Ropón Tain

El juez Taín no es un juez corriente. Desprende afabilidad por todos los lados. Sorprende su humildad en el trato cuando hablamos del instructor del caso Asunta y del robo del Códice Calixtino, así como del peligroso cartel de Vilagarcía de Arousa, la que fuera capital del narcotráfico gallego.

El juez, que también colaboró en la instrucción del accidente del Alvia que dejó 80 muertos, es cinturón marrón de yudo y escritor de cierto éxito de unas novelas cuyas tramas dicen que recuerdan demasiado a casos en los que él mismo ha trabajado.

P.- ¿Qué le lleva a usted a ser juez?
R.-Yo quería ser Fiscal pero cuando preparo las oposiciones decido  ser juez, porque coincide con mis deseos de defender el derecho de los pobres o los débiles.

P.- De hecho a usted le llaman el Robin Hood gallego…
R-Eso es por mi primer destino. Voluntariamente decidí trabajar en Vilagarcía de Arousa, y a todo lo que allí vive le debo mi forma de ser, actuar y trabajar.

P.- ¿Y cómo se mete allí? la mayoría de jueces saben que es un lugar de paso y usted llegó a renunciar a un ascenso por continuar con aquella labor…
R.- Y eso no gustó a la Audiencia Nacional. Pero un primer destino como ese es muy complicado: son lugares cuya idiosincrasia de fronterizos les da un carácter dificultoso por determinados géneros delictivos muy específicos de esa zona. Allá por 1600, la Santa Inquisición envió a unos emisarios desde Valladolid para evitar el contrabando de libros en las costas gallegas, lo cual fracasó porque éstos terminaban sobornados. Es decir, el contrabando (ahora narcotráfico)  lleva haciéndose allí desde tiempos remotos, y esto ha de tenerse en cuenta a la hora de luchar contra ello.

P.- ¿Y por qué no se elimina el narcotráfico?
R.- Porque el dinero recaudado lo tiene que manejar un entramado fiscal lo suficientemente eficaz como para blanquearlo, amén de tener el amparo de una entidad política. No son cuatro locos que cargan droga en un barco corriendo por las playas. Es un entramado mucho más difícil que entraña a bancos, abogados, políticos, policías… 

P.- Lo dice usted con tanta naturalidad que asusta.
R.- Claro, porque cuando uno es conocedor de que altos cargos de la Guardia Civil, a través de los servicios secretos marroquíes, han establecido un entramado para implicarme en un cargamento de cocaína y meterme en la cárcel, eres consciente de que la implicación policial es algo normal. Dos mil kilos de cocaína, tras gastos y sobornos, conllevan un beneficio neto de seis millones de euros. Evidentemente, un traficante prefiere gastar dos millones en sobornar gente que ahorrárselos y acabar entre rejas. 

P.- ¿Es cierto que, a veces, cuando se incauta un importante alijo, lo que aparece en la comisaría es sólo un 5 o 10% del montante real de la operación, desviando la carga restante al comprador gracias a falsos chivatazos y sobornos policiales?
R.- En todas mis operaciones siempre tuve claro que en la foto aparecían Policía Nacional, Guardia Civil o Vigilancia Aduanera, además correlativos. Lo que sí era muy común en grandes operaciones era lo que llamamos aprehensión sin reos, es decir, que se incautaban grandes alijos pero había pocos detenidos. Un soplo, algo rápido, pero que justificaba una estadística. 

P.- O sea, que la problemática real del narcotráfico es mucho más compleja de lo que parece…
R.-Conoces ese mundo lo mismo que ellos nos conocen a nosotros: cambian las rutas y las formas de trabajar ya que nuestras investigaciones llegan a sus abogados que, a su vez, les aleccionan para que eviten la cárcel. Aún así, en esos años realizamos 19 macro-operaciones de tráfico de estupefacientes, una con siete toneladas de cocaína incautada y 57 detenidos condenados. 

P.- ¿Nos cuenta alguna anécdota?
R.- Ha habido muchas. Durante una compleja investigación les poníamos motes a todos los imputados. A uno le llamábamos el "Cuatro jinetes vienen de Bonanza" pues tenía la costumbre de tararear dicha cancioncilla. Y recuerdo que, estando ante él mientras fumábamos, se me ocurrió, mirando a la pared, canturrear la citada tonadilla, a lo que respondió: "Señoría, ¿lo sabe usted absolutamente todo de mí?". Yo le dije: "Y más". A lo que el acusado terminó diciéndome: "Bueno, pues subamos arriba. Voy a confesar", y cambió toda su declaración. Usábamos mucho esta clase de argucias.

P.- ¿Qué opina de la política corrupta?
R.- No es que la política sea corrupta, sino que en este país nadie le pide al fontanero que le haga la factura con IVA. Por porcentaje, somos el país europeo con más pensiones no contributivas, subsidiarias o de ayuda. En España se usa la excusa de que ya que los políticos roban, yo también lo hago. La picaresca española es algo muy popular, de modo que en todos los colectivos, incluido el mío, nos encontramos a gente de toda clase y condición. Aún así, hay mucha gente obsesionada con la corrupción o el blanqueo de capitales cuando hay más policías municipales poniendo multas en cualquier ciudad pequeña que verdaderos especialistas en delitos económicos investigando asuntos de corrupción. Es triste pero es así de real. 

P.- Pero nuestros gobernantes deberían de dar ejemplo, ¿no cree?
R.- No somos capaces de entender la capacidad de corrupción que tiene el sistema capitalista. Hay que tener una personalidad muy especial para que un narco te ofrezca 10 millones por una colaboración y sepas decirle que no. 

P.- ¿Y cómo le afectaban a usted todas sus investigaciones desde el punto de vista más humano?
R.- Llegué a vivir un drama personal: un condenado por mí, tras salir de la cárcel, llegó a intentar quemar a mi hijo con ácido, pero se equivocó e hirió a tres compañeros suyos de clase en la parada del autobús. Ahí adquieres la conciencia material y real de lo que es el peligro. 

P.- ¿Qué echa en falta en la Justicia?
R.- Los medios. Somos la administración más pobre del Estado y estamos a niveles tercermundistas. Si vas al ayuntamiento más recóndito de España cualquier expediente está digitalizado, mientras que en Justicia aún tenemos que consultar legajos llenos de polvo y grapas. Los políticos siempre dicen que van a agilizar la Juicia poniendo una ley que diga que se instruya en tres meses. Yo respondo que me encantaría poner yo otra ley para que cuando el presidente del Gobierno diga que va a solucionar el paro en seis meses, lo cumpla o se le revoque del puesto. Los plazos impuestos por leyes son absurdos: lo que hay que hacer es poner los medios idóneos para que puedan cumplirse.


(Por David Cuevas C.)