21 abril 2008

LOS ILUMINADOS SALVAPATRIAS


Los métodos para desespañolizar a catalanes y vascos fueron parecidos. Por un lado, un ataque inclemente a España o a Castilla, elaborando una historia de agravios, y por otra un halago desmesurado a lo autóctono: "Había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes", dice Prat, para lo cual debían combinarse "los transportes de adoración" a Cataluña con el odio a los supuestos causantes de sus males, los castellanos, pese a que Castilla, como reino o región, había dejado hacía mucho de representar un poder hegemónico o director en España.

"La fuerza del amor a Cataluña, al chocar contra el obstáculo, se transformó en odio, y dejándose de odas y elegías a las cosas de la tierra, la musa catalana, con trágico vuelo, maldijo, imprecó, amenazó".

Había que "resarcirse" de una imaginaria "esclavitud pasada".

"Tanto como exageramos la apología de lo nuestro, rebajamos y menospreciamos todo lo castellano, a tuertas y a derechas, sin medida".

O, como observa más sobriamente Cambó, "El rápido progreso del catalanismo fue debido a una propaganda a base de algunas exageraciones y de algunas injusticias: esto ha pasado siempre y siempre pasará, porque los cambios en los sentimientos colectivos no se producen nunca a base de juicios serenos y palabras justas y mesuradas" .
En resumen, escribe Prat: "Son grandes, totales, irreductibles, las diferencias que separan a Castilla y Cataluña, Cataluña y Galicia, Andalucía y Vasconia. Las separa, por no buscar nada más, lo que más separa, lo que hace a los hombres extranjeros unos de otros, lo que según decía San Agustín en los tiempos de la gran unidad romana, nos hace preferir a la compañía de un extranjero la de nuestro perro, que al fin y al cabo, más o menos, nos entiende: les separa la lengua".
De creer a Prat, nadie entendía el español común fuera de Castilla, si acaso Andalucía o Canarias, y un catalán preferiría --o más bien debía preferir, de acuerdo con la nueva doctrina-- la compañía de su perro a la de un castellano, un gallego o un vasco. La distorsión histórica se aprecia en frases como la que opone "el gótico y el románico de nuestros monumentos" a "la Alhambra o la Giralda", como si a Cataluña la caracterizasen el gótico y el románico, y al resto de España los monumentos árabes. Para él, "Bien mirados los hechos, no hay pueblos emigrados, ni bárbaros conquistadores, ni unidad católica, ni España, ni nada".

Tanto Prat como Arana se consideraban católicos fervientes, pero Arana va más allá que Prat, y exclama indignado: "¡Católica España! Y ¡ afirmarlo ahora que cualquiera sabe leer y cualquiera lee periódicos y libros! (...) No es posible, en breve espacio, mencionar siquiera concisamente los hechos pasados y presentes que prueban bien a las claras que España, como pueblo o nación, no ha sido antes jamás ni es hoy católica".

Arana decía hallar en la mayoría de los españoles "el testimonio irrecusable de la teoría de Darwin, pues más que hombres semejan simios poco menos bestias que el gorila: no busquéis en sus rostros la expresión de la inteligencia humana ni de virtud alguna; su mirada solo revela idiotismo y brutalidad".

Ante este hecho, el inteligente y virtuoso Arana clamaba entre asombrado y furioso: "euskerianos y maketos ¿forman dos bandos contrarios? ¡Ca! Amigos son, se aman como hermanos, sin que haya quien pueda explicar esta unión de dos caracteres tan opuestos, de dos razas tan antagónicas".

En estas frases se condensa todo el programa aranista: había que sustituir aquella amistad y fraternidad por una enemistad sin fisuras. Amenaza también al vascongado que olvidara la lengua vascuence: entonces, "si el maketo, penetrando en tu casa, te arrebata a tus hijos e hijas para quitar a aquellos su lozana vida y prostituir a éstas... entonces, no llores".

O pintaba a "Bizkaya" como "la nación más noble y más libre del mundo", una raza "singular por sus bellas cualidades, pero más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española, ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo...".

Esa raza sufría, sin embargo, "humillada, pisoteada y escarnecida por España, por esa nación enteca y miserable". Y fulminaba a sus paisanos: "Habéis mezclado vuestra sangre con la española o maketa, os habéis hermanado y confundido con la raza más vil y despreciable de Europa".
En fin, "Era antes vuestro carácter noble y altivo, a la vez que sencillo, franco y generoso; y hoy vais haciéndoos tan viles y pusilánimes, tan miserables, falsos y ruines como vuestros mismos dominadores", concluye con nobleza y generosidad peculiares.

