La primera vez que pisó Pattaya, Sylvester era un soldado americano de permiso durante la Guerra de Vietnam y la localidad tailandesa una aldea de pescadores. Cuatro décadas después, nada es lo mismo para ninguno de los dos. Aquel insignificante pueblo costero es hoy una ciudad de 300.000 habitantes, reputación dudosa y destino favorito del turismo sexual. Y Sylvester, uno de los extranjeros que vagan por sus calles, duermen en sus playas y viven de la caridad.
Al caer la noche, Sylvester y otros extranjeros se reúnen en el paseo marítimo en busca de algo de dinero, comida o alcohol. Sólo en Pattaya viven una treintena de indigentes llegados desde Estados Unidos, Holanda, Reino Unido o Italia. Los hay que vinieron a disfrutar de los excesos que ofrecía la ciudad y acabaron atrapados en el alcohol y la prostitución, otros que se arruinaron tratando de abrir negocios y una mayoría que quedaron prendados de mujeres tailandesas, perdiéndolo todo tras la separación.
La Fundación Issarachon, una ONG local, asegura que más de 200 extranjeros viven desamparados en Bangkok y Pattaya. La mayoría son hombres de entre 30 y 60 años que salen adelante gracias a pequeños trapicheos, limosnas y la asistencia de ONG que se saltan la norma que impiden socorrer a indigentes foráneos.
En ocasiones se les puede ver hurgando entre las sobras de los McDonald’s y los supermercados.
La comunidad extranjera de los sin techo aún no se ha repuesto de la pérdida del más carismático de sus miembros. Tony, de 44, murió de cirrosis en febrero tras tres años vagabundeando por Pattaya. El ingeniero holandés visitó Tailandia hace 20 años y se quedó prendado de su vida nocturna, entrando en una espiral de drogas y mujeres que le llevó a perder los negocios que le habían convertido en un hombre adinerado. Tuvo dos hijos con una tailandesa, pero terminaron abandonándole.
Los planes de repatriación chocan, casi siempre, con la negativa de los sin techo a regresar a sus casas. Reunidos alrededor de cerveza, en el paseo marítimo de Pattaya, varios de ellos aseguran que no se plantean volver.
D. Jimenez
pattaya occidentales
Estoy viendo a los compañeros de un moderno Lord Jim,con un final ms oscuro desgraciadamente q el de Conrado y era difícil!
ResponderEliminarMARGTARITA
EliminarEsa novela de Conrad y el final del marinero Jim es más honroso y digno que el de estos pobres desahuciados de la vida por causa de sus vicios.
Que triste..irte a donde dios perdió las zapatillas, y acabar así bien por tus vicios, bien porque el divorcio te lo quita todo. Y peor aún es ver que muchos no se plantean salir de esa espiral o siquiera de intentar volver a empezar.
ResponderEliminarGente cuya única meta es amanecer de nuevo, tal vez.. Posiblemente no sea tan raro cuando crees que no hay nada por lo que luchar.
SEÑOR OGRO
EliminarLa explicación creo que está en lo que comentas : "Creen que no hay nada por lo que luchar".
Ese modus vivendi es la simbología de la derrota vital.
Triste
ResponderEliminarDON MAMUNA
EliminarY deprimente.
Posiblemente muchos de ésos que se resisten a ser repatriados es porque en sus países de orígen no se atreverían o les daría vergüenza malvivir de esa manera.
ResponderEliminarDON BWANA
EliminarCon toda probabilidad es eso lo que les sucede : no se atreven a enseñar sus fracasos en su pueblo.
No hay que irse tan lejos amigo Tells. También los hay en Madrid.
ResponderEliminarVisita el albergue de San Martín de Por res en Caño Roto por Carabanchel y conocerás al slguno.
Aunque estos tienen más suerte. Además algunos los llega al rehabilitar la Iglesia
DON CHAFAS
EliminarSí no dudo que en Madrid o en Burgos los hay también a montones y que los centros de la Iglesia les salvan de tirarse de un quinto piso. Pero lo triste es vivir así a miles de kilómetros de tu pueblo, entre gentes que antes eran miserables por pobreza, y no te atreverte a dejar todo y volver a casa.