13 agosto 2009

ALGO DE HISTORIA - III : Espartero

LO QUE CUENTA DE SÍ MISMO ESPARTERO

Carezco de sentido del humor porque la vida no me ha dado muchas alegrías. Desde pequeño me dije: "He nacido cuarto y tengo que llegar a peseta», y aunque nunca dudé de mi voluntad para lograrlo, ahora, que he llegado a lo más alto, reconozco que fue difícil.

Para empezar, no soy de noble cuna, ni nacido en casa rica, sino en el seno de una modesta familia de Granátula, un pueblo manchego del que nadie se acuerda, perdido en el campo de Calatrava.

Todo me lo he tenido que ganar a pulso. Mi padre, Antonio Fernán­dez, era un honrado carretero, y yo fui el hijo menor de la familia, bau­tizado como Joaquín Fernández Álvarez, para más señas, en 1793.

De mozo me internaron en el seminario de Almagro para hacer carrera de cura, que a mí ni me iba ni me venía aquello, ni tampoco nadie me pre­gunt6. "Te vas al seminario, hijo" -me dijo un día mi padre-, y al seminario fui sin rechistar. Menos mal que con el barullo de la guerra contra los franceses nos mandaron a todos a casa, y yo me cambié de nombre, me puse el de Baldomero Espartero, que era mucho más sonoro, y me alisté voluntario para luchar contra los gabachos, lo que hice con ganas.

Siempre tuve buena suerte en los duelos de honor y los juegos de cartas, aunque de sobra es conocida mi aversi6n por los reyes, que ni aun los de la baraja me gustan, incluida la regente María Cristina, a la que sostuve en el trono por el bien de España, pero a quien luego -para evitar males mayores- puse en el trance de exiliarse y dejar a mi cargo las riendas de un país que a ella le venía demasiado grande.

Así -de pronto- me vi yo mismo de regente, sin haber cumplido todavía los cincuenta años, con más condecoraciones de las que me cabían en el pecho y más títu­los que un grande de España: vizconde de Banderas, conde de Luchana, duque de Morella, duque de la Victoria, gentilhombre de Cámara y prín­cipe de Vergara, que son los principales que recuerdo.

Combatir en campo abierto ha sido mi sino, y pronto supe que nunca conocería el miedo, ni siquiera en aquella ocasión, después de la derro­ta de Ayacucho, cuando perdimos el Perú y me vi en un calabozo del islote de Capa-Chica condenado a muerte por el mismo BOLIVAR, que con los españoles siempre se port6 malvadamente y sin misericordia, ordenan­do darles muerte a todos allí donde se encontraran.

Pero rambién esa vez me sontieron los hados, y una criolla coqueta, que aún me tenía apego y se acostaba con el insurgente, me salvé con su intercesión la vida.

Constitucional y creyente en el progreso he sido siempre, aunque eso estuvo a punto de acabar con mi carrera. Casi como castigo me enviaron de guarnición a Pamplona y Logroño, y luego a Barcelona, donde tuve la desgracia de quedar a las órdenes de esa bestia sanguinaria que era el conde de España, un monstruo de oprobio, digno servidor de ese otro bicharraco de Fernando VII, que Dios atormente para siempre en el infierno, si es que hay justicia después de la muerte.

Cuando estalló la guerra civil desencadenada por la facción carlista, me hallaba de puesto en Baleares y solicité el traslado inmediato a la Península.

No habían pasado veinticuatro horas desde que desembarqué en Valencia cuando salí en persecución de la partida de Magranell, un cabecilla carlista al que di pronta caza y ejecuté en cuanto lo agarré.

A partir de ahí, he combatido incansable sin dar tregua a los facciosos, aunque éstos -bien amparados en el terteno y ayudados por las discordias de nuestro propio campo- han logrado estirar la guerra hasta este mo­mento, en que se encuentran a las puertas de Madrid y acarician la hora de entrar en la capital, pero eso, como me llamo Espartero, sólo será por encima de mi cadáver.

