La Constitución de Estados Unidos es el fruto de un largo proceso histórico iniciado en Inglaterra con la Reforma del siglo XVI.
Mientras el continente europeo se desgarraba en el conflicto entre Reforma y Contrarreforma, la Inglaterra de Enrique VIII optó por un comportamiento cuando menos peculiar.
El monarca inglés provocó un cisma con Roma, pero, a la vez, se manifestó ferozmente antiprotestante persiguiendo a los partidarios de la Reforma y manteniendo un sistema dogmático sustancialmente católico.
Sólo la llegada al trono de su hijo Eduardo permitiría que en Inglaterra se iniciara una reforma muy similar a la que estaba experimentando el continente.
Es cierto que la reina María Tudor (conocida por sus súbditos como "la Sanguinaria" por la persecución desencadenada contra los protestantes) intentaría desandar ese camino, pero su hermana Isabel, una vez en el trono, consolidó la orientación protestante del reino especialmente tras ser excomulgada por el papa.
Con todo, la manera tan peculiar en que el proceso había sido vivido en Inglaterra tuvo notables consecuencias.
Mientras que un sector considerable de la Iglesia anglicana se sentía a gusto con una forma de protestantismo muy suave que, históricamente, se consolidaría como la confesión protestante más cercana a Roma, otro muy relevante abogaba por profundizar esa reforma amoldando la realidad eclesial existente a los modelos contenidos en el Nuevo Testamento.
Los partidarios de esta postura recibieron diversos nombres: puritanos, porque perseguían un ideal de pureza bíblica; presbiterianos, porque sus iglesias se gobernaban mediante presbíteros elegidos en lugar de siguiendo un sistema episcopal como el católico romano o el anglicano; y también calvinistas, porque su teología estaba inspirada vehementemente en las obras del reformador francés Juan Calvino.
Este último aspecto tuvo enormes consecuencias en muchas áreas (entre ellas las de un enorme desarrollo económico y social en Inglaterra) pero nos interesa especialmente su influjo en la política.
El calvinismo político se resumía en cuatro puntos:
1. La voluntad popular era una fuente legítima de poder de los gobernantes.
2. Ese poder podía ser delegado en representantes mediante un sistema electivo.
3. En el sistema eclesial, clérigos y laicos debían disfrutar de una autoridad igual aunque coordinada.
4. Entre la Iglesia y el Estado no debía existir ni alianza ni mutua dependencia.
Sin duda, se trataba de principios que, actualmente, son de reconocimiento prácticamente general en Occidente pero que en el siglo XVI distaban mucho de ser aceptables.
Durante el siglo XVII, los puritanos optaron fundamentalmente por dos vías. No pocos decidieron emigrar a Holanda -donde los calvinistas habían establecido un peculiar sistema de libertades que proporcionaba refugio a judíos y seguidores de diversas fes- o incluso a las colonias de América del Norte.
De hecho, los famosos y citados Padres Peregrinos del barco MayFlower no eran sino un grupo de puritanos. Por el contrario, los que permanecieron en Inglaterra formaron el núcleo esencial del partido parlamentario -en ocasiones hasta republicano- que fue a la guerra contra Carlos I, lo derrotó y, a través de diversos avatares, resultó esencial para la consolidación de un sistema representativo en Inglaterra.
La llegada de los puritanos a lo que después sería Estados Unidos fue un acontecimiento de enorme importancia para el futuro desarrollo de la Constitución. Desde luego, la influencia educativa fue esencial, ya que no en vano Harvard -como posteriormente Yale y Princeton- fue fundada en 1636 por los puritanos.
Cuando estalló la revolución americana a finales del siglo XVIII, el peso de los puritanos en las colonias inglesas de América del Norte era enorme. De los aproximadamente tres millones de americanos que vivían a la sazón en aquel territorio, 900.000 eran puritanos de origen escocés, 600.000 eran puritanos ingleses y otros 500.000 eran calvinistas de extracción holandesa, alemana o francesa.
Por si fuera poco, los anglicanos que vivían en las colonias eran en buena parte de simpatías calvinistas, ya que se regían por los Treinta y Nueve Artículos, un documento doctrinal con esta orientación.
