Hace tiempo que no tecleo en plan abuelito Cebolleta, contando alguna peripecia histórica. Así que refrescaré una que, en realidad, es epílogo de otra que ya referí hace tres años (Un gudari de Cartagena) sobre el combate del pesquero armado republicano Nabarra con el crucero nacional Canarias durante la Guerra Civil.
La acción tuvo lugar cerca del cabo Machichaco; y como señalé en su momento, es mi episodio favorito de la historia naval española del siglo XX. Lo que voy a contarles quizá contribuya a aclarar por qué.
El 5 de marzo de 1937, durante una acción contra un pequeño convoy republicano, las 13.000 toneladas y las cuatro torres dobles del Canarias, capaces de disparar proyectiles de 113 kilos, se enfrentaron a un humilde bacaladero de la Euzkadiko Gudontzidia (ikurriña en la proa y bandera española con franja morada a popa) armado con sólo dos cañones de 101.6 milímetros.
El combate fue brutal y sangriento: durante una hora, maniobrando con tenacidad suicida entre una fuerte marejada, el comandante del Nabarra, Enrique Moreno Plaza, un murciano al que la Enciclopedia Auñamendi llama "marino vasco nacido en la Unión" –confirmando, como dice mi amigo el marino y escritor Luis Jar, que los vascos nacen donde les da la gana–, y los cuarenta y ocho hombres de la dotación, lograron arrimarse lo bastante al crucero enemigo para sostener un combate que sus propios adversarios, en el parte oficial, calificarían de "eficaz y admirable".
Y al fin, en llamas, sin arriar bandera, el pequeño Nabarra se hundió con treinta hombres a bordo (imposible compararlos con los miserables que hoy se llaman a sí mismos gudaris), incluido el comandante. Con ellos murió también el cocinero, Pedro Elguezábal, que mientras se iban a pique, animado por una botella de coñac, enseñaba al Canarias un cuchillo desde la borda gritando: "Venid si tenéis huevos, cabrones".
Ésa es la historia que conté hace tres años, aunque en folio y medio no me cabía el epílogo. Uno de esos adversarios que calificaron de eficaz y admirable la hazaña del humilde Nabarra fue el tercer comandante del Canarias, Manuel Calderón.
Y ese marino de la escuadra nacional demostró, con su comportamiento tras el combate, una admiración por la valentía del enemigo derrotado, una compasión y una calidad humana que situaron en el mismo plano de grandeza moral, quizá por única vez en la sucia historia de nuestra Guerra Civil, a vencedores y vencidos; sobre todo en lo que se refiere al aspecto naval del conflicto, donde la saña de unos y otros desbordó la infamia, con asesinatos masivos de oficiales en la zona republicana y con una despiadada aplicación de la pena de muerte por parte de los tribunales franquistas a los marinos, mercantes o de guerra, capturados al bando enemigo.
Ése fue el caso de los diecinueve supervivientes del Nabarra, que fueron condenados a muerte tras su desembarco y prisión. Y si no se cumplió la sentencia fue gracias a los esfuerzos del comandante del Canarias, capitán de navío Moreno, y sobre todo al tesón de su tercero, el capitán de corbeta Calderón, que removió cielo y tierra para salvar la vida de los vencidos.
Calderón llegó al extremo de pedir una entrevista con el general Franco, en la que argumentó: "Esos hombres son unos héroes, y los héroes merecen vivir". Tanto insistió una y otra vez en alabar el valor de aquellos diecinueve marinos, que para quitárselo de encima Franco acabó concediendo el indulto y la liberación inmediata de todos ellos.
"Sáquelos de la cárcel –fueron sus palabras exactas–. Y luego invítelos a comer chipirones. Pero pague usted de su bolsillo".
Hubo algo más que chipirones. Porque Manuel Calderón siguió velando el resto de su vida por los supervivientes del Nabarra. Buscó trabajo a unos, recomendó a otros y protegió a todos para que no sufrieran represalias. Al marinero Lahoz le avaló un crédito bancario, al segundo oficial Olaveaga lo ayudó a obtener el título de capitán de la marina mercante, y cuando supo que al telegrafista Cahué le negaban trabajo en Baracaldo por sus antecedentes políticos, se presentó allí de uniforme, convocó al alcalde y al comandante de la Guardia Civil, y dijo que al día siguiente quería ver a Cahué trabajando.
