10 agosto 2008

ROBERT KENNEDY : Otro Engaño




El 4 de junio de 1968 se apuntó la mayor victoria en su ca­rrera hacia la nominación demócrata al ganar las primarias en Dakota del Sur. Justo antes de medianoche quedó claro que Ken­nedy había ganado también en California, acercándose un paso más a la nominación para la presidencia del Partido Demócrata. Hasta esa fecha, parecía que nada lo detendría para obtener la nominación oficial de su partido.
Tras dejar la sala de baile donde había pronunciado su discurso de victoria, el senador recorrió el camino hacia la cocina del hotel Ambassador.


Pasaban quince minutos de la medianoche. El can­didato se dirigía a dar una conferencia de prensa en la cercana sala Colonial. El camino más rápido era volver por la cocina y atra­vesar la despensa. Entonces se oyeron unos disparos.

Kennedy yacía en el suelo, sangrando abundantemente por la cabeza. Una bala se incrustó en su cerebro. "Lo que ocurrió sigue siendo un misterio. A pesar de los sesenta testigos que se encontraban en la sala, todo fue tan rápido que la gente no dejó de mirar en todas direcciones; hubo tantos heridos que los testigos no pudieron ver realmente lo que pasó", indica Phillip Melanson, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Massachusetts además de escritor.

LA ACTUACIÓN POLICIAL



Cinco víctimas yacían en la cocina. Entre ellos, el ayudante de Kennedy, Paul Schrade, estaba herido en la cabeza. "Sentí -re­cuerda- como si me hubieran electrocutado. Estaba entumeci­do y me dolía el pecho. La gente me había pisoteado durante el caos que se produjo después."


Un joven con una pistola de ca­libre 22 en la mano y los ojos vidriosos permanecía entre la mul­titud que gritaba. Hubo una dura lucha por quitarle la pistola y, en medio del caos, alguien gritó " Matadlo". Finalmente, con­siguieron reducir al pistolero.



Minutos después la policía llega­ba a la escena del crimen y se apresuraba a sacar al sospechoso del hotel Ambassador y meterlo en un coche. Lynn Compton, ex fiscal del Estado, lo explica así: "Tenía la pistola y estaba carga­da ~on balas; no había duda de que una de ellas había matado a Kennedy" .

Los oficiales de policía se apresuraron a afirmar que no iba a ocurrir lo que en el asesinato dé su hermano en DalIas, donde el departamento de policía había hecho el ridículo por permitir que Jack Ruby matara al presunto asesino del presidente, Lee Harvey Oswald, antes de que se celebrara el juicio. "Aquello causó un trauma y un ridículo nacional", explica Phillip Melanson.



La posibilidad de una conspiración estaba en la mente de todos y las acciones de la policía fueron objeto del mayor de los escru­tinios y de todo tipo de comentarios. Cuando los agentes metieron al sospechoso en una sala de interrogatorios, él se sentó tranquilo pero se negó a decir su nombre. "Casi empezó a disfrutar del interrogatorio. Se comportó como lo que nosotros llamamos un chulo", cuenta WillianJordan, sargento del departamento de Policía de Los Ángeles.


A última hora de la mañana, un joven apareció en el depar­tamento de policía de Pasadena; había visto una foto del agresor en el periódko y dijo a los agentes que el sospechoso era su her­mano. Se registró el hogar de la familia Sirhan en Pasadena y, dentro de la habitación de Sirhan, los investigadores encontraron lo que selló su destino: dos libros de notas, llenos de apuntes donde había garabateado "RFK... RFK... y RFK debe morir el 5 de junio de 1968". Era prueba suficiente.



Tras veinticuatro horas de agonía, la mañana del 6 de junio el secretario de prensa Frank Mankewicz emitió un trágico comu­nicado de la muerte de Robert Kennedy en el hospital El Buen Sa­maritano de Los Ángeles. Lo habían matado tan sólo dos meses después de que el líder de los derechos civiles, Martin Luther King ]r., también fuera asesinado en Memphis, Tennessee, por la bala de un rifle que nadie está seguro quién disparó.


Sirhan Sirhan fue acusado del asesinato de Kennedy. Aquel joven delgado, desco­nocido y modesto, de repente fue catapulta do al centro de la opinión pública. Mientras el país se disponía a enterrar a otro Ken­nedy asesinado, comenzaron los preparativos para el juicio de Sir­han.

