Así nuestras mentes maduraron en la Universidad de Alcalá a la par que nuestros cuerpos se saciaban de vino, juerga y noches de fugaces encuentros con damas de baja estofa, si bien alguna que otra hubo de alta cuna que se dejó llevar por nuestras falsas promesas de matrimonio.
Uno de esos encuentros nos llevó a disfrutar de los favores de dos lindas damas que a poco consiguen truncar nuestra trayectoria en la vida, puesto que a un pelo estuvimos de permutar nuestra condición de estudiantes por la de galeotes.
Hijas únicas del Corregidor alcalaíno, ambas damiselas eran hermanas gemelas con tal grado de semejanza que físicamente no podíase distinguir la una de la otra. Yendo de igual forma ataviadas con parejos vestidos y siendo semejantes sus voces, expresiones y forma de comportarse, era del punto imposible mencionarlas por su correspondiente nombre sin temor a caer en error.
Tal situación agradaba sobremanera a las dos hermanas, que en un principio tomaron a chanza nuestros requiebros confundiéndonos, y de qué modo, cada vez que nosotros intentábamos entablar conversación con ellas.
Elena y Antonia, que así se llamaban las gemelas, eran damitas acosadas por infinidad de pisaverdes figurando como apetitoso bocado para un más que nutrido sector de la población estudiantil de Alcalá.
Comentábase en cuanto al comportamiento de ambas hermanas que eran hembras de alta cuna mas de fácil cama, detalle éste que nos estimuló en gran manera para conseguir el preceptivo encame con las gemelas, incitándonos sin más dilación a poner cerco amoroso a tan suculenta perspectiva.
No fue labor fácil hacerles llegar nuestros primeros mensajes compuestos de amorosos sonetos, más bien escritos con descuidada caligrafía y redactados en tosca rima.
Una de las criadas del Corregidor era la encargada de tramitar nuestro correo, comprada su voluntad con unos cuantos maravedíes más algún que otro pescozón en sus prietas nalgas, que bien le agradaba a la fámula sentirse sobada por nuestras expertas manos de estudiante.
Matilde, sirvienta del Corregidor y a la vez nuestro correo de posta, era alcarreña, gallarda moza y muy putón por cierto. Unía a su natural talento dotes de mercader en cuanto al cierre de alcahuetas transacciones se refiere, cobrándonos por adelantado cualquier servicio que fuera a prestarnos. Fuese que para cumplir con uno de ellos nos demandó además de veinte maravedíes, un estipendio extra que al conocerlo nos sorprendió en extremo.
Pretendía la moza encamarse con nosotros dos al mismo tiempo puesto qué, según dijo, un hombre le duraba a ella lo que un dulce a la puerta de un colegio, además que en aquellos días ardía en deseos carnales y deseaba comprobar en propia carne cómo jodían los hijos de hidalgo.
Picados en nuestra curiosidad y aún más en nuestra hombría de machos hispanos, Alonso y yo aceptamos la desigual refriega amorosa condicionando el asalto a tres envites por hombre y poniendo como límite de tiempo lo que se pudiera hacer entre las sábanas, desde las doce de la noche a las cuatro de la madrugada.
Cerramos el trato, dándole el correo para que al siguiente día fuese entregado a las hermanas gemelas y pusímonos a pensar en qué lugar podría efectuarse el triple revolcón, lo que no dejaba de ser un problema difícil de resolver dada la carencia de lugar idóneo para tal menester. Ni pensar en hacer subir a la criada hasta nuestros aposentos en la hospedería estudiantil, ya que nos jugábamos el pellejo y los dineros que nuestras familias pagaban por nuestros estudios.
En aquellas estábamos cuando Matilde nos planteó una solución que trasgredía todo lo recomendable. Propuso sin más miramiento montarnos o ser montada, que eso dijo para el caso era lo de menos, en su propio alojamiento que a la sazón se hallaba ubicado en una de las buhardillas de la mismísima casa del Corregidor alcalaíno.
