Hace unos meses me calzaron una multa. Tomé a 123 kilómetros por hora, en la autovía de Madrid a Sevilla, una curva suave con velocidad limitada a 100. La pagué sin rechistar, aunque esa curva era imposible tomarla a la velocidad indicada.
Iba yo a mi marcha normal, en una recta, atento a que la aguja del velocímetro no superase los 120 kilómetros por hora; y de pronto, mientras adelantaba a otro coche, me encontré con el inesperado cartel de todo a cien.
Mientras intentaba reaccionar ante la señal imprevista, miraba por el retrovisor, concluía el adelantamiento y regresaba al carril derecho, un radar oculto me hizo la foto.
Pagué, como digo, sin darle más vueltas; aunque preguntándome a qué hijo de la gran puta de la Dirección General de Tráfico se le había ocurrido poner una limitación de 100 kilómetros por hora y un radar oculto en un lugar donde maldita la falta que hace, y donde hasta los más correctos conductores tienen difícil reducir de pronto veinte kilómetros la velocidad sin dar un frenazo.
Recuerdo que antes había –todavía queda alguna, aunque pocas– señales cuadradas, azules, recomendando reducir la velocidad en algunos tramos. Pero no es lo mismo, claro. Con recomendaciones no se expolia al ciudadano. No se recauda viruta.
En mi siguiente viaje a Andalucía, hace una semana, decidí respetar escrupulosamente cada señal que se pusiera a tiro: autopistas a 120, curvas de autovía a 80 y demás parafernalia limitadora.
Y ya se lo pueden imaginar: mientras por mi lado pasaban zumbando coches abonados al carril izquierdo, con una seguridad pasmosa, basada, supongo, en los Gepetos, o como se llamen, que te chivan «radar en curva tal, limitación en tramo cual, puticlub en vía de servicio», yo iba como un gilipollas, despacito, doliéndome los ojos de mirar el velocímetro. Más atento a la aguja que a la carretera.
Si llega a verme la Guardia Civil, me paran a fin de besarme en la boca. Con lengua. Entonces llegué a la curva diabólica. No era la misma de la multa, aunque se parecía.
Esta vez, el funcionario encargado de trabajar el asunto había echado el resto, esmerándose hasta extremos maquiavélicos. Ni mi amigo el Gringo, que montaba emboscadas en Nicaragua con astutas combinaciones de minas Claymore, ametralladoras y fuego cruzado, tenía la mitad del talento que este profesor Moriarty del tráfico por carretera.
Primero, al final de una larga recta de la autovía, una señal de limitación a 100 y un aviso de radar obligaban a reducir la velocidad en una curva suave, a cuya salida, en otra larguísima recta, no había ninguna señal de retorno a los 120. Eso obligaba a rodar durante un buen tramo con la incertidumbre de si podías acelerar un poco, o no.
Al fin, a los dos tercios de la recta, aparecía el 120. Y justo cuando pisabas acelerador para ponerte a esa velocidad, ante una curva en forma de suave doble ese, una limitación a 100 te hacía frenar de nuevo. Así lo hice. Y lie una pajarraca de cojón de pato.
A ver si me explico. La señal la vi mientras adelantaba a un enorme camión trailer, que rodaba a unos cuarenta metros de otro que lo precedía. Consciente de que si continuaba rebasaría la velocidad permitida, me pasé al carril derecho, entre los dos camiones.
Pero éstos no circulaban a 100 kilómetros por hora, sino a más. En un instante tuve un pavoroso y descomunal radiador pegado a la chepa. Incómodo con mi maniobra de conductor ejemplar, el camionero me dio las luces, tocó el claxon y, supongo, mentó a mi madre.
Angustiado, asomé un poco a ver si podía, con un acelerón intrépido, adelantar al camión que tenía delante y salir de aquella trampa saducea. Entonces, entre curva y curva, mientras pasaban coches zumbando por mi izquierda sin hacer caso de mi intermitente, vi una señal de limitación a 90.
A todo esto, el gigantesco radiador de atrás me desbordaba el retrovisor: lo tenía a un palmo. De perdidos al río, dije. Aceleré adelantando al camión de delante, la aguja subió a 130, y en ese momento vi otra señal de limitación de velocidad, ésta de 80 kilómetros por hora.
Frené, ya en el carril izquierdo, poniéndome a 90; y el camión de atrás, que había iniciado la maniobra de adelantarme, soltó otro bocinazo. A esas alturas de la vida ya me daba todo igual, así que pisé hasta 140, me puse delante del primer trailer y frené para reducir hasta 100.
El claxon de ese camión hizo vibrar mis cristales. Me hallaba, comprobé cuando al fin levanté los ojos del velocímetro y dejé de mirar el retrovisor, en una sucesión de curvas suaves, pero no tenía ni puta idea de cuál era la velocidad correcta allí: si 80 o 120.
Me puse a 90, por si las moscas. Entonces los dos camiones me adelantaron, uno tras otro, y tras ellos la fila de coches que la maniobra había amontonado detrás. Algunos conductores se volvían a mirarme. Ciscándose, imagino, en todos mis muertos.
