El último bandolero de la serranía

Un dispositivo compuesto por 70 guardias civiles, un helicóptero y perros de rastreo cercan la zona de la sierra Margarita, entre las poblaciones gaditanas de El Bosque y Benamahoma, para detener al hombre que cinco años antes se ha lanzado al monte para huir de la Justicia.

Con su arresto cae el último bandolero andaluz o, como le apodaban ya sus paisanos, El Lute de Cádiz, quien atemorizaba a pastores y senderistas como salteador de caminos con una escopeta en mano. Quien, aunque sin sangre de muertos a sus espaldas, terminó atracando trabuco en mano o desarmando a patrullas de guardias que le pisaban los talones entre riscos y guaridas.

Son las seis y media de la mañana de un día frío y húmedo. Antonio Manuel duerme en la tienda de campaña que tiene instalada cerca del sendero que une las dos poblaciones serranas, en pleno parque natural de Grazalema, con una orografía sumamente abrupta y vegetada. Los agentes llevan meses estudiando cómo y cuándo podrán hacerse con tan peculiar pieza. Creen que, llegados allí, lo tienen todo hecho.

Pero el delincuente, perro viejo, se percata de su presencia e intenta huir. Es cuando comienza una persecución montaña arriba, entre peñascos que se desprenden. El nuevo Lute, en un arrojo de valor, se lanza a un arroyo desde unos tres metros de altura, llevándose por delante a dos guardias civiles, aunque finalmente es capturado.

La Guardia Civil lo vio en su última choza (tienda de campaña) donde yacía una niña de apenas 14 años. Su sobrina quizás. Habían pasado la noche encamados y , según reza en una denuncia "estaba desnuda de cintura para abajo". Monte feroz.

La leyenda de Antonio Manuel Sánchez nace hace un lustro. Tras pasar casi cinco años en una cárcel asturiana, nada más salir, en 2004, comete un robo. Todo parece indicar que no ha aprendido la lección. Con el botín cruza España en tren para recomenzar su vida entre las montañas que lo vieron crecer.

A Benamahoma, donde nació el 21 de agosto de 1970, vuelve con 33 años. Se siente feliz en la casa de la abuela que lo crió, a la que quiere cuidar hasta sus últimos días. Piensa que sus problemas con la Justicia han terminado. Pasa unos años más o menos tranquilos, realizando trabajos como albañil y mozo de jardinería en el Ayuntamiento. Algunos vecinos, sabedores de su pasado, "lo increpan, lo buscan", pero él se contiene. No quiere más líos pese a que la sangre le hierve.

Hasta que un día la Guardia Civil vuelve a llamar a su puerta. Según cuentan algunos lugareños, entre varios agentes le pegan una "brutal paliza" ante su resistencia a ser detenido. Dolorido y maldiciendo, vuelve a la penitenciaria asturiana, donde sólo pasa 15 días ya que el juez lo deja libre.

Pero ni de lejos la historia había acabado. A finales de 2006 le llega una nueva notificación. La Justicia requiere su presencia.

"Antes de volver a pisar una cárcel, me tiro al monte", se jura a sí mismo. Lo hará aunque con ello sufra su abuela, la mujer que nunca le ha fallado. Y así es como empieza el romance de Antonio Manuel en la vieja serranía de bandoleros y furtivos.

En la sierra Margarita, se instala en una amplia tienda de campaña de tela azul. A su lado, levanta otra de menor tamaño para sus tres perros que, amaestrados, le sirven para atemorizar a quien se le acerque. Al menos eso es lo que cuenta la Benemérita. Una zona boscosa, sumamente escarpada y repleta de frondosos abetos es su mejor escondite. Allí se siente como en su casa, pues en su infancia el monte era el principal, cuando no el único, recurso para muchas familias. Piensa que será capaz de sobrevivir con lo que cace. Incluso tiene una pequeña plantación de marihuana para hacerse sus porritos.

Pero no todo el monte es maría. El clima en la sierra es duro en exceso. Las inclemencias meteorológicas causan mella en su físico y comienza a perder kilos. Tiene un aspecto demacrado. Se le agria el humor. No en vano, Grazalema es la zona de España donde más llueve.

