Final de Adolfo Suarez

Ya casi no habla ni camina. Además de su círculo íntimo, sólo lo visitan el Rey y el cardenal Cañizares. "Tiene 79 años, pero parece que son 100 o 110", dice una persona de su entorno. Hasta Sarkozy esta semana se acordó de él.

El ritual se repite cada tarde en el chalé de la familia Suárez en La Florida (Madrid). Adolfo Suárez Illana se reúne con su padre y le transmite todas las muestras de afecto que ha recibido en su nombre a lo largo del día. Las repasa una por una, con nombres y apellidos, para no dejarse a nadie fuera de su informe.

- Papá, el Rey te manda un abrazo. Y Nicolas Sarkozy me ha expresado su admiración por ti...

Este lunes, la ristra de nombres fue más larga de lo habitual. Por la mañana, Adolfo Jr había acudido a la entrega del Toisón de Oro al presidente francés. Luego, se pasó por el velatorio de Manuel Fraga en su piso madrileño. Y todo el mundo, sin excepción, le mandó buenos deseos para su padre.

"Yo sé que no hay entendimiento intelectual", admite Suárez Illana. "Pero mi padre sí que entiende las miradas, las sonrisas... Yo le digo: "Papá, tal persona te envía un abrazo". Y él me sonríe, me estrecha la mano... Con eso me vale".

Hace tiempo que dejó de existir el Adolfo Suárez que recuerdan los españoles. Ya no es ni siquiera el apuesto setentón que protagonizaba su última foto conocida: la que tomó su hijo Adolfo el 17 de julio de 2008 en el jardín de su casa mientras charlaba, de espaldas, con el Rey.

Desde hace meses, el político abulense no pasea a solas por ese manto verde. La demencia que padece desde hace una década se ha acelerado en el último año. Su deterioro ya no es sólo cognitivo, sino también físico. Le cuesta levantarse, caminar sin ayuda, coordinar sus movimientos...

Poco a poco, su enfermedad le ha arrebatado los pasatiempos que caldeaban el invierno de su vida. Ya no juega al ping-pong, ni al futbolín, ni siquiera finge que lee el periódico, aunque no se enterase de nada. El ex presidente pasa las horas en el sofá, mirando al vacío. Aguarda a que, lentamente, la enfermedad complete su curso.

Cuentan sus íntimos que, dentro de la crueldad de su mal, el ex presidente apenas sufre. No padece dolores. Ni siquiera es consciente de su estado. De hecho, el abulense, famoso por alimentarse con tortillas de un solo huevo, goza de apetito por primera vez en su vida.

Además de sus cuidadores, sus cuatro hijos (Adolfo, Laura, Javier y Sonsoles) son su única compañía regular.

De vez en cuando, también le visitan sus hermanos (Hipólito, Carmen, Ricardo y José María), más algún familiar, como su cuñado Aurelio Delgado.

Sus amigos más leales (Gustavo Pérez Puig, Fernando Alcón, el médico Emilio Vera) también han ido espaciando sus visitas a la casa. Unos porque padecen sus propios achaques; otros, para ahorrarse el dolor de contemplar el declive de su amigo.

La restricción de las visitas tiene su explicación. Sus familiares están hartos de las leyendas urbanas que han corrido sobre el ex presidente: que regalaba billetes de 500 euros a desconocidos, que se dedicaba a dirigir el tráfico en su urbanización, que se escapó de sus guardaespaldas para contar secretos del 23-F a un jardinero...

Sólo dos personas ajenas a este estrechísimo círculo tienen acceso a la casa: Don Juan Carlos y el cardenal Antonio Cañizares. "Vienen más de una vez al año. Y las llamadas son constantes... Si se enteran de algo, no tardan ni dos minutos en llamar para interesarse".

El alzhéimer sólo ha tenido una virtud: que no ha sido consciente de la plaga de muertes en su entorno. Suárez sólo se enteró del fallecimiento de su mujer, Amparo Illana, el 17 de mayo de 2001. Cuando llegó el cáncer de su hija Mariam, muerta el 7 de marzo de 2004, ya estaba demasiado enfermo para llorarla.

-Papá, se ha muerto Mariam-, le dijo Adolfo Jr.

-¿Y quién es Mariam?

Desde aquel día, han fallecido otras tres personas cruciales en la biografía del ex presidente. Primero fue María Elena Nombela, la eterna ama de llaves, que crió a sus hijos y, ya enfermo, cuidó del propio Suárez. En 2006, le llegó el turno a su madre Herminia González, un prodigio de vitalidad hasta su muerte, a los 97 años. Y, a comienzos del año pasado, se quedó sin su neurólogo de toda la vida, Carlos Revilla, que cuidó de su salud hasta el final.

Su hija Laura, una pintora de carácter bohemio, vivió en La Florida durante un lustro. Ahora se ha independizado, aunque visita frecuentemente al padre. El resto del tiempo, el ex presidente lo pasa con los enfermeros, más la escolta y el chófer del que gozan todos los ex jefes del Gobierno. Aunque, en su caso, su presencia sea casi testimonial.

Así llevan nueve años, desde que el ex presidente perdió la cabeza.

Aquel verano, don Adolfo perdió por completo sus vínculos con la realidad. Poco a poco, dejó de reconocer a su gente. El último, hace siete años, fue al propio Adolfo Jr.

Envuelto en la tiniebla de estos nueve años, Adolfo Suárez no ha percibido cómo su figura se ha ido agigantando.Todos recuerdan al presidente, pero él no recuerda a nadie. Ni siquiera a sí mismo.

Así, el depositario de este caudal de afecto popular es Adolfo Suárez Illana. Sin amargura, el hijo constata que hoy elogian a su padre los mismos que antes le negaban la paz en misa.
El otro día, por ejemplo, un taxista aparcó en pleno carril bus en la calle Serrano, se bajó del coche, le estrechó entre sus brazos y dijo: "Déle este abrazo a su padre, que estamos muy orgullosos de él".

Así será hasta el último día del ex presidente. La muerte de Fraga ha vuelto a recordar a la familia que la fecha se acerca. Adolfo Jr tiene decidido hasta el orden en que informará del fallecimiento de su padre: primero llamará al Rey, luego al presidente del Gobierno y, finalmente, atenderá a los medios.

Del resto de preparativos se encargará el Gobierno.

Tras el funeral de Estado, se celebrará el entierro. El propio ex presidente decidió la ubicación de su tumba. La familia, de momento, evita dar detalles, aunque todo indica que descansará junto a su mujer en la capilla de Mosén Rubí, en el centro histórico de Ávila.

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