11 abril 2018
Aquellos bregados
Cuando una de esas viejas historias viene a la memoria, concluyo que quizás no sea imprescindible el napalm. Siempre hubo aquí compatriotas capaces de hacer cosas que valen la pena, me digo. Y en alguna parte estarán todavía. Como estuvieron.
Era un navío de 70 cañones y tenía un bonito nombre: Glorioso. Lo mandaba el capitán don Pedro Mesía de la Cerda, y en 1747 traía de La Habana cuatro millones de pesos en monedas de plata. El 15 de julio, cerca de las Azores, el navío se topó con un convoy inglés escoltado por tres barcos de guerra que casi lo doblaban en número de cañones: el navío Warwick, la fragata Lark y un bergantín.
En aquel tiempo, un navío de América era un bombón: solía llevar caudales a bordo, así que los ingleses le dieron caza.
Manteniendo el barlovento con mucho arte, el Glorioso se batió toda la noche, tuvo un respiro al caer el viento durante el día, y volvió a pelear la noche siguiente: primero dejó fuera de combate a la fragata, que se hundió; y tras hora y media de combate con el Warwick en la oscuridad, sin otra luz que los fogonazos artilleros –los españoles dispararon 1.006 cañonazos y 4.400 cartuchos de fusil–, el navío inglés se retiró con el rabo entre las piernas.
Que no siempre Britania, aunque lo venda con trompetas, parió leones. Sin embargo, la odisea del Glorioso no había hecho más que empezar. Siguiendo rumbo a Finisterre, el 14 de agosto volvió a dar con una fuerza británica: el navío Oxford, la fragata Shoreham y la corbeta Falcon. Como en el caso anterior, los ingleses le fueron encima igual que lobos. Pero el comandante Mesía y su gente eran de esa casta de colegas que aprietan los dientes y venden caro el pellejo.
Por segunda vez asomaron los cañones y batieron el cobre como los buenos: después de tres horas de arrimar candela, pese a haber perdido el bauprés, una verga y tener la popa hecha una piltrafa, el Glorioso continuó navegando hacia España mientras los ingleses se retiraban con graves daños.
Fondeó el navío en Corcubión, desembarcando los caudales, y volvió a la mar para reparar averías en Cádiz, pues vientos contrarios descartaban El Ferrol. Y el 17 de octubre, a la altura del cabo San Vicente, volvió a encontrarse con una fuerza enemiga. Esta vez eran cuatro fragatas corsarias con base en Lisboa y bajo el mando del comodoro Walker: King George, Prince Frederick, Princess Amelia y Duke, que sumaban 960 hombres y 120 cañones.
Inmediatamente le dieron caza, aunque el español, resabiado, no reveló su nacionalidad –treta común del mar– hasta que la King George se acercó a preguntársela.
Entonces Mesía izó pabellón de combate y le largó al rubio una andanada que le desmontó dos cañones y el palo mayor. Siguieron tres horas de carnicería muy bien sostenida por el Glorioso; pero al rato se unieron a la fiesta las otras fragatas y dos navíos de línea ingleses que navegaban cerca, el Darmouth y el Russell: seis barcos y 250 cañones contra los 70 del solitario español, maltrecho y corto de gente por los combates anteriores y la travesía del Atlántico.
Aun así, el comandante Mesía y su tripulación, a quienes a esas alturas daban ya igual seis guiris que sesenta, se defendieron como gato panza arriba bajo un fuego horroroso durante dos días y una noche. Que se dice pronto.
Aún tuvieron la satisfacción de acertar en una santabárbara y ver volar al Darmouth, que se fue a tomar por saco con 314 de sus 325 tripulantes.
Y al fin, el 19 de octubre, 33 muertos y 130 heridos a bordo, agotada la munición, el barco desarbolado, chorreando sangre por los imbornales, raso como un pontón y a punto de hundirse, el comandante convocó a los oficiales que seguían vivos, los puso por testigos de que la tripulación había hecho lo imposible, y arrió la bandera.
De tal modo, fiel a su nombre, acabó viaje el navío español Glorioso. Había librado tres combates contra 12 barcos enemigos, de los que hizo volar uno y hundió otro; pero la hazaña final no corresponde sólo a quienes con tanta decencia lo defendieron, sino al navío mismo: remolcado a Lisboa por los vencedores para repararlo e izar en él su pabellón, los destrozos se revelaron tan graves que se negó a flotar y fue desguazado.
Ningún inglés navegó jamás a bordo de ese barco.
ARTURO PEREZ REVERTE
Académico
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Aquellos marinos sabian que eran los amos del Mundo y con ese prurito no se dejaban achantar facilmente por los piratas ingleses que les enviaba la reina o el rey ingleses.
ResponderEliminarDON ANDONEGUI
EliminarSí, también yo creo que eran muy conscientes de ser los "dueños" del Mundo y que ese orgullo los convertía en auténticos héroes en sus enfrentamientos a los que trataban de robarles la plata y el oro de América.
Bravos y enteros los tripulantes del "Glorioso" combatiendo una y otra vez contra navíos piratas que los cercaban.
ResponderEliminarDON IRURITA
EliminarEs una pena que hechos como éstos no figuren en los libros de texto escolares.
Bien y recuerdo perenne para esos marinos.
ResponderEliminarDON CABALLERO
EliminarSe merecen un mínimo de recuerdo por parte de nosotros pero con los políticos que tenemos van aviados.
Impresionante, increible derroche de valor y pundonor. Amen de saber claro esta.
ResponderEliminarPero de esto casi nadie nos recuerda nada, de esto no quieren memoria historia. ¿Cuantas peliculas y gestas habrian grabado americanos o ingleses de actos de este pelo?. Que pena sigamos sufriendo estos gobernantes, sin orgullo ni memoria, solo pendientes de su moqueta y su sillón.
SEÑOR OGRO.
EliminarTambién uno piensa que es el colmo del derreche de valor y pundonor el de aquellos marinos. Y a estas alturas casi nadie sabe en España nada de todo ello salvo los dedicados a su estudio.
Con gobernantes que desprecian a la Historia y su conocimiento no es posible que los niños tengan constancia de la existencia de tales heroicidades.
Pobre país éste.