Tanto la defensa como la acusación intentaron contestar a la pregunta que el libro de notas no lograba descifrar: el motivo del asesinato.


El acusado repitió numerosas veces a la policía que no recor­daba nada sobre los disparos. Dijo estar confuso sobre lo que había ocurrido aquella noche en el Ambassador. Durante los meses siguientes, Sirhan fue sometido, tanto por parte de la acusación como de la defensa, a varias sesiones de hipnosis en un intento de hacerle recordar los hechos.

Sirhan nunca admitió el asesina­to de Robert Kennedy, por lo que se dejó en manos de los fisca­les determinar un posible motivo. Como era palestina, insistieron en que la razón del asesinato era debido al apoyo del senador a Israel y su promesa de que, si era elegido presidente, suministraría a ese país aviones militares.


Cuando comenzó el juicio, los abogados de Sirhan tomaron una importante decisión: no se centrarían en la culpabilidad de su cliente o en las pruebas físicas. Por el contrario, se apoyaron en demostrar sus mermadas facultades mentales. Presentándolo como un asesino loco, sus abogados esperaban, al menos, salvado de la pena de muerte. Sin embargo, la estrategia de defensa al cuestionar el estado mental de Sirhan falló.


En abril de 1969, Sirhan Sirhan fue acusado de asesinato y condenado a muerte en la cámara de gas de California. La sentencia fue conmutada más tarde por cadena perpetua, después de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos declarase inconstitucional la pena de muerte. Los acontecimientos de aquella noche de junio de 1968 nunca fueron resueltos. El departamento de Policía pidió al público que confiara en la versión oficial del suceso. El caso fue cerrado, o eso parecía.

DEMASIADAS INCÓGNITAS SIN ACLARAR



En el juicio, la labor policial y las pruebas nunca fueron cuestio­nadas. Los críticos de la investigación insistieron en que queda­ban lagunas sobre la actuación de Sirhan en solitario. La prime­ra cuestión que no estaba clara era el recuento de balas. ¿Cuántas balas fueron disparadas realmente en la cocina del hotel Ambas. sador?

La pistola de Sirhan sólo podía albergar ocho proyectiles y todos ellos fueron disparados, según la respuesta de la policía.


El jefe de criminología de la policía de Los Ángeles, DeWaym' Wolfer supervisó la reconstrucción de los hechos y diseñó un complicado diagrama para justificar la teoría de las ocho balas disparadas desde el arma de Sirhan. Según este análisis, una de las balas se perdió en el techo; cinco entraron en las víctimas que sobrevivieron y dos balas impactaron en el cuerpo del senador Kennedy. Eso hace un recuento del máximo de balas que podía alhergar la pistola de Sirhan.


Pcro los testigos, incluyendo a William Bailey, uno de ellos del FBI en la esccna del crimen, dijeron que hahía pruebas de que se dispararon dos balas más. Casi una docena de agentes de policía declararon haber visto lo que no dudaron en calificar como agujeros de balas en el marco de una puerta, dos proyectiles que no podía albergar la pistola de Sirhan.


Incluso, hay fotografías que muestran esos agujeros extras en la puerta señalados, en un primer momento, por la policía como causados por balas. "Siem­pre nos preguntamos por qué no se presentaron estas fotos como pruebas en el juicio", indica Paul Schrade, ayudante de Kenne­dy y víctima en el atentado.

Según el escritor y profesor de ciencias políticas Phillip Me­lanson, la clave de todo esto está en que, si realmente eran agujeros de bala, si se cuentan las balas, Sirhan disparó diez. Algo difícil cuando la pistola del calibre 22 tenía una capacidad de ocho balas.


Se necesitaba una persona cualificada para estudiarlo... pero nadie lo hizo.


Aún hay una segunda cuestión por resolver sobre el asesinato: ¿cuál fúe la distancia real entre el arma de Sirhan y el senador Kennedy?

Según el coronel Thomas Noguchi, que dirigió la la autopsia de Kennedy, le dispararon a quemarropa. Basó sus conclusiones en las pruebas físicas. Sin embargo, éstas entraban en contradicción con los testimonios de los que allí estuvieron.

La mayoría de los testigos de la cocina dijeron que Sirhan se encontraba a varios metros de Kennedy cuando le disparó. Para la policia esta discrepancia sólo es producto de la confusión de los testigos.


