31 mayo 2010

Baraka y oportunismos que suelen alargarse

Dice Jon Juaristi que se cuenta del general napoleónico Bernardotte que, en cuanto se ciñó la corona sueca, encomendó a su cirujano la tarea de lijarle de la tetilla izquierda un lema que se había hecho tatuar en su juventud revolucionaria, Mort aux rois, pero el maldito eslogan reaparecía una y otra vez, porque la tinta había penetrado hasta las telas del corazón.

Nadie habría conocido tal detalle golfo de haber contado el rey con un sirviente más discreto, dicen algunos. Pero un secreto así no puede guardarse. Revelarlo era pura necesidad fisiológica para un remendón de tripas que no había conocido hasta entonces mayores emociones que las de los hospitales de campaña en Marengo y Austerlitz.

Aparentemente, Zapatero no tiene problemas de ese tipo. Siempre fue más rojo que la cochinilla, como confesaba hace años que parecen siglos a una reportera de Vogue. Ahora bien, va el ministro Corbacho y suelta lo de que no les temblará el pulso, y a uno se le enciende el piloto de alarma en su particular memoria histórica, y empieza a recordar, entre sudores fríos, quién decía frases semejantes cuando firmaba sentencias de muerte.

A su modo, Jean-Baptiste Bernardotte (Carlos XIV de Suecia) fue también un caso de baraka. Un cateto gascón que se injertó en la monarquía escandinava gracias a una increíble chamba y nunca aprendió una palabra de sueco o de noruego. Venía de la greña jacobina y ascendió en la Grande Armée desde cabo chusquero.

Desposó a una amante de Napoleón y fue adoptado como hijo por el último Holstein-Gottorp, Carlos XIII, títere de la Francia bonapartista. Pero la Santa Alianza lo dejaría gobernar tranquilamente (murió en 1844, a los ochenta y un años, tras casi treinta y cinco de reinado efectivo), una vez se mostró dispuesto a alinearse con lo más ultra de la Restauración europea.

El lector habrá adivinado, a estas alturas, que recurro a Bernardotte para no mentar la bicha; es decir, otro general que nos cae más cerca, al que jamás le tembló el pulso, etcétera, y que también disfrutó de baraka por arrobas, perpetuándose en el poder durante los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, al amparo del nuevo equilibrio de fuerzas y de sus propias dotes para la transferencia de lealtades.

Ojito, digo, porque Rodríguez es de su misma pasta y de la de Bernardotte. El panorama internacional no está mucho más despejado que en la restauración absolutista de 1815 o en la restauración liberal de 1945, y ofrece un campo de juego amplísimo a los oportunistas congénitos.

Bernardotte tiró su bonapartismo por la borda cuando vio venir la contrarrevolución, y, por motivos opuestos, algo parecido hizo nuestro centinela de occidente con su inicial fascismo.

Es cierto que el derrumbe de la identidad socialista del gobierno ante los mercados revueltos ha sido tan súbito que mueve a risa. Pero éste es muy capaz de hacerse, de pronto, más azul que José Antonio Primo de Rivera y seguir ahí, para desesperación de peperos y, especialmente, de gentío normal.

Tellagorri


30 mayo 2010

Mejor escepticismo que decepción

La Ilustración nos alejó de las supersticiones del pasado, demostrándonos que una tempestad no es una venganza del dios Neptuno, pero no fue capaz de vacunarnos contra la seducción de las charlatanerías políticas ni consiguió ponernos a salvo de las decepciones políticas.

Piensen, por ejemplo, en los entusiasmos de la Revolución Francesa y en el desencanto que siguió a los grandes impulsos de Napoleón, el conquistador insaciable, el ilusionista de la victoria.

Dice el historiador Fernando García de Cortazar que "La historia nos enseña que el mundo no puede ser redimido de una vez para siempre y que cada generación tiene que empujar, como Sísifo, su propia piedra, para evitar que ésta la aplaste. Sin embargo, individuos y pueblos enteros no cesan de renunciar voluntariamente a esa sencilla lección para refugiarse una y otra vez en la utopía. De otro modo nunca habría sido posible que tras la Primera Guerra Mundial, que voló literalmente la creencia confiada en el progreso de los positivistas del siglo XIX, las gentes de los años veinte volvieran a soñar con Tierras Prometidas y se lanzaran al futuro más ilusionante y sombríamente fracasado del siglo XX: el espejismo soviético, una promesa mucho más estéril que la napoleónica".

Por el contrario, la Revolución de Octubre, que tanto conmovió a los intelectuales de la Europa occidental y a los parias de la Tierra, sólo ha dejado como herencia la cámara de los horrores de Stalin. Sin olvidar una nube de antiguos jerarcas que han pasado de un mundo a otro cambiando simplemente de chaqueta, partidarios del mercado y de las elecciones, o bien reciclados en el más siniestro de los nacionalismos.

Hoy, toda la franja del islam, desde Marruecos a Persia, tiene su propio Gobierno, monárquico o republicano. Pero la estrella modernizante de Nasser y su llamada al modernismo árabe han sido suplantadas por el prestigio del imán Jomeini y sus herederos políticos, faros de un decidido rechazo a Occidente y una recuperación rabiosa del integrismo islámico.

Piensen vuesas mercedes en que el Holocausto no se habría podido llevar a cabo con tanta eficacia de no haber sido por la colaboración de miles de empleados del ferrocarril, carteros, funcionarios del censo y policias municipales, que quizá no eran nazis y muchos de ellos no sentían manía contra los judios, pero cumplieron con su trabajo diligentemente por la simple razón de que se lo ordenaban sus superiores.
No se les ocurrió falsificar un número, traspapelar un documento o boicotear un convoy.

Mucho de eso sucede con los funcionarios y jueces del sistema zapaterista. Y es que hasta para quebrar y arruinar a un país como España también se necesita mucha colaboración de muchos españoles canallas.

Porque la historia de las decepciones es tan vieja como Homero. Y no deja de repetirse.
Hace veinte años, después de veintisiete de cárcel, Nelson Mandela salía en libertad para poner en marcha uno de los más esperanzadores acontecimientos históricos de finales del siglo pasado. Tras una compleja negociación política con el Gobierno racista del apartheid, Mandela llegó a la presidencia y consiguió unir al que había sido el país más dividido del mundo.

Hoy, la ilusión de aquel comienzo ya no existe. Hoy, las clases dirigentes del Congreso Nacional Africano (ANC) viven entregadas a la cultura del lujo y la ostentación. Todo esto, en un país asfixiado por la delincuencia y la corrupción municipal, un país que sigue siendo un océano de pobreza.

Desde el fondo de la experiencia, hora es de que no hagamos caso a ninguna propuesta de los fantoches y majaderos de todo tipo circulando por los comederos de la mamandurria. Mejor que seamos conscientes de que la política es un arte de realidades y no un fumadero de opio.

Una lección que, tras seis años de políticas de imagen, algunos españoles también empiecen a entender ahora lo que es un bluff que ha desembocado en el mayor recorte social de la historia de nuestra democracia.

Viendo la incorregible y fatal ceguera del inepto Zapatero, que durante dos años perdió todo contacto con la realidad que nos acosaba, y que ahora parece creer que puede hacer de pronto lo contrario de lo que defendía hasta la víspera y seguir como si nada.

Voy a terminar diciendo lo que ya sabe todo el mundo : este es un país de catetos y palurdos, obcecados y cerriles como nadie. Un país de ignorantes que se enorgullecen de su ignorancia y hasta alardean de ella. Un país de sumisos que presumen de rebeldes, que se reconforta en su propia y grosera pequeñez.

Tellagorri


29 mayo 2010

Agotes

Queda constancia de su presencia en el pirenaico valle navarro de Roncal, aunque es Baztan el asentamiento más citado en la bibliografía referida al asunto, tanto en Elizondo, Irurita, Elbete y Amaiur (de forma ocasional), como sobre todo y principalmente en el barrio arizcundés de BOZATE.

Sobre el origen de estas gentes no está nada claro; diversos autores les otorgan las más variadas procedencias, a juzgar por los rasgos que advierten comunes en todos ellos.

Pío Baroja, por ejemplo, los describe así en su libro "Las horas solitarias": "Cara ancha y juanetuda, esqueleto fuerte, pómulos salientes, distancia bicigomática fuerte, grandes ojos azules o verdes claros, algo oblícuos. Cráneo branquicéfalo, tez blanca, pálida y pelo castaño o rubio; no se parece en nada al vasco clásico. Es un tipo centro-europeo o del norte. Hay viejos de Bozate que parecen retratos de Durero, de aire germánico. También hay otros de cara más alargada y morena que recuerdan al gitano".

Por el contrario Cenat Moncaut (Histoire del Peuples et des Etats Pyrenees, 1873) nos los pinta con la cabeza grande, cuerpo raquítico, piernas torsas, bocio, mirada indecisa y apagada, palabra vacilante. Este aspecto lo relaciona con el hambre y miseria, y la abundancia de agua de las altas montañas que ocasionaría el bocio.

Otro autor, Michel Francisque, los ve descendientes de los godos, con rostro blanco colorado, pelo rubio, ojos azules grisáceos, frente convexa, lóbulo hinchado y redondo, y también sin lóbulo en las orejas.
Esta última es una de las características más extendidas sobre sus personas para su reconocimiento como agote. Es curioso el dicho que atribuye esta carencia lobular al hecho de haber nacido de noche.

En cualquier caso, las investigaciones más recientes apuntan a que se trató de un grupo de delincuentes fugitivos en su origen de leproserías galas en las que se habrían refugiado para escapar de la justicia del país vecino, y es ésta una teoría más..

Estos agotes han estado discriminados por el resto del pueblo de Arizcun (Navarra) desde tiempo inmemorial (parece ser que se asentaron en Baztán en el s. XIII), llegando a estar fuertemente marginados incluso a nivel religioso, teniendo que sufrir todo tipo de injusticias aún en pleno siglo XX, a pesar de la leyes promulgadas en siglo anteriores por las Cortes navarras equiparando a este grupo con los demás y prohibiendo la denominación de agote como injuria.