Ignoro si los picoletos estarían cerca, haciendo fotos o grabándome. De ser así, sugiero colgarlo en Youtube, e ir a medias. Nos íbamos a forrar.
Por ARTURO PÉREZ-REVERTE
la curva diabólica
Buenísimo empezar el festivo con el cachondo de Reverte.
ResponderEliminarMe imagino que todos tenemos casos claros para esquilmar nuestros bolsillos.
Sin ir más lejos, pasando por Guadalajara dirección Madrid, y a la altura de un carril de incorporación a la nacional (donde debes ir cagando hostias para meterte) zas, camarita para la foto de la comunión.
Un tramo en el que debes dar frenazos para no pasarte.
Y los cabrones tiene la poca vergüenza de decir que es por nuestra seguridad, hay muchas veces en que es peor pecar por defecto que por exceso.
Por el amor de Dios, ¿Tu conduces o vas a la gerra? jaaaaa
ResponderEliminarMenudo stresss y scuatro, emparedado entre trailers, envuelto en bocinazos, y total, para que todos volvieran a donde estaban, o sea, delante de ti.
Si es que no se puede ir contra el destino:)
Buen día.
Genial. Vaya humor. Buena lectura para empezar el día.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Un beso
Conforme iba leyendo, pensaba: esto no es del Tella, va a ser del Reverte, no sé, no me imagino al Tella respetando todas las señales de circulación, jajaja...
ResponderEliminarSon unos hijos de su madre, a éstos lo que les importa es recaudar, por eso colocan los radares en los sitios más inverosímiles. Las rotondas, donde no hacen falta, y donde hacen falta ahí te las apañes.
En fin, de algún sitio habrá que sacar para pagar a tanto subvencionado.
Besos.
Holaaa, holaaaaa!!!.
ResponderEliminarQué me he reido "Tella"; te imaginaba entre los dos trailers y me partía!!. Al final me decepcioné por que el piloto no eras tú.
A mí por velocidad nunca me cazaron
y no por que no piso fuerte, sino por suerte..., pero por aparcar me cogieron muchas veces. Te diré que en los últimos 8 meses me multaron 3veces por aparcar en lugares indebidos. Ahora..., que sigo con la suerte por que las tres me las quitaron!!!!.
Jejejeeee..., una que tiene suerte (hasta ahora!!!)!!!!.
Saludos!!!.
No se dan cuenta de que con estas señales absurdas el riesgo de un accidente es muy alto. Vas más pendiente de ellas que de la carretera y al fin y al cabo la velocidad que imponen no es recomendable en esos tramos.
ResponderEliminarISRA
ResponderEliminarEl Reverte siempre produce una sonrisa aunque vayas de funerario.
Con un simple articulito deja con el culo al relente a toda esa panda de prohibidores en busca de pasta tonta.
Les importa un carajo la seguridad, incluída la de su santa madre.
BLUMUN
Se te ha olvidado leer abajo al autor del relato.
Sí, hoy conducir según por dónde, es como un stres, un scuatro y un scinco.
MARIA JOSÉ MORENO
Me alegro de que te haya puesto el puntito de sonrisa en a cara leyendo al genial Reverte.
ELENA
Buena vista, ese no es Tella. Pero,ojo. Que uno es transgresor por principio y por "revelación divina", pero no tanto como para ir por la vida infringiendo todos los códigos legales.
Siempre cumplo con los preceptos del Código de Hamurabi (de 5.000 años).
Como se comprueba según Arturito, la Dirección General de Tráfico no es otra cosa que una taquilla de impuestos "voluntarios" e innecesarios, como también lo es la LOTERIA.
Pero en el primer caso es una atraco a lo Luis Candelas o a lo pirata somalié, y en el otro una engañifa para almas cándidas.
DOÑA LOLA
ResponderEliminarMira que tienes malas intenciones para con este "probe" bloguero,creyendo que las estaba pasando moradas entre dos gigantescos camiones.
Menuda suerte tienes con las multas, pero no lo publicites mucho que ya te veo con el Rubalcaba buscando la matrícula de tu coche en el aparato ese de espiar que tiene,para calzarte una docena de multas.
DOÑA LEONA
En efecto, todas esas artimañas recaudatorias tiene, además, el gran problema de CREAR RIESGOS de accidentes allí en donde no lo hay.
Completamente de acuerdo con Arturo.
ResponderEliminarNada más evidente que comprobar que el 85% de los radares están colocados en autovias y sólo el 15% restante en carreteras secundarias, que es precisamente,donde se producen el 90% de los accidentes.
Es puro y nauseabundo interés recaudatorio.
Nuestra seguridad les importa una higa.
Qué arte tiene Reverte, su artículo seguro que lo ha vivido de verdad sin exagerar, demuestra el afán recadautorio de esos piratas y la inutilidad de los radares.
