Cuando Carlos pretendió extirpar nuevos impuestos del bolsillo de España para sufragar los gastos de su elección imperial, las Cortes se mostraron más reticentes. El flamenco tuvo que sobornar a unos diputados y amenazar a otros para conseguir que le votaran el nuevo subsidio.
Con todo, algunas ciudades se negaron en redondo a aflojar la bolsa, a pesar del resultado de la votación, y hasta lincharon a algún diputado. Las cosas se ponían feas. Mientras Carlos iba a recibir el Imperio, España se alzaba en armas.
En Castilla, los representantes de algunas ciudades, los comuneros, decidieron destronar a Carlos y devolver la corona a su madre, Juana la Loca, que vivía su demencia, retirada del mundo, en Tordesillas. Los comuneros constituyeron una milicia ciudadana que tomó como enseña el pendón rojo de Castilla. (La Segunda República española sustituyó una de las dos franjas rojas de la bandera borbónica por otra morada en recuerdo de los pendones comuneros, pero se equivocaron de color.)
Juana la Loca rechazó el trono que le ofrecían. No quería malquistarse con su hijo, al que apenas conocía. Los nobles, por. su parte, no movieron un dedo por el emperador, molestos como estaban porque los había postergado en favor de los flamencos. Y porque, como siempre, creían que la cosa no iba contra ellos.
Solamente cuando vieron que el movimiento comunero iba adquiriendo un preocupante cariz revolucionario y podía caer en manos de agitadores sociales que fueran contra sus intereses de clase, constituyeron un ejército nobiliario que derrotó a los rebeldes en la batalla de Villalar.
Es curioso cómo se repite la historia. Unos siglos después, el desmadre de otro frente popular acarrearía la caída de otros comuneros que intentaban liberar al país de los abusos de una monarquía corrupta. El pueblo es que no aprende nunca.
Los caudillos comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron decapitados, el país quedó pacificado y el poder real robustecido. Las ciudades seguían gozando de cierta autonomía bajo la atenta supervisión del corregidor o gobernador real.
Aparte de esto, todo quedó como estaba. Los nobles siguieron sin pagar impuestos y el pueblo continuó pagándolos con creces y aumentos, lo que, a la larga, impidió el desarrollo de una burguesía comercial y de una industriá emprendedora, un fenómeno que la modernidad estaba impulsando en otros países europeos.
El Imperio tenía sus servidumbres. Del emperador se esperaba que defendiese a la cristiandad, esa vaga sombra de unidad europea alentada por los papas sobre el lejano recuerdo del Imperio romano. Alemania era un mosaico de principados cuya tutela ejercía Carlos en su condición de emperador. El luteranismo se estaba extendiendo rápidamente por aquellas tierras.
Carlos se creyó en la obligación de reprimir la herejía y mantener el Imperio dentro de la obediencia a la Iglesia de Roma. Por lo tanto, tomó sobre sus hombros la tarea de combatir a los príncipes protestantes. Además, en su calidad de paladín de la cristiandad, aceptó la tarea de contener la expansión de los turcos por el Mediterráneo. Todo ello con dinero español, en especial castellano, naturalmente.
Carlos implicó los recursos españoles en una guerra larga y costosísima, y a la postre, fracasó, pues tuvo que otorgar libertad religiosa a los principados imperiales. Además, involucró a España en una larga contienda con Francia por un territorio ajeno a los intereses españoles, el ducado de Borgoña.
El escenario de la guerra fue principalmente Italia, donde los franceses fueron derrotados en Pavía y su rey, Francisco I, cayó prisionero. El francés se comprometió, entonces, a entregar a Carlos el ducado de Borgoña y el Milanesado, en el norte de Italia, pero en cuanto se vio libre, incumplió lo tratado.
Nuevamente se encendió la guerra, y las tropas de Carlos V, entre las cuales, además de españoles e italianos, se enrolaban regimientos de mercenarios alemanes y suizos, los famosos lansquenetes, asaltaron y saquearon Roma, aliada del francés.
Es il sacco di Roma, un sonado y sangriento episodio en el que no faltaron monjas violadas, sacerdotes destripados, iglesias saqueadas, las pinturas de Miguel Ángel en la capilla Sixtina dañadas por graffiti hechos a punta de alabarda, etcétera.
Al protonotario pontificio, lo colgaron de sus partes nobles para que revelara el escondite de los tesoros del pontífice, pero él murió sin soltar prenda, con un par.
En el Mediterráneo, la guerra contra los turcos fue menos afortunada. Desde sus bases en el norte de África, los corsarios berberiscos atacaban y saqueaban el comercio español y los pueblos del litoral. Uno de los caudillos piratas, Barbarroja, incluso se apoderó de Argel. Carlos V contraatacó, conquistando Túnez, pero fracasó en otra expedición contra Argel, que quedaría en manos de los piratas y seguiría siendo un peligro para los intereses españoles.
España, especialmente Castilla, se despoblaba mientras sus tropas se multiplicaban para intervenir en todos los conflictos: no sólo había que colonizar América, lo que, después de todo, podía considerarse una empresa rentable, sino suministrar tropas y recursos para las múltiples campañas europeas: Italia, Alemania, los Países Bajos y cuatro guerras contra Francia, herencia de los conflictos por el reino de Nápoles.
