Criminales impunes

Dirk Coetzee, el hombre que inventó los terroríficos escuadrones de la muerte en las últimas bocanadas del apartheid, murió hace una semana en la cama de un hospital de Pretoria con el estigma de saber que hay tres cosas que se lleva a la tumba: una foto que le describe, una declaración  que desveló un pasado atroz y un perdón basado en el reconocimiento de sus propias atrocidades.

La foto que acompañará siempre a Dirk es aquella en la que aparece sujetando una pistola. El reconocimiento es el de una huida, una estocada a un régimen hecho añicos que sólo necesitaba para morir asomarse a un espejo.

La declaración que le salvó de pasar el resto de su vida entre rejas es la de una barbacoa que estremeció al mundo. Una barbacoa doble: en un lado él y sus colegas haciendo el típico braai sudafricano de pollo y salchichas y al otro un hombre al que habían prendido fuego y que ardió hasta la muerte.

Pero toda historia tiene un principio y un final. La de Coetzee comienza cuando un testigo, Almond Nofomela, que iba a ser ejecutado por diversos asesinatos, decidió destapar la existencia de un terrible escuadrón de la muerte creado por el comandante Coetzee. En aquel momento, 1989, con una Sudáfrica ahogada por sanciones impuestas por su sistema racial, al presidente F. W. de Klerk no le quedó más remedio que crear una urgente y pública comisión de investigación que llevaría el juez Harms.

La investigación destapó las vergüenzas de la Policía sudafricana. Tardó un tiempo, eso sí, en reconocerse la existencia del grupoVlak-plaas (nombre de la granja cercana a Pretoria donde estableció su cuartel general), creado en 1981 por Coetzee, Viktor Jan y Jac Buchner, que se dedicaba a matar a todos los enemigos del apartheid.

Comenzaron siendo 16 agentes de policía que actuaban como paramilitares para llegar a más de 120 en 1990. Coetzee declaró ante la Comisión su verdad. Dijo que había visto a colegas suyos asesinar al activista y estudiante negro Khondile Sizwe y al abogado de derechos humanos Mxenge Griffiths. Un testimonio que le hizo tener que huir de Sudáfrica y refugiarse en Londres.

Luego, con la llegada de la democracia y la idea revolucionaria del arzobispo y premio Nobel de la Paz Desmond Tutu de crear la Comisión para la Verdad y la Reconciliación que perdonaría los desmanes ocurridos si se hacían públicos ante ese nuevo organismo, Coetzee volvió al país y fue el primer policía en declarar y acogerse al perdón.

Para la historia quedará la desgarradora y detallada declaración que hizo de las atrocidades cometidas por el escuadrón de la muerte. En concreto, contó como en el asesinato de Khondile los agentes disfrutaban de una barbacoa y unas cervezas mientras el joven estudiante ardía aún vivo a su lado hasta fallecer.

Todo ese vómito terrible le sirvió sin embargo para ser perdonado. No sólo fue perdonado. Acabó trabajando para los servicios de espionaje del CNA, partido de Nelson Mandela, que en otro tiempo hubiera sido una de sus posibles víctimas, y sufrió un intento de asesinato en 1997 de un ex compañero de la temible Vlakplaas, Eugene de Kock.

Coetzee ha muerto a los 67 años convertido en un icono del horror en que llegó a convertirse Sudáfrica.

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