05 abril 2008

AYAAN HIRSI ALI : Entrevista


Con una historia personal trágica –forzada a la ablación por su abuela, exiliada política de su país por la lucha de su padre contra la dictadura de Mohamed Siad Barre–, Ayaan Hirsi Ali, después de vivir en varios países musulmanes, entre ellos Arabia Saudí, escapó de las redes familiares ante la inminente concreción de un matrimonio concertado, y pidió asilo político en Holanda, donde empezó a trabajar de intérprete en centros de acogida para inmigrantes somalíes.

En este país, laico, liberal e igualitario, descubrió la prisión que su religión impone a las mujeres en aquellas regiones regidas por la sharia.

Este despertar de la conciencia crítica se transformó en activismo político frente al mudo horror de los atentados del 11 de Septiembre, cometidos en el nombre de Alá.

Conocida en España por ser la guionista de la película que le costaría la vida a Theo van Gogh, Ayaan Hirsi Ali es una defensora de la libertad que ha sabido construirse un destino personal apasionante, ajeno al forzado sometimiento en que viven y mueren muchos millones de mujeres musulmanas.
Irónica y divertida, pese a vivir amenazada de muerte, la claridad expositiva de Ayaan Hirsi Ali la convertirán, sin duda, en un referente intelectual ineludible en los años por venir, alejada en todo momento del arquetipo de radical y ave de tempestades en que la progresía europea la ha encasillado, ciega ante la amenaza del nuevo fascismo: el islamismo radical.

¿Cuáles son las responsabilidades de los musulmanes que viven en Europa? ¿Cómo pueden compaginar la fidelidad a su herencia religiosa y el respeto por las leyes laicas?

Yo sólo puedo hablar por mí. Lo que hice fue aprender de la experiencia de los cristianos, los judíos y demás, echando mano de su tradición y de la Ilustración. Tengo un libro en proyecto titulado Shocked Enlightenment, donde digo que aquellos que se educaron en el islam, como yo, no tienen que inventar la rueda, que gran parte del trabajo ya está hecho. Cuál es el camino que deben seguir, es lo que intento explicar en el libro: aprender a hacer autocrítica y a reflexionar por uno mismo. Pero antes de reflexionar, debe existir el “uno mismo”, y el problema del islam es que no hay sitio para el “uno mismo”, no hay sitio para el individuo. La responsabilidad por la que usted pregunta consiste en revisar la relación entre Dios y el individuo. Esta relación en el islam es de masa y esclavitud, y con masa y esclavitud lo que resulta es una completa y total sumisión de la voluntad. Así es como se mantiene a la gente oprimida. Pero entontes llegamos al problema: si se acepta que el Corán es la palabra de Alá, si él mismo lo ha escrito, al ponerlo en duda resulta que pasas de la sumisión a la rebelión, y yo digo que no, que de la sumisión se pasa al diálogo. Si se acepta que el Corán no lo escribió Dios, sino seres humanos, entonces se puede cambiar.

Luego está el profeta Mahoma, que es infalible, sobre el que no se puede decir nada malo ni pensar nada crítico. Mientras los musulmanes estén de acuerdo con esto, no habrá cambio, porque harán todo siguiendo las enseñanzas del profeta, lo que conlleva un completo estancamiento intelectual. Y tenemos que cambiar eso, reconociendo que el profeta fue un ser humano y no Dios, como él mismo dice en el Corán. Se puede usar esto para decir “vamos a seguir las enseñanzas del profeta Mahoma que son buenas, como la caridad, la hospitalidad, la generosidad, pero no aquellas que conciernen a los logros de la humanidad: libertad de conciencia, igualdad entre hombres y mujeres, etcétera”.

Por último, pero no menos importante, está la moral sexual. Que el sexo sólo esté permitido dentro del matrimonio, es algo que rige en cualquier religión, pero el modo en que funcionan los musulmanes es metiendo a las mujeres en una jaula. Esa jaula no es sólo física, sino también mental. Cuando se mete a las niñas y a las mujeres en una jaula mental, no pueden escapar de la ignorancia, y los hijos que educan, incluso los varones, crecen igualmente ignorantes. Hay que romper la puerta de esa jaula, dejarlas libres y reconocerlas como individuos.

