22 diciembre 2008

BASURA : Inmenso negocio de mafias


Los vertederos eran el emblema más concreto de todo ciclo eco­nómico. Amontonan todo lo que ha sido, son la verdadera estela del consumo, algo más que la huella que todo producto deja en la cor­teza terrestre. El sur de Italia es la terminal de todos los residuos tó­xicos, los restos inútiles, la escoria de la producción. Si los desechos que escapan al control oficial, según estimaciones de la asociación ecologista Legambiente, se unieran en un solo montón, su con­junto formaría una cordillera de catorce millones de toneladas: prácticamente como una montaña de 14.600 metros de altura con una base de tres hectáreas. Piénsese que el Mont Blanc tiene 4.810 me­tros y el Everest, 8.844, de modo que esa montaña de residuos que han escapado a los registros oficiales sería la mayor existente en toda la tierra.

Una enorme cordillera que -como si se la hubiera hecho explo­tar- se ha dispersado por la mayor parte del sur de Italia, en las cua­tro regiones con mayor número de delitos ecológicos: la Campania, Sicilia, Calabria y Apulia. La misma lista que surge cuando se habla de los territorios con las mayores organizaciones criminales, con la mayor tasa de paro y con la participación más alta en las convocato­rias de voluntarios para el ejército y las fuerzas de policía. Una lista siempre igual, permanente, inmutable.

La provincia de Caserta, la tie­rra del clan Mazzoni, entre el río Garellano y el lago Patria, durante treinta años ha absorbido toneladas de residuos, tanto tóxicos como ordinarios.

La zona más golpeada por el cáncer del tráfico de venenos se encuentra entre los municipios de Grazzanise, Cancello Arnone, Santa Maria La Fossa, Castelvolturno, Casal di Principe -casi tres­cientos kilómetros cuadrados de extensión- y en el perímetro na­politano de Giugliano, Qualiano,Villaricca, Nola, Acerra y Mariglia­no. Ningún otro territorio del mundo occidental ha tenido una carga mayor de residuos, tóxicos Y no tóxicos, vertidos ilegalmente.
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Gracias a este negocio, la facturación que ha caído en los bolsillos del clan y de sus intermediarios ha alcanzado en cuatro años la cifra de 44.000 millones de euros. Un mercado que ha experimentado en los últimos tiempos un incremento global del 29,8 por ciento, equipa­rable únicamente a la expansión del mercado de la cocaína.

Desde fi­nales de la década de 1990, los clanes camorristas se han convertido en los líderes continentales del vertido de residuos. El clan de los Casalesi, en sus dos vertientes, una dirigida por Schiavone Sandokan y la otra por Francesco Bidognetti, alias "Cicciotto di Mezzanotte", se reparte este gran negocio, un mercado tan enorme que -pese a haber constantes tensiones- no les ha llevado nunca a un choque frontal.
Pero los Casalesi no están solos en esto. Está también el clan Mallardo de Giugliano, un cártel habilisimo a la hora de recolocar de manera rápida las ganancias del propio tráfico, y capaz de vehicular en su territorio una cantidad inmensa de residuos.

En la zona de Giugliano se ha descubierto una antigua cantera abandonada rebo­sante de residuos. Se estima que la cantidad allí vertida equivale a unos 28.000 camiones TIR, un volumen que uno se puede repre­sentar imaginando una fila de camiones, cada uno de ellos pegado al parachoques del otro, que llegaría desde Caserta hasta Milán.

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Los boss no han tenido el menor escrúpulo en recubrir de ve­neno sus propios pueblos, dejando pudrirse las tierras que rodeaban sus propias villas y sus propios dominios. La vida de un boss es bre­ve; el poder de un clan, entre guerras internas, arrestos, matanzas y cadenas perpetuas, no puede durar mucho. Ahogar en residuos tóxi­cos un territorio, rodear los propios pueblos de montañas de vene­no puede resultar un problema solo para quien posee una dimen­sión de poder a largo plazo y dotada de una responsabilidad social.

En la inmediatez del negocio, en cambio, no hay más que un eleva­do margen de beneficios y la ausencia de cualquier contraindicación. La parte más consistente del tráfico de residuos tóxicos tiene un vector único: el vector norte-sur. Desde finales de la década de 1990 se han vertido entre Nápoles y Caserta 18.000 toneladas de residuos tóxicos procedentes de Brescia, mientras que en el plazo de cuatro años un millón de toneladas han acabado en Santa Maria Capua Vetere.

