Gustavo Bueno (Santo Domingo de la Calzada, 1924) trata de desbaratar el último mito del milenio en su ensayo "El mito de la cultura" (Editorial Prensa Ibérica). Catedrático emérito de la Universidad de Oviedo, el filósofo hace un exhaustivo estudio en el que critica el esnobismo de aquellos que, tras acudir a un concierto o una exposición, salen impregnados de un halo especial. Arremete especialmente contra la utilización del concepto de identidad cultural como un arma política.
Antes de hablar del mito de la cultura, Gustavo Bueno define lo que entiende él por cultura. Y así, distingue entre una cultura subjetiva, de tradición latina —"el alma humana es el campo virgen, que, mediante la educación y el aprendizaje, se cultiva y adquiere unos hábitos que se sobreañaden a su naturaleza— y otra objetiva, que envuelve a los hombres, los moldea, los dignifica, les confiere un valor supremo y los justifica." Nace así "el mito de la cultura".
—Usted afirma que en la España de los 90 hay una escala de prestigio, en la que la idea de cultura supera a otras como la felicidad, la libertad o la riqueza. ¿Los españoles valoran más ser cultos que ser libres, ricos o felices?
—En América, la felicidad es un valor más en alza, pero en España, y en Europa en general, es la cultura. Por nuestra tradición clásica se valora más que la felicidad e, incluso, que el dinero. Un millonario sin cultura sigue siendo un patán. La cultura es condición "sine qua non" para situarse en la sociedad.
—El mito de la cultura es, en su opinión, una secularización de la idea del Reino de la Gracia.
—Las funciones que la cultura objetiva desempeña hoy son análogas a las que desempeñaba el Reino de la Gracia en la Edad Media. Y esa cultura eleva a los hombres, los dignifica, los justifica... Hace unos días escuché al presidente del Real Madrid, tras conocerse el contrato multimillonario de un futbolista, que decía: "Al fin y al cabo, el fútbol es cultura." Ese mito es peligrosísimo, porque reproduce todas las contradicciones del mito de la Gracia. Cuando se aplica al concepto de nación adquiere su verdadera peligrosidad.
—En la clasificación de lo que es culto o no, ¿qué o quién decide, por ejemplo, que la ópera sea música culta y el rock no?
—Tal decisión es una especie de bolsa sociológica de elites. Yo he hecho investigaciones de campo en algunos teatros de ópera, oyendo lo que hablaba la gente por los pasillos: no sabían nada de ópera y, sin embargo, aplaudían a rabiar. Es un mecanismo puramente social. Igual ocurre en el mundo del arte, donde hay nuevos coleccionistas que enseguida entienden de arte, como los niños entienden de cromos para cambiarlos. Saben que esos cuadros tienen un gran valor. Son, simplemente, mecanismos de prestigio y de fetichismo. Esos objetos son cada vez más herméticos y esotéricos, porque si son ininteligibles para el vulgo les confieren mayor prestigio. Es impresionante ver a la gente en el Reina Sofía mirando los cuadros de Miró en silencio. Van allí asombrados de que aquellas cosas triviales tengan tal dignificación.
—¿Por qué cree que la cultura es el opio del pueblo?
—Se posee el monopolio sobre ciertos valores que consume la elite y a la que no tienen acceso los demás. Esta elite tiene que aumentar ese mito para creerse a sí misma y para que los demás vean que no participan de ello. Se administran unas dosis de cultura que mantienen su ensueño de minoría despierta. La necesidad de una contracultura es imprescindible.
—Los nacionalismos basan sus teorías en la reivindicación de una cultura propia, cuyo máximo exponente es la lengua vernácula.
—Es ridículo. En Asturias estamos viviendo un plan de laboratorio con el tema del bable y la polémica de si Asturias es una nación o nación de naciones. Creo que el nacionalismo en España es un ejemplo de laboratorio de una elite de gobernantes que se lo han inventado para elevarse de rango social y, en lugar de ser presidente de una autonomía, serlo de una nación con mitos tan absurdos como el del País Vasco. La nación vasca es un mito absoluto. Es una invención completa de la Historia, una reconstrucción que ha logrado cuajar en la mente de unos fanáticos. Se habla del lenguaje del paraíso, de la raza vasca. Pero ¡dónde vamos a parar!
—Y en el caso de Asturias, ¿cuál es el verdadero problema?
