Solzhenitsin sufrió en sus propias carnes el paranoico régimen soviético, ya que estuvo internado en varios campos del gulag comunista, que denunció en varias obras. La primera de ellas, ‘Un día en la vida de Iván Denisovich’, narraba la vida de un prisionero político en los campos de concentración comunistas de Siberia.
Pero fue a raíz de la publicación de su archiconocido Archipiélago Gulag cuando la opinión pública empezó a concienciarse de las atrocidades, que gran parte de la izquierda europea, en teoría democrática, se empeñaba en negar y minimizar.
La publicación de la obra, pero sobre todo su éxito en difusión, causó un serio desconcierto en la izquierda europea, que en los años 70 se dedicó a atacar al que sería premio nobel sin ningún recato.
“El hecho mismo de escribir lo que ha escrito, de declarar lo que ha declarado, invalida sus acusaciones”, afirmaba la revista socialista en su nº 687 de 27-03-1976, que volvía a criticar a Solzhenitsin como instrumento antisovietico, contrario a la coexistencia pacífica de los dos bloques.
No admitían los socialistas españoles, la equiparación de Stalin a Hitler, ni del comunismo al nazismo. La URSS de ser igual, era a EE.UU. Incluso el que sería ministro de cultura con los gobiernos del PSOE, Jorge Semprun, lanzaba alguna diatriba contra el escritor ruso, por no hablar de insignes intelectuales y periodistas que hoy van de liberales y que en aquellos días loaban el marxismo, demostrando lo poco acertado de su criterio y lo mucho de soberbia que conservan al no haber reconocido nunca que “los otros” eran los que tenían razón.
Y es que como señala Juan Pedro Quiñonero, “hace treinta años, en Madrid, era intelectualmente peligroso denunciar el Gulag”.
Durante la época de Stalín, más de 25 millones de personas pasaron por estos campos de concentración y 9 millones murieron víctimas del sistema comunista. Gulag es un acrónimo para denominar a la Dirección general de Campos de Trabajo.
El término "campo de trabajo correctivo" fue sugerido para uso oficial por el politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética el 27 de julio de 1929, como reemplazo del término "campo de concentración", comúnmente usado hasta entonces.
En ellos se inspiraron pocos años más tarde los campos de exterminio nazis. Sin embargo, por increíble que parezca, a estas alturas la izquierda europea aún sigue resistiéndose a condenar con la misma contundencia los crímenes nazis y los comunistas. Sin ir más lejos, en 2006, el grupo socialista en el Consejo de Europa se negó a condenar “los crímenes de los regímenes comunistas totalitarios”. Genio y figura hasta la sepultura.
Mucho antes de que la muerte lo sacara a empujones este domingo de su dacha en las afueras de Moscú, los herederos de la tramoya de Vladimir Ulianov Lenin trataron de sepultarlo en vida, junto a las decenas de millones de rusos que el totalitarismo envió a las tumbas reales y colectivas que rodearon los campos de trabajos forzados.
Después de publicar sus primeros textos críticos, después de que sus relatos sobre los tormentos padecidos por los prisioneros pasaran por encima de los carteles con obreros con pinta de fisiculturistas, y de los panfletos de los criados locales y extranjeros del poder soviético, ya no volvió a haber descanso para el escritor.
Aquella fuerza avasalladora del Estado, aquella máquina perfecta de represión y control del ser humano, trabajó muchos años a tiempo completo contra el profesor de matemáticas.
Un hombre sencillo, proveniente de Rostov del Don, que, después de recibir dos medallas en el glorioso Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, le contó en una carta privada a un amigo una broma sobre "el bigotudo" camarada Stalin.
Trataron, con todos los mecanismos de esa dictadura científica, que su obra no trascendiera. Y, después de cumplir ocho años de condena y otros tres de destierro en Siberia, siguió siendo incansablemente perseguido por aulas y caminos.
Querían sus manuscritos, los retratos de una realidad que él ponía ante los ojos y ante la conciencia de sus compatriotas.
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