28 octubre 2009

De cuando los carlistas detuvieron a Don Pío Baroja

 



Los requetés en Vera


Yo paso gran parte del año en Vera del Bidasoa y estaba en casa cuando estallaron los acontecimientos revolucionarios que perturba­ban a España. Hace ocho días supimos que había llegado al pueblo un camión cargado de comunistas y de gentes del Frente Popular de Irún, que recorrieron las calles de la aldea, y a la mañana siguiente, después de vitorear a la República y dedicarse un poco a la pedantería de los puños en alto y de "¡Salud, camaradas!", volvieron a Guipúzcoa e hicieron saltar el puen­te de Endarlaza.

Dos días después entraban en Vera los requetés salidos de Pamplona. Al salir de mi casa, por la mañana, me dijeron: "Ahí están". Efectivamente, en mi barrio, que llaman de Alzate, delante de una casa de dos pisos, con un balcón con una muestra donde se leía Círculo de la Unión Republicana, había un gru­po de veinte a treinta hombres con traje amari­llo "kaki", boina roja y un fusil brillante, moder­no. Me pareció una escena del tiempo de la guerra carlista y del cura Santa Cruz.

Un oficial, desde el balcón, arrancó el palo del asta de bandera e hizo saltar a hachazos el letrero y lo tiró al suelo. Después fue sacando libros y amonto­nándolos en la calle, donde los soldados les prendieron fuego. Entre los libros había algunos míos que había regalado al pequeño casino. Allí quedaron carbonizados.

Estas tropas del requeté tenían cierto aspecto. En su mayoría eran hombres pequeños, casi todos de la Ribera de Navarra. Había un mucha­cho alto y grueso, con una boina de borla amari­lla, y uno viejo con gran aire de antiguo guerrille­ro. Después de destrozar la pequeña biblioteca del círculo, pusieron un letrero que decía: "Dios, patria, fueros y Rey".

Estuve hablando con los requetés. Uno me preguntó qué habían hecho los comunistas al pasar por el pueblo. Yo les dije que nada. "¡Lástima que no los hayamos encontra­do!", dijo uno. "¿Y ustedes -les pregunté-, están dispuestos a la guerra?" "No, pero no nos darán miedo las balas. Bien confesados y bien comulgados, para morir lo mismo da hoy que mañana"-me contestó uno pequeño.

"¿No ten­drá usted hijos?, preguntó una mujer." "Sí, tengo cinco, tan pequeños que caben en esta cartuchera".

Al día siguiente se habló en Vera de que venían más tropas del requeté, que iban al límite de Navarra con Guipúzcoa al mando del coronel Beorlegui. El miércoles por la tarde uno de los agentes de policía de Vera me dijo:
- Hoy tiene usted un espectáculo interesantí­simo. Va a llegar una columna de Pamplona al mando del coronel Ortíz de Zárate, que entrará por el vecino pueblo de Lesaca y marchará a for­zar el camino de Oyarzun para acercarse a San Sebastián.

Esta es una de las marchas que hacía con fre­cuencia el cura Santa Cruz. Cuando me decían esto se encontraba conmigo un médico del pue­blo, Dr. José Ochoteco y un policía.
El Dr. Ochoteco había venido en un automóvil pequeño con una gran cruz roja en el parabrisa. Llevaba en la manga un brazal con la misma cruz. El policía dijo:
- Ochoteco podría llevamos en su coche para ver el paso de la columna.
- Muy bien -contestó el médico-, vamos en seguida.
- Vamos- repliqué.

Subimos los tres al automóvil y nos encamina­mos hacia Lesaca. A la entrada del puente sobre el Bidasoa, vimos a dos oficiales, uno de los cua­les conocía al médico.

- No ha llegado aún la columna -le dijeron-, pero debe estar cerca.
Yo le dije al médico que me parecía que lo mejor sería volver.
- ¿A usted le importa -me preguntó el médi­co- que vayamos hasta Almandoz para ver a mí mujer que está algo enferma?
-A mí, no.

Llegamos a Almandoz; fuimos a casa del sue­gro del doctor y desde el balcón comenzamos a ver el avance de la columna medio militar, medio carlista. Irían de 700 a 800 hombres en varios camiones, requetés de boina roja, solda­dos de artillería con piezas ligeras y automóviles de oficiales y jefes.

Los requetés gritaban y salu­daban al estilo fascista; los soldados de artillería con casco de acero y trajes oscuros, se mostra­ban serios y no hacían manifestaciones de entu­siamo.

