02 marzo 2009

Joseph Patrick Kennedy, UN GOLFO MEDIO NAZI


Corría el año 1974. Rose Fitzgerald Kennedy, la esposa de Joseph (Joe) Patrick Kennedy senior y madre de sus nueve hijos -entre ellos, dos senadores de los Estados Unidos, Bobby y Ted, y uno de sus presidentes, John Fitzgerald-, publicó entonces "Tiempo de recordar", su biografía.

Pocos podían suponer que aquellas edulcoradas páginas, en las que se hablaba de la fe que ayudó al clan a sobreponerse a la tragedia familiar, de sus años felices en Boston, iban a despertar una tormenta.

Pero lo hicieron. En ellas, la matriarca de los Kennedy aseguraba sentirse apenada por la "pobre Gloria", con quien su marido, según ella, había tenido una relación puramente profesional. Aquella Gloria era nada más y nada menos que Gloria Swanson, la actriz más deseada del cine mudo, que, al leer aquello, montó en cólera.

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El episodio lo cuenta la escritora Cari Beauchamp donde narra aquel amorío y el papel de Joseph P. Kennedy en la construcción de la industria cinematográfica. La incursión de Joe en el cine duró apenas cinco años, pero hizo que los peces gordos de Wall Street entraran en los estudios y aceleró uno de los saltos prodigiosos que ha dado el séptimo arte: el paso del silencio al sonido.

Aquella faceta del padre de los Kennedy es poco conocida, entre otras cosas porque para cuando murió, en 1969, ya le había dado tiempo a dirigir un banco, salvarse del crack de 1929, aprovecharse del mercado de valores y luego regularlo, lucrarse de la importación de alcohol, servir de embajador en Londres en los primeros estallidos de la II Guerra Mundial, lanzar la carrera de varios de sus hijos.
A Joseph Patrick Kennedy no le gustaba malgastar ni uno de los días de su vida, sobre todo si había un negocio a la vista.

Hasta tal punto que ni siquiera llegó al funeral de su padre: para entonces, en 1929, estaba ya ocupado con sus asuntos (y sus mujeres) en Hollywood. Su padre, Patrick Joseph Kennedy (se cuenta que su madre le cambió el orden de los nombres para que no le identificaran inmediatamente como católico) era un hombre hecho a sí mismo, que comenzó de estibador y medró hasta convertirse en uno de los líderes de la comunidad irlandesa en Boston, donde nació Joe en 1888.

Tras pasar por la Boston Latin School y el Harvard College, en 1914, tras siete de noviazgo, dio uno de los primeros espaldarazos a su carrera: se casó con Rose Fitzgerald, hija del alcalde demócrata de Boston, John F. Fitzgerald.

Un año antes, con 25, se había convertido en el presidente de banco más joven de Estados Unidos, un puesto con el que le premiaron después de salvar de una absorción al Columbia Trust Bank. La leyenda dice que Joe se sirvió sólo de su habilidad y olfato en aquella maniobra, pero si a algo se dedicó con vehemencia a lo largo de su vida fue a forjar su imagen: la del hombre consagrado a la familia con buen tino para sus honrados negocios.

"La imagen es la realidad", decía, y él supo creársela gracias a sus contactos (entre otros, el todopoderoso señor de la prensa William Randolph Hearst) y a su maña con los medios. Hoy sabemos que aquel "hombre de familia" dejaba durante meses a los suyos mientras atendía sus affaires hollywoodienses, y que aquellos negocios en los que forjó su fortuna rozaron, si no rebasaron, la ilegalidad.

Joe tenía ambición, sentido de la oportunidad y pocos escrúpulos. Del Columbia Trust Bank dio el salto a la correduría Hayden, Stone & Co., desde donde actuó en un mercado de valores que por aquel entonces carecía de regulación. Y de ética. El se sentía como pez en el agua.

La especulación sin control condujo al crack del 29, del que no sólo salió indemne, sino enriquecido. Dueño de su propia firma de inversión, se calcula que su hacienda pasó de los 4 millones de dólares en 1929 a los 180 en 1935.

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"UN SINVERGÜENZA"

Entre muchos otros, conocía a Franklin D. Roosevelt, el artífice de la recuperación económica estadounidense, que en 1934 le ofreció, paradójicamente, la presidencia de la recién inaugurada Securities and Exchange Commission (SEC), la agencia que regula y vela por la legalidad del mercado de valores. Cuando le preguntaron al presidente por qué escogía a semejante sinvergüenza, la respuesta fue contundente: "It takes one to catch one", algo así como que hace falta un sinvergüenza para atrapar a otro.
Kennedy, huelga decirlo, hizo un excelente trabajo.

Antes, había pasado por Hollywood, adonde se trasladó en 1926.Kennedy fue el primer hombre en la historia en controlar tres estudios (FBO, Pathé Exchange y First National), y se hizo además con las riendas de la Keith Albee Orpheum Theaters Corporation (KAO), una cadena de salas en las que podría exhibir sus películas.Llenó aquellos teatros de cables, y con ellos llegó el sonoro.
Sus métodos inmisericordes hacia todo lo que no fuera hacer dinero le valieron el sobrenombre de El Napoleón de las películas, y entre sus víctimas se contó a la inmensa Gloria Swanson.

A finales de los 20, Kennedy vendió casi todo, pero en lugar de saltar, como acostumbraba, a otro negociado, se concentró en la actriz. Su relación había comenzado en 1927. El sabía de sus deudas y le ofreció hacerse cargo de sus finanzas. El acuerdo se selló en la cama de un hotel de Palm Beach, mientras uno de sus aliados se llevaba al entonces marido de Swanson, Henri le Bailly, marqués de la Falaise, de pesca.