Así fue como España, sin comérselo ni bebérselo, acabó identificándose con el Imperio europeo de los Austrias, un pozo sin fondo que continuamente demandaba oro y sangre.
A las Cortes, tras la derrota de los comuneros, no les había quedado fuerza para imponer sus derechos. El rey ignoraba las súplicas de los representantes del pueblo.
Carlos V murió en Yuste, y Felipe II, su hijo, en El Escorial. También cabría considerar que los Austrias se instalaron aquí por interés, porque España, y especialmente Castilla, era la mejor finca del holding familiar, la situada más estratégicamente, la más cómoda y rentable, y desde luego, la más dócil.
Tellagorri
comuneros fracasado primer int
Me ha encantado esta entrada Tella, precisamente ayer vi dos capítulos de una serie sobre los Borgia que dan en la cuatro y ambos capítulos giraban en torno a las disputas entre Francia y España por el Reino de Nápoles.
ResponderEliminarMe ha servido mucho tu post para enmarcar mucho mejor la trama de la serie y los porqués de las intrigas.
Siempre es un placer aprender en tu casa.
Un abrazo.
DOÑA ELENA
ResponderEliminarMe alegro enormemente porque de lo que trato es de hacer recordar que nuestros antepasados tuvieron momentos de irritación muy justificados y levantaron sus puños contra la opresión, aunque luego les costara la cabeza.
Las guerras del Carlos con Francia nos costaron todo el oro que llegaba de América y para colmo los clérigos y nobles no pagaban un solo céntimo de impuestos, mientras el peso fiscal recaía siempre en los artesanos y campesinos. Y en asuntos que nos eran ajenos.
Muy interesante la entrada.
ResponderEliminarAhora, no hemos cambiado tanto. Al pueblo lanar nos siguen esquilmando a impuestos mientras a la actual "nobleza" millonaria se la permite escaquearse de sus deberes en forma de triquiñuelas económicas varias.
También tenemos la nobleza política, y porque no, la funcionaril; cada una con sus prebendas y particularidades que les colocan por encima del comun mortal.
Hemos mejorado nuestro nivel de vida, que duda cabe, pero que no nos engañen, seguimos teniendo una sociedad de Castas, que recuerda mucho a la del medievo. Así nos manejan como a títeres.
SEÑOR OGRO
ResponderEliminarA mi parecer, y siguiendo tu estela, el equivalente a la Nobleza y Clero de tiempos de Carlos I es LA CASTAZA política. Que vive de los impuestos del pueblo trabajador y además se escaquean ante Hacienda.
Ahora como entonces, esa CASTAZA nos mete en embolados que no benefician en absoluto los intereses generales, pero que sí lo pagamos con nuestro esfuerzo.
Y la plebe sigue estando como después de Villalar.
Es interesante, aunque triste, comprobas como la Historia se repite. Ante rebeliones legítimas, la infiltración de elementos indeseables acaba por conseguir justo lo contrario a lo que se buscaba, que las cosas sigan como siempre.
ResponderEliminarMe consta que existe un movimiento 15M, con peticiones más que razonables, que está intentando desmarcarse de los perroflautas de Sol, la pregunta es si también sufrirán otro tipo de infiltraciones más sutiles. Aunque es gratificante pensar que aún existen personas, muchas de ellas muy jóvenes, dispuestas a luchar.
DOÑA CANDELA
ResponderEliminarTodas las rebeliones cívicas justas han sido mixtificadas y apropiadas por otros. La Francesa comenzó con los burgueses de clase media honrados, artesanos y comerciantes, cabreados pero fue infiltrada por los SANS CULOTTE o descamisados a las órdenes de exclérigos que pretendian derriba el régimen en su beneficio, y la que echó a Alfonso XIII le pasó lo mismo.
Los "auténticos" del 15-M están en las mismas. Al final han quedado convertidos en ridículos por dejarse llevar de comunistas, anarquistas y aprovechateguis de todos los tonos que nunca han dado un palo al agua.
La victoria de Villalar supuso el triunfo del absolutismo monárquico y la futura fidelidad castellana a la Monarquía que no se rompió ni tan siquiera con el cambio dinástico y la guerra de sucesión. Esta fidelidad trajo consigo la casi sumisión de las instituciones castellanas como las Cortes a la persona real (durante el reinado de Carlos II no se convocaron ni una vez) pero también ventajas como el establecimiento de la Corte en medio de ambas Castillas.
ResponderEliminarCastilla fue el corazón del Imperio, aquello que soportó el peso de las guerras en sangre y dinero (seguida por el Reino de Nápoles), lo cual creo recelos frente a los foralistas del Reino de Aragón y a ese odio Castilla-Aragón (más bien Cataluña).
Interesante entrada para contar la verdad de los hechos y no la que nos quieran contar los sociatas e izquierdistas.
ONOREVOLE CAROLVS
ResponderEliminarSabía, y no es necesario ser un genio para ello, que este tema te iba a gustar, como a todos los amantes de la Historia verdadera.
Mi lamento proviene de que si los ciudadanos castellanos (artesanos, comerciantes, buergueses en general) hubieran mantenido sus derechos de ser necesarios para aprobar los gastos de sus reyes, hubieran Castilla y España avanzado varios siglos en modernización comercial e industrial.
A cambio de ese absolutismo tras Villalar, los europeos sí prosperaron manufacturando los arículos que luego consumían los castellanos a precio de oro de América.