Pasó toda la columna y nosotros pensa­mos abandonar Almandoz y salir para Vera. Nuestro médico tenía prisa y cuando encontra­mos los últimos camiones detenidos, empeza­mos a adelantarlos. Era seguramente una impru­dencia. Bajamos la cuesta hasta Mugaire, siempre adelantando a los camiones, entre muje­res y sacerdotes que nos aplaudían como si fué­ramos de la comitiva.

De pronto se empezaron a oír grandes voces de ¡Alto¡ ¡Alto! Nosotros nos detuvimos y oímos la voz de uno que gritaba:
- A ver ese automóvil donde va Pío Baroja.

Cuatro o cinco hombres altos, de aspecto amenazador, nos hicieron bajar del coche y uno de ellos gritó:
- ¡Pónganse en fila!

Entonces nos amenazaron con pistolas y nos registraron. Yo creí, a la verdad, que en aquel momento nos fusilaban. "Nos van a matar aquí -pensé con cierta indiferencia-'-. Yo gritaré "¡Viva la libertad!".

Tras un momento nos regis­traron y al policía le arrancaron violentamente la placa, la pistola, y todo lo que llevaba en el bolsi­llo. En aquel momento yo no tenía todo el miedo que lógicamente debía tener.

Sentía un fondo de desprecio por esta escenagrafía repugnante. Setecientos hombres para asustar a tres personas inofensivas era demasiado. No sé si esperaban de nosotros algún acto de desesperación. Después de tenernos algún tiempo rígidos en la carretera, amenazados con pistolas, subimos al automóvil con orden de seguir detrás de otro que nos seña­laron.

Este aparato, esta pedantería nietzschiana, se me antojaba absurda. Parecía cosa de provin­cianos petulantes, y recordaba aquellas cosas tan falsas de Don Ramón del Valle-Inclán acerca de la guerra carlista, en las que daba como una gran cosa el que los soldados de la religión pegaran a las mujeres en el pecho con las culatas de los fusiles.

Seguimos al automóvil que nos indicaron y lle­gamos a la entrada del pueblo de Santesteban. El pueblo tiene un camino que pasa por un puente para unirse a la carretera. En esa encrucijada se aglomeraban los requetés y el público.

Entonces el hombre alto que me había amenazado con una pistola se acercó a nuestro coche y dijo, señalán­dome y mostrándome a los requetés:

- Este es el viejo miserable que ha insultado en sus libros a la religión y al tradicionalismo.

Yo nada contesté. "Hay que matarlo", dijeron los requetés.

Me chocó la mansedumbre del público, pues nadie hizo la menor objeción. Un fotógrafo pretendió hacer una fotografía, pero alguien dio un manotazo a la máquina, que cayó al suelo. Algunos de los requetés y de los solda­dos venían a mirarme la cara, como a una fiera. Después de media hora, un jefe dijo que tenía­mos que ir a Vera, y en ese momento un puño entró violentamente y me rozó la cara. Aquí pen­sé que alguno iba a agarrarme del brazo, a sacar­me violentamente y a dejarme tendido en la carretera.

Salimos de Santesteban y llegamos a Vera. No sé qué conciliábulos hubo allí, pero al cabo de una hora nos mandaron volver a Santesteban. "Allí nos matan", pensé.

A la entrada del pueblo nos rodearon cuatro guardias civiles y en medio de la gente, tocada con boinas rojas, fuimos a la cárcel que se encuentra en el sótano del Ayuntamiento.

Al entrar en ella dije a mis compañeros:
- Aquí creo que ya estamos en seguridad.

Horas después se presentó el oficial del estado mayor de la columna, hombre amable. Me dijo que podía salir de la cárcel e irme a dormir al hotel. Yo contesté:
- Me quedo aquí, no sólo por compañerismo, sino porque me encuentro más seguro; en un hotel podrían matarme con mucha más facilidad.

El oficial del estado mayor dijo que a los tres nos pusieran en libertad una hora después de salir la columna del pueblo, pero a poco se presentó un sargento de la guardia civil y nos dijo que en la comida que habían tenido los oficiales se decidió que era impropio y de mal efecto encarcelar a gen­te inocente.

Así que el médico y yo podíamos mar­chamos y que el policía se quedaría en la cárcel por no haber dejado pasar a Francia un automóvil de uno de los señores fascistas que iban de expedi­ción. Dejamos al pobre policía en la cárcel y mar­chamos a casa de un compañero del doctor Ochoteco, el médico Aguirre.

Al llegar a casa de éste, comencé a tener un gran pánico y a perder la serenidad. El sargento de la guardia civil que nos acompañaba nos dijo que le diéramos palabra de no salir de casa de Aguirre hasta las dos de la tarde del día siguiente.