Y bien claro le canté las cuarenta a la reina, que andaba medrosa y vacilante: "Señora, aquí no queda sino resistir. Ni se le ocurra pactar con esa caterva de reaccionarios ahora que los tenemos en puertas, porque eso es lo que están esperando y vuestro pueblo no se lo merece. Si abandona ahora, toda la sangre derramada habrá sido in­útil. Aún tengo ejército para hacerles frente y salvar el trono de vuestra hija".

La regente, entonces, se me echó a llorar como una vulgar mujer desconsolada, se arrojó en mis brazos y sentí palpitar sus pechos en el mío, tal era la escena que parecíamos una pareja de tórtolos enamorados, y de no ser por las circunstancias, hubiera causado asombro al pobre Muñoz si nos hubiera visto. Desde luego, si entra en ese momento Jacinta, mi mujer, me tira los trastos a la cabeza, porque ésa, cuando se enfurece, es peor que una carga de lanceros al galope.

-Sólo en ti confío -dijo Cristina- Ya ves que estoy rodeada de ruines y traidores, y no aguanto a esa panda de ministros del gobierno, que lo único que quieren es abusar del país con mi firma.

-Yo no la dejaré, señora -le respondí-, pero tendrá que hacer lo que le diga y apoyarme en todo, porque los tiempos son muy difíciles y exigen mano dura.

Si me apuñalan por la espalda desde las Cortes o el ministerio, mis esfuerzos en el campo de batalla serán baldíos, y los fac­ciosos que siguen al majadero de su cuñado, Carlos María, entrarán a saco en Madrid, y aunque de momento respeten su vida y la de la joven rei­na, seremos el hazmerreír de Europa.

-Haz lo que tengas que hacer y pide lo que quieras. Pongo mi suerte en tus manos. Eres mi paladín -me dijo la reina.

Lo primero que le pedí fue el mando absoluto de todas las operaciones, a lo que accedió sin dudar ni un momento, y eso me enemistó con el general Oráa, jefe del ejército del centro, algo con lo que ya contaba.

Oráa no es mal general, pero su actuación para taponar el avance de la Expe­dición Real Carlista no había sido buena, y su espionaje era detestable.

Después de haber dejado pasar a los carlistas el Cinca, las columnas facciosas se internaron en Aragón y gracias a Cabrera cruzaron el Ebro. Desde allí giraron a tierras de Valencia para lanzarse hacia el oeste con intención de llegar a Madrid.

Necesitado el gobierno constitucional de alguna victoria que levan­tase los ánimos de la corte y frenase el avance carlista, Oráa, cuyo pundonor no voy a negar ahora, se dejóllevar por el genio e insistió en buscar al enemigo para presentarle batalla con fuerzas inferiores.

Eso fue un error. Su idea era empujar la Expedición hacia el sur, mientras marchaba en paralelo a la costa valenciana con intenci6n de desviarse luego y tomar la ruta de Castilla la Nueva.

En Chiva estuvo a punto de lograrlo, pero no se explotó el éxito debidamente y los' carlistas pudieron recuperarse pronto del golpe.

La necesidad de alimentarse les hizo fraccionarse en columnas para facilitar la subsistencia, pero eso también distrajo a las fuerzas de Oráa, que no sabían dónde acudir.

Ambos ejércitos estaban extenuados, y la fatiga fue mayor por el intenso calor de las tierras levan­tinas en pleno verano. Tanto ellos como nosotros sufrimos privaciones que casi no se creen, y también se las hicimos sufrir a los pueblos por los que se pasaba, devastados por las tropas en marcha.

Ocupadas por uno u otro ejército, siento pena por estas poblaciones que se han visto aso­ladas, como si sobre ellas hubiera caído una plaga de langosta que arrasara con todo.

Los primeros que llegaban a un pueblo lo rebañaban a fondo, y cuando entraban los segundos, al no hallar nada, lo pagaban fusilando gente, violando mujeres o incendiando las casas.

La continua movilidad de las fraccionadas columnas carlistas destruyó los planes de Oráa, a quien por esas fechas se le comunicó la orden por la que se me encomendaba la persecución de la Expedición carlista, au­torizándome a disponer sin distinción de todas las tropas.