Volveremos a algunos aspectos de su respuesta, pero me gustaría comentar la terrible tragedia de tener a un quinto de la humanidad detenido en los valores morales del mundo tribal del siglo VI, en que nace la religión mahometana, que tuvieron unas circunstancias históricas concretas y se han fosilizado a lo largo del tiempo.

Estoy de acuerdo, pero creo que es algo que está cambiando. La mentalidad tribal es algo que toda la humanidad ha tenido en cierto momento, incluso en países no musulmanes. Específicamente, la mentalidad tribal del desierto árabe, que es patriarcal, tiene una serie de características que impide cualquier progreso. La tragedia que menciona está ahí, pero en cierto sentido es como la fábula del Ave Fénix, y hay que abordarla de algún modo, escribir al respecto, indagar. Creo que una de las razones más importantes por las que el mundo islámico tiene miedo al cambio es que si rompemos ese sistema tribal, ¿qué hay?, ¿cuál es la alternativa?


La verdadera tragedia es que muchos musulmanes han definido la alternativa, que es la sociedad abierta, como algo occidental, moderno, y por tanto, rechazable. Están atrapados en la seguridad creada por la mentalidad tribal. Se ha convertido en una declaración de principios la idea de que los valores occidentales son desechables, y ellos mismos no tienen valores, por lo que no tienen alternativa. Y yo insisto: así que queremos manejar coches occidentales, queremos vivir en casas con inventos occidentales, queremos volar en aviones, queremos el lado material de Occidente, pero nos negamos a aprender de sus valores. Es una tragedia, repito, pero soy optimista, porque cada vez hay más y más voces árabes y musulmanas que reivindican los valores occidentales.

¿Cuál es el principal argumento de su crítica al multiculturalismo? ¿Cuáles son sus riesgos? ¿Por qué afirma usted que el multiculturalismo es racista?

Me hacen esta pregunta a menudo, y me gustaría distinguir “multicultural” como calificativo. Por ejemplo, los que estamos en esta mesa somos de distintos países, así que esta reunión es “multicultural”, pero no hay ningún valor adscrito a ello. Después está la teoría del “multiculturalismo”, que sostiene que distintos grupos minoritarios dentro de una pequeña sociedad pueden conservar sus costumbres y su religión, incluso si no son compatibles con la constitución o con la ley. Creo que eso es racista porque en primer lugar es un punto de vista que no contempla una sociedad de ciudadanos e individuos, sino de colectivos, de grupos.


Estos grupos son casi siempre étnicos y tienen sus características específicas. Otra característica repugnante del multiculturalismo es que congela a estos grupos en un determinado sistema cultural, valorándolo: si practican la poligamia, deberían tener la libertad de hacerlo. Mientras, la gente que pertenece a estos grupos se queda sin la oportunidad de pensar siquiera y de progresar.

Yo concibo la cultura como algo dinámico, algo que debería renovarse y criticarse constantemente. Los multiculturalistas la ven como algo estático. Esa postura los deja ciegos ante el hecho de que muchos grupos étnicos no occidentales, y todos los religiosos, oprimen a las mujeres. La sociedad liberal dice que hombre y mujer son iguales; si se permite a estos grupos tener sus propias tradiciones y su propia religión, en realidad privarán del derecho a estas mujeres, entregándolas a las normas de su comunidad, dándole a ésta margen para oprimirlas y para controlar su sexualidad. Así que piensan que están haciendo un favor, cuando en realidad están dando cobijo a la sumisión. Eso es lo que llamo “compasión equivocada”, una compasión imaginaria, no real.

El punto de vista multiculturalista concibe a los individuos dentro de una comunidad étnica, religiosa o tribal, conservando intacto el grupo, con lo que se mutila la individualidad y se refuerza el atraso de estas culturas. En vez de convertir a los miembros de estos grupos étnicos en ciudadanos lo más pronto posible y darles los mismos derechos, empezaron a diseñar el tan cacareado multiculturalismo, para preservar todas estas culturas antiguas y tribales.