Nos tendimos Ochoteco y yo en la cama y estuvi­mos sin poder dormir. Teníamos la esperanza de que la columna abandonara pronto el pueblo. Efectivamente, a eso de las cinco o seis de la mañana empezamos a oír ruido de motores y gri­tos de ¡Viva España!, ¡Viva la religión! y ¡Viva el clero!

Estaba yo relativamente tranquilo, cuando a eso de las ocho o nueve de la mañana empeza­ron nuevamente a pasar camiones. Uno de éstos habíase volcado, quedando un muerto y varios heridos, y además la expedición había encontra­do uno de los puentes en el camino de Leiza roto. De nuevo se llenó el pueblo de boinas rojas.

- Yo he tenido mucho miedo -me decía el médico-, pero ya se me va pasando. Dentro de unos días no me acuerdo de esto. Usted ha esta­do muy sereno.

- Sí; pero ahora me empieza el pánico a mí y es posible que ya no se me quite.

Hablamos con el Dr. Aguirre de cómo se podría salir de Santesteban, sin peligro, y pensamos que mejor sería hacerlo después de comer, porque en estos primeros días, los requetés se dedicaban a comer y beber alegremente y probablemente des­pués a dormir.
El sargento de la guardia civil nos dio un salvoconducto para llegar a Vera. Después de comer, fuimos a la cárcel con ánimo de salu­dar al policía compañero de viaje pero no pudi­mos.

Salimos a la carretera bajo un sol de fuego. En todos los pueblos del tránsito había jóvenes armados, gente petulante con fusiles y escopetas modernos. En Sumbilla nos pararon un momen­to, después seguimos adelante hasta Vera, donde mi hermano, cuando le conté lo que me había pasado, me dijo que iría al pueblo para preguntar a los carabineros si me podían dar un salvocon­ducto para llegar a Francia, pero le dijeron que no.

Yo me decidí a marchar a pie. A los dos kiló­metros de andar, vi que subía un automóvil y lo detuve. El dueño era un español de apellido fran­cés. En la carretera no había obstáculos, pero antes de llegar al punto avanzado apareció un carabinero.

"Este me fastidia", me dije.

El carabi­nero pidió los papeles al propietario del automó­vil y luego me dijo:
- ¡Usted es Pío Baroja
- Sí, señor.
- Usted ha sido preso. Así lo dice el "Diario de Navarra" .
- Es verdad, pero me soltaron.
- ¿Y ahora a dónde va?
- Voy a uno de estos caseríos de España.

Entonces el carabinero se echó a reir.
- Ya veo que va usted a Francia; yo no se lo impediré, que cada cual se salve como pueda.
- Pues, muchas gracias.

En la frontera varias personas se interesaron por saber lo que me había pasado. Por la noche me llevaron hasta Hendaya, a casa de unos ami­gos.
He ido después a la frontera de Vera, en el collado de Ibardin, para ver si no hay ya vigilan­cia y comunicarme con mi familia, pero allí siguen las boinas rojas y los hombres con arma al brazo montando la guardia.





Comentario


Quiero insistir en que no estoy de acuerdo, en la teoría ni en la práctica, con las derechas ni con las izquierdas. Mi punto de vista es solamente personal e individual. Lo único que deseo fer­vientemente es que el Estado de España se nor­malice y que pueda vivir el que trabaja.
Varias cuestiones o problemas se plantean hoy a los españoles y a los extranjeros ante la revolu­ción desencadenada en España.

Aunque se quisiera cambiar, yo ya no podría. Es uno viejo y le falta elasticidad para eso. Le quedan los mismos entusiasmos intelectuales que siempre y piensa con enternecimiento en los grandes hombres que han intentado aclarar el mundo: Demócrito y Epicuro, Lucrecio y Marco Aurelio, Copérnico y Kant.

Ya nuestra época no es de aclaración, sino de oscuridad.

Se quiere acabar con la libertad de crítica, con el libre examen, no ya sólo en política, sino en todo. El culto de la masa de los comunistas están acogotando el pensamiento.

Se quiere mandar en nombre de una supuesta ver­dad que es, casi siempre, una teoría vieja, mano­seada y arbitraria. El que se encuentra en pose­sión de esas luminosas verdades, se considera investido de derechos sublimes. Es un apóstol, un conductor de las masas; los que le rodean son niños. Él tiene el poder de explicar la buena nue­va, que es casi siempre vieja y mala. La pedante­ría y el dogmatismo emborrachan a las gentes. Ya no puede haber explicaciones, ni razonamien­tos, ni crítica, sino sólo violencia física, fuerza de las armas.