El odio hacia estas gentes llegó al punto de que de padres a hijos se iban transmitiendo auténticas barbaridades sobre ellos, incluso sobre su anatomía: se decía que eran lujuriosos, como todos los leprosos, debido al color de su sangre; coléricos, orgullosos, susceptibles, arrogantes, astutos, que ocultaban entre ellos muchas cosas. Se les creyó cretinos, homosexuales, hechiceros, que se unían con las bestias, que olían mal, que su apestaba su aliento, que donde ponía el pie un agote no volvía a crecer la hierba...

Para ser distinguidos a distancia, se les obligaba a llevar en la espalda, en sitio bien visible, una señal en forma de PIE DE GATO DE COLOR ROJO, y tenían que hacer sonar una campanilla en su recorrido para avisar de su presencia.

Sin embargo, otros testimonios nos hablan de su muy buena condición.

Eran y son laboriosos e industriosos, pacíficos (ante tanta violencia no tomaban la iniciativa, sólo se defendían), serios y sedentarios. Tenían alma de músicos, eran los chistularis, tamborileros y bertsolaris de las tierras navarras, y destacaron como artesanos carpinteros y poetas.

Valga citar como ejemplo a Eleuterio Tadeo Amorena (nació en 1819 en Pamplona, aunque su padre era natural de la casa Amonea de Bozate), que creó en el año 1860 los actuales gigantes de la comparsa de Pamplona.

Bozate


Las características físico-morales que se les atribuían junto con su origen desconocido hicieron de ellos una raza maldita, y como tal fueron recluídos en sus barrios separados de los demás, no permitiéndoles vivir en el pueblo mismo ni mostrar el escudo blasonado en sus fachadas, y mucho menos casarse con los naturales, sino entre ellos mismos.

En la iglesia debían ocupar un lugar aparte, en el fondo, a la izquierda, debajo del coro, teniendo una pequeña puerta de acceso exclusiva para ellos.
En los actos religiosos, se les trataba con todo tipo de discriminación: no podían ascender a la parte delantera de la iglesia, no pasaban por la pila de agua bendita (solían tener una propia), el monaguillo descendía a recibir su ofrenda, que se apartaba de las demás.

Se les daba la paz con el portapaz puesto al revés y cubierto con un paño.
En algunos lugares se pretendía que ni se les diese la paz, sino dejársela en un banco donde ellos la pudiesen tomar. No podían ser ordenados sacerdotes.

En Baztan (comarca navarra fronteriza con Guipuzcoa y Francia)   no podían sentarse a la misma mesa que los nativos baztaneses, y en la iglesia de Arizkun una verja les separaba de ellos.

La experencia nos enseña que, cuando escasea la cultura y abunda la ignorancia, la inteligencia está muy despierta para inventar toda clase de cuentos y fábulas con que cargar las espaldas de los odiados.

Din Pío Baroja piensa que el origen Albigense tiene mucha base, debido a que sólo un fanatismo religioso puede ser tan violento. Además se les llama Chrestiaas, que significa "Cristianos Nuevos".

Es muy posible que fueran cátaros (albigenses) huídos de las degollinas de Montségur (Languedoc), ordenadas por el Papa Inocencio III y ejecutadas en 1213 por Simón de Montfort.

Mª Carmen Aguirre Delclaux pasó muchos años investigando e intentando aclarar el verdadero origen de este pueblo humillado, marginado por sus vecinos, pero no se atreve a decidirse por una, nos descubre de todos modos la historia de un pueblo desconocido por muchos, sin embargo ella, como todos, tiene una opinión y puesto que esos años de investigación e incluso convivencia con agotes le lleva a unas conclusiones.

Mª Carmen dice: Nos parece muy posible que en aquellos tiempos medievales se separase al enfermo del trato común con la gente a la menor sospecha. Eran unos años que la lepra y la peste, con sus mortandades masivas, causaban terror, hasta el punto de descubrirse de padres a hijos.
Es fácil que se confundiese la lepra con cualquier enfermedad cutánea, que podrían curarse con el tiempo, o que no las padeciesen sus descendientes.
Las leproserías, cargadas de enfermos, pronto vieron que esa gente no ofrecía cuidado y se les permitió vivir en barrios. Pero los pueblos era gente ignorante y muy temerosa, y no vieron con buenos ojos estos grupos que se iban acercando. Siempre con el temor de la lepra se les fue encerrando en un círculo moral y psicológico peor que el sanitario. Los tuvieron por leprosos, las leyes les sentenciaron como a tales, con diferencia de los leprosos recluidos, pero con un yugo más pesado.

Desde que tenemos conocimiento de la existencia de los agotes, sabemos que tenían los peores oficios que existían.

Debido a la ignorancia, o al temor a ser contagiados, les estaba prohibido criar ganado y sembrar la tierra, recordemos que la creencia popular era que si un agote pisaba la hierba descalzo no volvía a crecer, así pues sus trabajos eran carpinteros principalmente, debido a que la creencia popular de aquellos tiempos, era que por la madera no se transmitían las enfermedades.

Fueron los restauradores del Castillo de Pau y de la construcción de toda la carpintería del Castillo de Montaner. Pero también tenían otros oficios, como el de sepulturero, un trabajo nada agradable, los había también canteros, molineros, tejedores, pescadores, leñadores...

Si bien estos oficios los pudieron realizar conforme al paso del tiempo.

Hacían también tornillos de prensa, carrocerías, bancos, la parte mecánica de los molinos, elevaron campanas, construyeron naves e hicieron puentes.
También hacían las sogas para los ahorcamientos y la gente no agote no querían ser carpinteros por temor a ser confundidos con ellos.
No eran pues siervos, gozaban de la protección (relativa)  de la Iglesia y de una libertad en términos muy restringidos. Estaban libres de pechas, pero también de los derechos vecinales.

No podían pisar descalzos, bajo pena de abrasarles las plantas de los pies, pues se decía que donde un agote pisaba, la hierba no volvía a crecer, que si sostenían una manzana en la mano se pudría, ya que los agotes tenían la sangre mas caliente.

Estaban separados de todo trato con los vecinos, vivían exclusivamente en barrios apartados, tenían prohibido mezclarse con el resto, casarse con personas no agotes, en algunos sitios bajo pena de muerte.

Las fiestas las tenían que hacer en sus barrios si no querían verse humillados, les estaba prohibido participar en los bailes.

Les estaba prohibido llevar armas y vestir de gentil hombre.

No podían pescar en los ríos, criar ganado, cortar leña de los bosques comunales, beber en las fuentes públicas, ellos tenían sus propias fuentes, y, en un juicio, el testimonio de 7 hombres libres equivalía al de 30 agotes, e incluso hay una sentencia contra un vecino que le llamó a otro agote, al considerarse esto un insulto, y se le obligó a pagar 25 libras.

Esta gente sigue residiendo hoy en Navarra, en la localidad de Arizcun, en su barrio llamado Bozate, a pocos kilómetros de Pamplona, de San Sebastián y de Vitoria. Y toda su marginación de casi mil años proviene de ser descendientes de unos herejes huídos de la violencia religiosa de Roma.

Mi opinión es que ni leprosos ni cáscaras de nada en lo físico. Si se vieron obligados a casarse entre ellos durante siglos y siglos, es lógico que tengan alguna tara física como esa de los lóbulos de las orejas. Que tampoco me la creo porque he tratado con algunos agotes y son unos señores idénticos a Sarkozy, Fernández de la Vega o Benedictus XIII, detalle éste que no pueden alegar, por ejemplo, Obama, Chavez o Evo.

Javier Tellagorri

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28 mayo 2010

De cómo son los "pijos" ingleses

El periodista inglés Ben Macintyre nos hace una clasificación de pijos ingleses que es conveniente conocer, ya que esta especie es universal y pandémica.

El pijo hispano es una ordinariez comparando con el pijo británico, y para comprobarlo lean vuestras mercedes lo que sigue.

"Es de lo más curioso -comenta mi amigo, un francés que vive en Londres, como casi todos los franceses sensatos-. Su país ha dado a luz gemelos. Estos Cameron y Clegg... Son la misma persona, ¿no? Los dos son... ¿Cómo dicen ustedes, unos pijos?".
"-le explico-, pero son diferentes tipos de pijo".

Me mira desconcertado: "Pero los dos han ido a centros privados de enseñanza, los dos son ricos, los dos son hijos de financieros... Hasta el pelo lo llevan parecido".

"Cierto -reconozco-, pero no son la misma especie de pijo. David Cameron es de la clase de pijos de Eton, Oxford, club de campo, cristalería tallada y cacería, mientras que Nick Clegg es de la clase de pijos de Westminster, Cambridge, urbano, viajado por el extranjero y fondo de fideicomiso. Cameron es de clase media-alta tirando a alta con unas gotas de pequeña aristocracia inglesa mientras que Clegg es de clase media-alta tirando a media con un toque de aristocracia europea. ¡Son cosas completamente diferentes!".

Por el gesto dibujado en su rostro galo, más bien desconcertado, pude deducir que no había conseguido hacérselo entender, así que empecé por lo más elemental.

En la sociedad británica no hay tres clases sino una variedad infinita de subclases, regidas por una multiplicidad de distinciones sutilísimas, invisibles e incomprensibles para todo aquel que esté fuera de este sistema. Esas distinciones dependen en parte de la riqueza personal, de la geografía y de la educación, pero también del linaje familiar, del acento al hablar, de las formas de ocupar el ocio, de la austeridad en los gastos y de dónde se compra uno los zapatos.

En Francia no hay más que dos clases: los gobernantes y los gobernados. La revolución no introdujo grandes diferencias en este esquema.

"¡Ya! -exclama mi amigo francés-. Entonces, ¿quién es más distinguido, Cameron o Clegg? ¿Cuál de los dos es más pijo?".

Ésa es una pregunta muy complicada, digna de un Anthony Powell, el insuperable observador y cronista del sistema inglés de clases sociales. Insaciable snob, Powell entendió mejor que cualquier otro las variaciones sutilísimas de las clases sociales británicas, que en tiempos marcaban la línea que distinguía a un baronet, por ejemplo, que había pasado a formar parte de la clase media, de un lord hecho a sí mismo que compraba sus propios muebles.

La delimitación de dichas distinciones, no sólo entre clases sociales sino incluso dentro de esas clases, es una necesidad imperiosa, típicamente británica. Tal y como Lord Robert Cecil escribió tiempo atrás, "un hombre de prosapia tiene cubiertas sus necesidades materiales más elementales; la primera es la de tener el privilegio de mirar a sus vecinos por encima del hombro".

