El "maquillador de cadaveres"

Estos días la prensa habla mucho de un tipo que ha asesinado ancianas en un geriátrico. He aquí un bosquejo del "verdugo" aficionado de Olot.

Joan guardaba en su cerebro un secreto: le gustaba maquillar cadáveres. Tan intensa era la atracción que sentía por pintar la muerte (se había acostumbrado a verla de cerca en el asilo de Gerona donde trabajaba) que su ilusión confesa era estudiar tanatoplaxia.
Durante los últimos seis años, Joan Vila, celador de fin de semana y días festivos en el geriátrico La Caritat, parecía en cambio haber encontrado su lugar en el mundo rodeado de amigas octogenarias. Les peinaba el cabello, les arreglaba y pintaba las uñas. Se desvivía por ellas. Nadie como él, en toda la residencia, para hacerles sentir reinas por un día. No fallaba un cumpleaños. Ni un santo. Así hasta que murió Paquita.

Paquita era la señora Gironés, 85 años, viuda y sin hijos. Junto a su nombre aparecen otros dos. Sabina Masllorens, la de la silla de ruedas. Y Montserrat Guillamet, la de la habitación 301. Todas están muertas, víctimas del calendario macabro del celador de la muerte. El encantador Joan, un ex peluquero que terminó entre octogenarias después de un breve curso en el psiquiátrico de Salt.

Se sabe con certeza lo que ya ha confesado: asesinó el 12 de octubre a Sabina; el 16, a Montserrat, y el 17, a Paquita. Y se teme que su nómina de asesinatos crezca una vez investigados los 59 fallecimientos acontecidos en el asilo de Olot, en la comarca volcánica de la Garrotxa, desde que él trabaja allí. Esta semana se han exhumado los primeros doce cuerpos.

Paquita fue la última (con una muerte terrorífica: su lengua, quemada, hinchada y de tono azuloso por la acción corrosiva del ácido desincrustador, ocupaba toda la cavidad bucal). Y Paquita fue también la única que estuvo a punto de desenmascararle. Llevaba más de un mes denunciando en el geriátrico que el celador la maltrataba.
"Este malparit, este maricón, me dio una hostia en la cara. Me llevó del comedor a la sala de confort [la de los ancianos menos dóciles] y me dejó este cardenal, miren. Es una mala persona". Pero nadie en la residencia, y tampoco su sobrina, que la visitaba, llegaron a creerla.

-Entré en su habitación al oírla toser. Estaba desorientada, tenía problemas para respirar... Lo pensé entonces: quiero aliviar a la señora Gironés. Quería que... encontrara la plenitud. Salí de la habitación, subí con una jeringuilla al primer piso y abrí el cuarto de la limpieza. Llené la jeringuilla hasta la mitad de un líquido beige de un bote blanco con etiqueta verde, me la metí en el bolsillo y volví a la habitación de Paquita...
"Verás que con esto te vas a encontrar mejor", le dije. Y le metí la jeringuilla en la boca. Empezó a escupir, a salírsele algo de líquido, a toser... Agonizaba, sí, pero yo no tenía la sensación de que ella tuviera un gran padecimiento. Después bajé al comedor... Me sentía muy eufórico, como si fuera Dios.

En lo que va de año, 15 internos de La Caritat han muerto, de los que 12 (un 80%) fallecieron en fin de semana, precisamente en turno de trabajo del celador.

"Joan Vila aprovecha que en los festivos y fines de semana, a la hora de encamar a los residentes, no hay en el centro ninguna enfermera ni médico", asegura el informe policial. Eso le permitía actuar con impunidad. Sin testigos.
¿Por qué?
"Era el más frío y experto de todos los celadores, el que mejor y con más valentía respondía a la muerte de los abuelos", relatan algunas fuentes. Tiempo tenía por delante. De siete de la mañana a ocho de la tarde limpiaba, ayudaba a comer a los ancianos y los llevaba a sus camas. Aunque Joan salía siempre sobre las 10 de la noche. Otro enigma. Si las peores previsiones se confirmaran, Joan podría pasar a la historia del crimen como uno de los mayores asesinos en serie de España.

"De los 60 ancianos del centro, la difunta Paquita Gironés estaba situada hacia la mitad de la clasificación que mide el estado físico de todos. Y aún tenía la cabeza bien amueblada", asegura Rafael Berga, abogado de los familiares de las víctimas. "Con esto quiero decir que a mis clientes les duele que se pueda ver a este asesino como alguien que procurara dignidad a sus familiares". Y zanja: "Decidió unilateralmente que la vida de los otros no debería ser vivida y los mató".