Fue Manuel Calderón, en suma, un marino decente y un hombre de honor. Con más gente como él, la suerte de la infeliz España habría sido entonces, y aún ahora, más afortunada de lo que fue y de lo que es. La prueba de que los hombres del Nabarra le profesaron idéntica lealtad y aprecio es que cuando Calderón, soltero y sin hijos, murió en 1979 en una residencia de ancianos, sus antiguos enemigos en el combate de cabo Machichaco lo habían hecho padrino de treinta y dos hijos y nietos.
ARTURO PEREZ REVERTE
caballeros guerra
La hidalguía de las gentes de bien españolas no conoce límites.
ResponderEliminarAquí, o nos matamos con más saña que nadie, o nos comportamos como las mejores gentes del universo.
No hay (o había, no sé), términos medios.
Un abrazo.
Bonita historia que ennoblece a uno y otros. ¿Seriamos capaces ahora de tener este comportamiento?.Quien sabe.
ResponderEliminarSaluditos.
Ps: Sobre el post de ayer. Javier no me regañes que era broma, Sabatini y el Parque del Moro son sitios que visitaba con frecuencia, toda esa zona tiene algo muy especial para cualquiera que la visite, parece que las piedras y ladrillos te fueran a hablar. Valsaín y Rascafria no son barrios, son pueblos, el primero de Segovia cerca de la Granja y el segundo de Madrid y en el Valle del Lozolla donde yo viví algunos años. Están poblados por vascones desde el siglo XVI o XVII no recuerdo. En una trifulca con los Señoríos firmaron la paz pero como no se fiaban unos de otros acordaron hacer un intercambio de pobladores, creo que los castellanos fueron asentados en la rioja alavesa o por ahí, también Mostoles y no se si Fuenlabrada perteneció a este acuerdo, te propongo que lo investigues veras como la historia te gusta. Es verídica aunque no recuerdo el siglo ni los detalles.
Una buena persona, Calderón.
ResponderEliminarCuando he leido la primera parte, reconozco que he pensado era efectivamente el tipico cuento del abuelo cebolleta, tratando una sangrienta batalla como algo glorioso y mitificado.. pero me tengo que comer este primer pensamiento con patatas al ver toda la segunda parte del artículo.
ResponderEliminarSorprendido es decir poco, estoy alucinado ante una actitud semejante. ¿Es que en España no tenemos término medio entre el cainismo y semejante hermandad?
CAPITAN TRUENO
ResponderEliminarEspecialmente entre marinos es bastante habitual esta forma de comportarse porque son de otra pasta.
El comandante Calderon derrochó señorío a raudales y los marineros vascos le correspondieron. Allí no había de por medio, afortunadamente, chorradas de maketos y demás que ahora están en pleno vigor.
DON ZORRETE
ResponderEliminarNo re regañé ayer, que los dioses me protejan si lo hiciera. Era un modo de seguir el tono del intercambio de comentarios.
Respecto a Valsain sabía que era una localidad (no un barrio) y tuve el error de escribir "barrio". Rascafría sé que está en la Sierra madrileña y en donde hay un monasterio de frailes.
Lo que no tenía idea era de que hubiera muchos vascos en ambos lugares y menos, como dices hoy, desde hace varios siglos por razón de alguna de disputa. No se me ocurre la causa si no es remontándonos a los años 1.300 en que los vascos se mataban entre si por asuntos de límites entre señores feudales rústicos y urbanos, las guerras de banderizos entre Oñacinos y Gamboinos. Ya trataré de enterarme.
DON MAMUNA
ResponderEliminarSí, el Calderón era todo un señor, en su acepción completa.
SEÑOR OGRO
ResponderEliminarYa ves cómo en las más sangrientas batallas siempre hay alguien o algunos que se comportan como caballeros, y es más habitual que suceda entre marinos.
Había que tener webs bien puestos para, en aquellos años, pedirle a Franquito que soltara a 19 marineros vascos condenados a muerte. Se estaba jugando que lo encarcelaran a él mismo. No eran tiempos de broma con Franquito.
Quizá ese tipo de valor se de más entre los marinos porque están acostumbrados a enfrentarse con un compañero-enemigo implacable, el mismo mar. El mar no perdona, después de haberse enfrentado con eso, poco miedo le tendría Calderón a Franco.
ResponderEliminarQue relato más bonito, podriamos tomar ejemplo de esos marinos y saber cuando tenemos enfrente a un enemigo y cuando a "la persona", todo lo contrario al fanatismo o sectarismo, que es cuando la ideología impregna todos los ámbitos de nuestras vidas.