Y eso no es coherente con el ser humano, con la historia, y supone para estos grupos una tragedia moderna, porque no dejan que su cultura sea dinámica nunca más. Creo que es muy cruel, muy racista, y lo que me molesta es que se hace en nombre de la compasión.

Otra paradoja del multiculturalismo es que ve las culturas como si fuera un museo de etnografía: inmóviles, impermeables, aisladas, ancladas en el tiempo; y que eso nace en las universidades.


¿Cuál es su opinión de este asunto como fenómeno académico?

Muchas veces la universidad no está en contacto con el mundo real. Cuando trabajaba para el Partido Laborista, me di cuenta de que los académicos de izquierda, los que defendían con más ahínco las minorías étnicas, nunca habían conocido de cerca a ninguna, no habían vivido en sus guetos. No todos los académicos, pero muchos de los que defienden el multiculturalismo lo que hacen es escribir un libro, que es citado por un colega y reseñado por otro; a su vez, éstos escriben otro libro, y los demás lo citan y lo reseñan, y así tienes un círculo vicioso de gente que sólo habla los unos de los otros.

Producen obras para el gobierno que sirven de referencia para toda la sociedad. Los académicos de las ciencias sociales, en vez de investigar a fondo por qué demonios esta gente es así, repiten una y otra vez que hay discriminación, que se les tiene odio, que han pasado por la experiencia de la guerra. Uno de los principales retos que tenemos en Occidente es reformar la universidad, porque si no, sólo servirá para entretener a los mediocres.

¿Cree que Occidente ha subestimado el peligro del radicalismo islámico?

Sí. No sólo lo ha subestimado, sino que ahora, después de los ataques en Madrid, en Londres, en Holanda, piensan que esa subestimación pertenece al pasado, pero que hemos alcanzado un estado en el que hay mucha inseguridad, en el que no sabemos cómo tratar al islam.


Todos los gobiernos prestan atención a gente que dice representar a la comunidad musulmana, pero que no la representa, y que les cuenta a los políticos lo que quieren y cuando se dan la vuelta, les cuentan a su grupo lo que quiere oír. Los políticos están escuchando a la gente equivocada. No es sólo subestimación, es que muchos de mis colegas políticos no lo entienden.

Nuestro primer ministro, por ejemplo, se empeña en comparar el islam con el cristianismo todo el tiempo. Tony Blair dice haber leído el Corán dos veces de cabo a rabo, lo cual me hace gracia, porque no sé cómo lo habrá leído: ¿de derecha a izquierda?

En ese sentido, quizá tenga que ver la sensación de culpabilidad que tiene Occidente por el periodo colonial.

Sí, existe toda una lista de culpas en Occidente: por el descubrimiento de América, por el colonialismo, por la persecución de los judíos, por el “ay, Dios mío, nosotros somos ricos y ellos son pobres”.

Los movimientos socialistas y comunistas han inspirado a muchos jóvenes intelectuales la idea de que si eres rico, debes compartir y si eres pobre, no es culpa tuya. Todo esto se combina para ver a la gente sólo como víctimas, por un lado. Y por otro, eso mismo refuerza que los islamistas, y muchos musulmanes que no son islamistas, se presenten como víctimas y digan “tú eres rico y nosotros pobres”, “estás atacando al islam”, etcétera. Lo que no existe es sentido común.
Si eres víctima, no eres culpable de tus propios fracasos.

Claro, pero además, si te consideras una víctima y te ven como a una víctima, niegas una parte muy importante de tu dignidad humana. No somos víctimas, todo individuo sano tiene la capacidad innata de resolver problemas. Insistir en el victimismo suprime esta capacidad, en lugar de desarrollarla.

Al hilo de lo que dice, quizá el victimismo haya tenido que ver en que una parte de la opinión pública holandesa considerara al asesino de Theo van Gogh un perturbado mental, cuando desde el principio dejó claro que lo hacía en nombre de Alá.

Pone usted el dedo en la llaga, absolutamente. No estaba loco, de hecho era bastante sincero: no quería un abogado, por ejemplo.