Como movidos al unísono por un mismo resorte, Alonso y yo nos miramos con mudo gesto de complacencia ya que era como poner a dos zorros en el interior de un gallinero.
Relamiéndonos por anticipado y pensando en la proximidad de la habitación de las gemelas aceptamos gustosos la proposición, preguntando a la doméstica la mejor forma de acceder hasta su aposento sin despertar las sospechas de los durmientes, que a aquellas horas estarían sin duda en el más profundo de los sueños.
Como buena alcahueta y mejor zorrón, no era la alcarreña mujer a quien amilanasen los detalles y dificultades que comportaba nuestro triple encame en casa del Corregidor, si no más bien parecía tenerlo todo dispuesto para holgar con nosotros aquella misma noche, que ponerse a pensar en las consecuencias que podría acarrearnos tal acción.
Echando mano a su faltriquera, nos entregó una gran llave que abría el portón trasero de la casa y que comunicaba con el patio exterior de las cuadras. Desde allí tendríamos que trepar por una soga que habría sido colocada al efecto por ella misma y escalar hasta la parte trasera de la buhardilla, salvando un muro de siete varas de alto.
Duro ejercicio, pensé, para a la postre yacer con criada que a pesar de su lozanía, prieto culo y firmes tetas no valía tan titánico esfuerzo. Si en aquellos momentos Alonso y yo aceptamos convertirnos en yedras trepadoras, fue simplemente con la intención de presentarnos de improviso en el aposento de las gemelas, y comprobar in situ la veracidad de los comentarios que de ellas se hacían acerca de sus apetitos carnales y la voracidad con la que despachaban a sus amantes.
La ocasión nos venía pintiparada y aceptamos de Matilde la llave que creíamos iba a abrirnos, no sólo el portón de la casa del Corregidor, sino también las puertas del Paraíso.
A las nueve de la noche dirigimos nuestros pasos hacia La Hospedería del Estudiante con el fin de tomar algún bocado con el cual fortificarnos ante la dura vigilia de trepa física más el carnal desgaste que nos esperaba, y de igual modo para acicalarnos convenientemente no fuera caso que algún piojo o chinche se parapetase en el jubón o la roña asomase tras la oreja, y entonces las gemelas nos rechazasen tomándonos por gañanes más que por hijos de hidalgo y de tal guisa se aguase la fiesta.
Devoramos pues un lechón asado, cañas de tuétano calientes y una cazuela de pies de puerco con piñones, cerrando el ágape con una fuente de hojaldres rellenos de pasas y miel. Ni decir tiene que libamos cual sedientos náufragos, trasegando al coleto casi un azumbre de vino por barba, de recio tinto cosechado en cercana viña alcalaína.
Ahítos y satisfechos apurábamos el último sorbo, cuando el reloj de la iglesia desgranó los tres cuartos para las doce. Iba siendo hora de ir templando el cuerpo y aprestarse para la batalla carnal que, presumíamos, iba a librarse en los terrenos del Corregidor ante una moza dispuesta a cabalgarnos o ser cabalgada, que como bien dijo la criada, eso era lo de menos, que lo importante era cabalgar o ser cabalgada sin que jinete o montura se cayeran a los primeros meneos de cambio.
Que, decía la alcarreña, era de agradecer por la mujer que el macho refrenase en lo posible su natural instinto de evacuar rápidamente humores por la entrepierna, con lo que se le aflojaba la verga dejando a la hembra a dos velas, con la comezón en el cuerpo y con cara de pasa.
Recordando entre risas y chanzas sus instrucciones, nos encaminamos por los soportales de la calle Mayor hacia los aledaños de la Puerta de Madrid, lugar donde se encontraba la mansión del Corregidor.
