje y comenzar a charlar con él. Todo ello, amenizado por un gran repertorio de canciones tradicionales vascas que cantaron los pasajeros, canciones que Lorenzo se había aprendido de antemano.
Lorenzo dejó ver que era muy afín al pensamiento abertzale y que su profesión era la de marino mercante, identidad que le permitía desaparecer sin levantar sospechas. Y como además era un tipo simpático, enseguida empezó a meterse a la gente del autocar en el bolsillo. Después, ya en Sevilla, sucedió un incidente que le catapultó. Tuvo lugar cuando el grupo se divertía en la Feria. Era una caseta gitana en la que todo el mundo cantaba y bailaba, y de pronto no se les ocurrió nada mejor que cantar
el Vals de Carrero, un tema que se cantaba en las fiestas de los pueblos: "
Era Carrero ministro naval / y su gran sueño volar y volar / hasta que un día ay ay ay ay / se hizo su sueño una gran realidad!". El estribillo de la canción decía: "
Y voló, voló, Carrero voló / y en una cornisa quedó", y era costumbre, cuando se cantaba, lanzar por los aires cualquier cosa que se tuviera en las manos, y Bertín decidió lanzar su chaqueta, igual que todo el grupo. La situación comenzó a complicarse con los gitanos de la caseta hasta que llegó la Guardia Civil, y unos agentes se dirigieron a Bárez:
—Usted se viene con nosotros.
—¿Yo? ¿Qué he hecho yo?—, les contestó, pensando que aquello podría desbaratar la infiltración.
—Le hemos dicho que se venga con nosotros, repitieron.
Bárez reaccionó empujando a cada agente, liberándose y corriendo por el ferial. Al cabo de un largo rato regresó a encontrarse con el grupo y, a los dos minutos,
ya era un ídolo entre los abertzales. Entre ellos, le contemplaba Unsión Pabolleta (Chus). Bárez pronto
descubrió que era el responsable dentro de ETA del pase de las armas desde el sur de Francia al País Vasco.
A partir de entonces, este pase de armas continuó, pero, curiosamente, las pistolas comenzaban a tener fallos o, por ejemplo, cuando llegaban las armas no llegaban las balas y siempre así. El 3 de junio de 1994 tuvo lugar un operativo en el que la Guardia Civil detuvo al líder de Jarrai y, junto a él, fueron arrestadas varios más. Entre ellos, Chus, a quien el juez Baltasar Garzón acusaba de estar implicado en actividades del aparato de mugas de ETA, grupo encargado de ayudar a los etarras a pasar la frontera desde el sur de Francia. Tras declarar en la Audiencia Nacional, el magistrado ordenó su ingreso en prisión.
La infiltración de Lorenzo duró unos tres años y medio (1989-1992), un tiempo muy largo pese a que tuviera constantes idas y venidas por su supuesta profesión de marino. Al final decidió introducir a un segundo suyo para que le sustituyera y él desapareció literalmente del mapa, marchándose lejos, como responsable de la seguridad de la embajada de España en Guatemala. Aquello le permitía, además de adquirir distancia y descanso, la posibilidad de retomar la operación si se le necesitaba. Su infiltración seguía abierta de esta manera mientras estaba en Guatemala y en España se desataba el caso GAL por el asesinato de los etarras Lasa y Zabala.
Los años han pasado. Hoy Bárez sigue en activo en la Guardia Civil, en un área completamente diferente a la que ocupó en su juventud. Fuera del vértigo del mundo del terrorismo, es
comandante jefe de Tráfico en Cantabria.
Siccardi
infiltrado barez