Además, surge otra duda: el informe de la autopsia establece que la bala mortal fue disparada desde atrás. Los testigos sin embargo, afirmaron que Sirhan estuvo, en todo momento, delante de Kennedy.


¿Cómo podría Sirhan, entonces, haber hecho el disparo?. Es más: tampoco hubo pruebas de si coin­cidía la pistola y el proyectil que lo mató. Después de un cuida­doso examen en el laboratorio criminal de la policía, los exper­tos en balística descubrieron que la bala estaba demasiado deformada como para permitir ningún análisis definitivo.


En esta línea; algunos expertos indican que hubo dos asesinos la madrugada del S de junio. Dos pistolas que acabaron con la vida de Kennedy desde distintos lugares. Sirhan sólo tenía una y, por tanto, ¿dónde está la otra pistola y quién la disparó?


Para los más críticos al trabajo de investigación del departa­mento de policía significaba que el asesinato del senador había conseguido justo lo contrario de lo que pretendía evitar la poli­cía: preguntas sin respuestas.
¿Hubo un segundo asesino, alguien que no fuera Sirhan Sirhan?

LA MUJER DEL VESTIDO DE LUNARES



Entre los que insistieron en que el asesinato de Robert Kennedy podría ser producto de una conspiración, se encontraban varios testigos que habian intentado dar sentido a la escena del hotel Ambassador. En este caso se comprobó que la gran canti­dad de testigos no hizo más fácil el trabajo de los investigadores. Al contrario, cada cual dio una versión diferente de lo que creía haber contemplado.


No hay duda de que Sirhan Bishara Sirhan fue visto y, consecuentemente, capturado con una pistola recién disparada. Sin embargo, los testigos vieron a una mujer sospechosa en compañía de un hombre, junto con Sirhan, en la escena del asesinato.

Así lo aseguró Sandra Serrano, entonces una joven de 21 años, colaboradora en la campaña de Kennedy. Ese día se encontraba en una de las salidas de incendios cuando el político fue asesinado. Según Serrano, una pareja joven salió corriendo, gritando que acababan de disparar al senador.


En esos primeros momentos, nadie comprobó la información dada por Serrano. Contó en la televisión su historia y se convirtió en la testigo más famosa de la misteriosa mujer vestida con traje de lunares. Dos semanas después del asesinato, el 20. de junio, el sargento de policía Hank Hernández se citó a cenar con Sandra Serrano. Después, se dirigieron al cuartel general para pasar la prueba del polígrafo y Serrano volvió a contar la historia sobre el joven y la mujer con un traje de lunares, pero bajo la presión1 del policía, se retractó de su declaración. Hernández grabó el interrogatorio, una grabación que permaneció en secreto en los archivos del departamento durante los siguientes veinte años.



Pero Serrano no fue la única persona que dijo haber visto a una misteriosa mujer con un vestido de lunares en el hotel Am­bassador. El sargento de policía Paul Sharaga también afirmó tener testigos de este hecho. Minutos después del tiroteo, una afligida pareja que se identificó como los Bernstein le dio la des­cripción de unos posibles sospechosos que coincidían con lo señalado por Serrano.

Y volvieron a repetir que la mujer llevaba un vestido de lunares. Sharaga no tenía dudas de que la información de los Bernstein era auténtica. a los pocos minutos del asesinato, y no habían tenido opor­tunidad de adornar lo que creyeron que vieron u oyeron, ase­gura. El departamento de policía nunca intentó encontrar a la pareja y los agentes y sus superiores afirmaron no haber recibi­do nunca el informe de Sharaga con sus declaraciones.


DESAPARECEN LAS PRINCIPALES PRUEBAS


Durante los años siguientes al asesinato de Robert Kennedy, el departamento de policía de Los Angeles mantuvo un absoluto silencio sobre el contenido de los archivos del FBI. Cuando pa­saron los años setenta, la especulación, que ya había comenzado después de la condena de Sirhan, se incrementó. La policía no se cansaba de afirmar en público que era un caso resuelto, pero nunca sacaron a la luz ni contaron a ningún periodista la infor­mación que tenían, sino que guardaron todo en secreto.

En 1987, la comisión de la policía de Los Angeles se rindió a la presión pública y a una serie de demandas ordenando que el jefe Daryl Gates hiciera públicos los archivos del caso Kennedy.