La noche era negra como boca de lobo y fría cual correspondía a la fecha, puesto que nos hallábamos en pleno enero, con heladas y vientos que cortaban el aliento y hasta las ganas de mear. Llegados a pie del portón que daba acceso a la casa, asaltóme de improviso un retorcijón de barriga que, supuse, era producido por la copiosa cena con la que me había regalado el estómago en previsión de futuros desgastes, que como es sabido, se producen en la coyunda con hembra insaciable.
Y a fe mía que Matilde era porfiada en asuntos de cama y además de insaciable, viciosa, según deduje tras nuestra conversación con ella.
Tiré pues de calzón evacuando aguas mayores, y cuál sería mi sorpresa al comprobar que mi amigo Alonso hacía lo propio situándose a mi vera entre grandes ruidos y pedorretas. A poco estuvimos los dos en cuclillas más de lo debido puesto que se nos quedó el trasero como un carámbano, conviniendo ambos que no nos encontrábamos la verga a causa del intenso frío que reinaba en aquel páramo.
Medio repuestos del trance y con el cuerpo descompuesto, tomando la pesada llave abrimos sigilosamente el portón sin que nuestros ojos pudieran vislumbrar objeto alguno en el recinto, tal era la oscuridad reinante en el jodido patio donde suponíamos se hallaban las cuadras del Corregidor.
Aguardamos unos minutos para que nuestra vista se adaptase a la tiniebla reinante, mas no andábamos precisamente como los gatos que pueden ver en la noche por lo que al poco, fuimos a dar con el cuerpo contra una carreta que se cruzó en nuestro ciego rumbo, yendo a caer nuestras humanidades cuan largas eran en una pequeña charca rebosante de boñigas de caballo y excrementos humanos.
Maldiciendo por lo bajo a los caballos, al Corregidor, a la criada y a su puta madre, salimos del trance y de la charca chapoteando entre la inmundicia mientras toda la corte celestial desfilaba por nuestra boca. Jadeando como posesos y entre maldiciones y juramentos, convinimos que no nos hallábamos en condiciones de presentarnos ni ante la más ruin criada y menos aún intentar una aproximación a las hijas del Corregidor, que de vernos en tal estado, nos cerrarían su puerta a cal y canto por siempre jamás, amén.
Emprendíamos pues una estratégica retirada, cuando de repente el patio quedó iluminado por una temblorosa luz procedente de un gran fanal de aceite situado en lo alto de la casa. Desde las alturas, Matilde nos chistó al tiempo que balanceaba una soga indicándonos de ese modo la vía de acceso hasta la buhardilla. Sin saber a qué atenernos y tras rápida consulta con la mirada, decidimos que en aquellos momentos nos importaba una higa la presencia que pudieran tener nuestras personas, puesto que lo primordial sería calmar nuestros ardores de la entrepierna y resarcirnos de algún modo en las carnes de la criada del inesperado baño de mierda con el que nos habíamos visto sorprendidos.
Pusimos pues manos a la obra trepando cual simios por la cuerda. Alonso, que fue el primero en subir mientras yo le tensaba la soga para facilitarle el ascenso, se paró a medio camino incapaz de proseguir puesto que de nuevo le habían asaltado fuertes retorcijones y se estaba cagando vivo patas abajo, según decía entre bufidos de incontinencia.
Recién llegado a tierra, le faltó tiempo para tirar de calzón entre suspiros e imprecaciones y como por lo visto la cagalera es función contagiosa, hete ahí que fuimos dos a pie de cuerda los que dimos en descomer lo comido en la Hospedería del Estudiante, mientras Matilde desde lo alto no cesaba de requerir nuestra presencia a pie de cama.
Interiormente enfurecidos por el espectáculo que estábamos dando con el culo al aire ante los asombrados ojos de la criada, apretando los dientes y echando los hígados por la boca trepamos al fin con rabia hasta alcanzar nuestro objetivo. Al vernos llegar de tal guisa, rebozados en mierda y oliendo a tal, la doméstica no pudo reprimir una sonora carcajada que retumbó, creo, hasta en el aposento del Corregidor.
