Las primeras mujeres se vistieron con lo que la sabia naturaleza les concedió graciosamente: su propia piel, unos cachitos de cosas duras en las partes superiores de las puntas de los pies y sus propios pelos.
Con ello iban tan frescas de un lado para otro, sin tener que perder el tiempo en casa de Lolita la costurera ni en las tiendas, pero por la falta de ejercicio la raza degeneró, paralizándose los órganos orales y deambulatorios.
Las bárbaras invasoras del Imperio romano se pusieron los vestidos que les regalaron las decadentes romanas, pero con menos gracia.
De las hunas y de las wikingas casi nada dice la Historia, y sus trapos eran pieles como las que fueron moda de París muchos siglos antes, cuando aún no se le llamaba moda de París, sino de Chelles y Saint Acheul, y, más avanzada la época, de finas telas de saco y de trozos de animales muertos en lugar sobrero.
En realidad los bárbaros eran ellos. Las mujeres fueron, normalmente, débiles, por lo que el vestido degeneró hasta el punto de quedar convertido o en un pedazo grande de trapo, de tela de saco por lo general, arrollado a la cintura y dejado caer hacia abajo. Para no ir tan descubiertas, cosa que a las bárbaras viejas ya les parecía mal, se ponían una cinta de vivos colores alrededor de la cabeza.
En la Edad Media los trajes eran verdaderos monumentos. Los plumeros, las gorgueras, la chatarra y la pasamanería estaban a la orden del día.
Hombres y mujeres rivalizaban en boato y espectacularidad y se entabló una lucha por la supremacía en el perifollo, que perdieron las mujeres al no poderse dejar - por lo general -, bigote y barba.
Esto era vestir a la española.
Después está muy de moda el traje tipo mesa camilla, que perdurará durante todo el siglo siguiente, y, algunas veces, la sencillez intenta aparecer, aunque no están los tiempo maduros para ella.
Cuando el siglo XVIII está ya muy avanzado, camino ya del siguiente, la moda sufre otra evolución. Las señoritas conservan aun la palidez de sus rostros, conseguida a fuerza de beber vinagre, apretarse el corsé y estarse largas horas oliendo... y no a eso que dijo Sancho, con lo que resultaban muy elegantes, comían poco... en público y se desmayaban con frecuencia.
"El peinado, que según la costumbre de poner nombre a todo se llamaba Mariposa Estimulante, consistía en una torre de metro y medio en la que podía admirarse una fragata con el celamen desplegado, una jaula con dos loros de Jamaica, el busto en escayola policromada de un abuelo de su madre, siete miniaturas en esmalte con marcos de caoba, veinticinco colgantes de plata y doscientos lazos; todo ello sostenido por una armazón de alambres y cañas disimulado con encajes, que cubría los cabellos de la dama, a los que no les había dado el aire ni el agua ni el peine desde el día de la boda, cinco años atrás"
Además de los peinados también los vestidos tenían su complicación. Seguía preponderante la moda del vestido mesa camilla, complicado con faldas superpuestas en forma de cortinajes, adornos de lazos y flores, guirnaldas de verdes hojas y plumas y cintajos.
Después de largos siglos de faldas hasta los pies los hombres habían llegado hasta dudar de que las mujeres tuvieran piernas y mucha gente, ignorante, no podía ni imaginarse el medio de locomoción usado por el sexo débil.
Decididas a terminar con este estado de cosas, algunas mujeres, atrevidas y progresistas, empezaron a enseñar los tobillos, poco a poco, con intermitencia y aun recubiertos por botas con botones hasta la rodilla y por gruesas medias, para que los hombres se fueran acostumbrando y no cayeran muertos por las calles víctimas de colapsos fulminantes.
Al enseñar el tobillo habían de llevar las señoras zapatos y medias que fueran mostrables y no como antes que todo estaba bien. Así se inventaron unas elegantes botas y unas bellas medias a rayas horizontales de colores vivos, dando vida a industrias florecientes que aumentaron la economía del país.
Durante los años de la primera guerra se inventa un traje, especial para espías, señoritas larguiruchas y lánguida, que enseñaban por debajo de su piel parte de su esqueleto y que llevaban, normalmente, otra piel por encima de los hombros.
Otro hecho de trascendencia en la Historia del vestido de los años veinte es la incorporación de la mujer al deporte. Gracias a él, se ponían morenas, conservaban la línea y batían récords.
Hoy no nos explicamos el entusiasmo de aquellas jóvenes por conservar una línea que, a fin de cuentas, resultaba bastante aburrida y más bien parecía línea de percha con un vestido colgado que otra cosa.
Tras la Segunda Guerra Mundial la mujer encuentra, definitivamente, el sitio de su cintura y la forma de su cuerpo. La mujer parece que ha conseguido, por fin, parecerse a sí misma.
Pero no hay que hacerse muchas ilusiones. Los modistos han inventado varias líneas femeninas nuevas: la A, la H, la O de tan arcaica ragaimbre, la I, etc.
A pesar de ello, las mujeres conscientes no hacen caso y siguen utilizando la línea natural, que no es, precisamente, la distancias más corta entre dos puntos.
