21 mayo 2008

NI "Euskadi" ni "País Vasco" hasta 1978

País Vasco es un concepto puramente geográfico, sin connotaciones políticas, al que se ha llegado después de varios siglos de incesante y apasionada búsqueda de una singularidad étnica y lingüística, quizás por analogía con el Pays Basque de Francia. Pero tan impreciso que ni siquiera tiene seguros sus límites territoriales.

Lo cierto es que nunca existió unidad social ni política en la cornisa cantábrica, desde las estribaciones del Pirineo hasta los Picos de Europa, donde comenzaba el territorio de las tribus astures de la prehistoria.
Entre uno y otro límite convivieron diferentes familias tribales: váscones (navarros), caristios, várdulos, autrigones y cántabros, quizá con una cierta unidad lingüística, defendida por Caro Baroja, como sustrato posterior a la invasión celta, y con un temperamento belicoso y rebelde, amante de la libertad, que se enfrentaron con valor a los soldados de Roma, a los que, finalmente, se sometieron.

Durante la romanización, el territorio conquistado tomó el nombre jurídico-militar de Cantabria, que los vascos asumieron después de la invasión árabe como propio, reflejado incluso en la devoción popular, llevada al teatro en la comedia nueva de Francisco Gómez, Iris de paz en Cantabria, Nuestra Señora de Aránzazu (1736), de la que se conserva un precioso ejemplar en la Biblioteca Universitaria de Sevilla.

Desde el siglo IX el pueblo cántabro, huérfano de nombre propio, se divide geográficamente (Asturias de Santillana, Merindad de Trasmiera, Montañas de Burgos, Montañas de Santander) mientras el pueblo vasco asume sin contradicción el de Cantabria.

Nombre que no era tenido en cuenta ni siquiera por la Iglesia Católica, que, en sus nominaciones territoriales, no ha aceptado hasta fechas muy recientes la diócesis de Cantabria, al crear el obispado de Santander. A fines del siglo XI, la geografía eclesiástica indica, sin aludir a nombre civil alguno, que el obispado de Calahorra era el centro espiritual del espacio comprendido por Álava, La Rioja, casi toda Vizcaya y parte de Guipúzcoa. Hasta 1861 no se erige la diócesis vasca de Vitoria, sometida a Burgos, pero ya con los límites exclusivos de las tres provincias vascongadas.

Julio Caro Baroja, con la casa familiar a orillas del Bidasoa, y por tanto en la tierra originaria de los váscones, señalaba el vascocantabrismo como una de las “ideas fuerza” dominantes en la historia vasca. Esta tesis, que supone el deseo de asumir como propio el temperamento bravío e indomable de los cántabros, da por sentado que la tierra del pueblo vasco debe llamarse Cantabria.

Fue un historiador jesuita, el P. Juan de Mariana, quien sancionó con su autoridad este nombre como propio de la patria vasca, en su Historia General de España (1592), originando las múltiples y agresivas polémicas de la historia posterior, entre quienes ven en el vascocantabrismo la verdadera ascendencia del pueblo vasco y los que consideran que no pasa de ser un mito inventado por algunos interesados en demostrar su amor a la independencia, sin hacer ascos a burdas falsificaciones [8].

Tal es el caso de otro jesuita, Gabriel de Henao, que saca a la luz en 1689 unas pretenciosas Averiguaciones de las antigüedades de Cantabria, enderezadas principalmente a descubrir las de Guipúzcoa, Bizcaya y Álaba, provincias contenidas en ella.

En el siglo XVIII es otro jesuita, el P. Larramendi (1690-1766), quien defiende la misma tesis, sin tener escrúpulos en corregir la descripción geográfica de Estrabón, siendo duramente atacado por el agustino Enrique Flórez (1702-1773), el cual rechaza la identificación de cántabros y vascos en su obra La Cantabria (1768). El continuador de su obra, el P. Risco, publica el tomo XXXII de La España sagrada (1779) con el expresivo título de La Vasconia.

Prescindiendo de los pormenores de la polémica, estudiada por historiadores de ayer y de hoy, me fijaré sólo en algún dato no tenido en cuenta. Por ejemplo, en los emigrantes.
Así, la hermandad que la colonia vasca estableció en el siglo XVIII en la capital de España.
Madrid, receptora de inmigrantes, contaba entre sus vecinos a “naturales” de Asturias, de Castilla y León, de Galicia, de Navarra, de la Rioja, etc. Pero nunca se menciona a “naturales” del País Vasco, sino de “Cantabria”, los cuales fundaron en 1715, a imitación de la que ya existía desde 1540 en la capilla de los Vizcaínos de Sevilla, una “Real Congregación Nacional de Hijos y originarios de las tres muy nobles y muy leales Provincias de Cantabria” [9] en el convento de San Felipe el Real, que celebraba todos los años con gran pompa la fiesta de San Ignacio de Loyola.
El mismo nombre de Cantabria se mantuvo en las constituciones de la Hermandad impresas en 1852. Hoy ya la Hermandad se intitula de “Hijos del País Vasco”.