Eso le ofuscó tanto que -por considerarse relegado y creer perdida la confianza de Cristina- escribió una áspera carta al gobierno renunciando al mando.

Es lo que tienen muchos de estos generales. Hinchados de vanidad, son incapaces de comportarse ellos mismos con la disciplina que exigen a los demás.
Así no hay ejército que valga, pero mientras yo esté al frente les ensefiaré a cumplir mis 6rdenes, y si alguno remolonea, a la calle, pues no soy hombre a quien le tiemble el pulso, y si hay que fusilar a mi me­jor amigo por salvar el orden del país, lo haré, aunque bien mirado, cuando se ha llegado donde yo estoy, ya no te quedan amigos, salvo la sufrida tropa y los milicianos nacionales, que todavía me siguen fielmente.

Tras la derrota que los carlistas nos propinaron en Villar de los Na­varros, donde perdimos casi cien oficiales y más de dos mil soldados, entre muertos, heridos y prisioneros, el gobierno -temiendo que cayera Madrid- consideró secundario todo lo que no fuese destruir la Expe­dici6n facciosa.

Aun a costa de desatender otras necesidades, me pidió reunir dieciséis batallones y acudir desde las PROVINCIAS VASCAS a Calata­yud, para desde esa plaza cubrir la capital o acudir a Valencia o el Bajo Aragón, según se movieran los carlistas.

Obedecí, pese a que nuestra situación en el norte tampoco era para júbilos.

Entre las divergencias y torpezas propias, y la tenaz resistencia enemiga, el ejército había quedado reducido a simples guarniciones o pequefios cuerpos aislados, incapaces de maniobrar a gran escala y sufrien­do por añadidura las órdenes erráticas del gobierno, cuya ignorancia en asuntos bélicos corría pareja con su nulidad política.

Emprendí la marcha al Bajo Aragón con sólo los ocho batallones que componen la división de la Guardia Real, y dos escuadrones de caballe­ría, pero escribí a Cristina pidiendo más refuerzos, y a la espera de éstos, forzando las jornadas, me situé a mediados de julio en Ariza, y desde allí pasé a Medinaceli y Guadalajara con el objeto de auxiliar a Cuenca, que me pareci6 la ciudad mejor situada como base de operaciones para cu­brir Madrid y cortar la progresi6n carlista.

Entre tanto, mientras el suelo se hundía bajo nuestros pies ante el avance de los facciosos, las desavenencias con Oráa -que seguía ofen­dido con mi nombramiento- iban de mal en peor.

Esta situaci6n de enfrentamiento personal y desarmonía la pagamos muy cara, porque casi paralizó las operaciones militares y permitió a los carlistas operar a su gusto durante un tiempo, lo que me obligó a escribir al gobierno exponiendo el desastre que se avecinaba y el peligro de que las hordas carlistas que infestaban el país pudiesen ganar la guerra.

Como los triunfos siempre alegran los ánimos y alivian tiranteces, confié en encontrar entonces en Oráa la colaboraci6n franca que nece­sitaba para perseguir y exterminar entre los dos al príncipe rebelde, pero me equivoqué, porque el rencor de mi antiguo compafiero era mayor de lo que suponía.

En consecuencia, hubo un momento en que me hallé paralizado y perdido en el teatro de operaciones. Oráa no contestaba a mis mensajes, y yo no estaba al corriente de su situación y la del enemi­go, sin apenas subsistencias ni recursos...

Sólo me movía la libertad de la patria, y viéndome en ese estado de necesidad, siendo ya finales de julio, estuve a punto de mandado todo al carajo y dimitir, con la esperanza de que el voto de la opinión públi­ca me fuera favorable y me hiciera justicia en el futuro.

Por suerte, Oráa reconoció que había errado, y me escribió una amigable carta en la que no recataba su resentimiento contra el gobierno, que le había dejado desamparado en los momentos más críticos.

Hicimos las paces y empe­zamos a cooperar, lo .cual mejoró mucho la situación en el frente, pero cuando debatíamos nuevos planes para acabar con la facción, que se movía en tierras de Aragón y Cuenca, recibimos un nuevo golpe.