Usted ha dicho que podemos tener derechos colectivos sólo si garantizamos los derechos individuales. ¿Por qué la libertad no puede existir sin el individuo?

Siempre tendremos que buscar el equilibrio entre el grupo y el individuo porque somos animales sociales.
Lo que se arguye en estas sociedades cerradas para no respetar los derechos y las libertades de los individuos es que es malo para la comunidad. ¿Por qué? Observemos este tipo de mentalidad, donde la gente está ciega y se engañan los unos a los otros, porque no se les permite expresarse. En un grupo que oprime al individuo, la base para la interacción es la desconfianza. Cuando se tiene desconfianza, no se puede construir nada juntos, y se llega a un sistema donde sólo los fuertes consiguen lo que quieren y los débiles están oprimidos. Y con ello, todo el grupo permanece oprimido.

No dejo de insistir en los derechos individuales porque aquellas sociedades que han otorgado al individuo la máxima libertad son más prósperas, más libres. Toda esa gente de África y de Oriente Medio que arriesga la vida para venir aquí, ¿por qué vienen? Buscando la libertad. Todas las historias que me encontré trabajando durante cinco años como traductora en el servicio de inmigración, todas, eran de personas que habían venido en busca de su dignidad, en busca de sus derechos individuales.

Usted inscribe Submission Part 1 en la tradición occidental de la libertad y la crítica racional. También ha dicho que el islam necesita un Voltaire. ¿Es posible que esto pase alguna vez dentro del islam?

Bueno, yo soy una prueba de que uno puede haber sido educado en el islam y ejercer la autocrítica. Por eso hago una distinción entre el islam como doctrina y los musulmanes que la siguen. La doctrina en sí contiene muchas equivocaciones, pero el ser humano es capaz de darse cuenta y de criticarla, de seguir uno o dos caminos, o seleccionar una parte y dejar otra. Los individuos son seres pensantes, tienen sentido común, pueden cambiar su propia religión. No creo que los gobiernos solos puedan enseñar al enorme colectivo de musulmanes a tener conciencia de sí mismo. Mi conciencia no me la dio ningún gobierno:
la hallé en libros, en películas, en mi experiencia.

Trato de compararlo con la iglesia católica, que era como el islam: no permitía las críticas, había que seguir sus dictámenes solamente. Poco a poco, a veces de un modo sangriento, los propios creyentes empezaron a reflexionar y a criticar, y en el siglo XX, ese proceso se completó con el desarrollo de la información y de la tecnología, y eso es lo que quiero para el islam.


En ese sentido, el escándalo de las caricaturas podría haber sido tratado así, como un espacio para reflexionar sobre los verdaderos valores de la cultura islámica y permitir avanzar en ellos, ¿no? ¿Le sorprendió el escándalo? ¿Cuál es su postura?

En efecto, las caricaturas contribuyen al pensamiento crítico. Que proliferen las caricaturas de Mahoma es algo que agradezco. Pero muchos políticos, como Jack Straw, o Zapatero, o el propio primer ministro holandés [Jan Peter Balkenende>, empezaron a decir que herían la sensibilidad, que no deberían haberlas publicado… Ésta es la típica actitud multiculturalista.

El asunto de las caricaturas es que dentro de Dinamarca hay un montón de gente con miedo a expresar cualquier crítica al islam, incluso no siendo musulmana, y el Jyllands-Posten quería comprobar si era cierto que no se podía hablar de estas cosas en su país. Así empezó la historia.

Después, los representantes de la comunidad musulmana, nacionales e internacionales, se dirigieron al Parlamento danés y exigieron algo inaceptable para un país mínimamente democrático: castigar a los caricaturistas y que se arrepintieran. El primer ministro dijo que no podía hacer eso. Los representantes musulmanes dijeron que si no podía, entonces se sentirían ofendidos y crearían conmoción. Les contestaron que eran libres de acudir a la justicia, y me encantaría desafiar a cualquier líder europeo, enfrentado a un problema similar, a que castigara al periódico: saben que no pueden. Creo que la reacción de Carsten Juste [director del Jyllands-Posten fue ejemplar, este hombre se merece toda la admiración.