Así pues, ¿quién, en esta nueva pareja Cameron-Clegg, mira a quién por encima del hombro?

Aparentemente, Cameron debe de ser el más pijo si se atiende a la genealogía. Es descendiente de Guillermo IV y está lejanamente emparentado con la reina. Su madre es hija de un baronet. Su suegra es vizcondesa. Samantha Cameron [su mujer] es una pija perteneciente a la aristocracia rural, de esas familias con dinero de toda la vida, hija mayor de Sir Reginald Adrian Berkeley Sheffield, octavo baronet de su nombre y descendiente de Carlos II.

Pero por las venas de Clegg también corre sangre azulada. Su abuela era una baronesa, rusa blanca. Su tío abuelo murió apaleado por sus propios labriegos, lo que siempre da un caché aristocrático. Su tía abuela fue espía: es bien sabido que, con anterioridad a 1992, aproximadamente, en el MI6 no contrataban a nadie que no perteneciera a la alta sociedad. Por otro lado, sus antepasados por la otra rama de la familia eran empresarios coloniales holandeses; comerciantes, efectivamente.

Los modales de Cameron son los propios de la alta sociedad más exquisita. A diferencia de Clegg, que no dudó en pisar la palabra a los otros en los debates televisados, Cameron se callaba cuando lo interrumpían y, cuando le pedían que guardara silencio, lo respetaba. Eso puede explicar por qué no triunfó.

Se dice que Cameron disfruta en las cacerías de faisanes mientras que lo más cerca que ha estado Clegg de los deportes en que se derrama sangre es el Congreso anual del Partido Liberal Democrático.

Cameron no rechaza comer fish and chips y disfruta con la lectura de libros de bolsillo, lo que en sí mismo es una señal de pijerío superlativo. Sólo los muy, muy distinguidos son instintivamente austeros, como ha quedado demostrado con la revelación, en esta misma semana, de que la reina madre alquilaba un televisor para su castillo en Escocia.

El acento de Clegg es el típico BBC, con algún indicio del deje del Estuario perfeccionado por Tony Blair (es decir, clase media alta tirando a baja). El acento de Cameron, según sus amigos, siempre ha sido más bien "pastoso y patricio"; en su manera de hablar, las vocales han ido perdiendo fuerza a medida que él ha ido ascendiendo más alto.

En la actualidad, las graduaciones infinitesimales de clases revisten un cierto interés antropológico pero no tienen la más mínima relevancia política.

"Creo que lo he cogido -dice mi amigo francés-. Los dos son pijos, pero cada uno a su manera, lo que no implica ninguna diferencia".

Voilà! ¡Qué inglés!".

Creo saber que para entender este tipo de subdiferencias se precisa de un galego, y si es de Pontevedra, mejor.
Aquí a los pijos sólo los dividimos en ajilipollúas a tiempo completo y en pijos-pijines folclóricos, representados muy bien por las nenas de Rajoy en el primer caso, y por la Vicegallina y comadres en el segundo.
La frase que mejor los define sería, "lo importante no es ganar, sino participar...de las ganancias de otros".

Tellagorri


27 mayo 2010

Los taliboinas actuales peneuveros

En mi otro Blog  se publicó un video (que estaba en toda la Prensa nacional) sobre un Pleno Municipal de Zarauz (Guipúzcoa) en el que el representante del PNV exigió que se permitiera intervenir a los ilegalizados de Batasuna y que ni siquiera tienen concejalías.

A dicho post el concejal peneuvero de Zarauz,Imanol Lasa, contestó airado y declarándose linchado injustamente porque, según él, el video era falso y el susodicho es más demócrata, al igual que sus compadres peneuveros, que el propio presidente yankee Abrahan Lincon.
He aquí una de sus intervenciones :

-Observo que en este blog ( Opinión Costa Urola) se continua insultando y ofendiendo de manera muy grave a concejales abertzales del pueblo acusándonos de tener algún tipo de ligazón con ETA. Nada nuevo bajo el sol, pero duele. Sólo espero que el linchamiento y el insulto que se producen en este blog terminen cuanto antes. No voy a perder mucho tiempo ni en las provocaciones ni en responder a las afirmaciones de algunos de los Peperofachas que aqui escriben. Soy una persona educada, que ama la libertad y trabaja todos los días por mi pueblo.

Poco días después entré en su Blog ( y del peneuve de Zarauz) y su último Post decía, a cuenta de que la TV vasca había pasado de manos peneuveras a las sociatas de Pachi Lopez, que el nuevo Director de la TV vasca se dedicaba a quitar presentadores con "rasgos vascos" para sustituirlos por otros que tengan "rasgos españoles o maketos".

Textualmente decía :

-La impresión del actual equipo directivo de la cadena vasca, reconocen fuentes consultadas por ECD, es que algunos de ellos tienen una imagen demasiado vasca: mujeres con peinados cortos y hombres con rasgos físicos ‘del norte’. Y esto también se quiere cambiar.
Para ello, Roberto Montalvillo, nuevo director de Informativos de ETB, ha ofrecido a Lourdes Maldonado hacerse cargo del telediario de máxima audiencia de la cadena y de un debate político. .

En efecto, Lourdes Maldonado nació en Irún en 1973.

Uno de los cofrades del batzoki de Zarauz le comenta :

-Los "maketos", españoles de ahora que es lo que hacen? Españolizar a una televeision de un pueblo que no les ha elegido. Esto es vergonzoso. Los vascos deberíamos de rebelarnos (de forma pacifica) contra este ataque de los maketos y dejarlos donde les toca; en maketolandia (España).
Y, ante aquello, el Tella con un nuevo alias ad hoc de "Vasco no adoctrinado" les dice mediante comentario:

¿En qué quedamos? Si lo que quisieran hacer los nuevos amos de ETB es cambiar caras BASKAS por caras MAKETAS, y resulta que la nueva Lourdes Maldonado es de IRÚN, en dónde está la diferencia "racial"?
De lo que deduzco que sólo es BASKO para el PNV quien sea del PNV. Los demás, aunque nazcan en Urrestilla y tengan 22 apellidos vascos si no son del PNV, SON MAKETOS.
Eso mismo decían y practicaban los de Falange Española y de las Jons en relación a los que no afiliaban a ellos.

A lo que otro otro emboinado del mismo batzoki me responde :
-Haber que quede claro que maketo es aquel que no se sienta vasco, aquel que no ame a Euzkadi y aquel que no sea independestista. Asi que los maketos no son los que no sean del PNV, son aquellos que sean españoles (PSOE, PP, IU...)

 :Y "Vasco no adoctrinado" le dice

-En ninguna parte del Mundo sus habitantes son o no son de la nación en que han nacido y viven, según la IDEOLOGÍA.
Un francés, un inglés, un tailandés, un luxemburgués o un keniata no dejan de ser franceses, ingleses, tailandeses, luxemburgueses o keniano por no ser de un partido o de una idea concreta.
Los de ideas concretas eran los de ADOLF. Alemanes que no fueran nazis, no eran alemanes aunque hubieran nacido en Berlín y tuvieran seis mil apellidos alemanes.
Ergo, amigo, LO VUESTRO ES PURO NAZISMO al estilo más duro de Hitler.
Y yo soy vasco desde hace muchísimas generaciones, probablemente desde hace muchos siglos, hablo varios idiomas incluído el vascuence y no siendo independentista (afortunadamente) me considero un VASCO total. Nunca los vascos como yo hemos dejado serlo. Vosotros daís los carnets de vasco.
Luego, vosotros sois la verguenza de toda la Historia y de la manera de ser de los vascos de más mil años.

A lo que un taliboina contesta =

-Haber maketo, voy a ir punto por punto y muy despacio porque nuestro querido Sabino Arana ya nos aviso y nos dijo en su día que "La fisionomía del vizcaíno es inteligente y noble; la del maketo (español) inexpresiva y adusta. El vizcaíno es nervudo y ágil; el maketo (español) es flojo y torpe. El vizcaíno es inteligente y hábil para toda clase de trabajos; el maketo (español), es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos. Preguntádselo a cualquier contratista de obras, y sabréis que un vizcaíno hace en igual tiempo tanto como tres maketos juntos".

1)Cualquier persona que nace tiene el derecho y la oportunidad de ser, sentir y defender al pais que ama, sea en la que a nacido o no.

2)Euzkalduna no es aquel que haya nacido en Euzkadi, es aquel que nacido donde haya nacido ama a Euzkadi, se siente euzkaldun y pelearía (de manera pacifica) por su independecia.

3) Los nazis, son los del PSOE y PP, Francisco Javier Lopez y Antonio Basagoiti, Zapatero y Rajoy... es decir, aquellos que no dejan elegir el futuro al pueblo, aquellos que no dejan hablar a una gran parte de la ciudadanía, aquellos que aún el pueblo en contra dicen que son mayoría. Esos son los verdaderos nazis, esos, gente como tu al fin y al cabo.

4)Tu no eres euzkaldun, eres un maketo que no vales nada, una persona fuera de su país, fuera de su cultura y que no pinta nada en Euzkadi.

5)La verguenza de Euzkadi no somos nosotros, sois vosotros, los maketos; porque sois vosotros quienes habeis traido todo lo malo aquí. La verguenza sois vosotros, unos putos maketos faxistas.

Gora Euzkadi askatuta!
Gora Euzko Alderdi Jeltzalea!

Estaba clarísimo el pensamiento y la mentalidad de todos estos denominados, por una prensa tontorrona, como "nacionalistas moderados".
Toda esta gente de Batzoki (casas o chocos del Partido Nacionalista Vasco) están imbuídos, adoctrinados y fanatizados en el mismo e idéntico mensaje que los etarras, o viceversa.

Antes y ahora los portavoces peneuveros ante medios españoles acostumbran a dar imagen de elejamiento de Eta y de ser "muy demócratas". Es la habitual máscara jesuítica. Pero a los de la base la imagen les trae al pairo.

¿Cómo pueden considerarse a sí mismos "democratas" quienes a los restantes vascos que no son de su ideología política llaman "putos maketos faxistas"?
Y lo curioso y ridículo en ellos es que la mayoría ni siquiera tienen apellidos vascongados.