Por MINGOTE
evolucion moda femenina
Jejeje. El bueno de Mingote. Gran resumen sobre la historia del vestuario femenino. Dicen que algunas modas siempre regresan, esperemos que no sea cierto. Saludos.
ResponderEliminarQue güeno don Tella, como uno no tiene tiempo de entrar y leer en todos los lados, se agradece poder encontrar estas y otras joyas en tu blog.
ResponderEliminarSaluditos.
Mingote, un genio sugerente.
ResponderEliminarDON RUIZ
ResponderEliminarEn sí esa Historia Mingote la detalla de forma mucho más larga pero no hay espacio en un post de Blog para insertarla toda.
Lo que hoy se ofrece aquí es lo más destacado de esa historia y me quedo con su descripción del peinado en el siglo XVIII.
Saludos cordiales.
P.D. Ahhh magnífica la definición que de religiones hace Borges y que Ud. expone.
Gracias, DON ZORRETE, pero los domingos es norma de esta casa exponer asuntos relajantes, y el mejor modo es ver a Mingote.
ResponderEliminarDON MAMUNA
ResponderEliminarSí, Mingote está más cerca de la genialidad que la mayoría de los intelectuales actuales.
Lástima, veo que el frío ha llegado a tu tierra, y es que noto a la muchacha de hoy excesivamente abrigada.
ResponderEliminarHay una teoría, no sé si escrita, no escrita o leyenda urbana según la cual cuando hay crisis la moda se acorta... a ver cómo se las apañan para no resfriarse enseñando el culo este año.
DON ISRA
ResponderEliminarSí, ha llegado aquí el FRÍO acompañado de temporales permanentes de viento y lluvia. No hay quien pueda moverse por una calle, e incluso te juegas el tipo con el riesgo de que te caiga encima un tiesto de esos que las femmes acostumbran a tener en las ventanas.
Conforme a tu principio de la crisis y el acortamiento de ropajes, este invierno algunas lo van a pasar fatal para ir en bragas sin constiparse.
Qué buen resumen el de Mingote.
ResponderEliminarDe siempre he tenido una curiosidad que nadie me explica, cómo hacían sus necesidades tanto hombres y mujeres de siglos pasados con tanto harapo, alambre, y perifollo encima.
Y no quiero ni pensar el mierderío que acarrearían por los bajos de la falda un día de lluvia, pues las calles no estaban asfaltadas e irían barriendo el barro.
Uf, no me imagino toda la vida vestida con un traje de ésos, fue en mi boda y acabé de vestido hasta el moño, nunca mejor dicho.
Un abrazo.
ELENA
ResponderEliminarLo mejor son las EXPLICACIONES sobre cada modelo. La del PEINADO y la de ENSEÑAR LOS TOBILLOS son geniales.
Ten en cuenta que se "lavaban" cada un par de años y lo tapaban (el perjumen) echándose encima barriles de perfumes muy olorosos tipo "pachuli".
Lo de ir al retrete creo que lo hacían directamente con todos los perifollos encima.
Con aquellos CORTINAJES encima, sobrepuestos unos sobre otros, yo creo que ni se movian. Lo máximo desde su salón al carruaje. Los hommes tenían que ser expertos en PELAR CEBOLLAS por capas, para poder llegar en la cama al cuerpo de la dama.
Dichosas aquellas que no tenían que depilarse jeje, a mi gusto no le va nada el perifollo, pero no está reñida la comodidad con ir un poco mona, sin necesidad de pasarlo mal...no me extraña que cayeran como moscas con aquellos apretadísimos corsés.
ResponderEliminarQue usted lo pase bien.
DOÑA MARIBELUCA
ResponderEliminarHombre, que diga Señora, vuesa merced ¿cree que iría mona con los tinglados de peinado que lleva esa del siglo XVIII?
Fíjate que además de apretarse el corsé o lo que llevaran, se bebian litros de vinagre para parecer más blanquitas de cara. Y como dice Doña Elena sobre los inconvenientes de ir a orinar por ejemplo, éstas necesitaban cuartos de baño del tamaño de un salón del Palacio Real.
¿Tras la Segunda Guerra Mundial? Pues no se, pero los moños de los años 60 eran horribles, parecían cascos de motorista y los cabellos sueltos, cortinas rígidas sin ningún tipo de atractivo. Por no hablar de los horrorosos pantalones de campana.
ResponderEliminarLa moda más bonita es la de los años 40, sin duda.
Ese Mingote...describierdo las tartas con faisanes y frufrúa que se llevaban en la cabeza, es genial.
DOÑA CANDELA
ResponderEliminarNo sé porqué la moda de los sesenta era hortera en todos sus aspectos, desde los que iban en el 600 con "baca" encima y chofeur hasta los pantalones que citas.
Esa descripción que citas del peinado me sigue fascinando cada vez que la leo. Al igual de cuando enseñabaís los tobillos y dice "mucha gente, ignorante, no podía ni imaginarse el medio de locomoción usado por el sexo débil."
Muy bueno, como siempre, el maestro Mingote. Hasta del arte de la seducción y del encanto de las mujeres nos sabe dar lecciones y hacernos reir y gozar de sus dibujos tan magistrales.
ResponderEliminarSaludos.
DON JUAN
ResponderEliminarSí, Historias de éstas tiene muchas publicadas y son todas una gozada por la chispa de sus textos.