Lo que pasa, y es lo que más temo del asunto, es que
hay una presión internacional sobre los países occidentales para promulgar una ley que prohíba insultar a figuras religiosas. Esto es lo que está pasando. O sea, que lo que empezó siendo una conmoción, puede llegar a legislarse. Otra cosa que temo es que los musulmanes que viven en una democracia liberal estén captando el siguiente mensaje: si no aceptas las reglas de la democracia, haciendo ruido consigues lo que quieres.

Una paradoja del asunto de las caricaturas es que casi todos los comentaristas e intelectuales que han salido en defensa de la libertad de expresión, incluso del derecho a ridiculizar a los profetas y los dioses, han dicho “sí, pero eran de mal gusto”. Incluso en los defensores hay esa especie de prurito, de miedo, de no comprometerse hasta el fondo. ¿No existe el peligro de que ya esté inoculado en los medios el virus de la auto-censura?

Es que hay miedo. La gente teme que los musulmanes reaccionen violentamente. Conviniendo con este miedo, no toman a los musulmanes en serio, como seres humanos: los etiquetan como violentos, que no pueden controlarse cuando ven un dibujo que los ofende, lo cual no es cierto, por supuesto. En fin, ese es el elemento racista. Con los políticos es aún más peligroso. Porque no tiene importancia que un político diga que no le gusta una caricatura o que le gusta otra, pero sí tiene mucha que lleven ese miedo a la ley.

Me gustaría centrarme en uno de los principales temas de su libro, la defensa de los derechos de la mujer. ¿Por qué es tan importante el dogma de la virginidad para la construcción de la opresión femenina en el mundo islámico?

La virginidad siempre ha sido un dogma característico en todas las religiones, y siempre ha conllevado un trato espantoso de las mujeres.


Pero en el siglo XX, las otras dos grandes religiones decidieron aceptar que cada uno decida lo que quiera: si es permanecer virgen hasta el matrimonio, perfecto; si no, Dios te pedirá cuentas. No es el caso del islam en el siglo XX.

El Corán dice que ni mujeres ni hombres pueden tener relaciones fuera del matrimonio, pero en la práctica, sólo las mujeres ven limitados sus movimientos para asegurar su virginidad, lo cual se corresponde con la mentalidad tribal árabe de hacer temer al hombre que otro hombre deje embarazada a su mujer.
En los países en los que rige la sharia, a las mujeres no se les permite salir de casa sin la compañía de un hombre de la familia, a las niñas se las aparta de la escuela y no llegan a terminar sus estudios. Además, las casan a una edad muy temprana, por eso soy tan vehemente con respecto al profeta: los hombres que se casan con niñas de nueve, once, doce años, piensan que no hacen nada inmoral, porque Mahoma hizo lo mismo.

Éste es el tipo de conductas que no pueden seguir, sobre todo porque para las jóvenes, embarazadas a los catorce o quince años, el riesgo de morir durante el parto o de que el bebé nazca muerto es muy alto. En el mundo mueren cada año más de 600 mil mujeres mientras dan a luz; gran parte tiene que ver con problemas de salud, pero otra gran parte concierne a mujeres muy jóvenes de países islámicos.

A las mujeres no se les permite llevar una vida pública. ¿Por qué? Porque la mentalidad islámica tiene miedo de que el hombre la acose. Así que en vez de educar a los niños para controlar su sexualidad, se encierra a las mujeres en casa, se las esconde, porque se asume que cuando un hombre ve a una mujer se comporta como un macho cabrío, se vuelve loco.

Y ahora dejaré a un lado a los musulmanes y al islam: hay un informe del Centro de Ginebra para el Control Democrático de las Fuerzas Armadas de 2004 que explica que entre 113 y 200 millones de mujeres están “desaparecidas” demográficamente, lo cual supone entre 1,5 y 3 millones de mujeres al año. Estas cifras recuerdan al Holocausto. Es muy importante que haya una campaña mediática continua sobre esto, que no dejen de preguntar a países como China, India o Pakistán dónde están esos 200 millones de mujeres.


