25 julio 2016

SANTIAGO, la leyenda y la razón


¿Quién era Santiago? En realidad se llamaba Jacob (nombre hebreo que en cristiano equivale a Jacobo o a Santiago).

Era hijo de Zebedeo y Salomé y hermano mayor del también apóstol Juan (el presunto evangelista). Jesús llamaba a los dos hermanos boanergues (hijos del trueno). Santiago era pescador cuando se encoló en la troupe de Jesús. Fue uno de los que presenció la Transfiguración en el monte Tabor

Diversos apócrifos neotestamentarios (entre ellos El libro de la Dormición de María), aseguran que cuando Jesús se apareció a la Virgen para anunciarle que le había llegado la hora de la muerte, ella le expresó su deseo de despedirse de los apóstoles y que Jesucris­to, como no sabía negarle nada, que por algo era su Madre, le con­cedió que pudiera hacerlo antes de subir al Cielo (la Abducción o Asunción).

Ya en su vejez, la Virgen vio mundo y viajó lo que no había viajado en su vida (por eso es patrona especial del Imserso) ya que los apóstoles, debido a sus predicaciones, se hallaban dispersos por todo el Mediterráneo.
A Santiago se le apareció en Caesarau­gusta (Zaragoza) encima del fuste de una columna o pilar (origen de la Virgen del Pilar).
Objetan los hipercríticos que lo de Santiago en España son leyendas sin base histórica porque Santiago nunca pudo venir a Es­paña, dado que Herodes Antipas lo ejecutó en Jerusalén en el año 44.

Si tuvieran sólo un poquito de fe reconocerían que a menudo los designios de Dios alteran la percepción temporal de los hombres y que, desde esa razonable perspectiva, es lícito pensar que Dios comprimiera el tiempo de Santiago de manera que pudiera realizar ese apostolado entre las gentes de Iberia antes de su martirio y muer­te.
La Iglesia acepta la piadosa tradición como verdad revelada, el Papa Juan Pablo II (infalible, inspirado por el Espíritu Santo) adoró la tumba de Santiago en Compostela.

¿Necesitamos más pruebas de que el apóstol Santiago evangelizó España?

Según la leyenda, los discípulos de Santiago respetaron su de­seo de ser enterrado en España, de la que tan buenos recuerdos guardaba, y llevaron su cadáver por el mismo itinerario seguido en vida hasta las costas de Galicia en una embarcación de piedra que desafiaba por igual la ley de la gravedad y las tempestades.
Contra todo pronóstico, la barca de piedra cruzó el Mediterráneo, pasó el estrecho de Gibraltar, bordeó las costas del moderno Portugal y fue a encallar en su destino, Iria Flavia, municipio de Padrón.

Alrededor del año 813, reinando Alfonso II el Casto, un ermi­taño llamado Pelagio observó unas luces misteriosas en el monte Libredón y se lo comunicó al obispo Teodomiro, de Iria Flavia.
El obispo cavó en el lugar de las luces (no personalmente, cla­ro, sino por medio de peones) y apareció una tumba con un cadá­ver decapitado que sostenía la cabeza debajo del brazo.
¿Quién po­día ser? Sumemos una luz milagrosa a un esqueleto con la cabeza entre el cúbito y el coxis. ¡Santiago apóstol, naturalmente!

Volaron cartas al Papa (León IlI) y la noticia se divulgó urbi et orbi.

Alfonso II el Casto, un hombre pío y temeroso de Dios, como su propio nombre indica (a su esposa, presuntamente molesta por la escasa actividad marital, la silencian los textos), construyó una iglesia para guardar la supuesta tumba de Santiago.
El camino de peregrinación a la tumba del apóstol, el tercer objetivo de los peregrinos medievales, después de Roma y Jerusa­lén, ayudó a cristianizar ciertos ritos ancestrales relacionados con la peregrinación a la morada de los muertos en el fin del Mundo (Finis Terrae).Useáse, ya era lugar de peregrinación desde tiempos remotos y por paganos, pero ahora se cristianiza algo que antes sólo era costumbre pagana

El 23 de Mayo del año 844 las huestes cristianas de León y Castilla se enfrentaron con los moros en el que se denominaría Campo de la Matanza, no lejos de Clavijo (en La Rioja).
En el momento más apurado de la batalla, cuando las huestes cristianas desmayaban frente a la morisma vociferante y fiera, en el momento culminante en el que la suerte de los reinos cristianos estaba casi perdida, el apóstol Santiago descendió del Cielo, majestuoso, cabalgando su caballo blanco, espada en mano, a bandera desplegada, y arreme­tiendo contra los moros los segó como la cosechadora siega las mie­ses, que por donde pasa va dejando la tierra en rastrojos.
Fue como la aparición del séptimo de caballería, el trompeta tocando paso de carga y degüello (pa paraba pa pa pa pa para ba papa) en el momento en que los indios son tan numerosos y desconsiderados que el destacamento sitiado está a punto de sucumbir.

