03 marzo 2013

Las mujeres

Harriet Beecher Stowe
La tradición judeocristiana era profundamente misógina y se asentaba en una interpretación sin matices de las Escrituras. Los primeros siglos del cristianismo resultaron tan severos con el género femenino, que hasta se discutió si las mujeres tenían realmente alma, o si eran criaturas endemoniadas puestas en el mundo para la perdición de los hombres, debate que se zanjó en el siglo V durante un apasionado concilio de obispos en el que, finalmente, se aceptó la idea de que las mujeres también estaban dotadas de espíritu.

En todo caso, durante siglos las mujeres no pudieron educarse, ni pertenecer a la alta estructura jerárquica de la Iglesia. Tampoco, llegada la Edad Media, fueron admitidas en los gremios, en los que hubieran podido adquirir ciertas destrezas profesionales o artesanales.

De manera que, incultas y sin oficio ni beneficio, quedaban condenadas a realizar tareas domésticas, sometidas a una absoluta dependencia del hombre, incluso en el terreno jurídico, dado que ni siquiera podían contratar o acceder a la propiedad sin el consentimiento del padre o del marido.

Esa situación no cambió sustancialmente con el paso del tiempo, y hasta hubo periodos en los que pareció agravarse, como sucediera en los siglos XV, XVI y XVII, cuando se desató una cruel persecución de personas acusadas de brujería, generalmente mujeres viejas e indefensas que, con frecuencia, fueron víctimas de una combinación de miedo, histeria y superstición que, a los ojos de las fanatizadas autoridades religiosas y de la Inquisición, parecía demostrar que estaban poseídas por el diablo.

Más de cien mil de estas pobres mujeres terminaron en la hoguera o en la horca como consecuencia de la represión religiosa.

Entrado el siglo XIX, poco a poco la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres fue cobrando fuerzas. Para las mujeres resultaba obvio que la lucha por conquistar un lugar digno en la sociedad pasaba por acceder al voto. Ése fue el nacimiento del movimiento de las sufragistas, especialmente combativo y vibrante en el mundo anglosajón. Una vez logrado el objetivo de poder elegir o de ser electas, las mujeres podrían continuar luchando por eliminar el resto de las humillantes discriminaciones que padecían.

En 1833, por primera vez en Estados Unidos una universidad decidió aceptar a estudiantes de ambos sexos bajo el mismo techo. Era un acto audaz que colocaba a hombres y mujeres en el mismo plano académico y les permitía competir. Fue el Oberlin Collage, y enseguida se comprobó que las mujeres no eran intelectualmente inferiores a los varones. Seis años más tarde, en Mississippi se aprobó una ley que otorgaba derechos de propiedad a la mujer dentro del matrimonio. En 1852 sucedió algo hasta entonces desconocido: la obra de una mujer norteamericana se convirtió casi instantáneamente en un enorme bestseller internacional: se trataba de La cabaña del Tío Tom, una novela recorrida por una gran simpatía por los negros esclavos escrita por Harriet Beecher Stowe.

Nueva Zelanda, en el Pacífico Sur, una colonia británica dotada de autogobierno, fue el primer lugar en la historia moderna de Occidente en conceder el voto a las mujeres. Lo hizo en 1893. La noticia dio la vuelta al mundo rápidamente. En 1901 Australia siguió el ejemplo de su vecina. Finlandia lo hizo en 1906, Noruega en 1913 y Dinamarca e Islandia en 1915. Holanda y Rusia en 1917. Finalmente, en 1918 los ingleses concedieron el voto a las mujeres mayores de treinta años. Una década más tarde reducirían la edad a 21, la misma exigida a los varones. En Estados Unidos las mujeres lograron votar a partir de 1920.

En Europa, Francia e Italia esperaron hasta 1945, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, la nación del Viejo Mundo que tardó más en admitir el sufragio femenino fue la muy democrática Suiza: hasta 1971 no se otorgó el voto a las mujeres.

Por  Montaner


8 comentarios:

  1. Respuestas
    1. DON OLOV
      Me alegro de que te resulte "orientador".
      Yo conocí la época, todo el Franquismo, en que las mujeres no podiaan casarse sin permiso de los padres antes de los 25 años, y que las esposas paraa viajar (en tren o en autobús) solas debian de llevar un certificado marital que las autorizaba a ello.

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  2. es indiscutible la Historia. Y del islam ya ni hablamos. (me reí mucho con el perfil q me dejaste, gracias, tiene tela ese menda)
    saludos blogueros

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    1. DON JOSÉ ANTONIO
      Lo del Islam es permanecer como en tiempos anteriores a ese Concilio de ovbispos del siglo IV. Los que discutían si las mujeres tienen ESPÍTIRU. Qué pandilla de ignorantes porque hasta los bebés saben que las riendas de toda casa las llevan ellas. Y el que no lo admita va dado. Si tendrán "espíritu".

      Ese perfil es de auténtica carcajada pero lo grave es que ES REAL y está en el blog del interfecto ahorita mismo. No es una chufla irónica.

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  3. Hombre, para violar un monaguillo también vale una escoba...me imagino que en parte eso ocurría porque les bastaba con mandar en casa, si en el momento que se lo han propuesto la mayoría han conseguido castrarnos imagínate en 50 años... reducidos a tareas reproductivas.

    Por cierto, quienes hicieron mucho por las mujeres españolas fueron las republicanas como la Nelken... ¿verdad?, valiente hija de puta.

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    1. DON ISRA
      Sí, debe de ser que durante siglos les ha bastado con mandar y organizar la vida de los hombres y no aspiraban a más. Al fin y al cabo, tuvieran derecho o no, todas las propiedades de los maridos las manejaban ellas en exclusiva.

      No habrán estado en Política sentadas en escaño pero las decisiones políticas las han tomado ELLAS siempre. Y la cosa no tiene vuelta desde que alguien inventó esa maldita MANZANA ( no la Newton, sino la otra).

      No hablemos de esa cuadrilla de mariconas de la República porque además se opusieron directamente a aprobar el voto femenino.

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  4. En los USA las mujeres pierden el apellido, al casarse y adquieren el del marido. Me parece una incongruencia con el sentido democrático de ese país.
    Cuando se admiran especímenes como Prima Estrellita y me la imagino a la pobre, sin derecho a voto, me dan ganas de lanzar un ¡hurra! a la Stowe.

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    1. DON BWANA
      Claro. Pensar en todas las primas como Estrellita sin derecho a votar ni a tener cuenta en el Banco, da grima. La Stowe dejó boquiabiertos a todos aquellos zotes de prebostes provincianos cuando vieron que una mujer la había organizado gorda con un simple libro.

      Respecto a que si tendrán o no el "espíritu del demonio" en el cuerpo, tal como creían los obispos, habría que hacer divisiones y subdivisiones porque yo creo que algunas de ellas sí lo tienen.

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