La apertura de los archivos proporcionó a los críticos munición suficiente para ser acusados de encubrimiento, ya que su contenido reflejaba bas­tantes dudas sobre el trabajo de la policía o sus informes.


Las evidencias y pruebas más importantes habían desapare­cido, incluyendo el material que podría haber resuelto las teorías que favorecían una conspiración.

Por ejemplo, en abril de 1969, sólo un mes después de la condena de Sirhan, se supo que más de dos mil fotografías utilizadas en la investigación fueron que­madas por la policía, que también destruyó en secreto los mar­cos de la puerta de la despensa de la cocina donde tantos inves­tigadores insistieron en la existencia de dos impactos de bala clt­una segunda arma, y los paneles del techo.



Algunos expertos que lo vieron tras el atentado piensan que Sirhan estaba hipnotizado y había sido entrenado para desviar la atención de los investigadores que buscaban una cons­piración. "Sirhan demostró ser un excelente sujeto hipnótico.

Se sorprendieron de lo fácil que era hipnotizado y lo difícil que fue hacerlo hablar tras el tiroteo. Se habló de que era una persona que podría haber sido manipulada por otros a través de la hipnosis." Las notas encontradas en su casa, llenas de escritos repetitivos sobre su deseo de matar al senador, también parecían ser síntoma de algún tipo de hipnosis.

Sin embargo, en la actualidad, la idea de que Sirhan era un robot asesino, como un personaje de El mensajero del mie­do, es sólo un callejón sin salida. Más de treinta años después del asesinato de Robert Kennedy, las pistas siguen congeladas.



Los que critican a la policía de Los Angeles no encontraron otros posibles sospechosos, aunque había muchos candidatos porque Robert Kennedy tenía enemigos con motivos suficientes para querer asesinado. Jimmy Hoffa, todopoderoso presidente del Sindicato de Camioneros, la organización sindical más importante de Estados Unidos, turbio personaje de métodos gangsteriles y comprobadas complicidades en los bajos fondos, había sido seguido por Robert Kennedy desde su puesto de Fiscal General, y estaba en la cárcel desde el año anterior al asesinato, cumpliendo una condena de trece años.

Significativamente fue indultado en 1971, cuando sólo llevaba cuatro años preso, por Richard Nixon, a quien la desaparición de Robert Kennedy le abrió un fácil pasillo a la Casa Blanca.

Tampoco se puede desdeñar la inquina que se tenían Bob Kennedy y J. Edgar Hoover, el intocable jefe del FBIl, un auténtico poder fáctico en Estados Unidos durante cuarenta y ocho años.



EL SILENCIO DEL ASESINO



Durante todos estos años, Sirhan ha guardado silencio y cada vez que ha solicitado la libertad condicional su petición ha sido re­chazada. Sirhan tuvo la oportunidad de conseguirla por prime­ra vez en 1986. Ante el tribunal expresó su remordimiento por el crimen, pero negó que efectuara los disparos que mataron al senador. En 1997 volvió a repetir que él no había matado a Ro­bert Kennedy, y aseguró que sólo era víctima de una trampa.

Estas afirmaciones no lo han beneficiado puesto que siempre se le ha denegado la condicional. Tampoco han servido para que aclara­ra las preguntas sin respuestas que rodeaban al asesinato de Ro­bert Kennedy.


El hotel Ambassador de Los Ángeles, escenario del asesinato, cerró sus puertas en 1989 y el edificio en que funcionó el hotel durante ochenta y cuatro años se demolió completamente para construir una escuela secundaria.

Robert Kennedy está enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington, en el Estado de Virginia, a pocos kilómetros de Washington, junto a la tumba de su también asesinado hermano, el presidente]ohn E Kennedy.

To­davía hoy nadie sabe muy bien cómo entró el asesino en la cocina y cómo descubrió el cambio de recorrido, plan alterado en el último instante, que condujo al candidato por ese lugar.

Tampoco está claro si actuó solo, ni qué razones lo llevaron a asesinar. Además hay dudas sobre el número de balas, su trayectoria, la cercanía de los protagonistas y la forma en la que fueron heridas las víctimas.

Bastantes incógnitas, según mantienen los partida­rios de la conspiración. Mientras, el Departamento de Prisiones ha negado a Sirhan la libertad condicional en diez ocasiones.

A pesar de que su familia ha pedido que se abra una investigación sobre el caso, no ha habido respuesta oficial y él sigue en su celda califor­niana.
Por Tellagorri

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