A diferencia de la Etiopía central donde el cristianismo copto es mayoritario, en Eritrea el Islam cuenta con infinidad de devotos. En los años 70 esta baqueteada comunidad a falta del integrismo que cristalizaría una década después, derivó en una suerte de socialismo árabe de corte guerrillero inspirado en los ideas que triunfaban entonces en los países más avanzados de oriente medio.
Mengistu desoyó las demandas de autonomía de los eritreos musulmanes, que ya estaban en pie de guerra desde tiempos del Negus, arguyendo ante la comunidad socialista internacional que lo de Eritrea era un caso más de secesionismo ilegítimo.
El bloque soviético venía apoyando a las guerrillas eritreas, tanto las islámicas como las cristianas, desde hacía años con objeto de debilitar la posición americana en el mar Rojo.
En el verano de 1977 con la guerra del Ogadén en marcha Mengistu consideró que la ingente ayuda que acababa de recibir por parte de la URSS y Cuba podía volverse, una vez extinguido el conflicto somalí, contra los eritreos.
Una oportunidad de oro de zanjar una cuestión histórica desatando una guerra sin cuartel que convenciese a los rebeldes de una vez por todas de la inconveniencia de su lucha armada.
Y casi lo consigue. La ofensiva, que dio comienzo en 1977, dejó la región convertida en un erial, en un inmenso estercolero plagado de fosas comunes. Para ello Mengistu contó, una vez más, con la inestimable colaboración de sus nuevos amigos de La Habana y Moscú.
Soviéticos y cubanos no escatimaron fuerzas para rendir a los indómitos guerrilleros eritreos. Hicieron uso sistemático del arsenal químico más sofisticado de la época.
Bombardeos con NAPALM, gaseado de la población civil en las aldeas con agente nervioso y empleo de defoliantes. Ante semejante alarde militar causa estupor ver hoy, en 2003, como Fidel Castro enarbola la bandera de la paz y la saca a pasear por el malecón de La Habana mientras se desgañita gritando ¡No a la guerra imperialista!
El ejército de Mengistu, más berroqueño en sus métodos pero no menos letal, sembró de minas gran parte del país y recurrió a rutinas militares tristemente habituales en el continente africano.
El sufrido campesino pagaba más por la semillas en el mercado negro de lo que recibía del Estado por el producto final. Muchas familias campesinas hubieron de vender su magro patrimonio, que las más de la veces se limitaba a una choza, dos corderos y una vaca esquelética víctima del agostamiento de los campos, para hacer frente al ávido afán recaudador del gobierno.
Las Granjas Estatales, a las que ya hice referencia, fracasaron casi desde el primer día. A su mala gestión interna se sumó el hecho de que muchos etíopes, en especial de etnias conflictivas como los Oromo, fueron forzados a trabajar en ellas en condiciones que podríamos calificar sin temor a equivocarnos de esclavitud.
Cuando se concentró la producción agrícola en Granjas estatales que se valían de mano de obra esclava nadie hizo nada. En 1984 cuando se recogió la cosecha de diez largos años de despropósito, guerra y experimento socialista, occidente al fin hizo algo. Regaló dinero, alimentos y medicinas al causante de todos los males. ¿Cómo premio quizá?
El hecho es que millones de dólares en ayuda humanitaria volaron de las bondadosas manos de otros tantos millones de occidentales a las de Mengistu que lo recibió como un agasajo, una donación desinteresada a la que no tardó en dar un nefasto uso.
Organizaciones internacionales como Médicos sin Fronteras que no se tragaron el bulo y decidieron no ir a Etiopía fueron declaradas non gratas por el gobierno de Mengistu y vituperadas sin medida en occidente.
La administración Reagan que clamó en el desierto al considerar la petición de ayuda cursada por el gobierno etíope como un ardid para captar fondos fue tachada de capitalista infame, de reaccionaria y de enemiga de la humanidad. Vivir para ver y sobrevivir para recordar.
En 1987, apenas tres años después de la catástrofe humanitaria que conmocionó al planeta, se desencadenó una nueva hambruna que conforme a los pasos del ya conocido vals macabro fue primero ocultada y después aprovechada por el gobierno. De nuevo la ayuda internacional fue desviada hacia el ejército y la nomenclatura del partido. La trampa humanitaria volvía de nuevo a ponerse en marcha.....¡y a funcionar!