Abochornados por nuestro aspecto mas dejando aparte falsos pudores, una vez a salvo en la buhardilla nos desprendimos de nuestras ropas quedándonos desnudos como nuestra madre nos trajo al mundo.
Matilde como anteriormente dije, putón y viciosa, quedóse mirando con gran descaro nuestros atributos haciendo agravio comparativo del tamaño de nuestras respectivas vergas qué, por cierto, en aquellos momentos habíanse camuflado sin duda entre las ingles debido a la descomposición interna y al frío reinante.
Lo cierto fue que con extremada diligencia por su parte, Matilde dispuso en el centro de la habitación una gran tina de madera colmada con agua de rosas, fría como un nevero, que contribuyó más si cabe al amago de nuestras vergüenzas pero bien que nos valió para desprendernos de tufos y de la reseca boñiga que se había acumulado en nuestros cuerpos.
A continuación la criada procedió con gran celo por su parte a lavarnos concienzudamente recreándose en la suerte del restregado, entre sofocadas risas y ardientes miradas cargadas de deseo.
De vez en cuando ojeaba hacia la puerta con enigmática sonrisa, detalle que me mosqueó un tanto puesto qué, pensé, con tanto alboroto alguien podría haberse despertado y acudir a la buhardilla en busca de explicaciones.
Una vez bañados y compuestos, nos apretamos los tres en el lecho para que nuestros cuerpos recobrasen algo de calor al amor de las prietas carnes de la moza, que teniendo ambas manos ocupadas con idéntico meneo, no cesaba de acariciarnos y provocarnos con palabras soeces, sin duda para levantar nuestros decaídos instintos.
Todo su manual trabajo se estaba desarrollando a nuestro completo gusto y satisfacción, cuando de repente Matilde dio en proferir en voz alta una frase que como supimos más tarde, era el santo y seña para que otros personajes entrasen en escena.
¡Ya están a punto! – exclamó.
Con gran susto por nuestra parte, oímos chirriar la puerta de la buhardilla mientras en el dintel se adivinaban las figuras de las dos hijas del Corregidor vestidas simplemente con un camisón de dormir.
Fue tal el inicial desconcierto, que la única acción que se me ocurrió para aliviar la tensión consistió en apagar de un soplo el fanal que descansaba en la cabecera de la cama, con lo que el aposento quedó sumido en la más completa oscuridad. Al momento noté sobre mi cuerpo otras manos que no eran precisamente las de la criada, mientras que unos labios buscaban ansiosamente los míos y un segundo cuerpo de mujer se abría paso entre las sábanas solicitando nuestros favores.
La cama aunque ancha, no dio más de sí, ya que debido al peso de los cinco cuerpos que tenía que soportar, cedieron sus cuatro patas yéndose al suelo con gran estrépito. Con todo, las gemelas no cejaban en su empeño de ser montadas lo que ocurrió por partida doble en medio de una total barahúnda de cuerpos entremezclados que fueron cambiándose, pasando de uno a otro en medio de un barullo infernal.
Matilde, que reclamaba su parte en el pastel, fue largada del jergón sin más miramientos mediante certero puntapié administrado por una de las gemelas, que no quería compartir nada con nadie.
Era tanta la algarabía reinante en la buhardilla, que erigiéndome en preboste de ceremonias reclamé silencio y comedimiento en nuestros actos, no fuera caso que acudiera el Corregidor a reclamar lo propio y Alonso y yo tuviéramos que gustar de sus calabozos, amén que de ser sorprendidos retozando con sus hijas, podíamos darnos por muertos en la picota de Alcalá.
Templados los ánimos, encendí de nuevo el fanal para hacerme cargo de la situación y saber quién era quién entre aquel mare mágnum de retorcidos cuerpos en común revoltijo entre las sábanas.