Que nadie en Ciudad Real, Madrid, Sevilla, Córdoba, Alcalá de Henares, Valladolid, Salamanca, Oviedo, Pontevedra o Buenos Aires y Bogotá o Turín se llamen a engaño : el nazismo en estado quimicamente puro está enraízado en todos los centros públicos y privados en que asientan sus posaderas los peneuveros.

No hay que ir buscando vestimentas de skinhead ( como los que se ven en la imagen de abajo), basta con asomarse a un lugar con dos o más peneuveros de Vasconia.

Y ahora vuelvan vuesas mercedes a leer al principio el parrafito que me había dejado el susodicho concejal sobre que "se le estaba linchando".

Tellagorri




26 mayo 2010

Dos "carcas" que trajeron prosperidad a Occidente


¿Porqué dejarnos engañar haciendo caso a la virulenta propaganda existente contra dos personajes que valían más que todos los actuales políticos de la UE y de USA.?

Me refiero a Ronald Reagan y a Margaret Thatcher, siempre tachados de CARCAS en cualquier prensa no independiente.

Aunque casi nadie se atreve a negar el papel de Ronald Reagan en el triunfo norteamericano en la guerra fría, no sucede lo mismo con sus triunfos, igualmente impresionantes, en el terreno económico.

Es bueno recordar que entre fines de los años 60 y 1980, la tasa de inflación en EEUU había subido del 2 al 14% anual mientras que el índice de desempleo había subido del 4 a más del 10%. Las tasas de interés eran de un pavoroso 21%. Los que vivieron aquella época tienen que recordar el profundo malestar que existía en el país.

Reagan cambió todo eso al bajar los impuestos y restaurar así los incentivos necesarios para el desarrollo de las empresas y el consiguiente crecimiento del empleo.

Aunque los impuestos han fluctuado en los últimos 20 años, nunca se han acercado a los niveles anteriores a Reagan.

Aunque en 1980 la tasa tope de impuestos para los más acaudalados era de 70%, hasta las familias de modestos recursos pagaban muchos más impuestos; un matrimonio que ganara unos $30,000 en ingresos gravables, por ejemplo, pagaba una tasa de 37%. Reagan bajó esos impuestos de 70 a 28% y de 37 a 15%, respectivamente.

Su estímulo de la industria privada propició que surgieran nuevas industrias en computación, software, comunicaciones y la internet que transformaron la economía americana. Creó las cuentas de retiro y los programas 401, dando origen a la nueva clase de los inversionistas.

Los resultados no se hicieron esperar. Las empresas, creadoras de empleo, despertaron de su letargo.

Entre 1981 y 1989 la economía creció, ajustando las cifras a la inflación, en más de 4.5% anual. Cuando abandonó la presidencia, ese crecimiento había hecho bajar el desempleo de más del 10 al 5.5%. En lo que se restableció el crecimiento, los ingresos gubernamentales por concepto de impuestos crecieron en 50%, aunque los impuestos habían bajado.

Para 1986, la tasa de inflación había disminuido a 1 por ciento anual. Las tasas de interés descendieron radicalmente y la bolsa se volvió alcista.

Cuando Reagan tomó posesión en 1981, el valor de mercado de todos los bienes de Estados Unidos --las acciones, las tierras, las cosechas, las casas, los edificios comerciales, los equipos industriales, los automóviles, los metales preciosos, etc.--era de unos $16 billones.

Cuando dejó el cargo en 1989, esa cifra se había duplicado y llegaba a los $33 billones.

¿Puede alguien imaginarse algún director de empresa que rehúse endeudarse en $100 sabiendo que eso le permitiría ganar $1,200?

Simultáneamente, aplastó a la Unión Soviética y creó las condiciones para duplicar los bienes de la nación en sólo ocho años. Sus medidas económicas iniciaron lo que ha sido nuestro más largo período de continua prosperidad en el siglo XX.


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La huelga minera fue una de las más violentas y largas de la historia británica. El resultado no fue claro pero, después de muchas vueltas, el sindicato fue derrotado.

Esto resultó ser un resultado crucial puesto que aseguró que las reformas de Thatcher permanecerían. Durante los años siguientes, la oposición laborista calladamente aceptó la popularidad y el éxito de la legislación sindical y prometió no cambiar sus puntos clave. Desde entonces los sindicatos británicos están fuera de combate y no entorpecen la marcha de la Economía.

En octubre de 1984, cuando la huelga aun duraba, el Ejercito Republicano Irlandés (IRA) intentó asesinar a Margaret Thatcher y muchos miembros de su gabinete al hacer estallar una bomba en su hotel en Brighton durante la conferencia anual del Partido Conservador.

Aunque ella resultó ilesa, algunos de sus colegas más cercanos se encontraban entre los heridos y muertos y la habitación que había al lado de la suya resultó gravemente dañada. Ningún Primer Ministro británico del siglo veinte estuvo tan cerca de ser asesinado.

Su política fue implacablemente hostil con el terrorismo, republicano o lealista, aunque lo compaginó con la negociación del Acuerdo Anglo-Irlandés de 1985 con la República de Irlanda. El Acuerdo fue un intento de mejorar la cooperación en materia de seguridad entre el Reino Unido e Irlanda y dar algún reconocimiento a los puntos de vista políticos de los católicos en Irlanda del Norte, una iniciativa que se ganó el cálido respaldo de la administración Reagan y el Congreso de los Estados Unidos.

La economía siguió mejorando durante 1983-87 y la política de liberalización económica fue ampliada.

El gobierno empezó a seguir una política de vender activos del Estado, que en conjunto habían representado más del 20 por ciento de la economía cuando los conservadores llegaron al poder en 1979. Las privatizaciones británicas de los ochenta fueron las primeras de su tipo y resultaron ser influyentes en todo el mundo.

El gobierno Thatcher dirigió un gran aumento en el número de personas que ahorraban a través del mercado de valores. También animó al público a comprar sus hogares y contratar pensiones privadas, políticas que, a lo largo del tiempo, han aumentando enormemente la riqueza de la población británica.


Nada que ver todo esto con las políticas de González, Miterrand ni con ninguno de todos los sucesores posteriores de ambos en el mundo occidental.

Tellagorri


25 mayo 2010

Vascos negreros


Don Pío Baroja es uno de los expertos más documentados en el tema de la trata de negros en los siglos XVIII y XIX, y da detalles muy reales en su obra "Pilotos de Altura".

He aquí cómo describe el modo de fletar un buque negrero.

"Como ya no puede quedar vivo nadie que haya presenciado con sus propios ojos cómo se creaba y cómo funcionaba una empresa de trata de negros, lo explicaré yo con detalles.

Se constituía una sociedad de ocho o diez personas de La Habana, comerciantes, bodegueros y almacenistas.

Se reunía un capital de cien mil duros, por lo menos.

Uno de los armadores solía ser el administrador.

Se calculaba que un buque de trescientas toneladas podía llevar a bordo, entre el sollado y la cubierta, de quinientos a seiscientos negros. Claro que iban estibados como si fueran vacas o caballos.

La sociedad elegía un capitán, y el capitán nombrado giraba una visita a la bahía, para ver si hallaba un buque de buena marcha, y de preferencia construido en los Estados Unidos.

En el caso de no encontrar en la bahía uno a gusto, el capitán emprendía un viaje a Baltimore; en este puerto yanqui se construían los más veloces.

Después de comprar el buque, el capitán se hacía cargo de él; lo llevaba a La Habana, Casa Blanca, a uno de los muelles. Se examinaba el barco desde la quilla hasta el tope, tanto el casco como la arboladura, y se reparaban todas las deficiencias encontradas.

En seguida se ajustaban con un maestro tonelero doscientas pipas de aguada estibadas en la bodega. Un carpintero tomaba la contrata para construir un sollado de tablas de quita y pon sobre las barricas de la aguada y bajo la cubierta. El velero cosía un juego nuevo de velas, pues las que solía llevar el buque se deshacían en el camino antes de llegar a la costa de África.

Aquellas lonas servían también para abrigar a los negros cuando dormían sobre cubierta.

Las faenas preparatorias se terminaban en dos o tres semanas a fuerza de gente y de oro. En tanto, los armadores se agenciaban un factor para las compras de negros en África.

Casi todos aquellos factores eran portugueses o agentes de los portugueses.

En el intervalo, el capitán encontraba sus oficiales: tres pilotos, primero, segundo y tercero; dos guardianes, un condestable y el cirujano. Como los puestos eran peligrosos, se buscaba gente fiel y de confianza.

Ningún capitán se embarcaba en la carrera africana sin llevar varios viajes de piloto. El elegido debía ser hombre valiente, experimentado y sereno; había que sostener en el barco una disciplina rígida; si venían las cosas mal, entregarse al crucero inglés que intimaba la rendición, y si existían posibilidades de resistir con éxito, contestarle a cañonazos.

Al mismo tiempo, el capitán debía conocer las costumbres y las enfermedades de los negros.

Al momento de instalarse el factor en el barco hacía una lista de los géneros que tenía que llevar; se la entregaba a los armadores, y el administrador y él comenzaban a recorrer los almacenes. Los géneros comprados se depositaban en un cobertizo.

Los guardianes y el condestable vigilaban la aguada y se agenciaban leña, calderos para el rancho, alambiques y filtros, por si escaseaba el agua; coys, sirenas de mano, maletas de cinc, jarras para llevar la pólvora de la santabárbara, bombas, palanquetas, sacos de metralla, lampazos con que enjugar la cubierta, carracas, que usaban a veces los capataces africanos, y zambullos o baldes de madera.

El bodeguero almacenaba toda clase de géneros de comer y beber, como dulces, conservas, cecinas, mermeladas, vinos y licores.

El factor se ocupaba sólo de lo relativo a los negros, y compraba, primero, aguardiente.

Los reyezuelos y personajes importantes de África no podían vivir sin aguardiente, al que llamaban, en las orillas del Congo, "mala fo".

Por lo general, los barcos negreros llevaban treinta o cuarenta pipas de alcohol, ocho o diez fardos de guineas azules y cuatro de guineas blancas. A estas telas de algodón las llamaban guineas, porque eran las que servían para la compra de negros en la costa de Guinea.

Cargaban también los factores dos fardos de telas de romales, dos de sarasa, cuatro o seis cajas de abalorios, ocho o diez de fusiles, cien barriles de pólvora, de arroba y de arroba y media, y un sinnúmero de chucherías.