Ramón y Encarnación, ya jubilados, siguen sin dar crédito a los crímenes de su único hijo, el centro de sus vidas. Nacido en el seno de una familia humilde de payeses de la Garrotxa alta, mal estudiante, tímido y reservado, Joan Vila Dilmé ha ido dando tumbos a lo largo de su vida. Tal vez por el aislamiento personal y social, fruto de sus severos trastornos psíquicos y de una personalidad inmadura, debida, según los doctores, a una homosexualidad no asumida.

Antes de que su nombre apareciera unido al de asesino en las portadas de los periódicos, Joan había intentado salir adelante con distintos oficios. Tras ver fracasar hace algo más de 10 años su emergente carrera de peluquero [se formó, montó un centro estético en Figueres con un socio, pero éste le estafó y fueron sus padres los que tuvieron que responder económicamente], Joan Vila Dilmé deambuló durante un tiempo en el mercado laboral: ayudante de cocina en el casino de Peralada (en la comarca del Alt Empordà) o en una estación de esquí, empleado en una fábrica textil como había sido su madre. Después de esa etapa, obtuvo el título de auxiliar de enfermería tras completar 150 horas en el psiquiátrico de Salt.

No había sido su único paso por clínicas de salud mental: Joan, un tipo de pueblo, nacido hijo único en la pequeña localidad de Castellfollit de la Roca, tenía un largo historial psiquiátrico.

Cuando apenas había superado los 20 años, el doctor Pijiula, de Olot, le diagnosticó un trastorno depresivo mayor con rasgos ansioso-obsesivos. Empezó con ese especialista el tratamiento, pero recurrió a un médico de Girona capital (el doctor Torrell) tras una crisis aguda. Sólo enganchado a los cigarrillos Gold Coast (compraba los paquetes de siete en siete), siempre había tenido fármacos en casa: Eloltrin (ayuda a dejar de fumar), Dobupal (antidepresivo), Pantoprazol (protector del estómago), Propranolol (disminución del temblor de manos), Diazepam (ansiedad).

Ésos son los fármacos que dijo haber mezclado con calimocho (vino y refresco de cola) durante la semana en que le cambió la vida para siempre.

"Me sentía Dios", declaró ante el juez, tras confesar haber matado a tres ancianas de La Caritat.

El primero de los crímenes confesos del celador fue el día de la Hispanidad. Ese 12 de octubre, Sabina Masllorens había recibido la visita de sus sobrinos segundos: los hermanos Ana y Jordi Diago. Los tres pasaron cuatro horas juntos. Una vez se fueron, Vila salió al patio del recinto a fumar uno de sus Gold Coast. Desde allí divisó a la mujer y decidió que había llegado su hora.

Eran las 17:30 horas cuando los sobrinos de Sabina Masllorens ya habían dado por finalizada la visita. Joan Vila divisó a la mujer, la cogió con la silla de ruedas y la llevó a su cama, en la segunda planta. Llegaba la hora de dar las cenas. Otra celadora que subió a buscarla compruebó que estaba con Vila. Un rato después, la encontraron agonizante. Murió horas más tarde.

Cuatro días después (16 de octubre) fue a por Montserrat Guillamet. Tras su muerte, Joan Vila dijo a sus compañeros de turno: "Otra más… Qué mala suerte tengo. Hace ya unos cuantos fines de semana que siempre se me mueren a mí". Otra de sus excentricidades: Vila se ocupó de sacar objetos íntimos de las fallecidas (anillos, pendientes, collares) y dárselos en mano a sus familiares.

Se veía a sí mismo como un iluminado. En declaración en el juzgado, el celador defendió que creía estar cooperando en algo que les iba a hacer bien a tres personas en mal estado de salud que no quería que siguieran sufriendo. Es decir, quería quedar amparado por la eutanasia.

En el pueblo de Joan Vila Dilmé hay quien defiende abiertamente que su vecino actuó "casi haciéndoles un favor" a los pobres ancianos. Estaban en el final de sus vidas y la eutanasia pone fin al sufrimiento, haciendo un bien", justifica un comerciante.

Pero no todos lo ven igual. Una persona que él consideraba próxima, zanja: "Era un enfermo que ha cometido una locura; se le cruzaron los cables".

Y es que Joan llevaba la frialdad en las entrañas. Una vez más lo demostró al acudir como si nada al entierro de su primera víctima mortal. En el tanatorio se quedó hasta el final. Cuando ya sólo permanecían los más allegados de la difunta Sabina Masllorens (otros trabajadores del asilo se limitaron a dar el pésame a la familia y desaparecieron en unos pocos minutos), el sádico Joan seguía allí.

Desde la detención de Joan Vila (el 18 de octubre, un día después de matar a la viuda Paquita), nadie más ha muerto en el geriátrico. Lo que nadie sabe con certeza es si el celador de Olot, en la cárcel, ha dejado escritos más capítulos. De lo que parece no haber duda es que Joan quería ser maquillador de cadáveres.

Tellagorri

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