Mohamed Ayan y un grupo de empleados habían pasado más de tres décadas luchando por mantener el hotel abierto, presentándose a trabajar en los días de golpe de Estado y luto por magnicidio, bajo las tormentas de morteros y durante las ofensivas de primavera, convencidos de que los buenos tiempos volverían tan pronto terminara la guerra.
Pero ésta continuaba, año tras año, y el conserje, el cocinero o el limpiador seguían en sus puestos, incluso en meses en los que no había huéspedes que atender. Mientras mantuvieran la puerta del Intercontinental abierta, parecían haberse dicho, estarían dejando levemente entreabierta otra puerta. A la esperanza, en un lugar huérfano de ella.
Lo primero que pensó al llegar a la ciudad grande fue que un campesino sin educación como él sólo encontraría esposa si daba con un empleo donde le vistieran con uniforme, a poder ser con sombrero. Supo que pronto abriría el primer hotel de cinco estrellas de la ciudad y que el Ministerio de Turismo buscaba personal. Meses después, cuando el rey Mohammed Zahir Shah se disponía a inaugurar el Intercontinental, en 1969, Mohamed Ayan era uno de los empleados que lo esperaban en la entrada.
Abrió desde ese día la puerta del Intercontinental a fulanas llegadas de Karachi en los tiempos mejores y a muyahidines armados con Kalashnikovs en los peores, sujetándose la visera de la gorra de plato con los dedos índice y pulgar, inclinándose ligeramente hacia delante y anunciándose como "el botones de Kabul, para servirle".
Permaneció en su puesto cuando el rey se ausentó para consultar al oftalmólogo en Italia y su primo lo destronó en un golpe de Estado en 1973; durante la revolución comunista de 1978, y cuando los soviéticos invadieron el país para defenderla a finales del año siguiente; cuando el pueblo se levantó contra los invasores y el día que se celebró su derrota en 1989; cuando los vencedores empezaron a pelearse por las ruinas del país y tras el triunfo de los talibanes.
"Se presentaron tras tomar Kabul y preguntaron si se servía alcohol en el hotel", me contó en una de nuestras conversaciones. "Entraron armados y reunieron todas las botellas que encontraron, hicieron una montaña con ellas y las aplastaron, provocando un riachuelo de vinos y licores que bajó por la avenida de Baghe Bala".
Los años que siguieron a la toma de poder de los talibanes se instaló en el país una teocracia brutal y misógina. En la piscina que todavía existe en lo alto del monte Bibi Mahru, los muyahidines durante la guerra civil y los talibanes después la vaciaron de agua y convirtieron su trampolín de 10 metros de altura en el Verdugo de Alá, la plataforma desde donde se arrojaba a los acusados de los delitos contra la moral, dejando que el Misericordioso decidiera si eran o no culpables: sobrevive a la caída y Dios te habrá exculpado. Muere y habrás recibido el castigo que mereces.
Héroes anónimos, los llaman. Los empleados del Hotel Intercontinental lo han sido durante décadas, tratando de crear un oasis de normalidad en medio de la desolación. Cuando los conocí, hacía tiempo que habían perdido el miedo o hacían como si no lo tuvieran. Aceptaban sin más el surrealismo que rodea a los conflictos que se han eternizado, sin que nadie espere ya su final, y te contaban anécdotas como la del huésped cuyo partido de tenis fue interrumpido por un obús. "La bomba cayó cerca. El hombre miró alrededor y reanudó el juego. Iba ganando y quería acabar el partido", me contó en cierta ocasión uno de los empleados.
Durante los años más cruentos de la guerra, el Intercontinental recibía a sus escasos clientes con un ataque de morteros. El director, un guardia de seguridad y uno de los conductores del hotel murieron en uno de esos bombardeos en 1990. El vestíbulo ha sido asaltado una docena de veces. Y el propio Mohamed Ayan recuerda el día en que tres personas murieron delante de él. "Pensábamos que algún día dejarían de caer bombas", me dijo la última vez que le vi.
El botones de Kabul se ha jubilado.
De la entrada cuelga el mismo cartel advirtiendo de que no se puede entrar en el vestíbulo con un AK-47.
DAVID JIMÉNEZ
el botones de kabul
Siempre ha sido un país conflictivo, que nació entre batallas y que morirá igualmente así. Aunque las gentes de allí en mucho caso solamente buscaban vivir en paz, siempre han existido cuatro pederastas adoradores del Mahoma de los cojones, que han querido imponer a sangre y fuego sus creencias de mierda. Y claro así les va por desgracia.
ResponderEliminarJAVIER POL
ResponderEliminarDesde hace miles de años, como bien señalas, Afganiatan no conoce otra forma de vida que hacer la guerra entre ellos o a otros.
Y encima les han caído los "adoradores ee Mahoma" y ya el problema es insoluble.