Los carlistas, con otra expedición al mando del general Zaratiegui, se habían desparra­mado por la llanura castellana, y en los primeros días de agosto tomaron Segovia, donde se rearmaron y avituallaron, aunque hubieron de aban­donar la ciudad por la aproximación de nuestras columnas.

Pero los fac­ciosos parecían empeñados, y desde La Granja continuaron avanzando hasta el pueblo de Torrelodones, desde el que se contempla la capital a tres leguas de distancia.

Hubo refriega, pero en esos días llegué a Madrid y se cortó la progresión de Zaratiegui en Las Rozas, donde nuestra fuerza, al mando del general Méndez Vigo, estaba atrincherada.

-Ni un paso atrás -le dije al general.

Vigo efectuó un avance que expulsó de Torrelodones a los carlistas y cuidó de que se vigilaran por la noche los montes de El Pardo, por si los facciosos, en marcha oculta, se infiltraban en Madrid o se dirigían a la provincia de Guadalajara a incorporarse a la Expedición del Pretendien­te.
La posición de los carlistas, que no pudieron superar Las Rozas, era crítica, y aunque atacamos, pudieron retirarse con orden, a pesar del intenso fuego, en formaciones cerradas, y continuaron el camino hacia Segovia contentos de haber salvado el peligro.

Los carlistas concentrados en esa ciudad eran más de cinco mil, y aunque sus deseos de defendeda eran vehementes, convinieron en abandonada por falta de recursos y subsistencias.
A esa decisión llegaron tras mucha discusión entre ellos, pero enterados de que una columna liberal se acercaba desde el puerto de Navacerrada y La Granja con gran tren de artillería, Zaratiegui se resol­vió a dejar la ciudad con celeridad, sin que nuestra caballería pudiera causar dafíos de consideración a su retaguardia por haberse retardado demasiado.

Por esta razón, los carlistas pudieron rebasar el Duero sin sufrir bajas, y se acantonaron en Pefíaranda.
Pero Zaratiegui pronto se dio cuenta de que las tropas liberales no pasaban de Aranda, y, aprovechando esa inacción, se decidió a imponer el pendón de su rey en aquellas partes de Castilla la Vieja que nos veíamos obligados a abandonar por defender Madrid.

Eso dio a los carlistas más voluntarios y nuevos prosélitos captados en los pueblos de la Ribera del Duero, que se unían a Zaratiegui en una ola imprevista de entusiasmo por la misma causa que, hasta entonces, habían combatido.

Pero España y los españoles somos así, y no voy a descubrido ahora: hoy blanco, mafíana negro y pasado mafíana gris, porque nuestros amores alternan con los odios y las indiferencias, como las mareas.

La audacia de Zaratiegui le llevó a caer sobre Valladolid y entrar en esa ciudad, donde el ayuntamiento y el obispo se pusieron a sus ór­denes, aunque la guarnición del fuerte de San Benito resistió dignamente y se negó a rendirse.

Estando allí, Zaratiegui recibió orden del rey car­lista -que aún no sabía que su general había tomado Valladolid- de doblar la cordillera por Almazán y Sigüenza para unirse a la Expedición facciosa que se hallaba en las inmediaciones de Guadalajara y se acerca­ba a Madrid.

Eso debió de ser a mediados de agosto, que fue cuando yo entré en Guadalajara con la caballería y la vanguardia, poco antes de que, a medianoche, lo hiciera el grueso de la fuerza, que llevaba ese día en los pies más de once leguas de marcha con el estómago casi vacío.

Al poco de llegar, recibí instrucciones del subsecretario de la guerra, Pedro Chacón, para que, por orden de María Cristina, acudiese con ra­pidez a la corte, dadas las críticas circunstancias que se vivían.

Así lo hice, y cuando entré en Madrid acudí al instante a palacio, donde encontré muy abatida y asustada a la regente, a la que tuve que animar hasta que recuperó la esperanza.