Si España no existía, en palabras de Prat, o era tan irrisoriamente inepta y ruin como decía creer Arana, la misión emancipadora que ambos se atribuían debía haber resultado muy cómoda, aunque muy difícil, en cambio, explicar dónde había estado durante siglos Cataluña, o cómo había sido posible la supuesta sumisión de los vascos. Pero estas incoherencias nunca les preocuparon demasiado. Sea como fuere, la mezcla del halago a un grupo social con el señalamiento de un enemigo claro, culpable de todos los males, sugestiona fácilmente a muchas personas, si se insiste en ella con tenacidad. Y así fue.

Estas campañas, aparte de la habilidad y energía derrochadas en ellas, recibieron gran impulso del "desastre" del 98, como recordaba Cambó. Si en el terreno económico aquella derrota tuvo poco efecto, y el desarrollo español incluso se aceleró luego, supuso una quiebra moral y psicológica, que dio alas a los movimientos radicales, desde el socialismo revolucionario y el anarquismo a los nacionalismos. Así fue posible que a los pocos años Prat asegurase, con alguna razón: "Hoy ya, para muchos, España es sólo un nombre indicativo de una división geográfica".

No obstante las similitudes básicas, hay fuertes diferencias entre el programa nacionalista de Prat y el de Arana.

El primero anhelaba "más que la libertad para mi patria. Yo quisiera que Cataluña (...) comprendiera la gloria eterna que conquistará la nacionalidad que se ponga a la vanguardia del ejército de los pueblos oprimidos (...) Decidle que las naciones esclavas esperan, como la humanidad en otro tiempo, que venga el redentor que rompa sus cadenas. Haced que sea el genio de Cataluña el Mesías esperado de las naciones".
Ello no le impedía al mismo tiempo proclamar una vocación imperialista, pues el imperialismo "es el período triunfal de un nacionalismo: del nacionalismo de un gran pueblo". Cataluña debía convertirse en el elemento hegemónico de un imperio ibérico que se extendería desde Lisboa al Ródano, para luego "expandirse sobre las tierras bárbaras", especialmente las africanas.

A Arana, en cambio, ni se le ocurría pensar en los catalanes como vanguardia de los "pueblos oprimidos" o de cualquier otra cosa. En realidad manifestaba desprecio hacia Cataluña, a la que consideraba una región española sin remedio, como tal enemiga de los vascos y sin títulos propiamente de nación:
"Nunca discutiremos si las regiones españolas como Cataluña tienen o no derecho al regionalismo que defienden, porque nos preocupan muy poco, nada por mejor decir, los asuntos internos de España".
Su programa era casi el inverso de Prat, pues propugnaba para el "pueblo más noble y más libre del mundo" el encerramiento en sí mismo.

La mayor distinción de los vascos, sería, después de la raza, el euskera, "broquel de nuestra raza, y contrafuerte de la religiosidad y moralidad de nuestro pueblo". Según él, "donde se pierde el uso del Euzkera, se gana en inmoralidad", por lo cual, "Tanto están obligados los bizkaínos a hablar su lengua nacional como a no enseñársela a los maketos o españoles". Nada, pues, de moralizar por vía lingüística a los maketos: "Muchos son los euzkerianos que no saben euzkera. Malo es esto. Son varios los maketos que lo hablan. Esto es peor" "Si nuestros invasores aprendieran el euzkera, tendríamos que abandonar éste, archivando cuidadosamente su gramática y su diccionario, y dedicarnos a hablar el ruso, el noruego" Etc.

Pese a su entusiasmo por el vascuence, la lengua materna de Arana era el castellano. De ella renegó, aunque, para hacerse entender, hubo de escribirlo, y con no mal estilo. Dada la dificultad del vascuence, no debió de llegar a dominarlo, como indica su creación de la palabra Euzkadi, juzgada por sus seguidores como un hallazgo genial. El político nacionalista Eguileor opina que "el anhelo" de la "raza más vieja de la tierra (...) se condensa maravillosamente en una sola palabra, la que no acertó a sacar durante cuarenta siglos nuestra raza del fondo de su alma, palabra mágica creada también por el genio inmortal de nuestro Maestro: ¡Euzkadi!".

Pero el filólogo vasco Jon Juaristi, observa que el término es un disparate, que "consta de una absurda raíz euzko, extraída de euskera, euskal, etc., a la que Arana hace significar "vasco", y del sufijo colectivizador -ti /-di, usado sólo para vegetales.
Euzkadi se traduciría literalmente por algo parecido a "bosque de euzkos" o PATATAL, cualquier cosa que ello sea". Ya en su tiempo Unamuno criticaba la "grotesca y miserable ocurrencia" de un "menor de edad mental", que equivaldría a cambiar la palabra España por "la españoleda, al modo de pereda, robleda..."

Por Pío Moa
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