16 diciembre 2008

KALASHNIKOV


No existe nada en el mundo, orgánico o inorgánico, objeto me­tálico u elemento químico, que haya causado más muertes que el AK­47. El kaláshnikov ha matado más que la bomba atómica de Hiroshi­ma y Nagasaki, que el virus del sida, que la peste bubónica, que la malaria, que todos los atentados de los fundamentalistas islámicos, que la suma de muertos de todos los terremotos que han sacudido la cor­teza terrestre.

Un número exorbitante de carne humana imposible de imaginar siquiera. Solo un publicista logró, en un congreso, dar una descripción convincente: aconsejaba que para hacerse una idea de los muertos producidos por la metralleta llenaran una botella de azúcar, dejando caer los granitos por un agujero en la punta del paquete; cada grano de azúcar equivale a un muerto producido por el kaláshnikov.

El AK-47 es un arma capaz de disparar en las condiciones más adversas. Es imposible que se encasquille, está lista para disparar aun­que esté llena de tierra o empapada de agua, es cómoda de empuñar, tiene un gatillo tan suave que hasta un niño puede apretado.
La for­tuna, el error, la imprecisión: todos los elementos que permiten sal­var la vida en los enfrentamientos parecen quedar eliminados por la certeza del AK-47, un instrumento que impide que el hado tenga papel alguno. Fácil de usar, fácil de transportar, dispara con una efi­cacia que permite matar sin ninguna clase de entrenamiento.

"Es ca­paz de transformar en combatiente hasta a un mono.", declaraba Ka­bila, el temible líder político congoleño. En los conflictos de los últimos treinta años, más de cincuenta países han utilizado el kalásh­nikov como fusil de asalto de sus ejércitos. Se han producido matan­zas con el kaláshnikov, según la ONU, en Argelia, Angola, Bosnia, Burundi, Camboya, Chechenia, Colombia, el Congo, Haití, Cachemi­ra, Mozambique, Ruanda, Sierra Leona, Somalia, Sri Lanka, Sudán y Uganda.

Más de cincuenta ejércitos regulares tienen el kaláshnikov,y resulta imposible hacer una estadística de los grupos irregulares, paramilitares y guerrilleros que lo utilizan.

Murieron por el fuego del kaláshnikov: Sadat, en 1981; el gene­ral Dalla Chiesa, en 1982; Ceaucescu, en 1989. En el chileno Palacio de la Moneda, Salvador Allende fue encontrado con proyectiles de kaláshnikov en el cuerpo.

Y estos muertos eminentes constituyen la verdadera carta de presentación histórica de la metralleta. El AK-47 incluso ha acabado formando parte de la bandera de Mozambique y se halla también en centenares de símbolos de grupos políticos, des­de al-Fatah en Palestina hasta el MRTA en Perú.
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Cuando aparece en vídeo en las montañas, Osama bin Laden lo utilizá como único sím­bolo amenazador. Ha acompañado a todos los papeles: al del liberta­dor, al del opresor, al del soldado del ejército regular, al del terroris­ta, al del secuestrador, al del guardaespaldas que escolta al presidente.

Michail Kalashnikov


Kaláshnikov ha creado un arma sumamente eficaz, capaz de mejorar con los años; un arma que ha tenido dieciocho variantes'y veintidós nuevos modelos forjados a partir del proyecto inicial. Es el auténtico símbolo del liberalismo económico, su icono absoluto. Podría con­vertirse incluso en su emblema: no importa quién seas, no importa lo que pienses, no importa de dónde provengas, no importa qué re­ligión tengas, no importa contra quién ni a favor de qué estés; basta con que lo que hagas, lo hagas con nuestro producto.
Con cincuen­ta millones de dólares se pueden comprar cerca de doscientas mil metralletas; es decir, que con cincuenta millones de dólares se puede crear un pequeño ejército. Todo lo que destruye los vínculos políti­cos y de mediación, todo lo que permite un consumo masivo y un poder exorbitante, se convierte en vencedor en el mercado; y Mijaíl Kaláshnikov, con su invento, ha permitido a todos los grupos de po­der y de micropoder contar con un instrumento militar. Después de la invención del kaláshnikov, nadie puede decir que ha sido derrota­do porque no podía acceder al armamento.

Ha llevado a cabo una acción de equiparación: armas para todos, matanzas al alcance de cualquiera. La batalla ya no es ámbito exclusivo de los ejércitos. A es­
cala internacional, el kaláshnikov ha hecho lo mismo que han hecho los clanes de Secondigliano a nivel local, liberalizando completa­mente la cocaína y permitiendo que cualquiera pueda convertirse en narcotraficante, consumidor o camello, liberando el mercado de la simple mediación criminal y jerárquica.

Del mismo modo, el kalásh­nikov ha permitido a todos convertirse en soldados, incluso niños y muchachitas esmirriadas; y ha transformado en generales del ejército a personas que no sabrían ni guiar a un rebaño de diez ovejas.

Comprar metralletas, disparar, destruir personas y cosas, y volver a comprar. El resto son solo detalles. El rostro de Kaláshnikov aparece sereno en todas las fotos; con su angulosa frente eslava y sus ojos de mongol que, con los años, se vuelven cada vez más sutiles. Duerme el sueño de los justos. Se acuesta, si no feliz, al menos sereno, con las zapatillas bajo la cama, en orden; incluso cuando está serio tiene los labios ten­sos en forma de arco como el rostro del recluta Pyle en LA chaqueta metálica. Los labios sonríen, pero el rostro no.
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Mijail Kaláshni­kov tiene siempre un aire sereno, de viejo pensionista ruso, con la cabeza llena de recuerdos. Te lo imaginas con el aliento oliendo a vodka y hablándote de los amigos con los que vivió la época de la guerra, o sentado a la mesa susurrándote que de joven era capaz de resistir horas y horas en la cama sin detenerse. Siguien­do con el juego infantil de las impresiones, la cara de Mijaíl Kaláshnikov parece decir: "Todo va bien, no son problemas míos, yo solo he inventado una metralleta. Cómo la usen los demás, es algo que no me atañe".

Mijaíl Kaláshnikov no es un traficante de armas, no interviene para nada en la mediación para comprar metralletas, no tiene influencia política, ni posee una personalidad carismática; pero lleva consigo el imperativo cotidiano del hombre en la época del mercado: haz lo que debas hacer para ven­cer; lo demás no te importa.

Lo dice SAVIANO

2 comentarios:

  1. Un interesante post, ahora solo hay que preguntarse que ideología tenían los que empuñaban esta arma.
    Saludos

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  2. Buena pregunta.
    Imagino que todos los grupos utilizadores del Kalashnikov eran y son lo opuesto a un californiano.

    Desde etarras a muyadines, pasando por guerrilleros del son moscovista o maoista, además de los rufianes atraca-bancos de pandas albano-kosovares, de clanes mafiosos y de "salvapatrias" negroides o venezolano-bolivianos.

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