Para infundirle más ánimo, hice desfilar a la brigada de la Guardia delante del Alcázar, y ella presenció el desfile desde un balcón acompafíada de las infantas.

Esa misma tropa fue en la que poco después, estando acantonada en Aravaca y Pozuelo, se sublevaron los oficiales, lo que casi hunde toda resistencia.

Por ventura, a última hora el gobierno cayó y -mostrando la prudencia que el momento exigía- pude acabar el motín a tiempo de impedir el zarpazo decisivo de la infame facción.

El dilema que se me presentó no era fácil, pues, por una parte, no se podía dejar sin castigo, pero por otra, estando el enemigo en puertas, un exceso de represión podía dejar a muchas unidades de primera línea sin man­dos, lo que hubiera sido funesto para la defensa de Madrid.

Por no com­prometer mi autoridad en ese dilema, dejé el asunto en manos de Ma­ría Cristina, que era hábil en ese tipo de manejos y estaba influida por Van- Halen, que era general de mi confianza.

La regente instó al gobierno para que, en previsión de evitar males mayores, fuese indulgente con los que faltaron al orden y la disciplina, dada la urgencia del momento.

Eliminado ese problema, proseguí con las ope­raciones, y avisado de que los carlistas estaban en Almazán, salí de Torre­laguna hacia Cogolludo, donde a finales de agosto emití una proclama a la tropa.

En ella, sin morderme la lengua, acusé a los partidos, que con diferentes formas aspiran al poder, de querer desunir al ejército para colmar su ambici6n, aunque eso supusiera convertirse en agentes del cabecilla rebelde. Terminé pidiéndoles lealtad a la divisa que habíamos jurado de­fender.

Después de dar un respiro a las unidades, agotadas por el calor y la escasa raci6n, proseguí hasta Daroca, donde me reuní con Oráa.

Allí supe que el rey carlista se hallaba en Calamocha con diecisiete batallones, más de mil caballos y artillería.

Inmediatamente, precedido de las tropas de Oráa, decidí lanzarme sobre el cuartel general rebelde, aunque carecía­mos absolutamente de recursos para impulsar las operaciones, y las tro­pas estaban descalzas, en estado deplorable de desnudez, pues la última remesa de zapatos era de calidad detestable y pequeños para los soldados de la división de la Guardia.

Pero no era momento para titubeos ni quejas. Había que marchar contra el enemigo, y lo hicimos. De los generales carlistas, sólo CABRERA, ese tigre sarnoso, me preocupaba, porque le creía capaz de todo.

¡Cómo me hubiera gustado apresarle para hacerle pagar de una vez sus crímenes!

Es cierto que, miserablemente, MINA y NOGUERAS autorizaron el fusilamiento de su madre, pero luego él ha rebasado con creces cualquier medida de humana venganza con los prisioneros, e in­cluso con mujeres y niños que han tenido la desgracia de caer en sus manos.

Es un fanático rencoroso, retrógrado y miserable, aunque reco­nozco su sagacidad táctica y su conocimiento del terreno, lo que hace muy difícil batirle.

Pero nunca le consideré un militar, y no puedo tratarle como tal. Si le cogiera vivo, lo encerraría en una jaula, igual que hicieron los absolu­tistas con el pobre Empecinado, para exhibirle como la fiera que es por toda España antes de ahorcarle.


Tellagorri

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17 comentarios:

  1. Estoy archivando en una carpeta todos estos escritos que sobre Historia está haciendo. Muy interesantes; muy bien seleccionados. Siga, por favor.

    Mis conocimientos son muy limitados pero me apasiona leer, aprender más y más Historia de España.

    Sobre El Espartero, escuché una anécdota que tiene todos los visos de ser verdadera, máxime, teniendo en cuenta que fue contado por un importante historiador, cuyo nombre no recuerdo ahora. Al menos siempre la cuento como verdadera, porque creo que lo es. Incluso usted la habrá podido escuchar alguna vez.

