26 abril 2009

¿Qué coño son los NEOCON?


Un fantasma recorre España. Es el fantasma de los neocons. Todo el mundo parece odiarles. Todos les culpan de los males de este mundo y de los del más allá. En el PSOE se les acusa de halcones y militaristas y también, cómo no, de la crisis del sistema financiero.

Desde el PP se les juzga por los supuestos excesos de Irak, por haber hecho de Aznar un fiel aliado de Bush y por mantener una bandera y unas señas de identidad con las que no se sienten cómodos quienes impulsan el giro al centro progresista.

Pero ¿es imaginable que un neocon sea a la vez un fascista, como se dice en la izquierda; un neoliberal, como denuncian los estatistas; un teocon, católico y retrógrado, como avisan los secularistas; un señor de la guerra, como cantan los pacifistas; un aznarista, como temen los genoveses, y un españolista, pesadilla de los nacionalistas?

Allá por el 2002 y principios del 2003 la derecha española veía en los neocons los amos de Washington. Y gracias a que la alianza firme de Aznar con el inquilino de la Casa Blanca y –entre otros– el premier británico, Tony Blair, era entonces muy prometedora, nadie les hacía ascos.

En la izquierda, también se les consideraba los amos de Washington, pero se les temía: eran un grupo siniestro que mantenía secuestrados a los grandes mandatarios del mundo occidental para dar rienda suelta a sus ambiciones imperialistas, que pasaban en primer lugar por el Irak de Sadam Husein.

Ahí estaban, empotrados en la Administración americana, tipos como Paul Wolfowitz o Richard Perle, el llamado "príncipe de las tinieblas". ¿Y no había exigido el vicepresidente Cheney al staff de la Casa Blanca leer todas las semanas el Weekly Standard, revista política dirigida precisa y llamativamente por Bill Kristol, hijo de Irving, el papá del neoconservadurismo?

Ahora bien, de la noche a la mañana se pasó de la angustia al alivio. En plena sangría iraquí, y luego de renovar mandato, Bush despedía a sus asesores y volvía a la senda trillada del realismo y el pragmatismo. El mundo podía dormir tranquilo, pues, con los neocons en clara desbandada, el neoconservadurismo estaba políticamente muerto.

Pero hete aquí que, gracias a políticos como Rodríguez Zapatero y a intelectuales como José María Lassalle nos hemos enterado de que no se les llegó a enterrar del todo. De hecho, están bien vivitos... y coleando. Unos los ven como un peligro que huele a azufre; otros, como un obstáculo en su larga marcha al Centro Central.

Desgraciadamente, sólo hay una verdad. Y la verdad es que nadie sabe qué es un neocon, sobre todo en España.

Pero ¿en qué creían estos neocons, cuyos padres habían triunfado sobre el comunismo, que salían de una generación no de izquierdas, sino claramente conservadora, y que ya no provenían del Partido Demócrata sino del republicano?

Pues en pocas cosas, pero muy importantes.

En primer lugar, de sus abuelos recibieron el sentido del deber individual, la aceptación de la responsabilidad y un optimismo antropológico que les lleva a pensar que el mundo no hay que aceptarlo tal y como es, sino que, con acciones y decisiones, se puede cambiar para mejor.

Realmente, para dar con lo que hoy pensamos que es un neocon, esto es, un señor que conspira perpetuamente para a) asegurar la hegemonía americana, b) invadir cualquier terruño que esconda petróleo, c) bombardear a los malos sin distinguir entre los nuestros malos y los de los demás, d) defender a Israel y su política de opresión sobre los pobres palestinos y e) hacer saltar el mundo en mil pedazos, hay que esperar a la segunda generación de neoconservadores.
Que no es la de George W. Bush, Blair y Aznar, como suele creerse, sino la de Ronald Reagan.


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En suma: los neocons creen que existe el bien y el mal y que Estados Unidos es una potencia que puede contribuir a extender el primero.

Tras el 11-S, sus ideas se volvieron más firmes: el enemigo estaba a la vista de todo el mundo, y la su idea de exportar la democracia ya no sólo era un imperativo moral, sino una necesidad estratégica. De ahí su defensa a ultranza de la transformación del Oriente Medio, principal foco del yihadismo, y del derrocamiento de Sadam Husein.

Convencidos de que la Unión Soviética no cayó como fruta madura, sino por el acoso de las políticas de Ronald Reagan, estaban dispuestos a recurrir al uso de medios militares si con eso se podía acelerar la democratización de un país.

Ahora bien, estos neocons no eran estúpidos, y sabían que todo tiene un límite. Los Estados Unidos eran una hiperpotencia, pero no una omnipotencia, y tenían que fijar prioridades. Desde el 11-S, la encargada de fijarlas era la guerra contra el terror.

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Tellagorri

2 comentarios:

  1. Pues me parece que a algunos de la foto los quieren juzgar por tortura. Curioso concepto del "bien" aquel que, para imponerse sobre la barbarie, usa y abusa de ella.

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  2. Son adjetivos que se usan para tildar a los "malos" sin tenr que explicar ni quienes son ni lo que quieren. Son los otros, los barbaros que quieren apropiarse de los tuyo.

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