Bernard Lewis divide el mundo del islam en dos grandes modelos. Uno sería Turquía, con la modernización de Atatürk, y otro Irán, con la revolución de los ayatolás. ¿Por qué sí pudo llevarse a cabo una revolución laica en Turquía y no se ha podido extender a otros países? ¿Qué pasos se tendrían que dar para que así fuera? ¿Cómo podría ayudar Occidente para que eso funcionara?

Me encanta Bernard Lewis, pero creo que en su análisis idealiza la revolución otomana. Ésta consistió en un hombre que entendió la democracia legal y la estableció de un modo que llamaríamos despótico-ilustrado, pero sus seguidores no expandieron el sistema, no crearon una masa crítica que aceptara la sociedad abierta como un activo importante para ellos.


Lo que hicieron fue usar el ejército para asegurarse de que los fundamentalistas nunca tomaran el control. Si quitas la amenaza del ejército –y ese creo que es uno de los principales problemas para formar parte de la Unión Europea–, los fundamentalistas dominarían, y algo como Irán sería posible en Turquía. Lo que Turquía debe hacer es mantener el ejército en su sitio, invertir en la educación de las nuevas generaciones, crear un público suficientemente grande que acepte la democracia liberal, como Alemania después de la guerra.

Lo curioso de Irán es que jóvenes ricos y educados apoyaron a los ayatolás, y hay muchos que se arrepienten ahora, así que en cierto sentido, pienso que la situación en Irán es más optimista que en Turquía, porque millones de iraníes han vivido bajo la sharia, y ya no están dispuestos a consentirlo, porque tienen ahora a un islamo-fascista que quiere conseguir la bomba atómica. No sé muy bien cómo tratar este asunto, pero imaginando un escenario sin Mahmud Ahmadineyad en el cargo, creo que las perspectivas de una democracia real en Irán pueden ser más luminosas que en Turquía.

Dos últimas preguntas. La primera tiene que ver con cómo el antisemitismo forma parte de la vida ordinaria de la mayoría de los países islámicos. ¿Qué sintió al descubrir que los judíos habían sido las víctimas del peor crimen de la historia de la humanidad? ¿Cómo luchar contra esa locura colectiva? Y la segunda, ¿cómo se siente siendo perseguida?, ¿cómo es su vida cotidiana?, ¿cómo se plantea el futuro?

Me educaron como musulmana, y viví en Arabia Saudí cuando era muy pequeña, así que he visto de cerca ese antisemitismo, al que por supuesto no llamaba así entonces. Los judíos representaban el demonio. En aquel tiempo, los cortes de luz o de agua eran frecuentes en los sitios donde vivíamos, y recuerdo a mi madre, cada vez que se iba la luz, decir: “los judíos lo han vuelto hacer”. Así que crecí con la idea de que los judíos eran el sinónimo de Satán. Más tarde, en Kenia, me uní a una hermandad musulmana, y recibíamos muchas obras de catequesis de Arabia Saudí que daban rienda suelta al odio a los judíos. Cuando llegué a Holanda, tenía una idea terrible de los judíos. Y entonces empecé a leer sobre la Segunda Guerra Mundial y sobre el Holocausto, siendo yo misma una refugiada. En 1993, conocí por primera vez a un judío en persona. Mi primera reacción fue pensar ¡si es un ser humano, no ninguna clase de monstruo!

¿Por qué necesita el islam pensar en los judíos como un enemigo permanente?

Porque el islamismo, como muchos pensamientos totalitarios, es utópico, y necesita este tipo de teorías conspirativas para llegar a su ideal inalcanzable. Explicar por qué el islamismo es antisemita no es difícil en ese sentido.

En cuanto a mi vida diaria, es muy emocionante. Me entrego plenamente a mi labor política, aunque no me gusta la parte mecánica del día a día, “esta coma debería ir aquí, esta otra, no”. A veces es cansado, los días muy largos y tengo poco tiempo para mí, estoy demasiado ocupada.

Pero, ¿vivir bajo amenaza no afecta su vida cotidiana?

Sí, pero cuanto menos tiempo tienes, menos lo piensas.


Traído por IBAIA

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