Candido Godoi, los experimentos brasileños de Mengele

Llegamos a Cándido Godoi (Brasil), una localidad de 7.000 habitantes en donde la mayoría son gemelos, y tiene la particularidad de que el 78% de los vecinos son germanos de nacimiento o de origen.

En los 11 años que lleva al frente del hospital, Da Silva ha atendido más de 2.000 partos. La biblioteca está colmada de textos de genética y en un cajón guarda un croquis del árbol genealógico de sus pacientes. No hace falta decir que también él se devana los sesos buscando una explicación al enigma de los gemelos.

¿Es posible que Joseph Mengele convirtiera a sus paisanos alemanes de Cándido Godoi en cobayas humanas, como hizo con los prisioneros judíos?

"Hay testimonios que confirman que anduvo husmeando por aquí", sugiere el doctor, casi en tono de súplica. El galeno, hombre piadoso, abre de par en par la ventana como si quisiera purgar la estancia de una presencia maligna.

De los viajeros que desembarcaron en el puerto de Buenos Aires, el 20 de julio de 1949, el único que no se mezclaba con los demás era el hombre elegante y erguido, que había llegado al país con un pasaporte expedido por la Cruz Roja Internacional, en el que figuraba como Helmut Gregor, ingeniero de Leipzig. El estibador que cargó con su equipaje (un arcón con el rótulo de "frágil" y varias maletas) recibió de manos del alemán una estupenda propina para que tratase con amor sus pertenencias.

En su libro, La Verdadera Odessa, el autor Uki Goñi relata que el recién llegado se puso como una fiera cuando los agentes de Aduana quisieron retener el arcón, repleto de frascos sellados con cera y de bosquejos del aparato reproductor masculino y femenino.
Joseph Mengele, que es como realmente se llamaba el forastero, no iba a permitir que aquellos nativos retuvieran el laboratorio en miniatura que consiguió rescatar del campo de concentración de Auschwitz, antes de la llegada de los soviéticos. La deportación de los judíos al gigantesco centro de exterminio, había puesto a disposición del Herr Docktor la materia prima que necesitaba para sus experimentos genéticos. No ratas de laboratorio, como cuando trabajaba en el Instituto de Herencia y Biología Racial de Münich, sino gemelos humanos (humanoides según la clasificación racial de los nazis) procedentes de las comunidades judías de toda Europa.
Si descifraba el secreto de la doble gestación, el Ángel de la Muerte, como lo apodaban sus víctimas, no tardaría en descubrir el método para que el útero de las mujeres alemanas proveyera al III Reich de millones de mellizos arios. La llegada del Ejército Rojo echó por tierra sus planes, pero no depuso su obsesión por fabricar gemelos rubios en serie. Había que armarse de paciencia.

La dueña del vivero con 533 variedades de plantas es una mujer extraordinariamente vigorosa para sus 82 años. Creció en una familia itinerante presidida por un pastor que viajaba prestando ayuda espiritual a las comunidades alemanas. Rudolph Schonbruck también atendía a los enfermos en los poblados de indígenas, a orillas de los ríos Paraná y Uruguay.
En una de las expediciones al Paraguay, adonde se llega en corto tiempo atravesando la provincia argentina de Misiones, el pastor conoció a un paisano que también erraba por allí, sacando muelas, curando mordeduras de víbora y empleando un método innovador para aumentar la fertilidad de las vacas y de las mujeres. Lo primero que llamó la atención del religioso fue que el altivo nómada se refiriera a las colonias alemanas dispersas por el sur de Paraguay, el noreste de Argentina y el suroeste de Brasil, como a la Übersee Deutschland o la Alemania de Ultramar.

En las veladas en casa de Alban Krug (quien resultó ser el jefe del clandestino partido nazi de Paraguay), el individuo ante quien el anfitrión se cuadraba militarmente, decía que las mujeres rusas habían contagiado de sífilis a los soldados alemanes, razón por la cual Alemania se había derrumbado. "Cuando ya estaba ebrio, pisaba fuertemente el suelo y decía que Sudamérica sería la cuna de la nueva Germania", cuenta la jardinera. Gerda no cree que Rudolph le abriese a Joseph Mengele las puertas de Cándido Godoi. "Papá, que no hablaba mal de nadie, se refería a él como a un brujo o un charlatán. Pero muchos alemanes que conocían su oscuro pasado o que visitaron su laboratorio a orillas del río Poromocó, lo veneraban como a un dios", añade la jardinera.

Esa noche, mientras compartíamos un mate (infusión de hierbas) en casa de Gerda, nos enteramos que, de pura casualidad, la ruta que tomamos para llegar a Cándido Godoi fue la misma que recorrían Mengele y Garlet, su amante irlandesa de entonces. Afincado por aquel entonces en la localidad paraguaya de Hoenau, el Ángel de la Muerte atravesaba el río Paraná en balsa (como nosotros en el transbordador) y desde el puerto brasileño de Mauá enfilaba el camino de tierra al volante de un vistoso Ford negro. En menos de una hora estaba en los campos de la colonia alemana que entonces eran de tabaco y maíz.

La primera vez que el científico de Auschwitz estuvo aquí fue entre 1954 y 1955. En esos años ya había algunos gemelos en el pueblo, pero la oleada de partos dobles comenzó en 1963, cuando el hombre que repetía 1.000 veces al día la palabra zwillingen (mellizos) ya se había afincado en Brasil, donde vivió hasta producirse su muerte en 1979.
A comienzos de los 90, la bióloga Úrsula Matte, del Hospital de Clínicas de Río Grande do Sul, comprobó que en Cándido Godoy había 140 parejas de gemelos, lo que resultaba absolutamente fuera de lo normal en un pueblo que entonces contaba con 6.970 habitantes. Mientras que la tasa normal de gestación de gemelos es de uno por cada 80 embarazos, en la localidad que investigó Matte, de cada cinco gestaciones una era de mellizos idénticos. La bióloga sacó la cuenta de que la tasa de natalidad de gemelos en Cándido Godoi superaba en 1.000% al promedio de Brasil.

Jorge Camarasa, autor de "Mengele, el Ángel de la Muerte en Argentina", dice que todas las pistas conducen hacia el protagonista de su libro.
"Hay testimonios de que atendía a las mujeres embarazadas, les daba distintas drogas y preparaciones y les tomaba muestras de sangre. Hablaba en esos años de inseminación artificial de seres humanos y por eso continuaba trabajando con animales", relata Camarasa.
En nuestra estancia allí comprobamos que la sola mención de Mengele espantaba a la gente. Era la receta para que se pusieran rígidos como tablas e incluso hostiles, siendo que la mayoría destaca por ser gente cordial y sumamente expansiva.

En Paraguay, donde estableció su base después de huir de Argentina, el nazi contaba con una verdadera red de protección. Un especie de radar que los alertaba sobre la presencia de extraños, que podían ser agentes del Mosad como los que capturaron a Adolf Eichmann", observa Pablo Junge, uno de nuestros interlocutores en el pueblo.
"Le hubiera resultado mucho más conveniente utilizar a los colonos alemanes de Paraguay para su proyecto de engendrar la nueva raza aria", concluye.

Por RAMY WURGAFT

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