08 abril 2012

Infante Martín Alvarez

Iba en tren cuando un joven me abordó con mucha educación. Traía en la mano un objeto largo y estrecho en una funda de paño.

Soy teniente de Infantería de Marina, dijo, y voy a incorporarme a un destino. También soy lector suyo desde que empecé a leer. Por eso, como éste es mi sable de oficial, quiero que lo tenga usted.

Pasado mi estupor, y tras la natural resistencia a permitir que se desprendiera del sable, insistió y no hubo otra. Bajé del tren con su regalo bajo el brazo, que ahora está en mi casa, en compañía de dos docenas de sables y espadas vinculados a la historia de España de los cuatro últimos siglos. Agradecido, envié al joven un libro también un par de veces centenario, y con el acuse de recibo llegó una petición: que dedicase un artículo al granadero Martín Álvarez, infante de Marina español en el combate naval de San Vicente. Y aquí me tienen. Cumpliendo con el sable.

El 14 de febrero de 1797, una escuadra española mandada por un cobarde incompetente, el almirante Córdoba, fue derrotada por otra inglesa cerca del cabo San Vicente. A los ingleses los mandaba el almirante Jervis, que tenía menos barcos pero tripulaciones mejor adiestradas y con más ganas de pelea.

Además, la escuadra española estaba mal dispuesta, mientras que los británicos conservaban la línea. De manera que nos dieron las suyas y las del pulpo. Sólo siete navíos españoles entraron en combate, y perdimos cuatro. Dos de ellos, el San José y el San Nicolás, tomados al abordaje por el Captain, con el comodoro Nelson dirigiendo el ataque.

El resto de barcos españoles se dio a la fuga sin socorrer a los compañeros apresados; y si no perdimos también al Santísima Trinidad, que con Córdoba a bordo arrió bandera, fue porque el brigadier Cayetano Valdés, un duro e inteligente marino que ocho años más tarde se batiría con mucha decencia en Trafalgar, fue al rescate con su navío Pelayo, y dijo al Trinidad que o izaba la bandera de nuevo y seguía combatiendo, o lo cañoneaba.

Cayetano Valdés no fue el único español decente ese día. Y como no son precisamente los ingleses quienes mejor hablan en sus memorias de los sucios spaniards –que pasan las batallas tocando la guitarra y oliendo a ajo–, tiene aún más valor que los datos que siguen provengan de la relación de un marino llamado sir John Butler.

Durante el abordaje británico del San Nicolás, el comandante don Tomás Geraldino sitúa en la toldilla, donde ondea la bandera, a un infante de marina con orden de que nadie la arríe y rinda el navío. La misión ha recaído sobre un granadero extremeño de 31 años que se llama Martín Álvarez Galán.

Y a esas alturas del combate, con el navío inundado de ingleses, el comandante muerto y los oficiales rindiéndose, el granadero sigue en su puesto, sable en mano, defendiendo las drizas de la enseña porque nadie le ha dicho que se quite de ahí. Así que cuando el trozo de abordaje inglés llega a la toldilla, y el sargento mayor de marines William Morris pretende arriar la bandera, Martín Álvarez, que anda flojo de idiomas para explicarse hablando –ni siquiera sabe leer ni escribir–, le pega un sablazo al tal Morris que lo clava en un mamparo, con tal fuerza que no logra liberar el sable; así que agarra un fusil como maza, mata a golpes a un segundo oficial inglés y deja heridos a otros dos rubios antes de que lo frían a tiros.

Y es ahí donde el comodoro Nelson, que ha presenciado la escena –siempre odió a los franceses, pero respetó a los españoles cuando eran caballerosos o valientes–, se porta como un hidalgo: cuando están recogiendo a los muertos para arrojarlos al mar con una bala de cañón como lastre, ordena que a Martín Álvarez lo envuelvan en la bandera que con tanto valor defendió. Y surge la sorpresa: el granadero no está muerto, sino malherido. Y lo evacuan a un hospital portugués, donde salva la vida.