Una de las hermanas, Elena o Antonia, a ciencia cierta todavía no sé quién fue, se había hecho cargo de mi persona aprisionándome con sus brazos sobre su pecho e insistiendo que deseaba un tercer asalto a su fogoso cuerpo.
Púseme entonces a contar mentalmente los envites que había realizado y llegando a la cuenta de tres, convine que yo ya había cumplido con ella, cosa con la que estuvo en total desacuerdo, a no ser, dijo mirando pícaramente a Alonso, que hubiera sido él y no yo, quien la poseyera inicialmente realizando el primero de los envites.
Para poner las cosas en orden en cuanto a número de asaltos y satisfacciones, ambas hermanas decidieron cambiar de pareja con lo que Alonso y yo comimos de los dos platos hasta saciarnos, dejando el postre de Matilde para mejor ocasión.
Holgamos con ellas sin tasa ni freno, hasta que la claridad de la amanecida se coló por el ventanal de la buhardilla que había sido escenario y campo de batalla para la primera refriega, de las múltiples que con el tiempo se sucedieron entre las dos gemelas y nuestras personas.
Fue tanta la pericia que adquirimos en trepar por la soga que más bien parecíamos avezados gavieros de la flota de Indias, que melancólicos estudiantes en pos de su dama.
Ni que decir tiene que un buen día tuvimos que cumplir a la vez con las dos hermanas y el postre, que no queriéndose ir de vacío, una noche aprovechó la ocasión y encamóse sin más dilación con los cuatro, reclamando su parte.
Aquellos tiempos fueron, a fe mía, crisol donde se forjaron nuestros cuerpos y nuestros sentidos para hacer frente en años venideros a toda clase de excesos, donde el placer de la carne se imponía ante cualquier precepto. Sin embargo, un extraño sucedido trastocó nuestra holganza con ambas hermanas, enturbiando la de por sí turbia y cambiante relación carnal existente entre los cuatro.
Cierto día Matilde llegose hasta la Hospedería portando una misiva mediante la cual, las gemelas nos daban a entender que algo muy grave les había sucedido, citándonos con urgencia aquella misma noche en la buhardilla. Intentando adivinar el por qué de tanta premura, instamos a la criada que nos desvelara el motivo de la apremiante cita, mas la doméstica no soltaba prenda aunque por su semblante presagiamos que algo gordo se estaba cociendo en casa del Corregidor.
Sirvieron veinte maravedíes para aflojar la lengua de la alcarreña, manifestándonos entre ahogados sollozos que al parecer sus amas se hallaban preñadas e incluso que ella misma creía encontrarse en estado de ingravidez.
Vive Dios, que tanto Alonso como yo soltamos un respingo al conocer la triple preñez que se nos atribuía, por lo que sin encomendarnos a Dios ni al diablo abandonamos nuestros estudios en la Universidad de Alcalá, poniendo leguas de por medio y mudando nuestras matrículas y nuestras personas a la de Salamanca.
Meses después nos enteramos que ambas hermanas habían contraído rápido matrimonio con dos tronados pisaverdes alcalaínos, que dicho sea de paso, se habrían forrado a nuestra costa – según dedujimos – al aceptar ser padres de sietemesinos puesto qué, según dijeron para salvar su honra y la de sus esposas, los tiernos infantes habían nacido con dos meses de antelación como si ambos, a pesar de nacer de distinta madre, se hubieran puesto de acuerdo para ver la luz el mismo día.
De Matilde supimos que se había unido a un comediante, endilgándole de paso la barriga, al tiempo que la antigua criada se instruía en las artes escénicas actuando con su mancebo en distintos corrales de comedias y cosechando por cierto grandes éxitos.
A pesar de todo Alonso y yo tomamos nuestras precauciones dejando bien atrás el río Henares desechando ser vistos por aquellos pagos durante cierto tiempo, no fuere el caso que el Corregidor lanzase sus mastines sobre nuestras personas,…....