    El Espatero, últimos días de su vida, se está muriendo, a su lado un sacerdote le está preparando para el último viaje y en un momento le dice: "Mi General, está llegando la hora de presentarse ante el Altísimo y redirle cuentas de su vida. Creo que sería un buen momento para pedir perdón y reconcilarse con sus enemigos" D. Baldomero miró al sacerdote y le dijo: "¿Pedir perdón a mis enemigos? Yo no tengo enemigos, les he fusilado a todos."

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  2. En este escrito se ve en qué manos estuvo España durante varios años en la década de 1840: en la de un paleto que se expresa como tal a la vista de este escrito, que habla mal de sus compañeros, de la tropa, de la isabelona, de sus enemigos, y que atribuye a los demás sus propias faltas: "Es lo que tienen muchos de estos generales. Hinchados de vanidad, son incapaces de comportarse ellos mismos con la disciplina que exigen a los demás".

    Este gallo ateo de pueblo no cuenta, sin embargo, que no cayó prisionero de los carlistas en los Altos de Descarga en 1835 de puro milagro, escapando desertando del mando de su tropa, ni nada sobre la acción carlista que estuvo a punto de tomarle preso en el caserío donde dormía poco después.

    Habla como un auténtico cafre, sin respeto alguno por sus enemigos. Reto a Tellagorri a que busque algún escrito público o privado de algún alto oficial carlista en que se hable con tanto desprecio y lenguaje tan bajo de sus enemigos. No lo encontrarás, porque no existe.

    Y éste fue el "Príncipe de Vergara", nada menos.

    La Expedición Real carlista no consiguió tomar Madrid probablemente debido a traiciones internas y artimañas de individuos como Espartero.

    Una pena porque desde que los liberales tomaron el Gobierno en el s. XIX España no ha hecho más que ir dando tumbos por el mundo a rebufo del extranjero. Hasta que España no sea lo que siempre fue, seremos unos parias que no nos enteramos ni por dónde nos vienen las bofetadas.

    Por cierto, la anécdota que cuenta el del anterior post no es de Espartero, sino de Narváez, que era casi peor que él.

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  3. Sin entrar a valorar al personaje, es difícil, pues dependiendo de lo que uno lea oscila entre el héroe o el rufián, si te diré Tellagorri que, como mínimo, el post es una magnifica lección de historia y sobre todo, muy amena.

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  4. Efectivamente, muy interesantes los pasajes de la historia que está publicando.

    Saludos.

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  5. Sin duda, el post ayuda a comprender la historia. Es indiscutible. Al personaje se le puede comprender un poco mejor sabiendo que fue el responsable de la finalización de la Guerra Carlista con el abrazo de Vergara con el traidor general Maroto, seguramente con algún soborno de por medio, aunque nunca se ha podido probar. Luego forzó a la Regente María Cristina a huir a Francia, quedando él como Regente del Reino en lo que empezaba a ser un cachondeo gubernativo.

    Este retrato del personaje de una página oficial del Ministerio de Educación y Ciencia se aproxima más a la realidad:

    http://iris.cnice.mec.es/kairos/ensenanzas/bachillerato/espana/construccion_01_03_03.html

    "Su actuación como gobernante fue una sucesión de desaciertos, comenzando por su regencia en solitario, en vez de aceptar el plan de regencia trinitario que proponía su partido. Tampoco aceptó más asesoramiento que el de una cerrada camarilla personal. Su librecambismo y su política exterior favorecieron a los británicos lo que levantó protestas de los proteccionistas industriales catalanes.

    La dureza desplegada en la represión de las protestas hizo odiosos a los generales que lo apoyaron y al final quedó solo cuando se produjo un golpe de Estado militar contra él en 1843. Después se exilió en Inglaterra y Francia, hasta que recuperó sus títulos, pero nunca ya su relevancia política. Murió en 1879."

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  6. Gracias, ISRA, SNAKE Y FERNANDO por vuestros comentarios. Trataré de poner otros tres o cuatro relatos de Historia más, pero es sabido que estos temas ABURREN a muchos y no puedo abusar.

    A PERLIMPLIN no le voy a rebatir nada y dejo para mañana el autorrelato de su vida que hace uno de los SUYOS. Un carlistón.