Reconfortante relato nos trae hoy, una historia que ayuda a olvidar la estupidez y el fanatismo y reconciliarnos con el ser humano que todos llevamos dentro, aunque algunos lo lleven muy escondido.
ResponderEliminarUn saludo maestro
Similares muestras de respeto se daban en tiempos pasados en batallas, cuando tras vencer a un enemigo valeroso eran perdonadas sus vidas e inclusive liberados.
ResponderEliminarBaste el entierro con honores que pilotos ingleses dieron al Barón Rojo (algo que puede dar una idea de lo que hablo), quienes le rindieron tributo. Su ataúd lo llevaron 6 miembros del escuadrón 209. Durante el entierro soldados australianos presentaron armas y lanzaron tres salvas en su honor.
El epitafio de su lápida (situada en el mismo lugar donde cayó) dice:
Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz.
Dentro del horror de la guerra todavía quedaba gente con honor, algo que creo se está perdiendo.
DOÑA CANDELA
ResponderEliminarEs cierto, es tan dura y peligrosa la vida del marino que en ellos es en donde más destacan el valor personal y la humanidad. Tienes razón : poco miedo le tendría Calderón a Franquito cuando lo que buscaba era algo mucho más importante : salvar vidas de otros marinos.
Es dificil en tiempos de guerras que el sentido de PERSONA sobresalga sobre la fiera, pero casos haylos.
DON MANUEL
ResponderEliminarEstoy de acuerdo : este relato de Perez Reverte nos reconcilia con todo aquello que de humano aún queda en muchos combatientes y excombatientes.
Lo que más gracia me hace de todo este suceso es la actitud del cocinero del bacaladero, yéndose a pique y con el barco ardiendo por los cuatro costados, y desafiando chulo al enemigo superior.
Saludos Don Manuel.
HOLA HISTORIADOR DE GUERRAS, Don Isra, tu anécdota no la conocía pero sabía que aquellos británicos y prusianos de la Primera Gran Guerra aún tenian cierto sentido del honor personal y respeto a la valentía ajena.
ResponderEliminarLo del concepto HONOR es algo que ahora se desconoce por completo excepto entre miembros de una tribu gitana.
Estamos todos muy belicosos, me temo. . El episodio que se relata es impresionante. Me ha gustado mucho lo de que "los vascos nacen donde les da la gana". Ya lo había oído hace mucho tiempo en boca de mi suegra, que había nacido en Elanchove, de padre gallego.
ResponderEliminarGracias Tellagorri.por rescatar esta admirable y caballerosa gesta.un saludo.
ResponderEliminarDON BWANA
ResponderEliminarEl episodio sucedió y lo curioso es que para desbloquear Bilbao del cerco para entrada de alimentos y munición por parte del crucero "Canarias", los nazios enviaron a tres pesqueros armados malamente a hacerle frente : el Guipuzcoa, el Bizcaia y el Nabarra (ortografía nacionalista). Los dos primeros fueron inutilizados a las primeras de cambio y a distancia. Pero el del relato, el "Nabarra" llegó hasta la cercanía del Canarias y le hizo frente de tú a tú.
El capitan de ese barco era cartegenero pero los nacionalistas lo transformaron en el acto en "vasco". De ahí lo de "los vascos nacen donde les da la gana. Y en su caso su suegra de Ud. en realidad era vasca de Vizcaya aunque los padres fueran gallegos. A la inversa no lo admiten : niño de padres vascos nacido en Madrid no es madrileño sino vasco.
DON AGUSTÍN
ResponderEliminarEl mérito es del escritor Perez Reverte. Y lo hace muy bien porque todo lo que cuenta es absolutamente cierto.
Cordiales saludos
Como bien apunta y a la vez se pregunta EL SEÑOR OGRO, "en España no tenemos término medio entre el cainismo y semejante hermandad". Así es.
ResponderEliminarY por la parte que me toca, también a ti te doy las gracias por escribir "que los marinos españoles son de otra pasta".
Conocía esta hazaña que nos fue relatada en multitud de ocasiones en la Escuela Naval de Marín y casi siempre, por no decir siempre, a quien nos la contaba se le quebraba la voz.
Y a nosotros de emoción, el alma.
Gracias por este post.
SEÑOR DE VALERO
ResponderEliminarGracias, muchísimas gracias, por tu emocionante comentario. El autor del relato ES Perez Reverte aunque los personajes sean en parte paisanos míos.