Se llevaban trescientos pares de grillos dobles para poner a cada negro en el pie, una o dos barras de justicia y cien pares de esposas. Al mismo tiempo se embarcaban útiles de carpintería, de herrería y de artillería.

Cuando el barco se encontraba ya listo, se largaba en el tope del palo trinquete una bandera cuadrada, roja, indicación para pedir gente. Al llamamiento acudían marineros de todas las naciones, muchos reincidentes en el viaje a la costa de Guinea, y el contramaestre los escogía uno a uno.

Generalmente, se pagaba a cada marinero de cuarenta a cincuenta duros al mes, por adelantado, y en el caso de lucha, el armador se comprometía a darles una gratificación de cincuenta a cien duros.

Al tercer día después del ajuste, por la madrugada, debían estar todos a bordo.



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Entre la oficialidad del barco negrero, el factor era de los más importantes; además de su sueldo, cobraba el diez por ciento de los negros llegados a salvo.

Si un capitán, factor o piloto traía a bordo algunos negros adquiridos por él, al armador le correspondía la mitad del precio de tales negros por el pasaje y la manutención.

Los factores, generalmente, iban contratados para comprar tres o cuatro cargamentos de ébano. A veces pasaban largas temporadas en África, y escribían a los armadores cuando reunían el cargamento completo.

Los capitanes de los buques negreros cobraban la comisión del diez por ciento y cien o ciento veinte duros al mes.

El primer piloto ganaba ochenta duros mensuales y seis duros por cabeza; su obligación era la derrota, ocuparse del consumo del agua y de los víveres, llevar una lista de los muertos en alta mar, subir a los palos con el anteojo cuando el vigía cantaba vela y curar a las negras enfermas.

El segundo piloto ganaba cuatro duros por cabeza y setenta al mes. Su obligación consistía en montar la guardia del capitán y llevar el diario de a bordo.

El tercer piloto tenía dos duros por cabeza y sesenta mensuales. Hacía guardias, copiaba los apuntes del factor y se hallaba encargado del botiquín.

Generalmente, el reyezuelo o el cacique prestaba sus carpinteros para construir las barracas.

El tercer piloto debía hacer, además, la cura a los negros, en compañía del contramaestre; cuidar de la bodega, probar la comida y estar siempre con el fouet o musinga en la mano.

El contramaestre se ocupaba en cumplir las órdenes del capitán, mandar a la marinería, disponer el aseo del buque y vigilar para que la comida fuese buena.

Los primeros y segundos guardianes espiaban a los negros, observaban si comían o no, si complotaban algo, y tenían siempre media caldera de agua hirviendo con sus grandes cucharones de hierro, pues en caso de sublevación, lo que más terror producía a los negros era el agua hirviendo, y con este procedimiento bárbaro se acababan sus batallas.

Los guardianes ganaban cincuenta y sesenta duros mensuales y un duro por cabeza de negro.

Había además otro empleado, llamado pañolero o bodeguero. El bodeguero vigilaba la bodega, los víveres y la aguada; solía tener a sus órdenes ocho o diez negros jóvenes, llamados muleques, encargados de poner orden.

A veces aparecía en la dotación un capitán, llamado de bandera, capitán ficticio, puramente de aparato, y que servía de testaferro.

Cuando existía capitán de bandera a bordo, éste ganaba un duro por cabeza y cincuenta al mes.

Entonces el capitán efectivo solía presentarse oficialmente como si fuera pasajero.

Cuando el buque negrero se encontraba ya listo, se disparaba un cañonazo, se levaba el anda, y si no había viento, lo remolcaban algunos botes.

Al aproximarse al muelle de Caballería de La Habana, se acercaban al costado casi siempre quince o veinte guadaños o botes de alquiler llenos de gente, comerciantes de la ciudad interesados en la expedición. Venían a almorzar a bordo fuera del Morro. El capitán solía disponer un gran almuerzo.

Regía la costumbre de que cada convidado escogiera los cubiertos, platos y copas, y después de servirse de ellos los tirara al agua. Esto se practicaba para dar una impresión de riqueza y de rumbo.

Tras de la ceremonia, los comerciantes habaneros daban la mano de despedida a los oficiales del buque y en seguida se embarcaban en los guadaños, haciendo grandes saludos con sombreros y pañuelos.

Algunos capitanes, socios en las empresas, solían al despedirse dar verdaderos banquetes, que les costaban cientos de pesetas, a los que acudían los negreros de La Habana y sus queridas y otras mujeres de vida alegre.



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EL VIAJE y LA COMPRA DE NEGROS


Desde el momento en que se emprendía el viaje y se salía a alta mar, se ponía un grumete en el tope de proa para avisar al oficial de guardia cualquier vela que se presentara a la vista.

Todo barco mercante o de guerra era un enemigo para el negrero. Nunca paz por debajo de la línea. "No peace beyond the une", decía Drake. Todo es enemigo fuera del puerto, podíamos decir nosotros. Si se veía algún buque de guerra, se variaba el rumbo, y luego se iba enderezándolo hasta llegar a África.

Al aproximarse al punto de destino, generalmente la costa desde Sierra Leona a la orilla del río Congo, llegaban unas cuantas canoas con dos o tres negros a bordo. El capitán mandaba darles aguardiente y les compraba huevos, gallinas y pescado.

Aquellos negros proporcionaban al capitán y al factor cuantas noticias pudieran desear: qué buque salió el último, cuántos esclavos llevó, si iba a La Habana o al Brasil, si quedaban muchos negros en la plaza, a qué precio se cotizaban, cómo se llamaba el reyezuelo.

Contaban también si había estallado alguna guerra entre las tribus, si se hicieron muchos prisioneros, si rondaban ios buques ingleses y si frecuentaban aquellas aguas las canoas de los curmanes.

Los curmanes servían de espías a los ingleses y daban aviso a los buques de guerra cuando recalaba un negrero. Los curmanes, gente de Liberia y de Sierra Leona, pagadas por el gobierno de Inglaterra, hablaban inglés.

Al llegar al poblado, el capitán se embarcaba en su bote y saltaba a tierra, se presentaba en la casa del reyezuelo, le explicaba su objeto y discutía con él; el reyezuelo exigía primero sus derechos: cuatro o seis garrafones de aguardiente, un barril de pólvora, un fusil y seis piezas de guinea. A este lote daban el nombre de cábala.

El capitán preguntaba al reyezuelo cuántos esclavos podía entregarle pagándole lo de costumbre, y le pedía que pusiera guardias cuando se construyeran las barracas para que no se le escapasen los presos.

El buque se conducía a un fondeadero y se daba principio a la construcción de las barracas, cerca de la costa. El capitán y el factor se internaban río arriba llevando género para comprar cincuenta o sesenta hombres.

En el primer poblado alquilaban una choza, que les servía de tienda. Con sus sirvientes principiaban a hacer unos lotes.



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TRATOS EN AFRICA


En un listón de madera como el que sirve para tallar a los quintos marcaban siete pies de altura, los dos últimos de arriba divididos en pulgadas.
El negro valía más cuanto mayor fuese su estatura. Si medía seis pies, valía dieciocho piezas, entre ropas, abalorios, pólvora, aguardiente, fusil, etcétera. Cada pulgada de menos se rebajaba una pieza. Las mujeres tenían el mísmo valor si eran jóvenes y de buen aspecto.

La unidad de medida para la compra era diferente en los distintos países: en Bonny se llamaba una barra; en la Costa de Oro, una onza; en Calabar, un cobre; en Benin, una caldera; en Angola y en el Congo, una pieza.

Concluidas las barracas se desembarcaba todo el cargamento, y el tercer piloto solía remitir en lanchones hacia el interior la mayoría de los artículos clasificados.

A los pocos días el reyezuelo se presentaba en el buque con su estado mayor, todos armados, y el jefe con una corona de barbas de elefante en la cabeza.

El capitán invitaba al jefe o reyezuelo a sentarse en un taburete, mandaba sacar unas cuantas botellas de aguardiente; la primera copa la recibía el jefe, pero no podía beber sin dar antes su parte a su dios, Grigri o Xuxu.

Este dios venía a ser unas ataduras que llevaba en el puño y en la cintura, con unos nudos, y dentro de ellos un poco de tierra, hierbas, barbas de elefante y cortezas de distintos árboles. El reyezuelo echaba un poco de aguardiente a su dios, a quien suponía amigo del alcohol, y el resto se lo bebía él; los de su estado mayor le imitaban.

Celebrada la ceremonia, comenzaban las operaciones financieras en grande. Se presentaban dos o tres comerciantes con ocho o diez negros, tomaban asientos, bebían aguardiente y discutían los precios; después de ellos venían otros, y otros, casi todos portugueses o mestizos de portugueses.

Con relación al precio, los muchachos robustos tenían más valor; los viejos con la cabeza rapada, menos; las mujeres con hijos, menos que las solteras, y a las viejas no las quería nadie. En general, el negro, cuanto más oscuro era y más robusto, valía más. El negro pálido no producía confianza.

Los negros venían al mercado con sus comerciantes y havildares, generalmente sueltos, pero si eran prisioneros de guerra, cimarrones del bosque o ladrones, los traían atados.

Solían emplear para ello una caña de bambú de una vara de larga, con dos agujeros en los extremos; en cada agujero de éstos iba sujeto cada brazo con un bejuco, y con los dos brazos en forma de cruz y con un cordel atado a la cintura, el amo llevaba a su esclavo como un aldeano lleva a su vaca al mercado o al matadero.

Cuando un jefe mandaba un pelotón de soldados suyos a los bosques, a cazar a los cimarrones, recomendaba que los cogieran a palos o con trampas, y que si les disparaban tiros de fusil lo hicieran de las nalgas para abajo; así muchos prisioneros, al parecer fuertes, tenían las piernas débiles por las heridas, y eran inútiles para trabajar.

En ocasiones, un reyezuelo guardaba hasta doscientos presos de esta clase, y si no llegaba pronto algún buque de trata, el reyezuelo no encontraba mejor procedimiento de zafarse de ellos que cortarles la cabeza.

Cuando se les reprochaban estas muertes, decían que la manutención de tanta gente les costaba mucho.