Desde el norte, los residuos tratados en las instalaciones de Mi­lán, Pavía y Pisa se enviaban después a la Campania. La Fiscalía de Nápoles y la de Santa Maria Capua Vetere descubrieron, en enero de 2003, y gracias a las investigaciones coordinadas por el fiscal Donato Ceglie, que en cuarenta días habían llegado más de 6.500 to­neladas de residuos de Lombardía a Trentola Ducenta, cerca de Ca­serta.

Los campos de las provincias de Nápoles y de Caserta son autén­ticos mapamundis de basura, papeles de tornasol de la producción industrial italiana.

Visitando vertederos y canteras es posible ver el des­tino de decenios enteros de productos industriales italianos. Siempre me ha gustado dar vueltas con la Vespa por los caminos que bordean los vertederos. Es como andar sobre residuos de civilizaciones, sobre estratos de operaciones comerciales; como flanquear pirámides de producción, trazas de kilómetros consumidos.

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Pistas forestales a me­nudo muy mal asfaltadas para facilitar el acceso de los camiones. Territorios donde la geografía de los objetos se halla integrada por un mosaico variado y múltiple.
Todo resto de producción y de acti­vidad tiene su ciudadanía en estas tierras. En cierta ocasión, un cam­pesino estaba arando un campo que acababa de comprar, exacta­mente en el límite entre las provincias de Nápoles y de Caserta. El motor del tractor se calaba; era como si aquella tierra fuese especial­mente compacta. De pronto empezaron a asomar trozos de papel por ambos lados de la reja. Era dinero. Miles y miles de billetes de banco; cientos de miles. El campesino bajó de un salto del tractor y empezó a recoger ttenéticamente todos los ttagmentos de dinero, como un botín oculto por quién sabe qué bandido, ttuto de quién sabe qué inmenso robo. Era solo dinero desmenuzado y descolorido; billetes de banco triturados procedentes del Banco de Italia, tonela­das de fardos de dinero ya desechado y fuera de curso legal. El tem­plo de la lira había acabado bajo tierra; los restos del viejo papel mo­neda liberaban su plomo en un campo de coliflores.

Cerca de Villaricca, los carabineros descubrieron un terreno donde se habían acumulado los papeles utilizados para limpiar las ubres de las vacas procedentes de centeneras de granjas de las regio­nes del Véneto, Emilia y Lombardía. Las ubres de las vacas se limpian constantemente, dos, tres, cuatro veces al día; cada vez que hay que ponedes las ventosas de los ordeñadores automáticos, los mozos de cuadra tienen que limpiadas. A menudo las vacas enferman de mas­titis y otras patologías similares, y empiezan a segregar pus y sangre; pero en ningún momento se les prescribe reposo: simplemente hay que limpiadas cada media hora, ya que, de lo contrario, el pus y la sangre terminan en la leche, estropeando barriles enteros.

Cuando pasé junto a las montañas de papel de ubre sentí un fuerte hedor a leche agria. Acaso era pura sugestión, y tal vez aquel color amari­llento de los papeles amontonados deformaba incluso los sentidos. Pero lo cierto es que estos residuos, acumulados a lo largo de dece­nios, han reestructurado los horizontes, creado nuevos olores, hecho surgir siluetas de colinas inexistentes; las montañas devoradas por las canteras de repente han recuperado la masa perdida. Pasear por el in­terior de la Campania es como absorber los olores de todo lo que producen las industrias. Al ver mezclada en la tierra la sangre arterial y venosa de las fabricas de todo el territorio, viene a la mente algo parecido a las bolas de plastilina modeladas por los niños con todos los colores disponibles.

Cerca de Grazzanise se había acumulado toda la tierra de desecho de la ciudad de Milán. Durante decenios, toda la basura recogida en los cubos de los barrenderos milaneses, el pro­ducto de sus escobazos matutinos, se había agrupado y expedido ha­cia esa zona.
Cada día, 800 toneladas de residuos de la provincia de Milán acaban en Alemania; sin embargo, la producción total de la ciudad es de 1.300 toneladas diarias: faltan, pues, otras 500, que no se sabe dónde van a parar. Es muy probable que estos residuos fantasma se dispersen por todo el sur de Italia.

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Incluso hay tóner de impreso­ras contaminando la tierra, tal como ha puesto al descubierto la ope­ración de 2006 "Madre Tierra", coordinada por la Fiscalía de Santa Maria Capua Vetere. Entre Villa Literno, Castelvolturno y San Tam­maro, el tóner de todas las impresoras de oficina de la Toscana y Lombardía se vertía de noche desde camiones que oficialmente trans­portaban compost, un tipo de fertilizante. Su olor era ácido y fuerte, y afloraba cada vez que llovía. Las tierras estaban llenas de cromo he­xavalente.