El testimonio literario más inequívoco es el de Cadalso, que en la carta XXVI de sus Cartas marruecas, al señalar las diferencias culturales de las regiones españolas, comenta: los cántabros, entendiendo por este nombre todos los que hablan el idioma vizcaíno...tienen entre sí tal unión que la mayor recomendación que puede uno tener para con otro es el mero hecho de ser vizcaíno...El señorío de Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y el reino de Navarra tienen tal pacto entre sí que algunos llaman estos países las provincias unidas de España”.

A finales del siglo XVIII, ni existía la denominación de “País Vasco” ni sus habitantes se sentían políticamente agraviados por ser adjetivados como “cántabros”, ya que era la común denominación que ellos mismos habían elegido, dentro de una comunidad de intereses.

El sintagma País Vasco, que hoy nos parece tan natural, hubo de abrirse camino a lo largo de los años, con la dura competencia de otras denominaciones.

Cuando el conde de Peñaflorida funda la “Sociedad Bascongada de los Amigos del País”, excluye a los navarros, pensando sólo en los vascos de las tres provincias, unidos por unas manos enlazadas y un lema común “Irurac Bat” (Tres en una). Da por entendido que el País de referencia es el de las tres provincias, que ya sentían la necesidad de una actuación conjunta, sobre todo en la política cultural y económica, aunque sin usar más nombre definitorio que el de Bizcaya o Cantabria.

Llegar al nombre de País Vasco ha supuesto, desde luego, una vacilación secular digna de estudio. Porque, aunque se sobreentiende que el título de la Bascongada alude al “País Vasco”, ni Peñaflorida ni sus amigos así lo especifican. En todos los documentos aparece la “Sociedad Bascongada” de los “Amigos del País”: así, en los Estatutos de 1765 o de 1773 [11], en los resúmenes de las actas y demás ordenanzas y proyectos de la Sociedad [12].

Es un hecho, por otra parte, que, desde la creación del Señorío de Vizcaya, alternó en el uso popular Cantabria con el nombre de Bizcaya, que es el que aparece ya en los mapas del siglo XVIII. Lo mismo que en los raros “Calendarios” y “Guías de forasteros” anuales que, como el de 1757, incluyen un mapa de la península rotulando toda la cornisa cantábrica como Bizcaia [13], sin diferenciar la Cantabria.

Cuando, en 1789, aparece el famoso compendio España dividida en Provincias e Intendencias, la caótica maraña nominal en que se desenvolvía la administración del Antiguo Régimen admitía la existencia en el territorio nacional de cuatro Reinos (Aragón, Navarra, Murcia y Valencia), un Principado (Cataluña), un Señorío (Vizcaya), dos territorios isleños y las Nuevas Poblaciones.
Todo lo demás eran Provincias.

Para mayor confusión, la provincia de Álava estaba subdividida en 52 “Hermandades”; Vizcaya en 8 “Merindades”, a las que se sumaban los 15 “Concejos” de las Encartaciones del Señorío; la provincia de Guipúzcoa estaba compuesta por 18 “Partidos”, 3 “Alcaldías” y 5 “Uniones”, más el Valle Real de Leniz. Para aclarar el posible confusionismo, en nota a pie de página se decía que “Las Uniones y Alcaldías no son otra cosa que una Congregación de Pueblos, por todos los quales va un Procurador u Apoderado a las Juntas generales que celebra anualmente esta Provincia”.
Semejante situación no podía ser beneficiosa ni para la administración ni para los administrados, que no logran encontrar un nombre específico que los distinga de España.

Todavía en 1804, la Guía de postas reconoce este espacio geográfico solamente como Bizcaya. Pero a las Cortes de Cádiz acudieron representantes de las Provincias Vascongadas, no de Vizcaya ni del País Vasco.

Incluso Sabino Arana, el padre del separatismo vasco, tituló su libro-manifiesto Bizcaya por su independencia (1892), aunque años después inventara el neologismo Euskadi (1896), término político-administrativo que ha tomado carta de naturaleza en el Estatuto de Guernica, frente a Euskal-Herria, nombre basado en la etnia, portado como enseña reivindicativa, sin reconocimiento jurídico, pero que sirve hoy para denominar el “Museo de Euskal-Herria” de Guernica.