Los esclavos eran de distintas procedencias: unos hechos por astucia por el factor, otros prisioneros del reyezuelo y cautivados por él, algunos, criminales, ladrones y adúlteros que el gobierno de la tribu vendía.

Había también prisioneros de guerra, esclavos nacidos de madre esclava, y algunos, muy raros, hombres libres que, impulsados por su pasión por el juego, se jugaban a sí mismos y a sus familias, convirtiéndose voluntariamente en esclavos.

Había otra clase de esclavos llamados en el país esclavos de casa, hijos de los esclavos unidos al servicio de la finca de un dueño. Era raro que estos cautivos fueran vendidos a los extranjeros.

Se consideraba deshonroso entre los negros propietarios el venderlos. Únicamente lo hacían los hombres desprestigiadós, jugadores y borrachos.

Allí, en el Congo, cada familia tenía muchos hijos.

Un jefe podía reunir cuarenta o sesenta mujeres propias; un particular, hasta ocho. Cuando un congolés se quería casar con una mujer, debía pedir permiso al reyezuelo, e ir de gala.

Para esta ceremonia cada uno llevaba una piel blanca de gato sujeta a la cintura y colgando por delante.



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EL VIAJE DE VUELTA CON LA CARGA


Respecto a la moral de los capitanes y pilotos negreros, era indudable que se acostumbraban a ver en sus expediciones una aventura peligrosa en que se podía perder el dinero y la vida y ganar la fortuna.

La desdicha del africano encadenado no les hacía mella: lo consideraban como a un animal.

La codicia les impulsaba a no dejar a los negros en su barco más que un espacio parecido al que ocupa un muerto en su ataúd.

Muchos negros estaban obligados a viajar siempre sobre un lado, replegados sobre sí mismos, sin poder extender los pies. Acostados, sin vestidos, sobre un suelo muy duro, traídos y llevados por el movimiento del barco, su cuerpo se cubría de úlceras y sus miembros no tardaban en ser desgarrados por los hierros y las cadenas que los tenían atados unos a otros.

Cuando llegaba el mal tiempo y se cerraban las escotillas del barco, los sufrimientos eran horribles; echados los unos sobre los otros, sofocados por el calor insoportable de la zona tórrida y por la exhalación nauseabunda que salía de sus cuerpos, la sentina del barco parecía un horno ardiente y pestífero.

Aquellos desgraciados, encerrados de tal manera en un calabozo infecto y privado de aire, solían lanzar gritos lamentables; se les oía llamar y decir en su lengua:

"Aquí nos ahogamos"; pero los negreros no hacían caso.

Había terribles negreros, capitanes crueles y desalmados, con instintos sádicos, que no sólo estibaban a los negros como si fueran fardos, sin dejarles sitio para moverse, y si morían los tiraban al mar para que sirvieran de pasto a los tiburones, sino que los martirizaban.

Éstos utilizaban la barra de justicia, una barra de hierro con grillos para los pies, y el collar que se conocía con el nombre francés de carcan.

Había casos terribles. Cuando el barco negrero la Jeune Estelle, de la Martinica, con su capitán, Olimpio Sanguines, se dirigía camino de las Antillas, un crucero inglés le dio caza.

Mientras se efectuaba la persecución pasaron por cerca del çrucero varias barricas. Cuando los ingleses entraron en el barco se quedaron asombrados de no ver negros, pero oyeron gemidos que salían de una barrica.

La abrieron y encontraron dos muchachas negras asfixiadas y medio muertas. Todo el cargamento había ido al mar metido en las barricas, y aquellas dos muchachas quedaban porque los negreros no tuvieron tiempo de echarlas por la borda.

El capitán Sanguines, de la Martinica, hizo su procedimiento famoso entre los negreros, y algunos le imitaron en casos parecidos.

Los portugueses y brasileños, que llevaban muy poca tripulación en sus barcos, sólían tener a los negros encadenados por brazos, piernas y cuello, sin sacarlos al aire, y muchas veces se morían asfixiados por el ambiente espeso y el calor de la bodega.

Algunos negreros eran verdaderamente satánicos; muchos llevaban a bordo perros antropófagos, que se alimentaban de carne y bebían sangre humana. Estos animales feroces, conocidos por los colonos de América con el nombre de perros devoradores, eran empleados en las colonias para la caza de los cimarrones.

En algunos barcos negreros se les colocaba durante la noche cerca de las escotillas, a fin de que se echaran sobre el negro que intentara, a favor de la oscuridad, salir de la bodega para respirar o para tirarse al mar.

También solían usar, sobre todo los brasileños, otro sistema muy bárbaro. Tenían a todos los negros con un par de grillos a los pies, lo mismo en la bodega que en la cubierta o en el entrepuente, y pasaban por entre las piernas de los esclavos una cadena delgada, a la cual ponían un sistema de poleas.

A la menor alteración o bulla, tiraban de la cadena, la ponían tensa a cierta altura y quedaban los negros cabeza abajo.

En épocas anteriores a la mía, muchos de los negreros eran también piratas. Se recordaba el caso del capitán Lemoine, al mando de la "Bamboche".

Lemoine partió de Lìle-de-France para hacer la trata, encontró un barco portugués cargado de negros y de polvo de oro, se lanzó al abordaje, mató al capitán, al contramaestre, a un coronel portugués que iba de pasajero, encerró a los marinos en la bodega, robó cuanto había, hizo un agujero en el barco, para hundirlo, y se marchó.

A los negrófilos, lo que más les indignaba era el baile que se celebraba en los barcos negreros al son del tamtam. En general era un baile inocente.

A veces, los negros se excitaban y había que poner marineros en las bordas para que no se tirasen al agua porque se volvían como locos. Después de estos bailes las escenas en la sentina debían de ser terribles.

El espíritu de lucro de los negreros se comunicó a los negros, y los padres vendían a los hijos y los maridos a las mujeres. Los agentes europeos impulsaban con frecuencia a la guerra a unas tribus contra otras y a los reyezuelos entre sí.

El odio se unía a la codicia, porque el vencedor no sólo ganaba la guerra cuando la ganaba, sino que vendía a todos los prisioneros.

Los franceses, en el Senegal, acostumbraron a los reyezuelos a hacer prisioneros a los indígenas de su mismo país y a venderlos; desde entonces solían coger a todos los habitantes y hacerlos esclavos.

Los negros mismos eran los peores traficantes de la genfe de su raza y de los que con más dureza trataban a sus esclavos.

Antiguamente, y en tiempo de Zaldumbide, por lo que me dijeron, los capitanes se entendían con los mismos negros comerciantes, que tiraban tiros, tocaban el tambor o encendían hogueras en la costa para dar a entender que tenían esclavos a la venta.

Era la época en que con unos paquetes de guinea, abalorios y unas cuantas escopetas viejas, todo por valor de cinco o seis mil pesetas, se compraban cargamentos de negros para venderlos en La Habana o en el Brasil por ochenta o cien mil duros.

Respecto a las tripulaciones negreras, naturalmente, podía asegurarse que las constituían lo peor de cada casa. A los marineros no se les exigía libreta ni documentos.

Los capitanes y pilotos eran de distinta procedencia: franceses, ingleses, españoles, portugueses o italianos y de varios países de América, en particular brasileños y cubanos. De éstos no se podía decir quiénes eran mejores ni peores: había de todo.

Entre los marineros negreros se notaban diferencias grandes: los franceses se mostraban reñidores y borrachos; los portugueses y gallegos, roñosos y disciplinados y un tanto serviles; los italianos, ladrones y vengativos; los brasileños y cubanos, gandules y perezosos, y los primeros más crueles, pues trataban a los negros peor que al ganado, como si tuvieran algún agravio que vengar de ellos.

Entre los españoles, los peores marinos para los viajes negreros eran los catalanes y los vascos. Los catalanes reclamaban siempre y creían que los engañaban, todas eran quejas.

Los vascos se mostraban indisciplinados, desesperados, marineros rebeldes, marineros tigres. Creían, sin duda, que, fuera de su país y de su pueblo y en un barco dedicado a la trata, no quedaba en pie ni leyes ni respetos humanos.

Probablemente, de ser marinero, yo hubiera creído lo mismo. Esta condición se sabía entre los negreros, y una tripulación completa de vascos no la hubiese aceptado ningún capitán, de miedo a la rebelión.

La gente de color tampoco se admitía en un barco negrero, al menos en gran número, porque podían jugar una mala pasada; así que, fueran soplets, como llamaban los franceses a los marineros negros, o curmanes que hablaran inglés, no entraban en las dotaciones de barcos negreros más que en exigua minoría.

NOTA del AUTOR : Muchas de las grandes fortunas tradicionales de San Sebastián y Bilbao provienen de abuelos dedicados a la trata de negros. Sin citar apellidos, pocos saben que dichas familias ricas "de siempre", son beneficiarias del negocio negrero de abuelos y bisabuelos.Los vascos hemos sido muy aficionados a este negocio y al del corso o piratería. Lo mismo sucede en San Juan de Luz, Bayona y Biarritz.


Tellagorri

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24 mayo 2010

El despedido

El segundo gintonic, Pencho se vuelve hacia mí. Hace quince minutos que aguardo, paciente, esperando que se decida a contármelo. Por fin hace sonar el hielo en el vaso, me mira un instante a los ojos y aparta la mirada, avergonzado. «Hoy he cerrado la empresa», dice al fin.

Después se calla un instante, bebe un trago largo y sonríe a medias con una amargura que no le había visto nunca. «Acabo de echar a la calle a cinco personas

Puede ahorrarme los antecedentes. Nos conocemos hace mucho tiempo y estoy al corriente de su historia, parecida a tantas: empresa activa y rentable, asfixiada en los últimos años por la crisis internacional, el desconcierto económico español, el cinismo y la incompetencia de un Gobierno sin rumbo ni pudor, el pesebrismo de unos sindicatos sobornados, la parálisis intelectual de una oposición corrupta y torpe, la desvergüenza de una clase política insolidaria e insaciable.

Pencho ha estado peleando hasta el final, pero está solo. Por todas partes le deben dinero. Dicen: «No te voy a pagar, no puedo, lo siento», y punto. Nada que hacer. Los bancos no sueltan ni un euro más. Las deudas se lo comen vivo; y él también, como consecuencia, debe a todo el mundo. «Debo hasta callarme», ironiza. Todo al carajo. Lleva un año pagando a los empleados con sus ahorros personales. No puede más.