    Como ya expliqué hace días que el País Vasco no ha avanzado en mentalidad desde las guerras de Oñacinos y Gamboinos, siglo XIV, que pretendían lo mismo que los carlistas del XIX, y los nacionalistas ahora, aparco el debate porque, aunque soy liberal, no deseo guerras en mi blog sobre el pasado.

    Unicamente una pregunta a PELIMPLIM =¿Nombres de intelectuales carlistas destacados y conocidos en toda Europa?.

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  7. Tella, nada dices de los atributos de su caballo, que le sobrepasaron en fama y gloria. Copón!...

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  8. Señor Tellagorri: Una revelación personal fascinantes de un español que además de su conocda trayectoria estuvo en estas tierras del Perú. ¿Es posible conocer la fuente documental de esta nota?

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  9. CHARNEGUET
    Para ver ESO tienes que acercarte a Logroño a la plaza del Espolón.

    ANONIMO

    Puedes ir a la web http://vascon,galeon.com

    (que es una web escrita por mí)

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  10. ADDENDA
    Para PERLIMPLIM
    Los especialistas dicen que las causas del carlismo son dos fundamentalmente:
    Una es una causa político-religiosa y otra es una causa social.

    a) Las causas político-religiosas:

    Ante todo el carlismo es antiliberal, en primer lugar por la cuestión religiosa, no entienden los carlistas las medidas contra la iglesia, por lo tanto subrayan sustancialmente la religiosidad, pero no cualquier religión, sino una religión tradicional (ultramontana). En segundo lugar dentro del antiliberalismo, subrayan las tradiciones, por lo tanto son tradicionalistas, porque todo el liberalismo proviene del extranjero y había que dar importancia a las tradiciones del país. En tercer lugar son antiliberales por el centralismo y frente a este ellos proponen unas leyes para cada región (foralismo). El foralismo no es una causa del carlismo, pero es uno de sus fundamentos.

    b) Las causas sociales:

    Las medidas liberalizadoras, primero del reformismo ilustrado de los borbones y luego de los liberales y las medidas para favorecer la incorporación de los jornaleros sin tierra al campo, van a afectar a estos grupos del norte que eran propietarios de tierras (hidalgos del norte), van a perder su capacidad adquisitiva frente a la burguesía que va a adquirir más importancia que ellos y además debido a estos cambios van a perder muchos elementos tradicionales (que servían para el dominio social)

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  11. ADDENDA para ANÓNIMO

    PARA ANÓNIMO

    El joven Joaquín Baldomero, preparado por el preceptor de gramática de Granátula, D. Antonio Meoro, amigo de su padre, ingresó en la Universidad de Almagro donde cursó estudios durante tres años, obteniendo el título de Bachiller en Artes y Filosofía, el 23 de junio de 1807. Unos días después, el 5 de julio de dicho año se cierran las universidades por orden de Carlos IV y al año siguiente, mayo 1808, estalla la guerra de la Independencia.

    Participó en dicha guerra, al ser reclutado como la mayoría de la juventud manchega, ya que había que formar un Cuerpo de Ejército de 20.000 hombres, según las instrucciones de la Junta Central del Reino, para oponerse al paso de las tropas francesas en La Mancha y detener su avance hacia Andalucía.

    Fue alistado en el Regimiento de Ciudad Real como "soldado distinguido", es decir exento de servicios mecánicos por su calidad de estudiante.

    Todo esto a pesar de que su padre quería que se dedicara a la carrera eclesiástica.

    La primera acción bélica en la que participó fue en la batalla de Ocaña, desastrosa para las armas españolas. Tras este fracaso, al reorganizarse nuestras tropas se alista en el Batallón de Honor de la Universidad de Toledo, formado exclusivamente por estudiantes universitarios; pasando de aquí a la Academia Militar de la Isla de León (Cádiz), de donde salió con la graduación de Subteniente.

    En 1811 fue nombrado teniente de ingenieros, pero abandonó ese cuerpo para pasar al arma de infantería.

