Ahmed Fouad, rey de Egipto

Ahmed Fouad conserva dos pasaportes en su escondrijo suizo. El primero, egipcio, oculta cualquier detalle sobre su selecto origen. El otro, monaguesco, da más pistas: en él figura como "su Alteza real". Aunque, si hacemos caso a Fouad, ambos documentos están equivocados: el título adecuado sería "Su majestad". Porque, desde su casa a las orillas del lago de Ginebra, este hombre de 58 años insiste en que es el último rey de Egipto. Y, con su país en llamas, cada vez más compatriotas están de acuerdo con él.

Todo comenzó en 1952, la anterior ocasión en la que el caos revolucionario se instaló en el país de los faraones. Una noche de julio, el rey y su familia zarparon hacia el exilio a bordo de su yate privado. Pese a que sólo tenía seis meses, Fouad era el monarca desde hacía varias horas: el último acto como rey de su padre Farouk había sido abdicar en él. Y como tal reinó durante casi un año, hasta que los generales que tomaron el poder en Egipto proclamaron la república.

Hoy 58 años después, Fouad vive pendiente de las noticias que aterrizan en su televisor desde la plaza de Tahrir. Quiere ser el primero en enterarse de si Hosni Mubarak se une al selecto club de jefes de Estado egipcios en el exilio.

¿Cree que será así? "No veo cómo podría sobrevivir en el poder", declaró esta semana al diario The Times. "Espero que la situación no sea muy anárquica, que no se derrame mucha sangre en las calles".

En la actualidad, el Gobierno de Mubarak no reconoce su título de rey. De hecho, muchos egipcios detestaron a su familia durante décadas por culpa de la extravagancia de su padre. Pero la situación ha evolucionado en los últimos tiempos.

"Antes éramos parias, decían cosas terribles sobre nosotros, pero ya no", declaró en septiembre al Wall Street Journal.

El detonante fue una serie televisiva sobre su padre que se convirtió en un exitazo de audiencia. Desde entonces, se han publicado numerosos libros sobre la familia. Jóvenes egipcios peregrinan a la tumba de Farouk, en la que el presidente Nasser permitió que lo enterraran. Y proliferan páginas de internet en las que se elogia a su dinastía.

Tras la revolución de 1952, Farouk, el padre, se instaló en Roma, pero a él lo enviaron a Suiza junto a sus tres hermanastras. En su infancia, Fouad sólo veía a su padre un par de veces al año. A su madre ni siquiera eso: a los pocos meses de exilio, se divorció de Farouk y regresó a Egipto. Así se gestó una vida plagada de reveses cuyo momento más trágico llegó con la muerte de su progenitor en 1965.
"Le perdí cuando más le necesitaba", declaró recientemente.

De joven, Fouad frecuentaba Montecarlo, donde se hizo amigo del príncipe Rainiero. Pero nunca disfrutó de la alocada vida de su padre, célebre por sus juergas, su glotonería y su afición al ligoteo. Él, sin embargo, jamás conoció la felicidad : sufrió depresiones, nunca consiguió un empleo estable y su matrimonio con una francesa fracasó.

Aunque fue consultor financiero en París, tuvo que dejarlo por su mala salud. Hoy colabora como embajador de una marca de relojes y dedica su tiempo libre a leer libros de historia, con la esperanza de escribir algún día las alambicadas aventuras de su familia.

"Incluso he tenido problemas para pagar la hipoteca", admite.

Su casa de alquiler es cómoda, pero no grandiosa, según The Times. Eso sí, en sus salones lucen alfombras persas, retratos de sus antepasados, una bandera egipcia y una felicitación navideña del príncipe Alberto de Mónaco. ¿Cómo paga todo esto? Según él, recibe el apoyo económico de "varias familias de Oriente Medio" que creen en la monarquía.

En 1991, Fouad regresó a Egipto por primera vez desde su infancia. Las autoridades permitieron el viaje, pero no le dieron ningún tratamiento oficial. Desde entonces, ha regresado en varias ocasiones, incluidos los funerales de sus hermanas. Al parecer, Mubarak no le consideraba una amenaza, así que le permitió visitar el antiguo palacio real.

"Vi la habitación en la que nací y la oficina en la que mi padre recibía a la gente... Fue muy emocionante".

En sus viajes, cada vez más egipcios se dirigen a él como "majestad". Dice que le agrada como reconocimiento a su padre, porque opina que ha sido "demonizado". Pero no cree que la nostalgia por el pasado sea tan intensa como para provocar una restauración.

Critica a Mubarak, pero con tibieza. Y, siempre que puede, enfatiza la necesidad de que el bloqueo se rompa por vías democráticas. "Quizá haya una transición suave", explica. "Me gusta ser optimista y espero que salga algo positivo de todo esto. Más democracia, una vida mejor para mi gente y un país mejor".

Eso sí, le gusta recordar los casos de monarquías cuya restauración ha servido para derrumbar tiranías. Y don Juan Carlos suele encabezar su listado de ejemplos: "A España le ha funcionado a la perfección", dice.

Menudo despiste tiene el mozo.

Y si él no llega a tiempo, siempre le quedará su hijo mayor, Mohamed Ali, el heredero de una extraña monarquía que, tras 58 años de exilio, se resiste a morir.

Tellagorri

NOTA

Para los que no conozcan al personaje de Farouk, último rey de Egipto, debo aclararles que era el golfo mayor de Europa y Africa, que vivía más tiempo metido en el Casino de Montecarlo que en Egipto. Y que disponía de una fortuna increiblemente inmensa porque sus derroches eran faraónicos.
Es el autor de la frase famosa de que "Pronto en el Mundo sólo quedarán cinco reyes : los cuatro de la baraja y el de Inglaterra".

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