Cinco tragos después, con el tercer gintonic en las manos, Pencho reúne arrestos para referirme la escena. «Fueron entrando uno por uno –cuenta–. La secretaria, el contable y los otros. Y yo allí, sentado detrás de la mesa, y mi abogado en el sofá, echando una mano cuando era necesario… Se me pegaba la camisa a la espalda contra el asiento, oye. Del sudor. De la vergüenza… Lo siento mucho, les iba diciendo, pero ya conoce usted la situación. Hasta aquí hemos llegado, y la empresa cierra

Lo peor, añade mi amigo, no fueron las lágrimas de la secretaria, ni el desconcierto del contable. Lo peor fue cuando llegó el turno de Pablo, encargado del almacén.

Pablo –yo mismo lo conozco bien– es un gigantón de manos grandes y rostro honrado, que durante veintisiete años trabajó en la empresa de mi amigo con una dedicación y una constancia ejemplares. Pablo era el clásico hombre capaz y diligente que lo mismo cargaba cajas que hacía de chófer, se ocupaba de cambiar una bombilla fundida, atender el correo y el teléfono o ayudar a los compañeros.

«Buena persona y leal como un doberman –confirma Pencho–. Y con esa misma lealtad me miraba a los ojos esta mañana, mientras yo le explicaba cómo están las cosas.

Escuchó sin despegar los labios, asintiendo de vez en cuando. Como dándome la razón en todo. Sabiendo, como sabe, que se va al paro con cincuenta y siete años, y que a esa edad es muy probable que ya no vuelva a encontrar jamás un trabajo en esta mierda de país en el que vivimos…

¿Y sabes qué me dijo cuando acabé de leerle la sentencia? ¿Sabes su único comentario, mientras me miraba con esos ojos leales suyos?» Respondo que no. Que no lo sé, y que malditas las ganas que tengo de saberlo. Pero Pencho, al que de nuevo le tintinea el hielo del gintonic en los dientes, me agarra por la manga de la chaqueta, como si pretendiera evitar que me largue antes de haberlo escuchado todo. Así que lo miro a la cara, esperando. Resignado.

Entonces mi amigo cierra un momento los ojos, como si de ese modo pudiera ver mejor el rostro de su empleado. Aunque, pienso luego, quizá lo que ocurre es que intenta borrar la imagen del rostro que tiene impresa en ellos. Cualquiera sabe.

«¿Y qué voy a hacer ahora, don Fulgencio?... Eso es exactamente lo que me dijo. Sin indignación, ni énfasis, ni reproche, ni nada. Me miró a los ojos con su cara de tipo honrado y me preguntó eso. Qué iba a hacer ahora. Como si lo meditara en voz alta, con buena voluntad. Como si de pronto se encontrara en un lugar extraño, que lo dejaba desvalido. Algo que nunca previó. Una situación para la que no estaba preparado, en la que durante estos veintisiete años no pensó nunca.»

«¿Y qué le respondiste?», pregunto. Pencho deja el vaso vacío sobre la mesa y se lo queda mirando, cabizbajo. «Me eché a llorar como un idiota –responde–. Por él, por mí, por esta trampa en la que nos ha metido esa estúpida pandilla de incompetentes y embusteros, con sus brotes verdes y sus recuperaciones inminentes que siempre están a punto de ocurrir y que nunca ocurren.

¿Y sabes lo peor?... Que el pobre tipo estaba allí, delante de mí, y aún decía: No se lo tome así, don Fulgencio, ya me las arreglaré. Y me consolaba.»

Arturo Pérez-Reverte

23 mayo 2010

Maltrato infantil por sus madres

Se define como maltrato físico a cualquier lesión física infringida al niño o niña (hematomas, quemaduras, fracturas, lesiones oculares, lesiones cutáneas) mediante pinchazos, mordeduras, golpes, estirones de pelo, torceduras, puntapiés u otros medios con los que se lastime al niño.

Se da con frecuencia en la madre y sus parientes (abuelos maternos), en casos de divorcio y custodia de ellas sobre los niños.

A diferencia del maltrato físico el castigo físico se define como el empleo de la fuerza física con intención de causar dolor, sin lesionar, con el propósito de corregir o controlar una conducta. No siempre es sencillo saber cuando termina el "disciplinamiento" y comienza el abuso. En contraposición del maltrato físico, el castigo corporal es una práctica muy difundida y socialmente aceptada.

Lo que no es tolerable es que a niños de 2 a 4 niños se "les corrija la conducta" causándoles hematomas.

En este último tiempo la población ha tomado conocimiento de numerosos casos de maltrato infantil, algunos de los cuales han concluido lamentablemente con la muerte de la víctima.

Actos de privación de la libertad como encerrar a su hijo o atarlo a una cama, no solo pueden generar daño físico, sino seguro afecciones psicológicas severas. Lo mismo ocurre cuando se amenaza o intimida permanente al niño, alterando su salud psíquica.
Para la Criminología una de las problemáticas más difíciles es precisamente la referida a todos aquellos delitos que se realizan en el ámbito propio de la familia, ya que transforman y alteran los vínculos de todos los integrantes de la misma, creando además en la gran mayoría de los casos otras conductas también muy graves como repetición del modelo violento, desintegración familiar, etc.

Según el investigador Henry Kempe, que hace años describió el síndrome del niño maltratado, pueden advertirse en el niño golpeado una serie de marcas o señales que evidencian el maltrato al que puede estar siendo sometido, comprendiendo entre otras conductas abuso físico, golpes, mordeduras, heridas, fracturas, quemaduras, ataduras, pellizcos, etc.

La descripción de castigos diversos incluye huellas circulares en los tobillos de niños que fueron atados a una cama o árbol, quemaduras en los pies producidas por cigarrillos, escaldaduras por inmersión forzada en agua caliente, quemaduras en las piernas por contacto forzado con un calentador o estufa, etc.

Como ha podido observarse en estos últimos casos, la mayoría de las veces la víctima es menor de diez años y el maltrato comenzó en los primeros meses de vida, aunque puede ocurrir que el maltrato se extienda en algunos hasta principios de la adolescencia.

La edad es fundamental en el conocimiento de este tipo de conductas, ya que a menor edad de la víctima hay menos posibilidades de conocer la problemática que está padeciendo, mientras más pequeño es el niño su indefensión y vulnerabilidad es mayor, complicándose esencialmente la posibilidad de comunicar a otros lo que le sucede.
A la vez, se ha demostrado que a menor edad del niño, mayor es la patología y sadismo del golpeador, definiendo las personalidades de quienes cometen estos hechos como personalidades impulsivas, descontroladas, que viven una situación de conflicto familiar, especialmente de pareja, que los lleva a concluir o “descargar” su tensión a través de la violencia hacia el niño.

Resulta indispensable que todos podamos estar alertas para detectar posibles casos de maltrato infantil, en especial aquellos que desempeñan funciones en contacto con los niños como son los pediatras o los docentes, ya que son muy frecuentes y al reiterarse puede estar peligrando la vida de un niño.

Se observan, en los bebés maltratados, de una edad entre 9 meses y cuatro años, repercusiones negativas en las capacidades relacionales de apego y en la autoestima del niño. Así como pesadillas y problemas del sueño, cambios de hábitos de comida, pérdidas del control de esfínteres, deficiencias psicomotoras, trastornos psicosomáticos.

Los maltratadores no pegan en las zonas más huesudas, donde se puede hacer daño, sino en las más blandas y protegidas, como las nalgas, la espalda, el tronco, los brazos, los genitales, la cara interna de los muslos, las orejas, las mejillas y el cuello.

Este tipo de actuaciones va asociado, casi siempre, a madres que a ellas las trataron así.

De todo esto lo más triste y desesperanzador resulta la NO actuación de los Juzgados penales ante las denuncias formuladas por el exmarido u otros familiares. Tanto (siempre suelen ser mujeres las que ocupan esos cargos hoy) las roponas como las médicos forenses no quieren "mojarse" decidiendo tomar medidas cautelares como las de quitarle la custodia a la madres o dictar órdenes de alejamiento de los niños a los parientes de esas madres.
¿Qué les cabe hacer a los padres de esos niños? ¿Denunciarlo al Consejo Gerenal del Poder Judicial? Es como presentar una queja a las nubes de Galicia. ¿Adquirir una recortada con postas loberas y quitar de enmedio a media docena de roponas de una sóla vez?
Quizá diera resultado.

Tellagorri



22 mayo 2010

Bukavu, otra de congoleños

Lo cuenta Sarah Elliott, periodista.

A veces ocurre que cruzas una frontera y, más que en un país, te adentras en una noche de tiempos primitivos. Una de esas noches es la República Democrática del Congo, un matadero del tamaño de Europa.

Pasas una frontera; luego, una verja de hierro; finalmente, la fronda de un aguacate; te sientas frente a un adolescente esmirriado en un antro oscuro y, al escucharle, te das cuenta de que la mente humana es capaz de cualquier cosa.

"Aquí estamos en la Prehistoria", me había avisado el director del Centro de Recuperación para Niños Soldado, Murhabazi Namegabe. `Aquí´ es Bukavu, al sur del lago Kivu, en la frontera con Ruanda.
"Los niños, todos, aprendieron a matar, mutilar, violar. Cuando llegan, son salvajes. Provienen de grupos diversos en guerra entre ellos. Al principio se enfrentan incluso aquí. Tenemos que aplicarnos con ahínco para hacerlos humanos."

Sentada delante de Byabey Kambale, comprendo lo que quería decir el director.

Byabey tiene 16 años y una expresión plácida. Tenía 11 años cuando lo capturaron y se lo llevaron a la selva, donde fue iniciado en la guerra. "Unas veces nos castigaban; otras nos pegaban", dice. Su instrucción incluía permanecer tumbado en el agua durante una hora o de rodillas medio día. Le ordenaban que cocinara y, si no estaba bueno, lo encerraban en una celda al sol. Le decían que era parte del adiestramiento, que servía para defender a su país y para no sentir piedad del enemigo. Las reglas estaban claras. Ellos eran congoleños y los enemigos, los ruandeses.
"El general nos ordenó que nos comiéramos a los enemigos", afirma con expresión totalmente neutra.

–¿Y tú qué hacías?