Martín Álvarez volvió al mar y murió cuatro años después, tras un accidente que degeneró en tuberculosis. Se ahorró, quizás, repetir su hazaña en Trafalgar. Pero tuvo la satisfacción de ser ascendido a cabo y premiado con una pensión vitalicia de cuatro escudos mensuales.

Lo que nunca supo es que, por decreto real, siempre habría un buque en la Armada española que llevaría su nombre, ni que en Gibraltar quedaría un cañón con la placa: "Hurra por el Captain, hurra por el San Nicolás, hurra por Martín Álvarez".

Tampoco supo que en el Museo Naval de Londres se conservaría hasta hoy, con veneración y respeto, el sable con el que, bajo la bandera del navío vencido pero no rendido, un humilde infante de marina español clavó en un mamparo al sargento mayor William Morris.


ARTURO PEREZ REVERTE
Académico.



7 comentarios:

  1. Fantástico, a ver si completo un poco la historia, veamos:
    Este hombre era Extremeño de un pueblo que se llama Montemolin y esta cerca de Monesterio el pueblo del historiador y blogero Antonio. M Barragan Lancharro.

    El relato de Sir Butler era mucho más extenso. Pero la parte que nos interesa quedaba a sí:
    “../..Pero en el barco español “San Nicolás de Bari” queda algo por conquistar. Sobre la toldilla arbola la bandera española que flota al viento cual si todavía el barco no se hubiese rendido. Un oficial inglés que lo observa va a ella para arriar la bandera. Antes de llegar un soldado español, de centinela en aquel lugar, sin apartarse de su puesto, le da el alto, el oficial no le hace caso y se acerca, el sable del centinela lo atraviesa con tal fuerza que lo queda clavado en la madera de un mamparo. Un nuevo oficial y soldados se acercan y el centinela no logrando desasir su sable de donde se hallaba pinchado, coge el fusil a modo de maza y con él da muerte a otro oficial y hiere a dos soldados. Da después un salto desde la toldilla para caer sobre el alcázar de popa donde lo acribillan a tiros los ingleses. Nelson que ha presenciado la escena se aproxima al cadáver silencioso. Urge desembarazar los barcos de muertos y ruina y se comienza a dar sepultura a los muertos. Todos tienen el mismo trato. Una bala atada a los pies. Un responso del capellán y por una tabla deslízanse hundiéndose en el mar. Al llegar al turno al centinela español, Nelson ordena que se le envuelva en la bandera que había defendido con tanto ardor." Pero esta no es toda la verdad, la conoceremos ahora:

    Nelson fue, pues, quien ordenó que el nombre del granadero Martín Álvarez quedase perpetuado en la casamata de Gibraltar que conserva un cañón de su barco, el San Nicolás.
    Volviendo a los hechos, al ir a lanzarlo al mar, los británicos comprobaron que Martín Álvarez no estaba muerto, sino malherido. Lo curaron y, una vez repuesto, lo desembarcaron en Lagos, en el Algarve portugués. Desde allí pasó a España, a Extremadura, no estando claro si con un pasaporte británico, o porque se escapó de Lagos. Martín Álvarez llegó a Extremadura y a su pueblo, Montemolín. Desde allí se desplazó a Sevilla, primero, y a Cádiz, después, para presentarse a su batallón. Allí tuvo que testificar en la causa instruida sobre el apresamiento del “San Nicolás de Bari” y los otros navíos perdidos en el combate -desastroso- del Cabo de San Vicente, y averiguar si había responsabilidad de algún o algunos comandantes españoles o de sus oficiales.