En una época así, tan bárbara y tan bestial, vale más un tirano que cien mil. Con un tirano, quizás, se pueda vivir y discurrir; con cien mil, imposible.

Pío Baroja (Ayer y Hoy - Editorial Caro Raggio)



14 comentarios:

  1. Es un gozo leer a don Pío. ¿Sabíais que fue el padrino de Marañón en la RAE?. Dos médicos escritores, los dos de mi más alta estima, unidos en el trance de ingresar en la alta institución. (Alta entonces. Ahora está hasta Cebrián...)

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  2. Para mí también es un gozo siempre leer algo de Don Pío. No sabía lo de la Academía.
    Durante años estuve leyendo a Marañón, también, porque era un escritor de lo más agradable en el estilo, como Baroja, y muy entretenido aunque tratara temas cultistas.

    Aunque en el relato del post Baroja no lo dice, un testigo contó que en el trance ese en el que le comunican que en el diario EL PENSAMIENTO NAVARRO ha aparecido la noticia de su detención, Baroja dijo :

    "Eso es una contradicción. ¿Desde cuándo un carlista navarro piensa?

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  3. Gracias Tella, llegar al trabajo y empezar con esto no tiene precio.

    No te creas que como esto vaya "in crescendo" no veremos escenas parecidas entre sociatas y peperos.

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  4. Impresionante don Pío Baroja. Pero tengo una única pregunta, ¿por que me parece como si este relato lo hubiese escrito hace solo una semana o ayer mismo?.

    Condenados a repetir lo mismo.

    Un saludo

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  5. JAVIER POL

    Es cierto. Baroja describe como si las cosas hubieran sucedio ayer, y por otra oarte su lenguaje o escritura es tan actual hoy que se le podría achacar este escrito a un Reverte o a un Cela. No aburre ni el estilo de prosa ni el temario.

    ISRA

    Sí podría volver a suceder y ahora entre sociatas y peperos, porque el gentío es tan burdo que no tiene ni puñetera idea de lo que fue aquello.

    Ayer hice un comentario en un Blog que hablaba sobre el GUERNICA de Picasso, y dije que el cuadro era una representación de la barbarie de los fascistas, según los peneuveros y los comunistas. Y que mayores barbaridades reealizaron en la misma época y en kugares próximos los comunistas asesinando a gente indefensa en cárceles y barcos-prisión. Con muchos más asesinados que en la localidad de Guernica.
    Y el bloguero tachó mi comentario de MUY LAMENTABLE.
    Luego caí en la cuenta de que el tal bloguero es un comunista disimulado y que le jodía mi comentario porque los que le encargaron el cuadro eran también comunistas y el pintor también.

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  6. Apasionante la época aunque menos mal que no la viví. Y espero no se repita como insinúa Isra.

    Triste e indignante que haya petulantes, fascistas y comunistas empeñados a lo largo de la historia en coartar las libertades del individuo.

    Pío Baroja magnífico, tengo entendido que aunque era médico, prefirió hacerse cargo de la tahona familiar y ejercer como panadero. ¿Es verdad? Bueno eso sería una mera anécdota.

    Un beso.

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  7. Leer a Don Pio es un auténtico placer y un lujo.
    Lo que deja manifiestamente claro,Javier, es que fascistas y comunistas son "primos hermanos"; el otro lado del espejo tenebroso, y que como dice Pol, tiene el regusto, el dejá vu de una situaión que ya ha sido vivida y que ,increiblemente, podía haber sucedido hace quince días o ayer mismo.
    Para reflexionar...

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  8. Coincido con Javier, parece que está hablando en presente, es lo que tiene el ser humano, la facilidad de olvidar lo sucedido y caer de nuevo en los mismos errores.
    Saludos

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  9. TELLAGORRI, el "olvidado" Don Pío Baroja, para qué lo van a leer nuestros jóvenes, conocerían las barbaridades de la época que le tocó vivir, una desgracia entre unos y otros.

    Pensar que en nuestra joven democracia hayan asesinado a personas inocentes por esas "ideas", qué malas ideas.

    En Andalucía hay muchas personas que las ningunean por no ser de "sus ideas", más por no "colaborar con su causa", en tu misma calle te encuentras a "comisarios políticos, vecinos chivatos adictos", no podemos ser espíritus críticos, el que hable mal del régimen o se tiene que ir a otra comunidad o fuera de España.

    En Triana parece que se están rebelando contra el gobierno municipal Psoe-Iu, menos es nada. Saludos me encantado el post.