Como galardón y justa recompensa la Federación Sindical Mundial, compuesta por sindicatos de toda Europa, otorgó a Mengistu en 1988 la medalla de oro de la Federación por [...] su contribución a la lucha por la paz y la seguridad de los pueblos [...]
Occidente no sólo no aprendía sino que se regodeaba con fruición en el drama de los hambrientos etíopes.
El país, tras 17 años de locura colectivista, estaba exhausto, famélico y arruinado. En febrero cayeron Gondar y Gojam las últimas ciudades eritreas en poder del gobierno y apenas cuatro meses después, el 28 de mayo, Mengistu asediado dentro y fuera de la capital puso tierra de por medio. Solicitó a su antiguo amigo Robert Mugabe asilo político y se exilió en Zimbabwe.
Días después comenzó la ingente tarea de reconstrucción de Etiopía, 24 grupos étnicos y políticos se reunieron en Addis Abeba para constituir un primer gobierno provisional hasta la convocatoria de elecciones libres. El 28 de mayo, día de la huída de Mengistu, pasó a ser y sigue siendo la fiesta nacional de Etiopía.
En 1993 se reconoció la independencia de Eritrea, última nación africana en incorporarse a la comunidad internacional.
En 1995 un tribunal de Addis Abeba abrió el proceso para juzgar el asesinato del Negus y los crímenes cometidos durante la época del llamado Terror Rojo (1977-1979).
Mengistu refugiado en Harare fue juzgado in absentia y condenado a muerte. El gobierno etíope, presidido por Meles Zenawi, ha solicitado en varias ocasiones la extradición de Mengistu.
El régimen de Mugabe la ha denegado repetidamente a pesar de la campaña que Amnistía Internacional ha llevado a cabo en los últimos diez años.
Hoy, con 66 años de edad Hailé Mengistu Mariam, el responsable directo de cientos de miles de muertos en su patria natal, el único Jefe de Estado vivo condenado por crímenes contra la humanidad, el presidente de Etiopía que más y mejor ha matado en su larga historia vive cómodamente en Harare, capital de Zimbabwe, protegido por el presidente Robert Mugabe.
Mengistu desoyó las demandas de autonomía de los eritreos musulmanes, que ya estaban en pie de guerra desde tiempos del Negus, arguyendo ante la comunidad socialista internacional que lo de Eritrea era un caso más de secesionismo ilegítimo.
El bloque soviético venía apoyando a las guerrillas eritreas, tanto las islámicas como las cristianas, desde hacía años con objeto de debilitar la posición americana en el mar Rojo.
En el verano de 1977 con la guerra del Ogadén en marcha Mengistu consideró que la ingente ayuda que acababa de recibir por parte de la URSS y Cuba podía volverse, una vez extinguido el conflicto somalí, contra los eritreos.
Una oportunidad de oro de zanjar una cuestión histórica desatando una guerra sin cuartel que convenciese a los rebeldes de una vez por todas de la inconveniencia de su lucha armada.
Y casi lo consigue. La ofensiva, que dio comienzo en 1977, dejó la región convertida en un erial, en un inmenso estercolero plagado de fosas comunes. Para ello Mengistu contó, una vez más, con la inestimable colaboración de sus nuevos amigos de La Habana y Moscú.
Soviéticos y cubanos no escatimaron fuerzas para rendir a los indómitos guerrilleros eritreos. Hicieron uso sistemático del arsenal químico más sofisticado de la época.
Bombardeos con NAPALM, gaseado de la población civil en las aldeas con agente nervioso y empleo de defoliantes. Ante semejante alarde militar causa estupor ver hoy, en 2003, como Fidel Castro enarbola la bandera de la paz y la saca a pasear por el malecón de La Habana mientras se desgañita gritando ¡No a la guerra imperialista!
El ejército de Mengistu, más berroqueño en sus métodos pero no menos letal, sembró de minas gran parte del país y recurrió a rutinas militares tristemente habituales en el continente africano.
El sufrido campesino pagaba más por la semillas en el mercado negro de lo que recibía del Estado por el producto final. Muchas familias campesinas hubieron de vender su magro patrimonio, que las más de la veces se limitaba a una choza, dos corderos y una vaca esquelética víctima del agostamiento de los campos, para hacer frente al ávido afán recaudador del gobierno.
Las Granjas Estatales, a las que ya hice referencia, fracasaron casi desde el primer día. A su mala gestión interna se sumó el hecho de que muchos etíopes, en especial de etnias conflictivas como los Oromo, fueron forzados a trabajar en ellas en condiciones que podríamos calificar sin temor a equivocarnos de esclavitud.