Ante la escasez de comida y la necesidad de algunos utensilios, realiza pequeños robos a pastores y en tiendas de poblaciones cercanas para no alertar en Benamahoma, donde entre sus poco más de 400 vecinos es vox populi que durante los inviernos el forajido se resguarda en algunas cuevas de la sierra disimuladas entre caminos "inaccesibles y poco transitados". Allí oculta machetes y hachas, armas cada vez más útiles para él.

Sus días se vuelven rutinarios. Con su macuto a la espalda, una caja de cigarrillos, un mechero, un paquete de pastillas y una especie de sedal de pesca, recorre los picos en busca de animales. Una vez cazados, los asa en un fuego de leña. Poco a poco se convierte en un ser asocial. Se va asilvestrando.

En septiembre de 2009 amenaza de muerte a dos agentes forestales que lo sorprenden practicando la caza furtiva. A ambos los encañona y salen corriendo aterrados. Quince meses después, un senderista se cruza con él en mitad de un camino y también lo ahuyenta con su arma, no sin antes robarle la comida.

Incluso, viéndose acorralado una noche por una pareja de guardias civiles que hacen una batida rutinaria, los encañona y los obliga a lanzarse al suelo para salir huyendo. Cuando logra abrir cierta distancia, corre entre la penumbra en busca de cobijo.
Podría haberlos matado allí mismo, pero se ve que no quería sangre. A su favor también cabe decir que otros pequeños incidentes sin autor conocido se le imputan a él simplemente por su reputación. Todo porque en ese momento ya es un blanco fácil, una leyenda rural a la que achacar todos los males de la zona.

Pero el delito que mueve a la Guardia Civil a intentar detenerlo de nuevo lo comete en enero de este año. El Lute atraca de madrugada la única gasolinera de El Bosque. Al verla cerrada, piensa que no hay nadie. Error. Un guarda vigila el establecimiento e intenta evitar el hurto. En un acto de pura ira, Antonio Manuel lo golpea en repetidas ocasiones con su escopeta. En su posterior huida, pega varios disparos al aire para cubrirse.

Una pregunta late en todo este asunto: ¿Cómo un hombre de 35 años decide dar un cambio tan profundo a su vida? Quizá en su infancia esté la respuesta.

Según cuenta, la madre, Antonia, soltera y sin ningún tipo de sustento, se vio obligada a trasladarse a Sevilla para "servir en una casa". Fue entonces cuando la abuela, Ana, se encargó de criarlo.

Sin embargo, Antonia la madre, hoy una señora delgada de 60 años, con el pelo muy corto y rubio, decidió llevarse a Sevilla a su hijo cuando éste tenía sólo 10 años. Allí es donde se inició su "desestructuración". Comenzó a conocer a chicos mayores que él que consumían drogas. Y él, que venía del mundo rural, se sintió fascinado, sucumbió y se inició en el mundo del menudeo, lo que años después provocaría su entrada en prisión.

Pero el golpe más duro recibido por este bandolero del siglo XXI llegó hace tres años, cuando murió su abuela.

La madre de Antonio Manuel vive en Benamahoma y asegura que tras la detención, la Benemérita exhibió a su hijo "como un trofeo".

Junto a ella se sienta su segundo marido, que prefiere no ser citado, y la niña que apareció sin bragas el día de la detención de Manolito. "Ella estaba allí porque cada cuatro o cinco días le llevaba un macuto con comida, pero esa noche se le hizo tarde", dice. La joven, quizá cautivada por el romanticismo de ser la amante de un forajido a la antigua usanza, cargaba una mochila con latas, café o huevos y recorría durante una hora a pie la distancia que separa su casa del escondite de su bandolero.

La historia recuerda a la de otros forajidos que, en su lucha al margen de la ley, encontraron en la sierra andaluza recovecos donde esconderse.

Y  los hijos de Chaves viviendo en palacios, al igual que los restantes "protectores" de la Junta andaluza.

Tellagorri

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