Ocaso sociata

¿Debate de ideas, dice usted? Pues... ahora no caigo, la verdad. ¿Qué debate, qué ideas?. Es plenamente representativa de lo que está sucediendo y, debería ser, además, la que expresaran en público los cuadros socialistas que durante todo estos días se están enfrentando a cara de perro en la mayoría de las federaciones para sacar adelante las listas de delegados al Congreso federal del que deberá salir el nuevo líder del PSOE.

Aquí el debate de ideas no se ha visto ni por el forro. Es más, tampoco se han visto las ideas, ni siquiera de lejos, ni siquiera las más generales, de ésas que sirven para un roto y para un descosido y cubren el hueco cuando no se tiene nada que decir, o lo que se quiere decir se prefiere callar.

Pero esta vez ni eso. Aquí sólo se han visto retos, órdagos y ultimátum en torno a nombres y apellidos. Nombres locales. Lo de este fin de semana ha sido lo que en el lenguaje de la calle se describiría como una pelea por el control del corralito de cada uno.

Y, aunque los dos aspirantes al liderazgo del PSOE se enredaron antesdeayer tarde en una verdadera guerra de cifras y recuentos, la realidad es que lo que se está discutiendo ahora mismo en el socialismo español no es el nombre del candidato con más posibilidades de ganar para volver a conducir al partido por la senda de la recuperación. En absoluto.

Aquí se están dirimiendo otras cosas, mucho más de carácter local, provincial y regional que de tipo nacional. Y eso sucede en Castilla y León, y sucede también en Valencia y en Madrid y, no digamos ya, en Andalucía, por poner unos pocos ejemplos.

De modo que el que gane una lista u otra en cada uno de los llamados congresillos lo único que va a dejar claro es el balance de poder y control interno que tienen en cada agrupación los líderes provinciales que ahora mismo están midiendo sus fuerzas.

Los delegados que asistan al Congreso federal de primeros de febrero tienen voto individual y secreto. Y allí harán su santa voluntad porque en estos momentos no existe en el PSOE nada que se parezca a un liderazgo efectivo, no ya sobre los militantes, sino sobre los cuadros medios del partido.

Lo más relevante, por lo tanto, de lo que está sucediendo durante todo los días en la familia socialista es la constatación pública del grado de disidencia y de enfrentamiento interno que ahora mismo opera de forma generalizada en el seno del PSOE. Han decidido campar cada uno por sus respetos y sacar ahora la lista de agravios y el paso al cobro de viejas cuentas acumuladas.

Y lo peor no es que en Andalucía también esté sucediendo lo mismo, sino que es justamente allí donde la gresca está siendo más enconada que en ninguna otra parte del país. No hay un solo socialista que pueda hoy ignorar que Andalucía es el último campo de batalla que le queda al partido para mantener una porción de su perdido poder político; que es su última oportunidad de evitar una nueva derrota, y les importa un bledo. 

No se sabe todavía lo que pensarán de todo esto los electores andaluces. Y no hay que ser un experto en demoscopia para tener la certeza de que semejante nivel de disputa interna, sumada a escándalos de la Junta, rezuman una clamorosa falta de autoridad sobre los suyos, y sobre los votos.

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