En agradecimiento por la ayuda del apóstol, el rey Ramiro I prometió solemnemente que, en adelante, y a perpetuidad, ofrece­ría a la Iglesia de Santiago las primicias de los trigos y las vides de sus dominios y al apóstol Santiago le correspondería una parte del botín tomado a los moros.
A esa promesa se llamó el voto de San­tiago.

Los habitantes de la jurisdicción arzobispal (que abarca de las Rías Bajas a La Rioja, ¡casi nada!) lo satisfacían religiosamente so pena de nefastas consecuencias tanto espirituales como temporales. A ello se sumaban los diezmos y primicias que obligaban a todos los españoles (el consabido ordeño y esquileo de las ovejitas de la Igle­sia).

"Una de las mayores estafas de nuestra historia", llaman los historiadores hipercríticos al voto de Santiago.
Desmontemos esa calumnia.
Es cierto, y no hay inconveniente en reconocerlo, que, como todo lo demás relativo a la Iglesia (sus predicaciones, sus promesas y sus dogmas), el voto de Santiago falta a la verdad. Es cierto, en puridad, que la batalla de Clavijo es enteramente imaginaria y, por lo tanto, el apóstol Santiago nunca descendió del Cielo a matar moros por más que nos sea tan familiar esa estampa suya a caballo descabezando sarracenos.
Sí. Todo esto es cierto. Pero no es menos cierto que el famoso voto se derogó y ya no está vigente. Por lo tanto no guarda relación alguna, como esos maliciosos desinformados creen, con los millo­nes de euros con los que la Hacienda pública española sufraga año tras año el sostenimiento del clero y de la Iglesia, tanto si los con­tribuyentes marcan la casilla correspondiente en la declaración de la renta como si no lo hacen.

¿Que ello vulnera la Constitución? ¡A la mierda la Constitu­ción! (Y ustedes dispensen la manera de expresarme, pero es que tanta cerrazón me saca de quicio.)

¿Acaso no tiene preferencia la Biblia sobre la Constitución? ¿Vamos a supeditar un texto dictado por Dios, ¡nada menos!, al producto de la evacuación mental de media docena de supuestos "padres de la patria" puestos a organizar una democracia convivencial como si no tuviéramos ya a los obis­pos para pastorearnos?

Natural.

Tellagorri

6 comentarios:

  1. Es bien sabido que la sepultura que halló Teodomiro era la del obispo HEREJE Prisciliano, a quien iban a poner flores muchos gallegos de aquella época. Y para conjurar tal veneración por un hereje, se inventaron (Teodomiro y Roma) que eran "los huesos del Apostol Santiago".

    Y la gran mentira, insostenible de cualquier forma, sobrevive por encima de siglos y de raciocinios.

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    1. DOÑA SUSANA.
      Sí, eso se cuenta respecto a la época : el deseo eclasiástico de arrrumbar, excluir de la mente de las gentes las predicaciones del prestigioso obispo Prisciliano.
      Lo que sí son seguros son los datos de que la batalla de CLAVIJO no existió jamás, y lo de que en barca de PIEDRA dificilmente nadie ha podido cruzar el Mediterraneo hasta el Atlántico.

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  2. Lo de Prisciliano tampoco es que sea algo muy creíble, desde luego es más probable que lo de Santiago por aquello de que este obispo era hispano, pero la verdad que tampoco es que haya muchas fuentes al respecto. Puede ser cualquiera, o incluso una serie de huesos de diversos orígenes. Lo que está claro es que la iglesia ha sabido sacar buenos réditos del asunto, y los seguirá sacando durante muchos años.

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    1. DON CSC.
      Al parecer y por los escasos documentos que sobre el tema existen, sí existió la figura de Prisciliano, carismático y con muchos seguidores, y por ello condenado a muerte por decapitación.
      Ya lo de el pastor Pelagio y el obispo Teodomiro descubriendo luces nocturnas sobre una tierra de monte, y tras ello declarando que era Santiago Apostol, es otro cantar. Pero muy propio de la época ya que los huesos de santos eran la más precida reliquia y tesoro que ansiaban los reyes aquellos analfabetos.
      Por tanto cualquier tipo de restos humanos hallados en un surco les valía como excusa.

      Y a la Iglesia a lo largo de los siglos el cristianizar al modo suyo un Camino que ancestralmente ya era seguido por miles de personas en busca del Finis Terrae, le ha resultado un chollo, tal como comentas.

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    2. Y también restos no humanos.... cualquier hueso vale. La venta de reliquias durante la edad media y buena parte de la edad moderna (e incluso hoy en día) ha sido buen negocio.

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    3. DOPN CSC.
      Sí, está el tema muy documentado en varios libros, como por ejemplo uno de Torbado y otro titulado "Peregrinatio" de Matilde Asensi.

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