JOSÉ LUIS DE VALERO
una noche alcalaina
¡PARDIEZ, Maese Tellagorri!,…Me honráis con vuestro post,
ResponderEliminarEn verdad sois docto caballero amante de las letras, a pesar que en esta ocasión mi acerada aunque tosca pluma tan sólo llegó a esbozar un símil de lo que en realidad estaba procesando mi mente.
Os agradezco infinito la gentileza a la vez que paciencia demostrada por vos ante este humilde escribano recopilador de letras y de recuerdos. Demostráis tener sangre fría y nervios de acero al dar cabida en vuestro ilustre espacio a este tocho de fragmento, sin temer las posibles críticas que puedan esgrimir vuestros incondicionales lectores por tal desatino.
Y si me expreso de tal modo, es debido a que los lectores están acostumbrados a posar sus ojos con deleite sobre vuestros textos, escritos con enjundia, perfectamente estructurados y redactados con una solera literaria que para mí quisiera.
Agradezco vuestra benevolencia al admitir a trámite y juicio popular este fragmento de mi novela PAGINAS ENTRE LA TIERRA, que aunque por el presente escrito pudiera parecer ópera bufa o chanza estudiantil, no fueren por ahí los tiros puesto que las presentes líneas son las únicas en las que me permito un cierto respiro jocoso. El resto de los quinientos y pico de folios están llenos de escalos a convento, frailes con la verga presta, monjas y novicias con ardores en los bajos, estocadas, sangre, hogueras, inquisidores dominicos, villanos, putas buenas, putas malas y malas putas que Satán se lleve.
Os recuerdo y también recuerdo a vuestros lectores, que tiempo ha, ya me honrasteis con la publicación de otro capítulo perteneciente a este libro. Si no recuerdo mal se titulaba Mágico Ungüento para Restablecer Vergas y su acción se desarrollaba en Toledo teniendo por principal actor a éste hoy estudiante, convertido con los años en Fiscal Real al servicio de la Inquisición. Lamento no disponer de los datos de vuestro archivo que me indicaría mes y año donde está alojado.
Os reitero mi más sincero agradecimiento por vuestro gesto y ruego a los lectores que hayan leído el post de cabo a rabo, disculpen mi osadía por emborronar con mis letras esta fuente de Ilustración llamada Tellagorri Bureau .
Quedad con Dios, mi buen y leal amigo.
¡Vaya! Mañana vuelvo que esto merece un respeto y recrearse en la lectura.
ResponderEliminarNo sabía yo de las hazañas literarias de D. Luis de Bazán y Pardo..
:D :D
SEÑOR DE VALERO
ResponderEliminarHa sido un placer y un honor disponer de vuestra confianza para la publicación de este quevedesco espisodio, y lo es por vuestra acreditada hidalguía y sobradamente aprecida pluma de vuesa merced.
Ansín como también es conocido en el mundo bloguero la sobrada gallardía de que haceís gala alzando vuestra voz contra follones y malandrines escondidos entre ropones.
Un abrazo buen amigo y mejor hombre de ley.
Ahhh, el anterior episodio se halla ubicado aquí :
http://tellagorri.blogspot.com/2010/02/el-milagroso-unguento-para-restablecer.html
DOÑA CANDELA
ResponderEliminarDel mismo autor, Don Luís de Bazán y Pardo, tienes también en este blog el siguiente episodio que está :
http://tellagorri.blogspot.com/2010/02/el-milagroso-unguento-para-restablecer.html
Con la mismos acordes de nuestros grandes clasicos del siglo de oro,Jose Luis de Valero confirma la grandeza de la lengua castellana,un saludo.
ResponderEliminarExcelente idea de dar a conocer las plumas castellanas actuales, aunque aparenten ser del Siglo de Oro. Cosa que en este triste siglo tiene más mérito.
ResponderEliminarIntentaremos probar ese ungüento milagroso...
Saludos navideños.