Me los comía.

–¿Te los comías?

Estaban buenos. La carne era sabrosa, más que otras que he probado, mejor que la de ternera o la de cordero. Me comí a más de diez ruandeses.

–¿Diez ruandeses?

Diez, seguro. Algunos se comían hasta la cabeza. Yo la probé una vez, estaba buena. Lo único que estaba prohibido comer era el corazón.

–¿Y por qué?

Lo primero que había que hacerle al enemigo era arrancarle el corazón para hacer medicinas. Lo cortábamos en trocitos, lo condimentábamos con plantas y hacíamos una pomada que nos untábamos por el cuerpo antes del combate. Era nuestro secreto.

–¿Qué quieres decir?

La pomada nos volvía invencibles. La usamos muchísimo. Con la pomada nos volvíamos inmunes a los proyectiles. Los enemigos huían. Tenían miedo.

Byabey dice estas cosas relajado, con los brazos cruzados, las piernas ligeramente abiertas, como un episodio más en su corta vida. Nació cerca del Parque Nacional Kahuzi-Biega, un lugar de desmesurada belleza y desmesurado sufrimiento, el año en que, con la llegada de los ruandeses, todo comenzó.

En 1994 se produjo el genocidio de Ruanda, los hutus masacraron a 800.000 tutsis. El dictador congoleño Mobutu apoyó a los hutus, así que cuando, poco después, los tutsis tomaron el poder en Kigali, la capital ruandesa, Mobutu abrió la puerta a los autores del genocidio, que huían: dos millones de personas a quienes, al cabo de dos años, alcanzó la tremenda venganza de los tutsis. Las tropas del presidente ruandés Kagame penetraron en el Congo, expulsaron a Mobutu, instalaron en el poder a Laurent Kabila y se dedicaron a la aniquilación de sus exterminadores.

Desde entonces han pasado muchas cosas (a Kabila padre le sucedió Kabila hijo y también hubo, en 2006, elecciones), pero un par de cosas no se han visto alteradas: los tutsis de Ruanda siguen en el Congo para matar a los hutus (y, de paso, depredar las minas de coltán, diamantes y oro) y una miríada de grupos congoleños sigue dando caza a los tutsis que cazan a los hutus, o a los hutus que cazan a los tutsis, depende del viento que sople en la capital, Kinshasa.

El resultado de esta vertiginosa y a menudo incomprensible veleta es la más silenciosa hecatombe desde la Segunda Guerra Mundial: 5,4 millones de muertos.

Mientras escribo, ya sea por malnutrición, por actos violentos o por otras causas ligadas al conflicto, mueren 62 congoleños cada hora, uno cada minuto, 1.500 al día, 45.000 al mes. "Y quien no muere, se va volviendo loco día a día", me dice una activista local, Dominique Bikaba.

El resto del mundo no parece darse por enterado. Y los que se enteran, se dan por vencidos.

La ONU tiene en el Congo la más imponente y onerosa de sus misiones (Monuc): 20.000 cascos azules y un coste de 1.400 millones de dólares al año, en teoría para respaldar al Ejército del Congo. Pero parte del problema, explica el mayor pakistaní de la ONU Mohammed Wasif Bukhari es que los nativos no se fían de las fuerzas armadas congoleñas... y con razón. "El Gobierno es pobre, los militares no cobran y se convierten en bandidos. No hay ley que valga cuando se tiene hambre."

Tabena Isima, una dulce señora local, lo confirma: "En teoría, las tropas están aquí para luchar contra los ruandeses y proteger a la gente. Sin embargo, roban en los campos y atacan a las mujeres. La única diferencia es que antes las dos minas, la de coltán y la de oro, eran explotadas por los rebeldes y ahora por los soldados. No ha cambiado nada".

Tellagorri


21 mayo 2010

La realidad del golpe de Estado del 23-F

Vengo en reponer un escrito, que inserté en este blog hace casi un año, por razón de que no conviene olvidar con quienes nos jugamos las castañas de la convivencia nacional. Aquí se viene a confirmar lo que ya muchos blogueros habían aventurado como probable, dejándo de serlo (probable) para convertirse en cierto, ciertísimo.

El escritor Abel Hernandez, amigo de Suarez, cuenta en "El Mundo" que el Borbón autorizó al general Armada a dar el golpe de Estado del 23-F, en connivencia con Felipe González.

Cuánto vale la amistad de un Rey? ¿Acaso un ducado? Ése fue el precio que se cobró Adolfo Suárez en 1981 por la larga relación que trenzó con Juan Carlos I. El político consiguió su título nobiliario, su heraldo de grande de España, pero también la oscura espalda y la traición del Soberano.

Quedó una relación sin abrazos ni llamadas sólo recompuesta cuando Suárez había dejado ya de ser él, carcomido por el olvido y la demencia. O acaso poco antes de que ictus sucesivos atraparan al primer presidente constitucional de la democracia española en la red de desmemoria en la que aún sigue enmarañado.

Años de tú a tú con la Corona: compartía con el amigo Borbón sesiones de cine (muchas del oeste y de aventuras, que a los dos le apasionaban) en una pequeña sala acondicionada para proyecciones en palacio.

Tiempo de traiciones y celadas: antes del fallido golpe de Estado de 1981 (23-F, en la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, sucesor del dimitido Suárez) el militar Alfonso Armada se atrevía a mandar por escrito al Rey cómo habría de ser el gobierno de salvación nacional que se creara tras la decapitación política de Adolfo: el propio Armada sería el presidente; Felipe González, el entonces joven líder socialista, vicepresidente, y entre los ministros se contaría el periodista Luis María Anson...

La legalización del PCE y la sucesión de atentados de ETA en el País Vasco, con funerales que los militares consideraban vergonzosos y casi clandestinos (el sangriento 1980 se cerró con 92 muertos), tenía también enervada a la casta militar, los compañeros de armas del Rey.

El ruido de sables era tan sonoro como la crisis que empezaba a desmoronar la UCD.

Tiempo de intrigas. El PSOE movilizó a sus correos para convencer al Monarca de que destituyera a Suárez y se formara un gobierno de "solución nacional" con un independiente al frente.

Sabido es que Enrique Múgica y Joan Raventós (socialistas)  mantuvieron en Lérida un encuentro con el general Alfonso Armada, ex secretario de la Casa del Rey y entonces gobernador militar de Lérida. Le habrían propuesto presidir él mismo ese eventual gobierno.

Y a Armada, el conspirador luego condenado por golpista, le faltó tiempo para mandar a su amigo el Rey, y por escrito, la propuesta de "un gobierno de concentración presidido por un neutral" ante el temor de un golpe fuerte de los militares. La carta llegó a Sabino Fernández Campo con el ruego de que hiciera llegar la propuesta a don Juan Carlos. En la nota decía que el plan "había sido redactado por un importante constitucionalista español". (Los dirigentes socialistas habrían incitado al profesor Carlos Ollero a redactar la atrevida propuesta de Armada).

Hay otros actores de reparto, claro. Uno protagoniza, quizás, el detonante final que lleva a Adolfo Suárez a su dimisión como presidente del gobierno. Es la traición de Abril Martorel, su amigo, su vicepresidente.

Así lo cuenta Alberto Recarte, que presidía el gabinete económico de la Presidencia: "Un día me llama Fernando Abril y me ofrece ser su hombre en la Moncloa... Me dice sin tapujos que Adolfo Suárez, un hombre enormemente válido, es un arroyo que se ha quedado seco, ya no trae agua, y que lo que puede traer Adolfo son problemas. Añade que la única persona que puede sustituirle con un mínimo de coherencia y continuidad es él...".

Cuando Suárez se entera, directamente por Recarte, se queda de piedra, casi se derrumba: "Escucha todo mi relato en silencio, me hace un par de preguntas y me despide. Después desaparece dos días, que previsiblemente dedicó a asimilar el golpe".

Aún le quedaría una última satisfacción. Él, que siempre consideró al general Armada un conspirador, cuando lo vio entrar en el congreso el 23-F para convencer a Tejero pensó que había estado equivocado.

Lo que no vieron los españoles de aquel intento de golpe de Estado lo desvelaría después un ujier del Congreso, Antonio Chaves.

Tejero le había pedido que le buscara un sitio discreto para hablar con Suárez. Allí, le puso la pistola en la sien. Fueron segundos con la convicción de Suárez de que iba a morir, pero fue capaz de gritar "¡Cuádrese!" con voz firme, lo que desconcertó al bigotudo guardia civil.

El ujier narró la escena así: "No pienso contar de lo que hablaron. Yo en esos años era de izquierda, casi revolucionario, pero me impresionó la dignidad con que se mantuvo en su sitio. A partir de ese día me hice incondicional suyo".

Ya sospechabamos, muchos, que el Borbón estaba hasta el cuello en el 23_F y que los instigadores eran los sociatas, como siempre ha sido, y como se demostrará con el tiempo en el caso del 11_M también.

Al Borbón, instigador del golpe mediante los generales más monárquicos y adictos a él, Milans del Bosch y Armada, alguien con mucha autoridad le llamó para que parase el golpe puesto en marcha por él, quizá de Washington o de París o de ambas ciudades, y luego apareció ante los españoles como el "salvador de la democracia".

El que estaba fuera del juego era un trasnochado decimonónico como Tejero Molina. Lo curioso de todo esto es la ignorancia que tenemos sobre los civiles implicados, además de lo socialistas como Gonzalez, Guerra, Mugica o Joan Raventós, pues ahora aparece el también monárquico Luis Mª Anson.

Del golpe de Estado del 11-M hay muchas conjeturas sobre la autoría intelectual pero la que más prevalece, sin confirmaciones por ser aún reciente el hecho, es la de que allí estaban metidos hasta el cuello Rubalcaba, ZP, el sultán marroquí y los policias antiterroristas puestos por Vera en su etapa felipista. Posiblemente los autores materiales no estuvieran lejos de la mafia etarra. Así se explica mejor la dependencia de este Gobierno a los deseos de algunos de los matarifes encarcelados.

En este país hemos vuelto a no poder confiar ya en nadie, salvo en la familia de cada quién, y según en qué casos. Por ello, se me ocurre la pregunta rutinaria :
¿España se diferencia mucho de las repúblicas sudamericanas que llevan doscientos años de asonadas?

Tellagorri