15 agosto 2006

SUCEDIDO en 1.274

En aquella época, oscura y de dificil sobrevivir, el Poder se hallaba en manos de la pequeña nobleza rural (despótica y brutal) y de los Obispos y abades de los monasterios de Ordenes religiosas muy ricas como dominicos, benedictinos, franciscanos, etc.

Para la designación de un nuevo Papa se tardaba entre cuatro y ocho años por causa de los feudalismos imperantes entre los propios jerarcas eclesiásticos.

Los interiores de las catedrales y grandes iglesias, debido a su carencia de iluminación y estructura, eran centro de especulaciones entre mercaderes, una especie de Bolsa de cambistas, y de oferta de mercancias de todo tipo incluídas las de las prostitutas apostadas junto a las columnatas más alejadas de los velones.

El relajo clerical laico y el de los frailes era tan habitual como el encharcamiento de las calles de barro de las poblaciones.
La población vivia, tras siglos de prédicas y amenazas (amén de prohibiciones a la alfabetización), bajo el síndrome del TEMOR a DÍOS, auténtico terror a morir en "pecado" (y pecado lo era casi todo, desde no someterse a los abusos a buscar comida en festivo) de forma que tanto los analfabetos nobles como los campesinos y menestrales eran esclavos de quien representaba a ese díos tan terrible.

Por eso el poder y la riqueza, el dominio y las intrigas, recaían en los clérigos casi en exclusiva.

En 1272 fue elegido Papa el legado pontificio en Acre, Tebaldo Visconti, que se impuso el nombre papal de Gregorio X, y decidió de entrada convocar una especie de Concilio en la ciudad de Lyon para depurar el ambiente, Y se reunieron, además de los cardenales, los abades de los monasterios de frailes y los Obispos y Arzobispos de la Europa entera.

Y la tal alta cumbre eclesiástica se desarrolló de una manera muy similar a como se relata a continuación.

"El papa Gregorio habló el primero sin levantarse, y su mirada pasaba de una zona a otra.
-Hay quienes afirman que los sacerdotes y prelados seculares ya no están capacitados para predicar, escuchar confesiones o celebrar la eucaristía. Muchas ciudades me han solicitado el envío de frailes para realizar estas funciones, porque han perdido la confianza en sus propios clérigos. A su vez, los clérigos replican que los frailes se comportan incluso peor que ellos, y que los privan de sus legítimos ingresos al abarcar tareas que son prerrogativa exclusiva de los seculares. Hoy, comenzamos el examen de ambos cargos, y primero escucharemos a la delegación de los frailes."

Le hizo un gesto al cardenal Bonaventura. El ministro general de las órdenes menores se levantó sin prisas, una plácida pero imponente presencia.

"La clerecía debilita a los legos, tanto en la moral como en la fe, con su pernicioso ejemplo. Muchos no son castos, tienen concubinas en sus casas, o pecan aquí y allá con diversas personas. La gente sencilla puede creer que estos pecados son aceptables a los ojos de Dios porque nosotros, los frailes, no predicamos contra ellos; y las mujeres engañadas pueden creer que no es una falta pecar con estos sacerdotes, porque bien es sabido que muchas han sido convencidas para que lo hicieran. Por otra parte, una mujer honesta teme perder su reputación si se confiesa secretamente con tales clérigos.

"EI último legado papal en Alemania suspendió a los clérigos que solicitaron poder pecar con monjas. Los suspendió de oficio y beneficio, y excomulgó a todos los que realmente pecaron con ellas. Y fueron muchos los que recibieron esta sentencia.. Sin embargo, estos mismos clérigos excomulgados siguieron en sus parroquias como si no hubiese sucedido nada, continuaron crucificando a Cristo todos los días. Sus confesiones y absoluciones no tenían valor alguno, y no podían oficiar misas. De esta manera, parroquias enteras fueron enviadas al infierno por comunicarse con un excomulgado.
"Así y todo aún hostigan a los frailes en sus servicios. Si tuviésemos que depender de la voluntad del sacerdote local para cumplir con nuestros ministerios, ni siquiera nos permitirían quedarnos. Ya fuese por propia voluntad o por las instigaciones de sus obispos, nos expulsarían de sus parroquias antes que a los herejes o a los judíos."

El fraile-arzobispo, Odo Rigaldi, se levantó de un salto.

Paseó la mirada por los clérigos y finalmente se fijó en un obispo sentado en primera fila.
"-Tú, Henri de Liege, ¿no tienes a dos abadesas y a una monja entre tus concubinas? ¿No presumiste en una ocasión de que habías engendrado catorce criaturas en veinte meses? ¿No es verdad que eres analfabeto y que fuiste nombrado sacerdote once años después de que obtuvieras un obispado?"