Si se inhala, este se fija en los glóbulos rojos y en los cabe­llos y provoca úlceras, dificultades respiratorias, problemas renales y cáncer de pulmón. Cada metro de tierra lleva su carga peculiar de residuos.

En cierta ocasión, un amigo mío dentista me explicaba que algunos muchachos le habían llevado calaveras. Auténticas calaveras, de seres humanos, para que les limpiara los dientes. Como pequeños Hamlets, en una mano llevaban el cráneo y en la otra un fajo de bi­lletes para pagar la limpieza de boca. El dentista les echó de la con­sulta y luego me telefoneó nervioso:
-Pero ¿de dónde coño sacan esos cráneos? ¿Dónde van a bus­carlos?

Él se imaginaba escenas apocalípticas, ritos satánicos, chiquillos iniciados en el verbo de Belcebú.Yo sonreía. No era dificil saber de dónde venían. En cierta ocasión, pasando cerca de Santa Maria Capua Vetere con mi Vespa, se me había pinchado una rueda. El neumático se había rajado al pasar por encima de una especie de bastón afilado que yo creí un remur de búfalo. Pero era demasiado pequeño para ser de búfalo: era un remur humano. En los cementerios se realizan ex­humaciones periódicas: sacan a los que los sepultureros más jóvenes llaman "los archimuertos", los que llevan más de cuarenta años bajo tierra. En teoría, estos restos habrían de tratarse, junto a los ataúdes y demás material del cementerio, mediante la gestión de empresas especializadas. El coste de este tratamiento resulta muy elevado, de modo que los directores de los cementerios dan dinero a los sepultureros para que excaven y luego lo echen todo en un camión: tierra, ataúdes podridos y huesos.

Así, tatarabuelos, bisabuelos, abuelos de quién sabe qué ciudad se amontonaban en los campos de Caserta. Se llegaron a verter tantos -como descubriría el NAS de Caserta en febrero de 2006-- que la gente, cuando pasaba cerca, se persignaba, como si se tratara de un cementerio. Los chiquillos les mangaban los guantes de cocina a sus madres, y, excavando con manos y cucharas, buscaban los cráneos y las cajas torácicas que estuvieran intactos.

Los vendedo­res de los rastros llegaban a comprar un cráneo con los dientes blan­queados hasta por cien euros; y por una caja torácica intacta, con to­das las costillas, podían pagarse hasta trescientos. Las tibias, remures y brazos no tienen salida. Las manos sí, pero sus trozos se pierden facil­mente entre la tierra. Una calavera con los dientes negros vale cin­cuenta euros, pero estas no tienen un gran mercado: parece que a la clientela no le repugna tanto la idea de la muerte como el hecho de que el esmalte de los dientes empiece poco a poco a pudrirse.

De norte a sur, los clanes consiguen drenar de todo. El obispo de Nola definió el sur de Italia como el vertedero ilegal de la Italia rica e industrializada. Las escorias derivadas de la metalurgia térmica del aluminio, los peligrosos polvos de extracción de humos, en particu­lar los producidos en la industria siderúrgica, las centrales termoe­léctricas y las incineradoras los residuos de los barnices, los líquidos refluentes contaminados de metales pesados, el amianto, las tierras contaminadas procedentes de actividades de saneamiento, que van a contaminar terrenos que aún no lo están; y también residuos pro­ducidos por empresas o instalaciones peligrosas de petroquímicas históricas como la antigua Enichem de Priolo, los fangos de curtido de la zona de Santa Croce sull' Amo, o los fangos de las depuradoras de Venecia y de forli, propiedad de sociedades mayoritariamente de ca­pital público.

El mecanismo del vertido ilícito parte de empresarios de gran­des compañías, o incluso de pequeñas, que quieren eliminar a precios irrisorios sus residuos, el material de desecho del que ya no es posi­ble extraer nada sin coste alguno. En la segunda fase se hallan los ti­tulares de centros de almacenaje que emplean una técnica consisten­te en recoger los residuos tóxicos y en muchos casos mezclados con residuos ordinarios, de modo que diluyen su concentración tóxica y de ese modo eluden su clasificación, de acuerdo con el CER (el Ca­tálogo Europeo de Residuos), como residuos tóxicos.

Los químicos son fundamentales para reclasificar un cargamen­to de residuos tóxicos como basura inocua. Muchos de ellos entre­gan un formulario de identificación falso con códigos de análisis engañosos.

