29 diciembre 2009

Piratas, filibusteros, corsarios


Hoy nos toca una de Arturo, el Caballero de Cartagena, para amenizar, con sus verdades de a cien mil dolares cada una,el Blog en este agonizar de año.

En los últimos tiempos, con esto de los secuestros de barcos en el Índico y demás peripecias náuticas españolas, las palabras pirata, bucanero, filibustero y corsario han salido mucho a relucir en periódicos, telediarios y sitios así.

No siempre con propiedad, creo. Se observa cierta confusión de ideas y conceptos, comprensible quizás en el joven enviado especial que sobre el terreno hace su crónica apresurada; pero no en las redacciones, donde hay jefes de sección, redactores jefes y gente que se supone, aunque sólo sea por edad, vocación y oficio, dedica tiempo a leer, o ha leído.

O es capaz de recorrer los metros que separan su mesa de trabajo del estante donde están –deberían– los libros de consulta, o teclear en el ordenata el ábrete Sésamo de la página de Internet –veinte millones de visitas mensuales de todo el mundo– donde se accede al diccionario de la Real Academia Española.

Pirata, comprobarán si lo hacen –dejando mitificaciones románticas aparte–, es el hijo de puta a secas: quien se dedica al abordaje de barcos para robar, sin otro móvil que enriquecerse con el producto del robo.

Desde la remota Antigüedad a nuestros días, esta actividad va acompañada de otros desmanes que suelen incluir el asesinato, la violación, la tortura de prisioneros y la exigencia de rescates.

Por eso al pirata se le consideró siempre la escoria de los mares, el más bajo escalón de la escala moral. Así, en tiempos de menos matices que los actuales, el que caía en manos de la Justicia terminaba en la horca, como fue el caso de Benito Soto, de quien me ocupé alguna vez en esta página: el último pirata español, ejecutado en Gibraltar en 1832.

Filibustero y bucanero son variantes de pirata caribeño en tiempos de la dominación española. Especializaciones regionales.

Los primeros eran ladrones y asesinos a palo seco, sin otra filiación que dedicarse a eso bajo un nombre que se supone derivado de la antigua palabra freebooter, que significa merodeador, o por ahí.

Los bucaneros tenían origen francés: eran colonos asentados en el Caribe que ahumaban la carne en lugares llamados boucans, y que acabaron dedicándose al más rentable negocio del saqueo y el degüello marítimo.

Ellos convirtieron en nido de piratas la isla de Tortuga y luego Jamaica, bajo la habitual protección inglesa, siempre cínica e interesada a la hora de saquear los intereses españoles en América, hasta que los chicos malos empezaron a saquear también los suyos.

Entonces todo fueron tratados internacionales auspiciados por Londres, campañas contra piratas y patíbulos bien provistos. Lo típico de Su Graciosa. Lo de siempre.

Corsario, en cambio, es un título digno, dentro de lo que cabe. Y complejo. De una parte, se aplica a cualquier nave que en tiempo de guerra combata el tráfico mercante enemigo.

El acorazado alemán Graf Spee, por ejemplo, era un buque corsario, como lo fue el crucero auxiliar Atlantis –el de la película Bajo diez banderas–, pertenecientes ambos a la marina de guerra alemana, con la diferencia de que el segundo operaba camuflado como mercante de bandera neutral. Pero éstas son variantes modernas.

Otra cosa fueron los corsarios clásicos: barcos armados y tripulados por particulares que, en tiempo de guerra, estaban autorizados por su Gobierno, con arreglo a estrictas Ordenanzas, para atacar y apresar a naves enemigas, generalmente mercantes, y también para combatir a las embarcaciones piratas.

Eran los corsarios, por tanto, auxiliares civiles de las marinas de guerra, y lo hacían por dinero, a cambio del beneficio obtenido por las embarcaciones apresadas y sus cargamentos. Para esta actividad era necesaria la patente de corso, que sólo autorizaba presas de países con los que la autoridad que expedía la patente se encontrase en guerra, o de barcos fuera de la ley internacional. Frase ésta, la de patente de corso, que ha terminado significando, en uso coloquial, la libertad de que, por diversos motivos, goza un particular para actuar al margen de las normas generalmente establecidas.

En ese contexto, llamar corsarios a los piratas somalíes no es sólo una inexactitud técnica, sino un error moral.