Vaya que buen regalo que nos hacen ustedes dos, menos mal que a estas horas no suenan ni timbre, ni puerta y puede uno recrearse en la suerte. Gracias por publicarlo. Digo lo que Don Fugitivo intentaremos probar el ungüento milagroso, no es que de momento haya necesidad, pero quien sabe lo que ocurra en el futuro.
ResponderEliminarSaluditos a los dos.
DON AGUSTIN
ResponderEliminarDe Valero es un tipo multifácetico y entre sus cualidades destaca la de escribir historias ambientadas en el siglo XVII. Y pardiez que lo hace bien.
Como bien dices, el idioma castellano es inmenso para su expresión y como herramienta.
DON FUGITIVO
ResponderEliminarNo, yo no doy a conocer plumas castellanas actuales. Simplemente pongo, cuando él lo desea, escritos del viejo amigo De Valero. Que es, por cierto, un gran escritor con obra inédita.
DON ZORRETE
ResponderEliminarMira que el post es de escalos en Alcalá y ya varios os habeís ido al que está insertado anteriormente del mismo autor y ambientado en Toledo.
Aquí describe su época de estudiante alcalaíno, y en el otro su época de cuando era ya Fiscal de la Inquisición en Toledo. Incluso las ilustraciones están hechas por él mismo.
Me alegra muchísimo que te gusten estos escritos y que en Blogs u otros medios nunca se han publicado, salvo en éste.
Buen relato en horas tempranas, he tenido que contener alguna risotada que otra ante la incotinencia estomacal de los dos golfos escaladores.
ResponderEliminarMe acuerdo un día que fui a hacer footing y que mal las pase por un episodio semejante; mejor lo dejamos así.
SEÑOR OGRO
ResponderEliminarSí, todo el relato es una pura chanza a lo Quevedo y es muy bueno en cuanto la época en que lo sitúa. Al menos a mí, me gusta.
Es mjor recrearse en estas historietas que en la realidad de los Amaiur, Bildus y otras hierbas que nos invaden los jardines.
Querido Maese Tellagorri y queridos comentaristas:
ResponderEliminarGracias por vuestras letras y opiniones que en el presente post me llenan de alegría. Sobre todo mi agradecimiento por partida doble a los lectores que han tenido la paciencia, no sólo de leer este capítulo, si no también los que han accedido al link que tan amablemente ha facilitado Maese Tellagorri correspondiente al capítulo "El Mágico Ungüento para Restablecer Vergas".
Recibid un cordial abrazo.
Magnífico relato, digno del mejor Zorrilla. Se agradece su reproducción por habernos permitido disfrutar del buen castellano y conocer al autor.
ResponderEliminarNo está mal darse una hostia con la cruda realidad y comprobar que el resto de mortales aporreamos teclas... magnífico relato y exquisito manejo del castellano.
ResponderEliminarQué buen rato aprovechado en la lectura de las hazañas de D. Luis de Bazán por las Cavas, amén de otros lares que juro visitar por si, en algún ricón o callejón, encuentro esos portalones y los balcones del famoso escalo -con perdón- Que hoy el "palabro" tiene connotaciones peyorativas ajenas a otros matices menos escabrosos que el del presente relato.
ResponderEliminar¿Acado D. Luis no dejó su huella por Toledo? Si es así me gustaría saberlo, porque el mérito sería triple, dado que por aquellos tiempos no existían las escaleras mecánicas que facilitan el ascenso a la ciudad vieja..
Qué pena que en aquella época no existía el antídoto contra los males secundarios de determinadas pócimas, de haber sido así, las mencionadas gemelas hubieran sido madres de trillizos sietemesinos de tres Kg de vellón por cabeza.
A ver si repetimos, de vez en cuando. Y mi enhorabuena.
;)
DON BWANA
ResponderEliminarYa ve que aún quedan blogueros que saben usar como Don Miguel el castellano, y además en el tono que le daría a las fazañas de don Alonso Quijano.
