28 febrero 2009

El complejo de ASTERIX



Goscinny y Uderzo se equivocaron. Aquel boscoso rincón de Armórica que imaginaron para su aldea de irreductibles galos estaba lejos de ser el más apropiado como modelo de un pueblo libre agredido por el imperialismo. Si hubiesen echado un vistazo por encima de los Pirineos no habrían tardado en darse cuenta de que en esta sufrida piel de toro podemos alardear de ser los campeones del mundo en materia de invasiones y opresiones.

El caso más llamativo –aunque sólo sea por la afición de sus hinchas a denunciar su opresiva situación mediante tiros en la nuca, lo que ha conseguido anunciar en todo el mundo que en las Vascongadas, además de los mejores cocineros televisivos, disfrutan también de los mejores asesinos de España– quizá sea el de los inconquistables vascos, ese pueblo milenario, descendiente en línea ininterrumpida de los cromañones autóctonos, que disfrutó de su independencia originaria bajo los fueros tan sabiamente otorgados por Tubal hasta que fue sometido por sucesivas oleadas de invasores españoles.

Primero fueron los leoneses a pesar de la tunda que recibieron en Arrigoriaga a manos del hijo del duende Culebro, el célebre Jaun Zuría, al que no le hizo falta caerse de niño en un caldero de poción mágica para dar su merecido al invasor. Sin embargo, la corona castellana no cejaría en el empeño de meter sus narices en tierras vascongadas, lo que provocó la participación de los vascos –y las vascas– en las cosas de España, pero, eso sí, a título de mercenarios a sueldo, nunca como españoles de pleno derecho, pues no en vano conservaron su independencia hasta que se la arrebataron en 1839 Espartero y su caballo al vencer su ejército español al ejército vasco de Carlos María Isidro.

Pero no quedó la cosa ahí, pues los españoles volvieron a las andadas, o más bien a las andanadas, poco después. Lo poquito de independencia que les quedaba lo barrió Cánovas en 1876 al vencer de nuevo con su ejército español al ejército vasco de Carlos VII.

Tras una breve recuperación de la independencia –en fecha y circunstancias desconocidas, todo hay que decirlo–, volvieron los irreductibles vascos a perderla, esta vez en 1937 ante las bayonetas del ejército español, en concreto de las Brigadas Navarras, bajo el mando de Franco. Desde entonces, los heroicos gudaris no se dan respiro en su empeño de recuperar la independencia cromañónica, para lo cual llevan causadas, en viril combate frente a frente, casi mil bajas al ejército invasor.

Junto a la irreductible aldea vasca está la no menos irreductible aldea catalana, conquistada por los españoles el 11 de septiembre de 1714, aquella sangrienta fecha que, cual la caída de Troya o el hundimiento de la Atlántida, ha pasado a los anales sobre todo por la inflamada proclama con la que el caudillo independentista y experto en fugas Rafael Casanova arengó a los barceloneses, envuelto en la bandera estelada, para que acudieran a los baluartes a defender con su vida “la honra y la libertad de los Països Catalans frente a la invasión española. ¡Visca Catalunya lliure! ¡Visca la República! ¡Mori España!”. O algo así.

Los sedicentes sucesores de Casanova, el muertito resucitado, mantienen encendida la antorcha de la resistencia exponiendo sus vidas en audaces operaciones en la retaguardia del ejército invasor, sobre todo derribando toros de Osborne.

Herederos también del gusto por las proclamas, explican con viriles palabras el objetivo perseguido con sus acciones taurófobas: “Cada vez que un símbolo español sea alzado, será abatido sin contemplaciones por los patriotas catalanes como muestra de nuestra voluntad irreductible de defender a ultranza nuestros derechos nacionales”.

La última acción de estos irreductibles ha tenido como objetivo el toro que se alza en el Bruc, lo cual es especialmente comprensible dado el carácter simbólico de dicho lugar, en el que los patriotas catalanes vencieron en 1808 al invasor español. O algo así.

Otro interesante asunto invasivo tuvo lugar por tierras de Nafarroa cuando al facha de Fernando el Católico se le ocurrió echar de Pamplona a la dinastía francesa de los Foix-Albret.

Los navarros defendiéronse bravamente al grito de ¡Gora Euskadi askatuta!, pero se vieron finalmente superados por los invasores castellanos, entre los que se destacaron los guipuzcoanos, que imploraron a la reina de España la incorporación a su escudo provincial de los cañones capturados en la batalla de Velate (¡Ké falta de konzienzia nazional baska, karamba!), lo que sucedió durante medio milenio hasta que fueron eliminados por los peneuvistas en 1979 para así legar a las generaciones venideras una historia baska como Sabino manda.

JESÚS LAÍNZ

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5 comentarios:

  1. muchas gracias por el premio y un cordial saludo

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  2. GMAIL no reconoce la dirección de correo blogosferahispanica@gmail.com.

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  3. AMIGO RIDDICK me alegro de que te guste el premio, y no dudes de que, si te ha tocado, es porque te lo mereces. Bueno, a mí me ha caído igual de rayo que a tí.
    Cordiales saludos

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  4. Cuanta bonita foto y cuanto canalla suelto, me gusta su blog!!.
    vitalistayoptimista

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  5. BORJA, gracias. Esas es la frase que más nos gusta a algunos blogueros : ME GUSTA TÚ BLOG.

    Si tienes uno, Borja, dílo y en cualquier caso espero leer más comentarios tuyos.
    Cordiales saludos

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