Supone dignificarlos con un título impropio, elevándolos de simples saqueadores sin reglas –a toda ropa, decía Cervantes– a una categoría casi respetable. Algo parecido a lo que nuestra imbecilidad nacional hizo en los años 70, al conceder la prestigiosa palabra comandos –combatientes de la Guerra Bóer y fuerzas especiales modernas– a grupos de terroristas vascos cuyo único mérito era apoyar pistolas en la nuca y apretar el gatillo.

Así que dejémonos de cursiladas. Corsarios como Dios manda fueron Antonio Barceló, Roger de Flor, Robert Surcouf, John Paul Jones, Jean Lafitte –aunque este último tuviese su punto filibustero–, o los protagonistas de la espléndida novela La cacería, del uruguayo Alejandro Paternain. Lo otro es gentuza del mar, ladrones y asesinos. Para entendernos: piratas.

Arturo Pérez-Reverte


9 comentarios:

  1. Joder que bueno, pero no debería sorprendernos, al fin y al cabo si desconocen nuestro idioma y si desconocen la verdad (nuestros brillantes periodistas) es normal que no tengan ni puta idea de lo que dicen y peor aún, que les importe una higa el equivocarse.

    La desvergüenza del indigente intelectual.

    ResponderEliminar
  2. Tanto los actuales autodenominados periodistas, como sus jefes de redacción, son una cuadrilla de analfabetos funcionales como ja,ás hbía habido en la Prensa.

    Están bien para hablar de bragas en programas basura de TV.

    ResponderEliminar
  3. En mi casa tenemos, y debiera en todas compartir estanteria al menos dos libros de cabecera, uno la Constitución (sobretodo porque le queda muy poquillo a la pobre) y dos un buen diccionario; y consultarlos de vez en cuando y de cuando en vez, no que sirvan solamente de lustrosos adornos; ni Biblias ni zarandajas en vinagre; un buen diccionario o como explica y recuerda don Arturo un paseillo por la página de la R.A.E. tampoco vendría mal.

    Aunque la definición de piratas se queda ya en estos días un poco corta, en la Carrera de San Jeronimo hay ya muchos piratas sin pata de palo, ni parche en el ojo.


    P.S.: Estuve repasando tus post anteriores y ya descubrí el porque de la moderación, veo que cansada de mí continua con otras personas y sus blogs, que lastima, malgastar una vida en nada. Esta es la misería humana, que se le va hacer.

    ResponderEliminar
  4. Otro magnífico artículo de Reverte.

    Yo creo que en los medios de comunicación se usan palabras como pirata, filibustero y corsario, para no hablar de terroristas. Es que queda muy feo decir en la TV que el Gobierno de ZP ha negociado con simples terroristas el rescate de un secuestro.
    Y claro, entre que se quiere ocultar la realidad mediante eufemismos y que no se tiene ni idea de lo que se habla, se lía el follón semántico y "al Reverte" se le hinchan las narices.

    Besos.

    ResponderEliminar
  5. Siempre me ha hecho gracia ver como un periodista mete la pata, y todos los demás van detrás copiando su error y repitiéndolo hasta la saciedad.
    Saludos

    ResponderEliminar
  6. ¿Periodistas? A cualquier cosa le llaman hoy periodista.
    He tenido que padecer a unos cuántos y me han provocado auténtica vergüenza ajena. No saben hacer la O con un canuto, pero se dan unos aires de miedo. Y al final, acaban siempre igual: dándole al botoncito de borrar para no quedar en evidencia.
    Menuda fauna.

    ResponderEliminar
  7. Holaaaa...!!!.

    Nada de extrañar..., estamos acostumbrados a caminar por el laberinto de confusión al que están conduciendo al pueblo español.
    Confusión, mentiras, chapuzas, trampas..., poco nos puede espantar la ambigüedad, el rodeo o disimulo que pretenden, al querer decir algo.



    Un abrazote!!!.

    ResponderEliminar
  8. ...y otro Romero de Torres me cuelgas... Fantástico!!!.
    "Que viva el pelo".

    ResponderEliminar
  9. Lamentamos decirle a Reverte que debería estudiar un poco la historia del castellano y dejar de repetir lugares comunes en sus artículos. Las palabras tienen su historia y no siempre han significado lo mismo y cualquier palabra que nos suena antigua no es propia de la época de sus novelas.
    Un corsario no es otra cosa que un pirata. Había corsarios con patente y corsarios sin patente.
    En este artículo lo explicamos con argumentos lingüísticos ehistóricos.

    ResponderEliminar