No fue una batalla de dimensiones épicas, pero marcó a fuego el devenir de España. Hace 492 años, la localidad vallisoletana de Villalar fue testigo de la sangrienta contienda en la que los soldados de Carlos I aplastaron sin piedad al ejército comunero, contrario, entre otras cosas, a un rey que consideraban inexperto y que anteponía las necesidades alemanas a las españolas
De esta forma, la contienda supuso el principio del fin de la Guerra de las Comunidades de Castilla, un conflicto que, a base de pica y arcabuz, tuvo en jaque al ejército del rey durante más de un año. Sin embargo, todo acabaría con la decapitación de los principales líderes comuneros capturados en Villalar.
En este caso, y tras la masacre de un millar de soldados revolucionarios, no hubo piedad para los considerados como traidores.
Para hallar los orígenes de la revolución comunera es necesario retroceder nada menos que hasta 1516. En este año, y con apenas 16 veranos a sus espaldas, Carlos I informó a España de que tenía intención de coronarse rey.
"La llegada de un bisoño monarca “extranjero”, que apenas sabía hablar español, generó gran inquietud en las ciudades castellanas. Ya por entonces, el ambiente político estaba demasiado enrarecido a los vaivenes sucesorios, capaces de minar considerablemente la lealtad de los súbditos", determina el doctor en Historia Contemporánea Enrique Berzal de la Rosa .
De hecho, y según se afirma en documentos de la época recogidos por Berzal, de él se decía que tenía "una mandíbula muy pronunciada" y que "miraba como un idiota". La situación terminó explotando en 1520 en Toledo, donde cientos de ciudadanos se amotinaron contra las decisiones del Rey. El mayor grado de violencia se alcanzó en Burgos y Segovia. De hecho, en esta última se llegó a asesinar a golpes y colgar de los pies a varios partidarios de Carlos I. La guerra acababa de comenzar.
Los revolucionarios pretendían "reservar cargos públicos y beneficios eclesiásticos a los castellanos, prohibir la salida de dinero y designar a un castellano para dirigir el reino en ausencia del rey", según determina el autor. Los comuneros, incluso, llegaron a tener varias entrevistas con la reina Juana, más conocida como “la loca”, quién ofreció en principio su apoyo a la causa. La suerte estaba echada y, tras no obtener resultados políticos, los comuneros se decidieron a entablar batalla bajo la dirección de Juan de Padilla.
Sin embargo, y a pesar de los reveses iniciales, Padilla logró dar un golpe de efecto y conquistar el castillo de Torrelobatón (en Valladolid), un enclave de gran importancia táctica y donde, para su desgracia, se iniciaría el declive de la revuelta. El condestable pasó revista a 6000 infantes y 2400 jinetes. Por su parte, Padilla contaba con 6000 soldados, entre ellos 400 lanzas y 1000 escopeteros, una cantidad que no consideraba adecuada para enfrentarse a los realistas, a los que el terreno ofrecía grandes ventajas.
Por ello, y tras unos días de duda, decidió partir hacia la ciudad de Toro donde, con la población a su favor, pretendía resistir hasta la llegada de refuerzos. No obstante, la tardanza en abandonar el lugar hizo que el ejército del Rey se terminara de formar e iniciara su persecución. Ahora, las tropas de Padilla trataban de huir a marchas forzadas a través de la campiña española mientras sus enemigos les pisaban los talones.
Para poder parar su avance, los seguidores de Carlos I enviaron a sus jinetes con órdenes de interceptar a las tropas de Padilla y detenerlas el tiempo suficiente hasta la llegada de la infantería. Para desgracia de Padilla, cuando la caballería realista les divisó el 23 de abril, sus tropas se encontraban extenuadas y entorpecidas por el barro. Los jinetes del Rey, por su parte, no tuvieron piedad. Sabedores de su ventaja, no dudaron ni un minuto y cargaron contra la retaguardia de las tropas comuneras, que no tuvieron tiempo de formar para hacer frente a su nuevo enemigo y cayeron a cientos bajo estocadas y caballos encabritados.