ResponderEliminarPor la carretera nacional
Sevilla-Cádiz precisamente en una zona que sabemos que está "controlada por Tráfico" que suele salir las imágenes en tv. por las vacaciones, iba yo en mi coche, delante una "flagoneta" con las puertas semicerradas, cayó un tarugo de madera a la carretera, saltó y dió a parar a la rueda izquierda de mi coche, en segundos la destrozó y me dejó tirada en la cuneta, fué todo tan rápido que no me dió tiempo de anotar la matrícula del irresponsable de la furgoneta. Intenté que Tráfico me facilitara la matrícula, mi gozo en un pozo. Abrazos
NATALIA
ResponderEliminarTal como dices, lo único que buscan es la recaudación y por eso mismo lo realmente peligroso, que siempre es una carretera secundaria normalita, carece de señalizaciones y de vigilancias.
Y, si le añades, que esas carreteras comarcales tienen hasta trampas para elefantes, cualquier despistado se mata sin enterarse.
PASION
Qué mala suerte la de tu rueda reventada por un madero. Al fin y al cabo cada uno se suele consolar pensando que podía haber sido peor.
Lo canallesco es que esa furgoneta probablemente había antes pasado antes las narices de los picoletas y ni se fijaron en el peligro que suponía.
En mi tierra circulan permanentemente unos gigantescos camiones CHATARREROS que llevan todo tipo de hierros a las fundiciones, y que posibilitan que se les caigan trozos de chatarra en forma de puntiagudos hierros, y como te despistes yendo tras ellos, seguro que se te clavan an alguna rueda.
Estas moscas verdes siempre están revoloteando.
ResponderEliminarPero que conste, que las señales horizontales y verticales, no las ponen los gc, las ponen unos señores que están en unos despachos y se hacen llamar ingenieros de trafico.
En pocas palabras, que donde ponen una señal, ellos solo lo han visto en un plano.
Así y todo me gustó el post.
DORAMAS
ResponderEliminarLos "guardisibiles" no tienen ninguna culpa sobre el tema. Ellos cumplen con su obligación.
La existencia de esas señales, sólo para recaudar multas, es de esos que tú llamas INGENIEROS DE TRAFICO, y que las diseñan sobre un plano.
Como Agentes de Hacienda son muy buenos porque buscan los sitios adecuados para cazar al automovilista, pero como profesionales de la seguridad vial son unos canallas.
Pérez-Reverte siempre metiendo el dedo en la llaga; muchas de las señales están puestas nada más que para recaudar, menudo es Rubalcaba para eso.
ResponderEliminarY probablemente cuando otros pasen por allí, les sucedería lo mismo. Cambian señales de un día para otro, o ponen nuevas sin sentido. Esta es la dictadura de la Recaudación.
Teníamos que ponernos de acuerdo para cumplir escrupulosamente las señales de limitacion de velocidad en hora punta. Y cuando viniera el agente municipal a apremiarnos echarle la foto y denunciarle al Sr. Pera Navarro o a su jefe. Es cierto que don Arturo los tiene cuadrados, yo en su lugar me hubiese acochinado. Entre la multa y mi pellejo yo no dudaría.
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarCasualmente anoche, una pareja de amigos, mi marido y yo, tuvimos una conversación sobre multas de tráfico, y yo dije: "Es que a veces no se pueden seguir al pie de la letra las limitaciones de velocidad, porque entonces eres un estorbo en la carretera".
Mi marido me dijo que debía seguirlas, pues en caso contrario, sólo sería cuestión de suerte que no me multaran bien pronto, ya que ahora están a la caza y captura de recaudaciones en carretera.
Esta mañana tuve que viajar sola, y quise poner en práctica, igual que Reverte, el seguimiento estricto de las normas.
De Nueva Carteya a Lucena, buena carretera, ancha, pocas curvas... pero limitada a 60, 70 y 80. En algún tramo las señales permitían a 100, pero antes de que el coche hubiese alcanzado esta velocidad, ya había una nueva señal que obligaba a 60.
Sin embargo yo, dispuesta a hacer la prueba con total pulcritud, obedecí fielmente las señales y...
me pitaron, provoqué frenazos, me adelantaron camiones, ciclomotores y hasta un cochecito de estos que se conducen sin carnet.
Aparte, he de decir que supone un aburrimiento absoluto conducir tan despacio. ¡La impaciencia me comía!
Lo único bueno, fue que pude contemplar cada hierba de las cunetas con todo detalle. jajajaja
Y como dije la noche anterior... fui un completo estorbo en la carretera.
A la vuelta no obedecí las señales, sino a la lógica, a la atención y a la prudencia con la que suelo conducir, a pesar de rebasar las limitaciones.
Cualquier día me cogerán y me multarán, pero al menos no me "darán por detrás" (tómese como un choque por la espalda. je je)con otro coche, como hoy ha estado a punto de sucederme por cumplir la ley.
Saludos.
SEBASTIANO
ResponderEliminarBien venido a los comentarios de este Blog. Saludos cordiales.
JAVIER
Está clarísimo que el objetivo es recaudar.
DOÑA ADELAIDA
Veo que te gusta hacer comprobaciones in situ. Ya ves, imposible de cumplirlas sin armar el gran taco de circulación.