Así, dos terceras partes al menos de los habitantes de los futuros Estados Unidos eran calvinistas y el otro tercio en su mayoría se identificaba con grupos de disidentes como los cuáqueros o los bautistas.
La presencia, por el contrario, de católicos era casi testimonial y los metodistas aún no habían hecho acto de presencia con la fuerza que tendrían después en Estados Unidos.
El panorama resultaba tan obvio que en Inglaterra se denominó a la guerra de independencia de Estados Unidos "la rebelión presbiteriana" y el propio rey Jorge III afirmó: "Atribuyo toda la culpa de estos extraordinarios acontecimientos a los presbiterianos." No se equivocaban y, por citar un ejemplo significativo, cuando Cornwallis fue obligado a retirarse para, posteriormente, capitular en Yorktown, todos los coroneles del ejército americano salvo uno eran presbíteros de Iglesias presbiterianas. Por lo que se refiere a los soldados y oficiales de la totalidad del ejército, algo más de la mitad tambiénpertenecían a esta corriente religiosa.
Sin embargo, el influjo de los puritanos resultó especialmente decisivo en la redacción de la Constitución. Ciertamente, los cuatro principios del calvinismo político arriba señalados fueron esenciales a la hora de darle forma, pero a ellos se unió otro absolutamente esencial que, por sí solo, sirve para explicar el desarrollo tan diferente seguido por la democracia en el mundo anglosajón y en el resto de Occidente.
La Biblia -y al respecto las confesiones surgidas de la Reforma fueron muy insistentes- enseña que el género humano es una especie profundamente afectada en el área moral como consecuencia de la caída de Adán.
Por supuesto, los seres humanos pueden hacer buenos actos y realizar acciones que muestran que, aunque empañadas, llevan en sí la imagen y semejanza de Dios. Sin embargo, la tendencia al mal es innegable y hay que guardarse de ella cuidadosamente. Por ello, el poder político debe dividirse para evjtar que se concentre en unas manos -lo que siempre derivará en corrupción y tiranía- y tiene que ser controlado.
Esta visión pesimista -¿o simplemente realista?de la naturaleza humana ya había llevado en el siglo XVI a los puritanos a concebir una forma de gobierno eclesial que, a diferencia del episcopalismo católico o anglicano, dividía el poder eclesial en varias instancias que se frenaban y contrapesaban entre sí evitando la corrupción.
Esa misma línea fue la seguida a finales del siglo XVIII para redactar la Constitución americana.
De hecho, el primer texto independentista norteamericano no fue, como generalmente se piensa, la declaración de independencia redactada por Thomas Jefferson sino la obra de la que el futuro presidente norteamericano la copió. Ésta no fue otra que la Declaración de Mecklenburg, un texto suscrito por presbiterianos de origen escocés e irlandés, en Carolina del Norte, el 20 de mayo de 1775.
La Declaración de Mecklenburg contenía todos los puntos que un año después desarrollaría Jefferson, desde la soberanía nacional a la lucha contra la tiranía pasando por el carácter electivo del poder político y la división de poderes.
Por añadidura, fue aprobada por una asamblea de veintisiete diputados -todos ellos puritanos- de los que un tercio eran presbíteros de la Iglesia presbiteriana, incluyendo a su presidente y secretario.
El carácter puritano de la Constitución -reconocida magníficamente, por ejemplo, por el español Emilio Castelar- iba a tener una trascendencia innegable.
Mientras que el optimismo antropológico de Rousseau derivaba en el terror de 1792 y, al fin y a la postre, en la dictadura napoleónica, y el no menos optimista socialismo propugnaba un paraíso cuya antesala era la dictadura del proletariado, los puritanos habían trasladado desde sus iglesias a la totalidad de la nación un sistema de gobierno que podía basarse en conceptos desagradables para la autoestima humana pero que, traducidos a la práctica, resultaron de una eficacia y solidez incomparables.
Si a este aspecto sumamos además la práctica de algunas cualidades como el trabajo, el impulso empresarial, el énfasis en la educación o la fe en un destino futuro que se concibe como totalmente en manos de un Dios soberano, justo y bueno, contaremos con muchas de las claves para explicar no sólo la evolución histórica de Estados Unidos sino también sus diferencias con los demás países del continente.
Por CESAR VIDAL
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