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  10. No sé si habéis leido la novela "la caza salvaje" de Jon Juaristi. Yo la he leido un par de veces y es una auténtica delicia. A los que conocen (como Javier) la intrahistoria de esta tierra froteriza entre Navarra, Guipuzcoa y Francia, les va a encantar. A los que no la conocen, les encantará e instruirá. Recuerdo que cuando Juaristi sacó la novela, le entrevistaron en la COPE (creo que fue Cristina Lopez Schlichting). Al momento supe que, como después reconoció, la entrevistadora no se había leido el libro (tal cual se lo cuento). Lo supe porque no dijo la mayor verdad sobre dicha novela: que es enormemente divertida. Viene esto a cuento porque, para quien ha leido a Baroja, es evidente que también Juaristi lo ha leido.

    P.S: sobre la actualidad del estilo barojiano, no deben olvidar que Baroja era médico. Una de las cosas que tenemos los médicos al escribir es que somos casi incapaces de andar haciendo florituras y ñoñerías (salvadas las distancias, nada que ver con Ruiz Zafón). Por eso la literatura hecha por médicos acaba siendo intemporal. Piedra desnuda, casi sin ornatos. Baroja lleva esto al extremo, y más allá del extremo cuando hace una novela sobre un médico (El Arbol de la Ciencia).
    Disculpen la disgresión.

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  11. ALFREDO
    No he leído la CAZA SALVAJE de Jon Juaristi, y desde este momento voy a empezar a buscarla.
    Sí he leído EL ARBOL DE LA CIENCIA.

    Efectivamente, creo llevas razón en lo del estilo redaccional de escritores médicos. Vaís a lo esencial, dejando de lado todo ornamento literario, y eso es precisamente lo que gusta y atrae.

    Juaristi no es médico pero usa un lenguaje muy similar, aunque a veces gusta de pedantear un poco.

    También escribe muy bien, copiando ese estilo Marañon-barojiano MANUEL AYLLON, cuyo libro "El Enigma Goya" es una delicia. E igualmente me gusta el estilo de Noah Gordon, especialmente en su ULTIMO JUDIO.

    Creo que a Baroja le pierde un poco su exceso de antijudaismo, no físico pero sí intelectual. Consideraba a todos los mercaderes como sujetos a principios semíticos.

    PASION
    Eso que cuentas de Andalucia lo entiendo perfectamente. Aquí en Territorio Sioux venimos soportándolo desde hace décadas.
    El marginado aquí es el NO nacionalista.

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  12. Jeje, te refieres a lo del "tipo semítico", que tanto repite Baroja cuando trata de vilipendiar a tal o cual individuo. Es curioso. Marañón, que estuvo en Alemania ampliando estudios, fue completamente refractario a semejantes dicterios (hasta donde le he leido, que te aseguro que es muy ampliamente), aunque la atmósfera intelectual e ideológica de la Alemania de principios del XX era ya claramente antisemita. Bien es cierto que en los ambientes profesionales liberales donde debió de desenvolverse don Gregorio, los judíos eran, cuando menos, minoria mayoritaria, y la penetración de la doctirna antisemita sería menor o mínima. Baroja, sin embargo, sometido al solo influjo del solar hispano, era más propenso al antisemitismo.

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  13. P.S:

    Juaristi (que, por cierto, se convirtió al judaismo) es un escritor que se pirra por demostrar que ha leido. Es cosa inevitable cuando se pasa de determinado número (y tipo) de libros. Encima, a los que lo leemos, nos encanta reconocer en sus textos las huellas o las sombras de los libros que él (y nosotros) hemos leido. Es una especie de francmasonería de la cultura. Señales que van del escritor al lector, y de un lector a otro, perfectamente ocultas para los que no están "en el secreto".

    Perdón, una vez más, por la disgresión

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  14. Es una maravilla leerte, Cartas Marruecas.
    Eso que cuentas de las huellas que se detectan en algunos escritores por la influencia de otros, es muy cierto y, como bien dices, cuando lees a algunos te recuerdan siempre a lecturas de otros.

    Marañón era muy orteguiano en sus deliberaciones escritas, como lo eran casi todos los del 27, como Lain Entralgo, Dionisio Ridruejo, Torrente Ballester, etc. y que se hicieron falangistas. Menos Marañón, claro.
    Eran la antítesis de Valle Inclán o de Blasco Ibañez.

    Yo creo que, a pesar de las distancias de época, casi todos los novelistas del 98 recogieron la influencia de DOSTOIVSKY.

    Baroja dejó huella en un sinfín de escritores y entre ellos en Delibes.
    Bueno, no voy a seguir por ahí.

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