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  2. Sigo tranqui Javier que ya queda poco.
    El Mayor General de la Armada don Manuel Núñez Gaona actuó de fiscal en esta causa, por orden de Carlos IV.
    El interrogatorio entre él y el granadero Martín Álvarez fue el siguiente:
    Fiscal: - ¿Se encontraba en el navío “San Nicolás de Bari” con ocasión de rendirse este barco a los ingleses?
    Martín: - Yo no he estado nunca en el “San Nicolás de Bari” en ocasión de rendirse a los ingleses.
    Fiscal: - ¿No se encontraba en el “San Nicolás de Bari” el 14 de febrero?
    Martín: - Sí, señor
    Fiscal: - ¿Y no fue después a poder de los ingleses?
    Martín: - Sí, señor
    Fiscal: - Entonces, ¿por qué niega haber estado en el “San Nicolás de Bari” con ocasión de rendirse a los ingleses?
    Martín: - Porque el “San Nicolás de Bari” no se rindió, sino que fue abordado y tomado a sangre y fuego
    Fiscal: - ¿Y a qué llama entonces rendirse?
    Martín: - Yo creo, que no habiendo ningún español cuando se arrió su bandera, mal pudieron haber capitulado
    Fiscal: - ¿Pues dónde estaba la tripulación?
    Martín: - Toda se hallaba muerta o malherida
    En su informe final, el Fiscal dedica estas palabras al granadero Martín Álvarez:
    "No puedo pasar en silencio la gallardía del granadero de Marina Martín Álvarez, perteneciente a la tercera compañía del noveno batallón, pues hallándose en la toldilla del navío San Nicolás cuando fue abordado, atravesó con tal ímpetu al primer Oficial inglés que entró por aquel sitio que al salirle la punta del sable por la espalda la clavó tan fuertemente contra el mamparo de un camarote, que no pudiendo librarla con prontitud, y por desasir su sable, que no quería abandonar, dió tiempo a que cayera sobre él el grueso de enemigos con espada en mano y a que lo hirieran en la cabeza, en cuya situación se arrojó al alcázar librándose, con un veloz salto, de sus perseguidores".

    En fin no sigo que ya me parece que abuse bastante pero es que la historia me parece tan genial que no me resistí a ponerlo, en Gibraltar esta el cañón con la placa de metal que recuerda la hazaña.
    Saluditos y perdona por el pasote.

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    1. DON ROBERT
      Muy agradecido por el añadido y que extiende con más detalle la propia historia que cuenta Reverte. Observo que te sabes muy bien estas acciones navales. A mí me encantan.

      GRACIAS por los detalles que aportas.

      No creo que a fecha de hoy la milicia española tenga inculcados tan fondo esos conceptos de "bandera", "patria", "honor", rendición" etc.

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  3. Da tristeza leer estos relatos y mirar, de nuevo, a nuestros actuales compatriotas derrotados de antemano, sin presentar batalla a nuestros opresores.

    Aunque pienso que, psicologicamente hablando, resulta más rentable y satisfactorio un cuerpo a cuerpo que la eterea lucha de las ideas, de las propias convicciones.

    ¿Qué pensaría un Martín Álvarez de la España actual? Bueno, de lo que queda de ella..

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    1. DOÑA CANDELA
      Lo expresas muy bien : es triste que ya no tengamos ni rastro de todos esos conceptos de lucha, defensa a ataques, sentido de la responsabilidad individual a nivel colectivo, etc. etc., y que culminan con la previa derrota de las propias convicciones.

      Si viviera ese infante, con su mentalidad auténtica de la época, se haría como poco moro de la morería.

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  4. Un español de los de antes, de los que no tenían miedo nada más que al deshonor...no sé yo en qué momento perdimos todo aquello porque aún en 1898 (me acuerdo de los últimos de Filipinas) aún nuestro compatriotas eran de esa pasta...

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    1. DON CAROLVS

      Eso mismo me pregunto yo. Cuándo perdimos ese sentido y verguenza del deshonor individual.

      En la actual sociedad además de que el valor individual es muy escaso, no existe ni siquiera la verguenza torera de que le tachen a uno ladrón y mangarrán. A los que los cogen ni se inmutan en este sentido.

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