Para mayor confusión, por las mismas fechas, algunos vascos del 98, como Unamuno, preferían resucitar el nombre de Vasconia, más acorde con la derivación latina, que tuvo su origen en el siglo VII, cuando los francos crearon el Ducado de Vasconia.

Lo normal en España, sin embargo, es seguir hablando hasta fin del XIX de las tres Provincias Vascongadas. Hay quien escribe sobre el País Vascongado (1878) o de la Región Vasca (periódico de 1906) pero el cambio de siglo supuso también una creciente valoración popular de la denominación País Vasco, después de la segunda guerra carlista, cuando el nacionalismo reclamó las antiguas leyes y la restauración de las Juntas, pidiendo la protección del euskera, el cual, “por medio de la difusión y enseñanza obligatoria llegue a ser, además del idioma oficial del País Vasco, la lengua nativa de las futuras generaciones”.
La tesis del vascocantabrismo seguirá vigente, al menos hasta 1911, según nos hace saber Jon Juaristi en 1987(14), para quien el vascocantabrismo era ya, en esos momentos, una reliquia histórica.

Las reivindicaciones fueron constantes hasta 1917, año en que las Diputaciones de las tres provincias solicitan del rey Alfonso XIII la autonomía para el territorio, derecho que no fue reconocido hasta la Constitución de 1978 y en su hijuela legal, el Estatuto de Guernica, en cuyo Título preliminar se aprueba que pueda llamarse Euskadi o País Vasco.

Son cientos de años en busca de nombre propio, hasta que aparece, por primera vez, en un documento oficial como el Estatuto de Autonomía. Bien lo sabía Jaime Mayor Oreja, cuando en 1999 declaró en Bilbao que “antes del Estatuto no existía el País Vasco”.
Aunque setenta años antes ya se hablara del país vasco-francés en un libro definitorio, que ha enseñado el camino al español. Se trata del ensayo histórico de Pierre Harispe "Le Pays Basque. Histoire. Langue. Civilisation ".


Francisco Aguilar Piñal




[1] Bryan Sykes, Las siete hijas de Eva, Madrid, Debate, 2001, pág. 150.

[2] Todavía en 1754 se publica una Real Cédula “sobre que a los vizcaynos, como a nobles hijos-dalgo, notorios de sangre, no se les impongan penas afrentosas que lastimen su pundonor” (Hay ejemplar en la Diputación Foral de Bilbao, F. 2505).

[3] Por ejemplo, en el manuscrito que especifica la “Razón de lo que pertenece al Patrimonio Real en el Señorío de Vizcaya y las dos Provincias confines de Guypúzcoa y Álava, y de los Fueros que tiene el Señorío, y privilegios que gozan las dos Provincias”. (Biblioteca Nacional de Madrid, Ms.17837/9).

[4] Manuel Lanz de Casafonda, Diálogos de Chindulza, ed. de F. Aguilar Piñal, Oviedo, 1972, p. 86.

[5] Se trata de la dedicatoria de una Relación anónima de la guerra entablada con los portugueses en la Colonia sudamericana de Sacramento, “dedicada a la M.N. e I. Nación Vascongada”.

[6] Véase el capítulo II de la obra de Pedro Álvarez de Miranda, Palabras e ideas: El léxico de la Ilustración temprana en España (1680-1760). Madrid, 1992.

[7] Antonio de Capmany, Centinela contra franceses, Valencia, 1808. Citado por Álvarez de Miranda en su mencionada obra.

[8] Antonio Duplá y Amalia Emborujo, “El Vascocantabrismo: mito y realidad en la historiografía sobre el País Vasco en la Antigüedad”, en Historiografía de la Arqueología y de la Historia Antigua en España (Siglos XVIII-XX), Congreso Internacional. Madrid, Ministerio de Cultura, 1991, 107-111. C. Ortiz de Urbina, “El Vascocantabrismo. El mito y su gestación”, en La Arqueología en Alava en los siglos XVIII y XIX, Vitoria-Gasteiz, 1996, pp. 46-62.

[9] Se conserva un ejemplar de sus Constituciones en la Diputación Foral de Bilbao (F.3887).

[10] Cita debida a Mª Elena Arenas, biógrafa de Estala.

[11] Pueden verse ejemplares en San Sebastián, Biblioteca Koldo Mitxelena, J.U. 3635 y 3636.

[12] Puede consultarse el tomo X de mi Bibliografía de autores españoles del s.XVIII (2002).

[13] Conozco ejemplares de este raro impreso en el Palacio Real (I.L.1003), en el Congreso de los Diputados (S.3297) y en la Academia de la Historia (22-3-1-1).

[14] Jon Juaristi, El linaje de Aitor, Madrid, Taurus, 1987.




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