Ilustrísima, una historia increíble de un país en guerra desde tiempos inmemoriales, una pena que la población vea la guerra ya como una cosa normal...y luego ZP quiere su alianza de civilizaciones...
ResponderEliminarSaludos.
PD: sigo teniendo problemas para entrar en tu blog...
ResponderEliminarCAROLVS
ResponderEliminarAyer pedí a CABALLERO ZP que analizara mi blog con un programa infalible que tiene para detectar virus, y me remitió un informe en el que aseguraba que ES UN SITIO SEGURO.
Por tanto, no es problema de virus. Es alguna jilipollez de las que acostumbra, de tiempo en tiempo, a utilizar GOOGLER.
Estimado Sr.Tellagorri:
ResponderEliminarBella historia ésta del botones de kabul...la historia también la escriben estos hombres, que 'grises', quedan atrapados bajo el fuego de dos que se pegan.
No hay homenaje más plausible a mi gusto como el anónimo.
Mis felicitaciones.
Hay que felicitar a Mohamed Ayan, un hombre afortunado por haber sobrevido en semejante infierno.
ResponderEliminar¿Sabes qué me ha recordado el relato Maese Tellagorri?, a la película "El Resplandor"..No se, me ha venido a la cabeza en parte por el subrealismo de la situación y en parte porque los empleados y el botones de Kabul tuvieron que vivir momentos de aténtico terror en el hotel.
ResponderEliminarCreo que daría para un guión cinematográfico incluso. Un hotel visitado por personas tan diferentes, a través del tiempo, y con un servicio fiel y muy peculiar. Incluso veo la foto de grupo con la música de fondo del final con un Jack Nicholson (Mohamed Ayan) que destaca en el centro. Me alegro de que esté jubilado y no muerto.
Hace muchos años ví un reportaje en televisión que me impactó: trataba de la vida diaria en el Líbano, allá por los años 80'.
ResponderEliminarDaba igual a qué milicia pertenecieran los combatientes: su rutina diaria era levantarse y dirigirse a su trabajo: la guerra.
Como para cualquier oficinista irse a dar a la tecla.
Pero sobre todo recuerdo a uno de ellos (no a qué facción pertenecía), dijo que el día que terminase la guerra no sabría de qué vivir.
No sabía otro oficio!
De todas formas lo de los afganos es diferente: su forma de vida, su cultura tribal, y su religión les impiden intentar conocer otras formas de vida que no sean las ancestrales, y donde el orgullo guerrero y la posesión de mujeres y camellos sean su forma de riqueza.
No nos engañemos: son seres primitivos, aunque haya que alabarles como a guerreros capaces de sobrevivir a todas las embestidas.
Ya nos gustaría tener aquí esa capacidad de esfuerzo y sacrificio!
DADAISTA
ResponderEliminarEn efecto, estos servidores de hotel de Kabul son auténticos héros anónimos, tal como indicas.
Gracias por el comentario.
DOÑA CANDELA
ResponderEliminarYa no me acuerdo de cómo era la peli esa, pero desde luego el guión que has silueteado les irías muy bien porque son auténticos héroes anónimos.
Para ellos el vivir así es su "trabajo".
ASPIRANTE
ResponderEliminarLo del Líbano de la época que cuentas también se las traía.
Países en donde se terminan acostumbrando a vivir de chiripa y ni siquiera piensan que les va a caer un bombazo.
Todo lo que dices sobre su "riqueza", cultural tribal y religión, los convierte, creo yo, en fatalistas.
Probablemente para ese afgano del hotel y sus compañeros resulta mucho más agradable vivir en el Hotel que en su aldea.
D.Javier, este es un post de los que me gustan, pues trata sobre un hombre, una persona, que independientemente de su religión, ideologia, realiza su trabajo no solo como medio de subsistencia, sino con ilusión y optimismo ante la vida; acabo de ver un reportaje sobre los Yihaidistas en España y las mafias que arrastran, y han entrevistado a un señor musulman, totalmente integrado en nuestro pais, al cual vino a buscarse la vida y mejorar su posición, y como esta gente le han hecho la vida imposible por no plegarse a sus deseos de odio al pais que le ha dado asilo, incluso han llegado a amenazarle de muerte.Una verguenza, por eso, estas historias de heroes anonimos que se buscan la vida donde pueden realizando un trabajo honrado, me hacen ser optimista con las personas.
ResponderEliminarUn saludo
BWANA
ResponderEliminarEl Mohamed Ayan me recuerda a muchos tipos clásicos de las aldeas pequeñas de Castilla de hace 40 años, que vivian de forma muy dura y rudimentaria al servicio de algún señorito finquero.
DON MANUEL
ResponderEliminarInteresante historia la que cuenta sobre ese moro honrado y que le hace pensar que aún hay alguna esperanza de creer en el ser humano.
A mí me la producen tipos como el botones de Kabul y ese señor del que habla.
Porque el entorno habitual suele ser un rebaño de hijosdeputa profesionales.