26 septiembre 2015

El Otoño adormece

¿Puede un salto del termómetro afectar al cerebro de forma determinante?
Estudios llevados a cabo en los años noventa en la Universidad de Southampton, Inglaterra, revelaron que la mayoría de los adultos, al menos el 90%, experimentan cambios sutiles en el estado de ánimo, energía y sueño cuando cambia la estación. Esos estudios sirvieron de base para ahondar  en una serie de síntomas que aparecen vinculados a las variaciones de luz y clima.

En la recién estrenada estación, el cambio más importante en cuanto al funcionamiento del cerebro se produce por el menor tiempo de luz solar (cada día perdemos 3 minutos de la misma), elemento clave en la producción de ciertas hormonas. La principal, la melatonina, una hormona que se produce en mayor cantidad en la oscuridad (por lo tanto, habrá más cuantas menos horas de luz) y es la que influye en que tengamos más sueño (pero también peor ánimo, más hambre y más frío).

Y luego está el cambio de hora  (el próximo 25 de octubre, a las tres de la mañana serán las dos), que nos somete a “un esfuerzo adaptativo notable”. Es como un jet lag en versión cambio horario”.

Esta ausencia de luz, más que tristeza, genera letargia, lentitud, como espesura. Si uno duerme de más le pasa esto, el cuerpo se ralentiza, se pone a hibernar, le cuesta más pensar, está más retraído socialmente, come más, normalmente, carbohidratos, y entra en una especie de estado de retiro que puede acabar en síntomas de desánimo”, detalla Bulbena.

Una revisión de estudios publicada en The Journal of Rheumatology constata que aquello de predecir los cambios de tiempo no son cosas de viejos, y que realmente la humedad perjudica a las personas con artritis, mientras que otras investigaciones han refrendado la idea de que el frío intenso y la baja presión atmosférica (hola, otoño) aumentan el dolor en las articulaciones de los reumáticos.


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