    En enero de 1815, teniendo el grado de capitán, partió hacia AMÉRICA en el ejército mandado por Morillo. Llega a América a principios de abril donde empieza a destacar sobre sus compañeros, pues fruto de sus estudios en la Academia de Ingenieros será la construcción de reductos, trincheras, levantamiento de planos topográficos, etc.

    A sus estudios universitarios deberá su cultura para desenvolverse con soltura entre compañeros, subordinados y superiores.

    Cualidades a las que hay que añadir su valentía y arrojo personal en los innumerables combates contra los insurrectos; lo que le hace ir ascendiendo profesionalmente y siempre por méritos de guerra, llegando a Brigadier y el 11 de Octubre de 1823 se le nombra Jefe del Estado Mayor del Ejército de Perú, a los treinta años de edad.

    Estuvo en América hasta 1823, y en mayo de 1824 el virrey La Serna le envió a España para que expusiera de palabra al rey Fernando VII y su Gobierno cuanto allí estaba sucediendo.

    Hay que hacer constar que los militares que llegaban de América no eran bien mirados por los Peninsulares, lo que dio motivo a que una mayoría de ellos se agruparan en una especie de asociación llamada "los ayacuchos", que influyó grandemente en la política del país.

    Espartero fue el jefe de los ayacuchos, que alcanzarán los más importantes mandos y las más altas graduaciones de la vida militar.

    Cumplida esta misión en España, embarca de nuevo el 9 de diciembre de 1824, en el puerto francés de Burdeos con rumbo a América, siendo ese día el de la batalla de Ayacucho, por la que se perdió el virreinato del Perú para España; sin que Espartero participara en tal batalla como se le ha querido atribuir.

    En mayo de 1825 desembarca en el puerto de Quilca, desconociendo la derrota de las tropas españolas, siendo hecho Prisionero de los seguidores de Bolívar, siendo tratado con una inhumanidad de las que no hay ejemplo, pudiendo salvarse del fusilamiento y de la prisión gracias a la intervención de una dama "muy allegada a Bolívar" a la que recurrieron sus compañeros de armas y en especial el abogado español Sr. González OLAÑETA, a la sazón en el Perú.

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  12. Todo parece indicar que he sufrido un error al atribuir Al Espartero algo que dijo Narváez. He repasado varias páginas y todas coinciden que el autor de esa célebre frase fue: NARVÁEZ. Me falló la memoria.

    Gracias por la corección.

    Espectacular y espléndida la estatua ecuestre de D.Baldomero en Logroño.

    Saludos

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  13. Mi natural perspicacia y facilidad para leer entre lineas me lleva a pensar que don Tellagorri no es muy partidario del carlismo. Es que las cazo al vuelo.

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  14. CHIPPEWA

    No, no soy nada partidario del Carlismo y por tres causas :

    1.-
    Ante todo el carlismo es antiliberal, en primer lugar por la cuestión religiosa, no entienden los carlistas las medidas contra los abusos de la iglesia, por lo tanto subrayan sustancialmente la religiosidad, pero no cualquier religión, sino una religión tradicional (ultramontana).

    2.-
    Las medidas liberalizadoras, primero del reformismo ilustrado de los borbones y luego de los liberales y las medidas para favorecer la incorporación de los jornaleros sin tierra al campo, van a afectar a estos grupos del norte que eran propietarios de tierras (hidalgos del norte).

    3.-
    Porque esos carlistones, que mantuvieron a España en una Guerra Civil durante más de 40 años, fueron los creadores del NACIONALISMO VASCO ACTUAL.

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  15. http://www.arteclasic.com/

    Las guerras de nuestros antepasados.

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  16. Buenas, su blog ha sido digno merecedor de un premio el cual puede conocer en la entrada del blog,…

    http://delibreopinionpolitica.blogspot.com/2009/08/premios-blogs.html


    Saludos.

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  17. Sr Tellagorri, para efectos de la verificación histórica es muy importante conocer la fuente original de las declaraciones de caracter casi coloquial del general Espartero que ud cita, que revelarían de manera fascinante su personalidad y forma real de pensar ¿podría por favor facilitar esa fuente?. No logro encontrarla en su respuesta a "anónimo".

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