Las "viudas negras" chechenas

La primera chechena kamikaze se llamaba Khaba Barayeva. Una mujer con temperamento de la generación de combatientes que todavía creía en la independencia de Chechenia. El 7 de junio de 2000, junto a su amiga Luiza Magomadova, lanzó un camión repleto de explosivos contra el edificio de las fuerzas especiales rusas en Alkhan-Yurt, matando a varios soldados.

Por este acto pensado y sopesado se convirtió en un modelo para todas las que la siguieron, alrededor de unas 24 mujeres chechenas kamikazes de entre 15 y 38 años.

A comienzos de 2003, fui a Grozni para tratar de entender la psicología de las kamikazes tras la toma de rehenes del teatro Dubrovka en el mes de octubre de 2002.

Una noche, un espía me presentó a su hija, que había aceptado hablar con una periodista que había entrado clandestinamente en la pequeña república, dado que el Gobierno ruso negaba cualquier tipo de acreditación a los periodistas. Y la sigue negando.

Tras pedirme anonimato, me contó su historia. Su hermano había sido capturado por los federales. Tras meses de búsqueda infructuosa, tuvieron que pagar 10.000 dólares, creyendo que les iban a entregar su cadáver. Lo que recibieron fue su camisa con 24 agujeros de bala y manchada de sangre. "Me dijeron: "Para encontrar su cadáver, busca en las cunetas o en las alcantarillas"...

Me enseñó la camisa, mientras pasaba sus dedos por los agujeros de la balas y me decía: "Tengo más hermanos y hermanas. Pero la desgracia se ha abatido sobre nuestra familia. Y, en esta segunda guerra, casi todas las familias chechenas han sufrido la misma desgracia". No soportaba ver a sus hermanas mayores y a su madre llorar todos los días. "Perdí el gusto por vivir. Cuando veo a los soldados rusos, siento ganas de quitarles la piel a tiras con mis propias manos. Es horrible, pero eso es lo que siento".

Para llevar a cabo su venganza, hizo saber a sus amigas que era candidata a cometer un atentado suicida. Esperaba, pues, que le entregasen los explosivos, la orden y la misión. Sólo tenía que aguantar y, por supuesto, no conocería jamás a sus proveedores.
"No soy wahabita. Sólo soy una chahid (mártir), la que venga a los suyos, a sus hermanos... Nadie me ha entrenado. Es una decisión absolutamente personal. Soy una chahid".
Ignoro dónde y cuándo se inmoló.

Otra jovencita de 21 años, Luiza, había interrumpido sus estudios en la universidad, porque eran demasiado caros. Creyente y practicante, recitaba las oraciones que su abuelo le había enseñado y decidió ponerse un velo que tapase totalmente su cabeza. Una decisión que le hacía correr un grave riesgo, porque, tras la toma de rehenes del teatro de Dubrovka, las fuerzas rusas detenían a las chicas que llevaban velo para interrogarlas.

Esta caza a las potenciales kamikazes la exponía sobremanera, dado que ya había hablado a sus amigas de que quería ser chahid y que estaba dispuesta a inmolarse antes que renegar de su fe y de su velo.

En efecto, denunciada por una vecina, fue detenida e interrogada. Y el jefe de la oficina especial de información le advirtió: "Nosotros mismos estamos sorprendidos de que te dejen marchar así. Eres la primera a la que le pasa. Si sucede algo en Chechenia, iremos a tu casa y te detendremos. Hoy, nos has visto a cara descubierta. Te dejamos ir. Pero si algún día volvemos, será enmascarados. Y, entonces, o te violamos o te matamos. Y, en cualquier caso, desaparecerás para siempre".
Perseguida y con la muerte en los talones, Luiza se trasladó a la república de Ingusetia, donde vive y trata de pasar lo más desapercibida posible.

El deseo de venganza. Ésa es la motivación profunda que anima a toda una generación perdida de jóvenes chechenas. Una generación que, víctima de un dolor sin fondo, decide sacrificar su vida en el altar de la identidad chechena: se estima que el 40% de los ataques los perpetran mujeres como Aiza Gazuieva y Fatima Ganieva. Las dos suicidas del metro de Moscú de esta semana, se ha sabido ya, eran estrictamente viudas de jefes guerrilleros del Cáucaso.

El marido de Djennet Abdurakhmanov, la menor, de 17 años, murió en un tiroteo con la policía la pasada nochevieja. Se llamaba Umalat Magomedov y era mano derecha del líder rebelde Doku Umarov. La otra viuda sería Marja Ustarjanova, de 20 años, cuyo marido fue eliminado en octubre cuando preparaba un atentado contra el presidente.