Se sentó pesadamente, con las venas hinchadas en el grueso cuello, mientras el acusado Henri le replicaba con un tono de mofa:
"-Nos condenan un fraile-cardenal y un fraile-arzobispo. Sin embargo, las filas de los frailes elevados a la prelatura apestan tanto o más con los mismos escándalos que nos atribuís a nosotros."

La provocación de Henri había hecho que el ministro general dominico se levantara. Vestido con el hábito y la capucha blanca, tenía el aspecto de los santos de las vidrieras policromadas de la catedral. Su voz tenía un tono conciliador.

"Aunque llevo muchos años como cabeza de mi orden, no recuerdo ni una sola ocasión en la que Su Santidad el papa (no me refiero al buen papa aquí presente) o cualquier legado o capítulo catedralicio, me pidiera a mí, a cualquiera de nuestros superiores, o a alguno de nuestros capítulos provinciales, que les buscáramos un obispo digno. Al contrario, ellos eligen a voluntad a sus propios frailes, ya sea por razones de nepotismo, o por cualquier otro motivo no espiritual y, por lo tanto, no se nos puede atribuir culpa alguna por sus elecciones."

Se sentó, y un fray se levantó en el acto para continuar con el tema.

"-Yo también, en mis viajes, he conocido a muchos frailes menores y frailes predicadores convertidos en obispos, pero más por el favor de sus familias y sus parientes carnales que por el de su orden. A los canónigos de la iglesia catedral de cualquier ciudad, les interesa muy poco tener por encima de ellos como prelados a los santos hombres de las órdenes religiosas, por mucho que estos últimos destaquen en la vida y la doctrina. Temen ser censurados por ellos, porque en general viven entregados a los placeres de la lujuria y el desenfreno."

"-¡Ooooh! ¡De nuevo la lujuria y el desenfreno!" -clamó el bando clerical con un horror burlón.

El fray se enjugó el sudor del rostro enrojecido con un pañuelo. La temperatura en la catedral había subido considerablemente, abarrotada como estaba con tantos religiosos y espectadores.

"-Conozco sacerdotes que prestan dinero en usura -prosiguió-, forzados a enriquecerse para alimentar a sus numerosos bastardos. Conozco sacerdotes que regentan tabernas y venden vino, y, con sus casas llenas de hijos bastardos, pasan la noche en pecado y celebran misa al día siguiente. Y después de dar la comunión a los fieles, estos sacerdotes dejan las hostias consagradas restantes tiradas en cualquier sitio, aunque son el Cuerpo de Nuestro Señor. Tienen los misales, los corporales y los ornamentos de la iglesia en un estado deplorable, cubiertos de mugre. Las hostias que consagran son tan pequeñas que apenas se ven entre sus dedos, y no son redondas, sino cuadradas, y manchadas de excrementos de mosca. Emplean el vino más ordinario o vinagre en la misa..."

"-¡Cosa que ciertamente ofende a un fraile famoso por beberse los mejores vinos de media cristiandad! -" gritó una voz desde el fondo de la catedral.

-Benedetto Gaetani. se inclinó ante el trono del pontífice.
"-Perdón, Santo Padre. Sé que este día está reservado para el testimonio de los frailes, pero ya no puedo quedarme callado ante los escándalos que he presenciado. Mi estimado hermano cardenal sabe muy bien que sus hijos errantes son tan corruptos como los clérigos. Abusan de su libertad con la glotonería y el trato con mujeres. Sabe mejor que cualquiera de los presentes por qué las órdenes menores se han visto forzadas a renunciar una y otra vez a que los frailes sean los directores espirituales de las clarisas."

El cardenal Gaetani se aprovechó de su silencio. Señaló con el dedo a Bonaventura y continuó con la diatriba.
"-A los frailes que quisieron imitar al fundador en su sagrada pobreza, los expulsaste de la orden o, peor todavía, los mandaste torturar y encarcelar. Incluso Giovanni di Parma, reverenciado en todas partes por su sagrada reputación, lleva encadenado dieciséis años. ¿No es verdad, fray Bonaventura? ¿Niegas lo que digo?"

Y todo ello era cierto porque los frailes torturaban y encerraban en mazmoras a los competidores a ascensos de su propia Orden, así como los Obispos y demás prebostes eclesiásticos en el rutinario medrar para disponer de más riquezas en beneficio personal.

Este Gregorio X fue el que estableció, también, que en adelante los Concláves para elegir a Pontifice deberían de celebrarse en lugar cerrado y sin dejar salir ni entrar a nadie en el recinto hasta que fuera desugnado un nuevo Papa.

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