—En Asturias, el idioma oficial es el castellano y lo ha sido desde la Edad Media. Se conservaban unas reliquias muy interesantes de lenguajes rurales: los bables. Después de la Transición se fundó la Academia de la Llingua, que trata de normalizar el bable e inventarse una lengua artificial, inventando palabras verdaderamente cómicas. Están traduciendo la Biblia al bable, creando una biblioteca con un dispendio económico enorme de libros que no lee nadie. Se trata de inventar palabras raras que no entienda nadie.
Identidad cultural
—¿Por qué habla de la identidad cultural como un fetiche?
—La identidad de Asturias, por ejemplo, consiste en ser una parte de España, como la identidad de mi brazo consiste en ser parte de todo mi organismo. El concepto de identidad cultural es un concepto metafísico que hay que utilizar adecuadamente y aquí se utiliza como un arma política. Y el primer paso, es que la lengua no la entiendan los demás para después tener una autonomía política. ¿En qué se diferencian la cultura asturiana de la cántabra o la andaluza de la vasca? En nada. Hay matices distintos, simplemente.
—¿Existe una cultura universal?
—Hay contenidos culturales que son universales, como la CocaCola. Pero la idea de la Unesco de que todas las culturas son iguales y armónicas es un mito. ¿Cómo va coexistir la cultura de los indios amazónicos con una cultura tradicional europea? Lo que diferencia a cada país es su Historia, que no es sinónimo de cultura. Porque un país como el nuestro tiene refundidas en sí mil culturas distintas.
—Epicuro dijo a un discípulo: "Toma tu barco y huye, hombre feliz, a vela desplegada, de cualquier forma de cultura". ¿Está de acuerdo?
—Es una frase simbólica. Hay que huir de cualquier forma de cultura en el sentido que he hablado del mito de la cultura y de las aplicaciones peligrosas y siniestras de ese mito.
Velázquez, "Aida" y los tres tenores
—¿Qué piensa al ver largas colas ante el Prado en la exposición de Velázquez o un estadio de fútbol lleno para oír a los tres tenores?
—Todo esto es prototipo de la cultura kitsch. La gente que acudía en masa al Museo del Prado para ver a Velázquez, al volver a su casa se sentía bañada en un halo especial, como si hubiera recibido la Gracia de Dios. Y el que no había ido era un desgraciado. Habían visto cuadros que no entendían, pero daba igual si les habían gustado o no. Lo que funcionaban eran mecanismos de ascenso social. El año pasado estuve en Las Ventas para ver la ópera "Aida". Aquello fue surrealista. Había gente de toda España que se elevaba a un estado de Gracia. Igual que el papanatismo de la gente para oír a los tres tenores. Representan aquellos valores detentados antes por la aristocracia y la alta burguesía que, de repente, entran en el pueblo.
—"El atletismo vocal de un divo de ópera no tiene más importancia que el atletismo muscular de un héroe de halterofilia", dice en su libro. ¿No va a escocer tal afirmación?
—La ópera es hoy una de las monedas de cambio más utilizadas. Sostengo esa afirmación y no me importa si molesta a alguien.
—Los nuevos templos de la cultura parecen ser los campos de fútbol y las salas de conciertos. ¿Existe una cultura de escenario?
—Recuerdo el mito de la caverna de Platón, que nos ofrece la imagen de los hombres encadenados a un escenario, a una pantalla en la que ven sombras. Me ha sorprendido que este mito tenga tanta actualidad. El 90 por ciento de las actividades culturales consisten en ver a gente sobre un escenario.
—¿Qué le pareció la movilización que se hizo tras el incendio del Liceo?
—Fue una cursilería de tal naturaleza... Aquello fue como la destrucción del Templo de Jerusalén. Tenía una funcionalidad: movilizar a la gente con el fin de que aportara varios miles de millones para reconstruirlo.
—¿Cree que la cultura está secuestrada por las elites?
—Las culturas no son armónicas; están en lucha por la vida. Hay culturas y contraculturas. Hoy el fútbol y la televisión son valores tremendos. Pero sí existe un tipo de cultura que está en manos de esas elites. Hay valores que no se sabe si son culturales o no. La cultura científica no se entiende como tal. Quien ignora el teorema de Fermat puede ser más inculto que aquel que no sabe quién es Picasso.
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