"Estas jóvenes perdieron su infancia, crecieron en medio de la guerra y se encuentran totalmente perdidas. Son pocas las que saben que deben estudiar (¡por mucho que, en Chechenia, los diplomas se compren!), quizá porque vieron cómo eran asesinados sus padres, sus madres torturadas, sus hermanos desaparecidos y sus amigas violadas...
"Y la tradición chechena prescribe la Ley del Talión. Por eso mueren, para ser útiles a sus familias y a su patria. Como zombis, se van al metro de Moscú para golpear al enemigo y, más aún, al alma del enemigo".

Kahzman se expresa a sacudidas en un francés muy bueno. Refugiada en Francia desde 1998, la periodista chechena se consagra a la educación de su hijo. Pero no por eso ha perdido ni su ardor guerrero ni la pasión por su cultura. De las primeras luchadoras por la independencia, cubrió la primera guerra de 1994 a 1996 grabando, cámara en ristre, la vida de los combatientes chechenos.

En aquella época, el valeroso guerrillero Doku Umarov todavía no se llamaba Abu Ussman. Antaño fiel seguidor del sufismo que definía a la espiritualidad chechena, después adoptó el salafismo y, separándose del bando independentista, comenzó a promover, en 2006, la creación de un emirato islámico en todo el Cáucaso norte.

Desde su página web kavkazcenter.com, el emir del Cáucaso reivindicó con dos días de retraso los atentados del 29 de marzo en Moscú. Como represalia, dice, por la carnicería perpetrada por los rusos el 11 de febrero en Archty, donde chechenos e ingusetios "fueron ejecutados por las fuerzas especiales del FSB", mientras recogían ajos en la colina. Por eso, el 17 de marzo, el emir pidió "a las hermanas que trabajan en el camino de Alá, así como a las madres, esposas y hermanas de los mártires" que creasen "grupos de mujeres para ayudar a la causa de la yihad y a las familias de los mártires".

La invitación al sacrificio encuentra gran cantidad de candidatas entre estas jóvenes desesperadas. Una incitación que Khazman no entiende: "La yihad no tiene nada que ver con la guerra de los chechenos. Luchamos durante cuatro siglos por nuestra libertad y, en 1996, por la independencia. Hoy, creo que Doku Umarov es un manipulador, que evoca a Alá para cometer sus atentados . No tiene nada que ver con la guerra de Chechenia".

¿Cómo viven las jóvenes hoy en Grozni? ¿Hay otras dispuestas a seguir el camino de la primera kamikaze? ¿A qué tienen que hacer frente a diario? Al miedo.

Las desapariciones de civiles son el pan nuestro de cada día. Por ahora se han documentado 2.400 casos de detenidos arbitrariamente por encapuchados. Pero ya circulan cifras de entre 5.000 y 18.000 desaparecidos, sin que el Gobierno mueva un dedo.

Los kadyrovsky, la milicia del presidente Ramzan Kadyrov, son los que llevan a cabo estos secuestros y desapariciones. Con total impunidad. "Para nosotros, la guerra no ha terminado -exclama Tamara Kadyrova, presidenta de una ONG que estudia este fenómeno- Y no terminará hasta que cada desaparecido sea identificado y los criminales de guerra sean juzgados".

Los habitantes de Grozni se acostumbraron también a un discurso esquizofrénico. En público, dicen que todo va mucho mejor desde que Kadyrov llegó al poder. En privado confiesan que viven en un régimen de terror, sin perspectiva ni futuro. El paro, por ejemplo, afecta al 70 o al 80% de la población; al 40%, según las autoridades.

Rosa D., antigua colaboradora de una ONG, explica: "No podemos hablar abiertamente delante de nuestros hijos por miedo a que repitan lo que decimos en la escuela. Algunas maestras denuncian a los padres. En los autobuses hay provocadores que invitan a la gente a "decir lo que piensan de Kadyrov". Como es lógico, todo el mundo se calla. Sabemos que son delatores... Vivimos en una cárcel a cielo abierto. Durante siglos, hemos sido perseguidos por los rusos e, incluso, bombardeados, pero nunca estuvimos tan encarcelados como hoy", añade Rosa.

La imprevista reaparición de las kamikazes chechenas coincide con una nueva oleada de violencia en el Cáucaso, con varios atentados mortales en Daguestán los últimos días. Un despertar que le hace el juego al poder ruso, provocando una nube de humo que hace pasar a segundo plano el malestar de la sociedad.

Mientras, los terroristas siguen reclutando kamikazes como las que conocí en Grozni. Ya no les mueve el deseo de independencia, ni siquiera el fanatismo religioso, sino la sed de venganza. "Vivir aquí es como ver cómo pasan los días, sin vivirlos realmente, existes sin pensar en el mañana", me dijo la joven, una silueta felina vestida de negro. "Quiero vengarme. Quiero morir y matar al mayor número posible de soldados rusos. Al menos 10".
Como una zombi.

FRANÇOISE SPIEKERMEIER

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