En nombre del autor le agradezco su lectura.
DON ISRA
ResponderEliminarQué modo más fino de expresar tienes el que todos "semos" una kaka en comparación a Don Luís de Bazán en el uso del idioma. Y ya ves que el escenario es un lugar por tí conocido.
Las andanzas del señor de Bazán por Toledo las tienes en este mismo blog en =
ResponderEliminarhttp://tellagorri.blogspot.com/2010/02/el-milagroso-unguento-para-restablecer.html
Buena la hubieran hecho estos estudiantes si logran, con ocultación a Bibis y Leires, producir trillizos en cada moza de la casa del Corregidor.
Y a pesar de eso, un descendiente de don Luís sigue yendo cada semana a visitar la ciudad de Alcalá. El denominado Don José Luís de Valero.
Doña Candela, bella flor alicantina:
ResponderEliminarDecís bien al afirmar que en la Imperial Toledo no existían ni existen escaleras mecánicas. Sabed que en tal paraje todas sus calles y rúas son cuesta arriba, pardiez, y para más inri empedradas con guijarros extraídos del lecho del Tajo, con lo que la andadura y caminata se hace doblemente fatigosa y con riesgo de quebrantarse un hueso.
Cuando arribéis a Toledo elegid bien vuestro calzado evitando el tacón alzado.
Quedo a vuestra disposición, bella dama.
Javier ¿ese no es el enlace de los lances por las cavas madrileñas? Aunque los hechizos y brujerias le van más a las calles de Toledo. De épocas posteriores a la de D. Luis, cuentan que en las callejas de los alrededores del Alcazar, de noche, se escuchan lamentos de las almas en pena de los asaltantes durante la Guerra Civil. Y, la verdad, da un poco de yuyu..
ResponderEliminarD. Luis de Bazán, sabed que existe un parking casi a las afueras de la ciudad de Toledo desde el cual se ven unas escaleras de acceso o rampas mecánicas y en lo alto, la ciudad vieja. Muy práctico, cuando se viaja con criaturillas y bolsas repletas de enseres, doy fe.
Salvo que yo alucine -que pudo ser, por el cansancio y el calor- y las hayan desmontado y vendido como chatarra los secuaces de Bono para, posteriormente, gastarse el dinero en farras y haceos la competencia.
:D :D
DOÑA CANDELA
ResponderEliminarNo, no, esos lances del post que hablas de una bruja y la Inquisición, se desarrolla en TOLEDO. El titulado "Milagroso ungüento para......"
Doña Candela
ResponderEliminarMe constan las escaleras que se divisan del parking en las afueras de la ciudad, más VIVE DIOS, que en la parte vieja o en la Judería nadie osó profanar ni mancillar con tales inventos mecánicos un legado de siglos que está considerado como Patrimonio de la Humanidad.
Mis saludos, bella dama.
¡Que no..! Mira:
ResponderEliminar.....Este capítulo se desarrolla en el interior de una tasca-mancebía sita en la Cava Baja de la Villa y Corte de Madrid..????
Don luis, esas son. En la judería lo que deberían poner es una SAMU en cada esquina y regalar ibuprofenos para el dolor de pies de tanto pisar piedras en cuesta.
Saludos, Sr. de Bazán...
CANDELA
ResponderEliminarVamos a ver si me explico:
El presente capítulo se desarrolla íntegramente en Alcalá de Henares.
El capítulo referente al Mágico Ungüento para Restablecer Vergas, se desarrolla en Madrid en la Cava Baja y los hechos que en el mismo se relatan tienen como marco Toledo.
Por cierto ¿también lo has leído?..Jo,...
Un beso, Candelita.
ACABÁRAMOS. Yo tenía el recuerdo ( no lo he leído desde que se publicó) de que la acción era en Toledo. Veo que estaba equivocado y que Doña Candela está en lo cierto.
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