Cuando se concentró la producción agrícola en Granjas estatales que se valían de mano de obra esclava nadie hizo nada. En 1984 cuando se recogió la cosecha de diez largos años de despropósito, guerra y experimento socialista, occidente al fin hizo algo. Regaló dinero, alimentos y medicinas al causante de todos los males. ¿Cómo premio quizá?
El hecho es que millones de dólares en ayuda humanitaria volaron de las bondadosas manos de otros tantos millones de occidentales a las de Mengistu que lo recibió como un agasajo, una donación desinteresada a la que no tardó en dar un nefasto uso.
Organizaciones internacionales como Médicos sin Fronteras que no se tragaron el bulo y decidieron no ir a Etiopía fueron declaradas non gratas por el gobierno de Mengistu y vituperadas sin medida en occidente.
La administración Reagan que clamó en el desierto al considerar la petición de ayuda cursada por el gobierno etíope como un ardid para captar fondos fue tachada de capitalista infame, de reaccionaria y de enemiga de la humanidad. Vivir para ver y sobrevivir para recordar.
En 1987, apenas tres años después de la catástrofe humanitaria que conmocionó al planeta, se desencadenó una nueva hambruna que conforme a los pasos del ya conocido vals macabro fue primero ocultada y después aprovechada por el gobierno. De nuevo la ayuda internacional fue desviada hacia el ejército y la nomenclatura del partido. La trampa humanitaria volvía de nuevo a ponerse en marcha.....¡y a funcionar!
Como galardón y justa recompensa la Federación Sindical Mundial, compuesta por sindicatos de toda Europa, otorgó a Mengistu en 1988 la medalla de oro de la Federación por [...] su contribución a la lucha por la paz y la seguridad de los pueblos [...]
Occidente no sólo no aprendía sino que se regodeaba con fruición en el drama de los hambrientos etíopes.
El país, tras 17 años de locura colectivista, estaba exhausto, famélico y arruinado. En febrero cayeron Gondar y Gojam las últimas ciudades eritreas en poder del gobierno y apenas cuatro meses después, el 28 de mayo, Mengistu asediado dentro y fuera de la capital puso tierra de por medio. Solicitó a su antiguo amigo Robert Mugabe asilo político y se exilió en Zimbabwe.
Días después comenzó la ingente tarea de reconstrucción de Etiopía, 24 grupos étnicos y políticos se reunieron en Addis Abeba para constituir un primer gobierno provisional hasta la convocatoria de elecciones libres. El 28 de mayo, día de la huída de Mengistu, pasó a ser y sigue siendo la fiesta nacional de Etiopía.
En 1993 se reconoció la independencia de Eritrea, última nación africana en incorporarse a la comunidad internacional.
En 1995 un tribunal de Addis Abeba abrió el proceso para juzgar el asesinato del Negus y los crímenes cometidos durante la época del llamado Terror Rojo (1977-1979).
Mengistu refugiado en Harare fue juzgado in absentia y condenado a muerte. El gobierno etíope, presidido por Meles Zenawi, ha solicitado en varias ocasiones la extradición de Mengistu.
El régimen de Mugabe la ha denegado repetidamente a pesar de la campaña que Amnistía Internacional ha llevado a cabo en los últimos diez años.
Hoy, con 66 años de edad Hailé Mengistu Mariam, el responsable directo de cientos de miles de muertos en su patria natal, el único Jefe de Estado vivo condenado por crímenes contra la humanidad, el presidente de Etiopía que más y mejor ha matado en su larga historia vive cómodamente en Harare, capital de Zimbabwe, protegido por el presidente Robert Mugabe.
Lo cuenta Fernando Díaz Villanueva
NOTA : Cómo es posible que toda esa caterva de pijo-progres, culturetas y mamandurrios de subvenciones estatales, jamás recuerden estos genocidios, y se apliquen con extrema atención a los "horrores" de la España de 1939 o de la guerra de Irak?
Mengistu,Mugabe
Creo que está ocupado en demostrar que no hay mala fe en su trabajo, y que todo lo que ocurre en su juzgado es por causa de la mala prensa.
ResponderEliminarSaludos
Será eso. Porque puestos a buscar criminales internacionales que perseguir puedo puedo pasarme un mes dando datos de algunos, no de todos, que aún son perseguibles según su modo de juzgar.
ResponderEliminarSaludos, Julio.