16 agosto 2015

Somalia, tierra sin país

Faida, madre de dos hijos, recibe al periodista en su tienda de plásticos en un campo de desplazados del centro de Mogadiscio. Después de contar su existencia errante de viuda de miliciano, le ofrezco unos azucarillos que he robado del bar del hotel para sus hijos desnutridos. Mareado por un calor que duele, me despido de ella a la española, con dos besos, de tolai total. La mujer me mira entre horrorizada y sorprendida y se pone las manos sobre las mejillas, como si quisiera borrar las huellas.

Bashir, mi contacto en la ciudad, me agarra del brazo y me advierte en voz baja:  Acabas de cometer un crimen. Si vuelves a tocar a otra mujer somalí en este viaje, no será el marido el que te mate, sino yo.
Ryszard Kapuscinski, bautizado como The maestro por Gabriel García Márquez, dedica un capítulo de su monumental Ébano a Somalia, un país que ya no existe, aunque no sabemos si algún día existió como Estado o sólo como conjunto de individuos.
Lo que sí hay son clanes, subclanes y familias agrupadas y enfrentadas en alianzas que son la verdadera red en la que se sujeta este país fallido. Bashir, que es mi conseguidor, dice
-Ponte este chaleco antibalas y el casco. No he perdido a ningún periodista y tú no vas a ser el primero.
-¿Está todo en calma?
-Aquí nunca hay calma. ¿Ves a aquellos tíos de allí? Son de Al Shabab. Apuntan cuántos blancos llegan en el avión y con quién se van. Son los que intentarán secuestrarte. Haz lo que te diga y todo irá bien.
No sabemos si quisieron secuestrar a Kapuscinski, ni si tuvo que moverse con 12 hombres armados como nosotros, pero sí que fue cuatro veces condenado a muerte y muchas veces herido en África. En la Mogadiscio que él conoció en los años 70, la ciudad más bella de África, como un villorrio siciliano a orillas del Índico, había hambrunas y disputas tribales, pero nada como lo que llegó después: la caída de la dictadura y la llegada de los señores de la guerra.

Hoy, un paseo en coche por el centro descubre una ciudad como machacada por gigantes, el Stalingrado africano. ¿Cuantas toneladas de plomo caliente hacen falta para derribar una capital entera?
Un grupo de tullidos de guerra nos detiene en un checkpoint. Son cuatro y les cuento seis piernas y cinco brazos en total. "Dame 20 dólares", me dice Bashir, al volante. El billete desaparece por un hueco de la ventanilla y sirve para abrirnos el paso hacia la catedral, derruida a bombazos, como todo lo demás, con su Cristo decapitado y la tumba profanada del obispo, Salvatore Colombo, al que le robaron hasta los dientes de oro. Alguien ha decidido que la catedral sea además el vertedero de la ciudad, así que el hedor es insoportable.
En el estadio nacional vemos los agujeros de bala de las ejecuciones públicas de Al Shabab. En el mercado de Bakara, los restos de uno de los dos Blackhawk derribados en 1993 al Ejército de EEUU. Y un océano de campos de desplazados entre las ruinas.

Bashir va llamando a los jefes de los clanes para pedir acceso, barrio a barrio. De vez en cuando se escucha un tiroteo en algún lado. Bashir mira el careto del viajero blanco, aún más blanco todavía. "Tranquilo. Si pasa algo grave me avisan al teléfono".
En el puerto, el corazón de lo que queda de Mogadiscio, un barco carga miles de camellos hacia Yemen. Kapuscinski cuenta que, en el juego somalí de la supervivencia, estos animales son vitales. Un camello es capaz de soportar tres semanas sin agua. Es lo que aguantará la familia que lleva el rebaño, porque irán bebiendo la leche que da la camella. Si en tres semanas no dan con un pozo con agua, morirán buscando sombras bajo el esqueleto de cualquier acacia perdida en el desierto.

The maestro se arriesgó a seguir a los somalíes por las arenas porque sabía que tienen una habilidad especial, una especie de GPS insertado durante generaciones en el cerebro para no perderse entre las dunas. Si el pozo pertenece al clan, los camellos beberán el agua que necesiten. Si no lo es, habrá sangre. Esas son las reglas.
De vuelta al hotel, una carísima fortaleza antisecuestros (800 euros por persona y noche) Bashir dice que no habrá cerveza por culpa de la sharia. Bashir repite: "No hay cerveza en Somalia, pero acaba de abrir la fábrica de Coca Cola y esta noche tenemos una estupenda carne de camello con patatas".

A. ROJAS

NOTA DEL BLOG.
A quien no haya leído "Ebano" de Kapuscinski, le recomiendo lo haga por ser una obra maestra sobre la realidad africana.
KAPUSCINSKI en 1977

4 comentarios:

  1. No lo conocía, don Javier. Lo apunto en la lista de lecturas pendientes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. DON HEREP.
      Me alegra que hayas decidido leer EBANO. Es un libro que no deja indiferente y que además expone, muy amenamente, cómo es la vida en Africa, país por país.
      Kapuscincki era polaco, murió hace un año, y está considerado como el no superado periodista de viajes.

      Eliminar
  2. Respuestas
    1. DON TRECCE.
      Me alegro y no te va a decepcionar en lo más mínimo. Es uno de los libros que hay que haber leído antes morir, al igual que el Quijote o "Crimen y Castigo" de Dostoyeuvsky.

      Eliminar