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Después están los transportistas que recorren el país para llegar hasta el sitio prescrito para los vertidos, y finalmente, los res­ponsables de; dichos vertidos. Estos pueden ser gestores de vertederos autorizados o de instalaciones de compostaje en donde se cultivan los residuos para hacer abono, pero pueden ser también propietarios de canteras abandonadas o de terrenos agrícolas que se utilizan para vertidos ilegales. Allí donde haya un espacio con un propietario pue­de haber un vertedero.
También son elementos necesarios para el funcionamiento de todo el mecanismo los funcionarios y empleados públicos que no controlan ni verifican las diversas operaciones, o conceden la gestión de canteras y vertederos a personas claramente integradas en organizaciones criminales.

Los clanes no "tienen que hacer pactos de sangre con los políticos, ni aliarse con partidos ente­ros. Basta con un funcionario, un técnico, un empleado, con cual­quiera que desee aumentar su sueldo, y para ello, con extremada fle­xibilidad y silenciosa discreción, se las arregle para que el negocio salga adelante en provecho de todas las partes implicadas.

Los verda­deros artífices de la mediación son, sin embargo, los que se conocen como "stakeholders"; son ellos los auténticos genios criminales del empresariado del vertido ilegal de residuos peligrosos. En este territorio, entre Nápoles, Salerno y Caserta, se forjan los mejores stake­holders de toda Italia. Por stakeholder (que en inglés significa "inte­resado" o "depositario") se entiende; en la jerga empresarial, aquella figura de la empresa que participa en el proyecto económico y que, asimismo, se halla en disposición de influir con su actividad, directa o indirectamente, en sus resultados. En Italia, los stakeholders de los residuos tóxicos se habían convertido en una auténtica clase dirigen­te.

El tratamiento de residuos representa un coste que ningún em­presario italiano considera necesario. Los stakeholders repiten siem­pre la misma metáfora:

-Para ellos es más útil la mierda que cagan que los residuos, para cuyo tratamiento tienen que desembolsar montones de dinero.

Los stakeholders ponen en contacto a las in­dustrias con los responsables de los vertederos de los clanes, y, aun­que a cierta distancia, controlan todos los pasos de la eliminación de los residuos.

Existen dos clases de productores de residuos. Por una parte, los que no tienen otro objetivo que ahorrar en el precio del servicio, sin que les importe la fiabilidad de las empresas con las que subcon­tratan la eliminación de sus residuos. Son los que consideran que su responsabilidad termina en el momento en que los barriles de vene­no salen del perímetro de sus empresas y luego están los directa­mente implicados en las operaciones ilegales, que se encargan ellos mismos de eliminar sus residuos de manera ilícita.

En ambos casos,la mediación del stakeholder es necesaria para garantizar los servicios de transporte y la indicación del lugar del vertido, así como su ayuda
a la hora de dirigirse a quien corresponda para la desclasificación de un cargamento. La oficina del stakeholder es su coche. Con un telé­fono y un ordenador portátil mueven cientos de miles de toneladas de residuos.

Sus ganancias van a comisión sobre los contratos con las empresas y en relación a los kilos de residuos contratados para su eli­minación. Los stakeholders tienen una lista de precios variable. Los diluyentes, que, por ejemplo, un stakeholder ligado a los clanes pue­de eliminar sin dificultad, van de los 10 a los 30 céntimos el kilo; el pentasulfuro de fósforo, a un euro el kilo; las tierras removidas de las carreteras, a 55 céntimos el kilo; los embalajes con restos de residuos peligrosos, a 1,40 euros; las tierras contaminadas, hasta 2,30 euros; los materiales de desecho de los cementerios, a 15 céntimos; las partes no metálicas de los automóviles, a 1,85 euros el kilo, transporte in­cluido. Los precios propuestos, obviamente, tienen en cuenta las exi­gencias de los clientes y las dificultades del transporte.

Las cantidades gestionadas por los stakeholders son enormes, y sus márgenes de be­neficio exorbitantes.
La denominada "Operación Houdini" de 2004 ha demostrado que una sola instalación industrial del Véneto gestionaba ilegalmen­te cerca de doscientas mil toneladas de residuos al año. El coste de mercado para gestionar correctamente los residuos tóxicos impone precios que van de los 21 a los 62 céntimos el kilo; los clanes pro­porcionan el mismo servicio a 9 o 10 céntimos el kilo. En 2004,los stakeholders de la Campania llegaron a garantizar que ochocientas toneladas de tierras contaminadas de hidrocarburos, propiedad de una empresa química, se trataran al precio de 25 céntimos el kilo, transporte incluido; un ahorro del 80 por ciento sobre los precios normales.

Del libro "Gomorra" (Derechos Edición de Random House Mondadori, S.A.)

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1 comentario:

  1. Hola Javier. Con mis mejores deseos, que el recibimiento del Niño Dios sea motivo de dicha y felicidad.
    Abrazos y todo mi afecto, Martha

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