Así, Padilla espoleó a su caballo y, acompañado de otros militares, hizo una última carga que provocaría su captura. Finalmente, y tras pocas horas, llegó la infantería del ejército realista con la intención de entablar combate. Lo que desconocían era que el enemigo ya había sido derrotado por la avanzadilla, la cual había causado aproximadamente un millar de bajas y había capturado, además de a Padilla, a Juan Bravo y Pedro Maldonado (tres conocidos líderes de la revuelta).
Tras la derrota, los prisioneros fueron trasladados a Villalar, donde se llevó a cabo un juicio en el que se les condenó a pena capital: morirían decapitados ese mismo día por ser capitanes comuneros. Sólo se salvó Pedro Maldonado que, sin embargo, fue ejecutado en Simancas algunos meses después.
Justo antes de ser ajusticiados, los líderes comuneros protagonizaron una última anécdota que quedaría grabada en la Historia. "Como Juan Bravo oyó decir (…) que los degollaban por traidores, volvióse al pregonero verdugo y díjole: “Mientes (…); traidores no, mas celosos del bien público sí, y defensores de la libertad del Reino. (…) Y entonces Juan de Padilla le dijo: Señor Juan Bravo, ayer era día de pelear como caballero, y hoy de morir como cristiano”, recoge en un texto de época el historiador.
NOTA DEL BLOG
Lo que los Comuneros exigian era simplemente que el dinero que ellos aportaban en impuestos no fuera empleado en las actuaciones de Carlos I en Europa, y de que los cargos públicos castellanos estuvieran en manos de castellanos y no de flamencos traídos por el emperador desde Gantes.
villalar quinientos
No se andaban con chiquitas en esa epoca, ni unos ni otros. Entre aquello y la indefension actual contra los que hoy mismo pretenden atacar la sede representativa, debería haber un trecho. Ello a pesar de lo que el subnormal de Moliner, depositó ayer.
ResponderEliminarEl cuadro del final me ha traido recuerdos, recuerdo haberlo tenido en forma de cromo en una de aquellas colecciones que hice de chaval.
SEÑOR OGRO
EliminarNo nos vendría mal un poco de aquella medicina que usaban en Castilla en los años 1500.
Aquellos castellanos del campo y de los burgos defendian algo que hoy se ve como absolutamente exigible : que no sean los extranjeros los que ocupen los cargos públicos, y que el dinero no vaya a financiar Ikastolas en Guatemala o en Zambia como ahora hacen algunos con nuestros impuestos.
Tanto hablar de "derechos históricos" y los que más podrían presumir de ellos son los aragoneses y los castellanos. Imagínate que algún maño jarto de Cariñena comienza una campaña para exigir la soberanía aragonesa de casi toda Italia, y los castellanos a pedir que Holanda y Bélgica son "provincias" castellanas.
Los apañoles semos asín... es cierto como comentas que un simple condado puesto por Carlomagno para que los moracos no pasaran a Francia y que fue parte de la Corona de Aragón (eso sí que es un territorio histórico) se invente los Países Catalanes o que algo inexistente hasta hace 4 telediarios y que llaman euscalerria pretenda nada menos que incorporar todo un reino de Navarra (otro territorio histórico), está claro que los que mejor viven son los nazios vascos y catalanes, tienen mucho tiempo libre pa tonterías.
ResponderEliminarDe todos modos es curioso como Carlos criado fuera de España reinó aquí y su hermano Fernando criado en España fue emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (vale que a la muerte de su hermano).
Veremos si no acaba parecido lo que los de extrema izquierda pretenden hacer esta tarde en la capi...
DON ISRA
EliminarSin duda no hay que debatir sobre lo que comentas : un condado franco y un señorío navarro-castellano transformados en Reichs de mil años. He sido incapaz de entender, hasta hace poco, cómo gente racional y laboriosa se ha tragado esa ISTORIETA exactamente igual que las mandangas que soltaban los frailes antes desde los púlpitos sobre el Santo Prepucio o el Brazo de Santa Teresa.
El emperador tendría sus razones pero era, como dices, mucho más adecuado para sucederle como rey de España su hermano Fernando. Que era más madrileño que el chotis.
Nada, no ocurrirá nada. Porque esos zurdosos gustan del ruído alborotado y de salir en los papeles pero temen a los guardias más que a la Peste Negra.