Aquello se prolongó durante varios años, en los que a Joe le dio tiempo hasta de bautizar al hijo adoptivo de Swanson (en su honor, Joseph Patrick Swanson), mientras Rose esperaba resignada a que su marido regresara a casa.

Pero ni su esposa ni sus ya ocho hijos le hicieron volver. Lo consiguió un fracaso llamado Queen Kelly, una película que ideó para que se luciera Gloria y que dejó en manos (craso error) del torturado genio de Erich von Stroheim. El cineasta austriaco propuso un argumento ininteligible sobre una joven que, seducida por un príncipe europeo, acaba de madame en un burdel africano.Aquello, sin sonido o con él, no tenía futuro. Fue el primer fracaso de Kennedy, que vendió lo que le quedaba del pastel, dejó Hollywood y a Swanson, y se marchó, como solía, con 10 millones más en la cartera.

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Volvió a sus negocios -se lucró del fin de la Ley Seca, en 1933, al que se había anticipado haciéndose con un amplio stock de bebidas-, y, tras su éxito al frente de la SEC ( lo que significa que al igual que Al Capone y con el mismo negocio que el gangster volvió a ganar más millones dolares), en 1938, aceptó el cargo de embajador en Londres.

Kennedy estuvo entre los partidarios de la política de apaciguamiento frente a Alemania, e incluso intentó verse con Hitler. Para la historia dejó una frase que marcó la ruina de sus ambiciones: "La democracia está acabada en Inglaterra. Podría estarlo aquí", declaró en 1940 en el Boston Sunday Globe. El escándalo fue tal que Kennedy presentó su dimisión.Y se centró en otra carrera política: la de sus hijos.

A pesar de sus esfuerzos por redibujarse, a Joe Kennedy se le imputan varios pecados, algunos con más fuste que otros, como el de cobarde (en Londres le llamaban Joe el nervioso, pues corría a los refugios al menor signo de ataque) o el de antisemita ("Algunos judíos son buenos, pero como raza apestan", se le atribuye en el polémico La cara oculta de John F. Kennedy, del Pulitzer Seymour Hersh). Por no hablar de su presunto apoyo a Joseph McCarthy y su caza de brujas, que tan mal casan con el ideario demócrata de los Kennedy.

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APOPLEJíA

Con todo esto, Joe sabía que, si quería llevar a buen puerto la última de sus empresas, la de ver a uno de los suyos en la Casa Blanca, debía permanecer en un segundo plano. Así lo hizo.Tras la muerte, durante la guerra, de su hijo mayor (llamado, como él, Joseph Patrick), se centró en John, para quien, en la semisombra, movió sus hilos, recaudó fondos, selló alianzas lo que mejor sabía hacer.

En 1961, en diciembre, un derrame le dejó mudo y con el lado derecho de su cuerpo paralizado, y en 1969, cuando ya habían muerto cuatro de sus nueve hijos y su fortuna se estimaba en 500 millones de dólares, falleció de una apoplejía.

Antes, sin embargo, había cumplido su gran meta. En enero de 1961, mientras el mundo pensaba que un tal John Fitzgerald Kennedy se había hecho con la presidencia de los Estados Unidos, Joe sabía que era él quien había cumplido su sueño.

Por Ana Goñi

5 comentarios:

  1. Hay días que me voy de este blog conociendo un montón de detalles de la historia, que de otra manera habrían pasado desapercibidos.
    Saludos

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  2. Me inscribo en falso contra la afirmacion de que Roosevelt sacase al economia americana de la recesion. Lo que la sacó fué la Segunda Guerra Mundial. Si miras las cifras del paro verá que se mantiene a un nivel muy elevado entre 1933 y 1937 y que hay una segunda depresion en 1938 con otra fuerte subida.

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  3. Roosevelt, en efecto no resolvió la Gran Depre hasta que metió a USA en la Gran Guerra Mundial.
    Lo que aquí se dice es que ese Rooselvelt dió cargos muy importantes al caradura de Kennedy y no se sabé porqué.
    Sobre lo que comentas tengo un post aquí =
    http://tellagorri.blogspot.com/2008/09/el-new-deal-usa-era-y-es-pura-retorica.html

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  4. Es sabido que en su época fué considerado un progre y que como tal manipuló y se aprovechó de su situación para conseguir, desde la sombra, sus objetivos. Igual que ahora y siempre.

    Y, en plan jocoso, que suerte tuvo de conocer a Gloria Swanson dónde la conoció. Qué ojos. Busquen un primer plano en la red, IMPRESIONANTE.

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  5. De este fulano -digo fulano con todas las letras- hay mucho por desvelar.
    Este yankee de orígen irlandés fue el tipo más oportunista que parió madre.
    Listo como una comadreja, sútil como una serpiente, y taimado como una hiena.

    Su familia y todo lo que tocó lo tornó en molicie.

    Tantas desgracias en familia tiene orígen en lo perverso que fué.

    Tocó todos los palos y siempre fue para medrar él antes que sus propios hijos.

    Yo personalmente no veo nada defendible en semajante tipejo.

    Se puso de parte, ora con Franco, ora con los republicanos según viera.

    Hay otro personaje de las altas esferas de la yanquilandia muy parecido, y de orígen judío tan perverso como para hacer daño a medio mundo como lo fue este tipo y del caul hay cosas escritas, pero pocas.

    A ese sí que voy yo a empitonarlo bien, por las consecuencias que seguimos viviendo.

    Abrazos desde el califato de don manué.

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